Así son las cosas |
Justo
antes de enfrentarme al monstruo, recordé a todos los que negaban que el
monstruo existiera. No que habían negado que este monstruo
existiera, sino los monstruos en general o los fenómenos paranormales o
los fantasmas. Y además, concentré a todos esos negadores porfiados en
una persona, acaso con la que mayor cantidad de veces experimenté la
desazón de no ser creíble. Vi un OVNI - decía yo - y a pesar de mi
solidez intelectual y mi comportamiento ordenado, a pesar de mi familia
constituida y de mi profesión, de inmediato venía un gesto desde la cara
de Ariel, que comenzaba con un apretar los labios desde la comisura, un
girar los ojos hacia abajo y hacia la derecha, un levísimo movimiento de
la cabeza que se repetía como una pelota que pivota sobre un resorte.
Luego, una importante aspiración de aire por la nariz y junto con la
exhalación de ese aire por la boca, aparecían las primeras sílabas de
los próximos veinte minutos de explicaciones científicas para incorporar
la figura de la ilusión óptica o del espejismo, en lugar de mi OVNI. El
proceso de ese discurso de Ariel, se mantenía siempre igual para estos
casos y cada vez que se producía, me hacía pensar en alguien que saca un
paquete que guardaba celosamente para la ocasión y comienza a
desenvolverlo en forma lenta pero decidida. * Como
en una película de David Lynch, apareció en mi camino y entre unos
pastos una oreja humana (yo me dirigía por el parquecito de los jazmines
hacia el colegio Etrusco a recoger a mi hija menor). En realidad la pisé,
y sentí bajo la suela del zapato una discontinuidad del terreno que no
era piedra ni montículo, y retiré el pie casi inmediatamente a haber
pisado, y descubrí la oreja. Súbito miré alrededor, con seguridad
buscando más datos, a la vez que volví a mirar la oreja para constatar
que fuera real, que no fuera de niña… pero la constatación duró unos
segundos apenas porque, cuando había vuelto la mirada hacia la oreja, ya
mi vista había captado otro elemento cuya imagen retenida acompañó ese
recorrido y que me hizo regresar el foco visual hacia allí rápidamente.
Era la sección de una mano con la palma y tres dedos, y casi enseguida
pude ver otras partes de cuerpo humano, algunas con ropa y todas
seccionadas y ensangrentadas. No tuve tiempo de concretar una emoción
frente a tal espectáculo, porque de inmediato apareció en mi campo
visual el monstruo que asomaba detrás del grueso tronco de un ombú. * En
realidad no me molestaba tanto la incredulidad científica de mi amigo
Ariel, como el hecho de que ese orden de las cosas permitiera a mi amigo y
a todos los negadores de eventos inusuales, convivir cómodamente con
otras circunstancias de lo que se sobreentiende como “la realidad” y
la cual es avalada por la concepción científica del universo y sus fenómenos.
Así, unas teorías complejas que eran capaces de desmontar fenómenos
raros, también eran capaces de acompañar lo ñoño, lo inverosímil, lo
molesto, si necesidad de pronunciarse. Un niño comiendo en cuclillas en
un basural, por ejemplo, era enteramente abarcado por la idea científica
de “lo posible”, “lo normal”, en fin, lo cierto y aceptable como
tal. No digo que mi amigo Ariel y los otros negadores no se sensibilizaran
ante hechos de la miseria humana, solamente pensé en aquel instante
previo a enfrentarme al monstruo, que la falta de armonía en la necesidad
de recordar las leyes científicas, hacía que viera a Ariel y a todos los
escépticos científicos como personas sin solidez de criterio, o más
bien con un criterio que impedía en sí mismo entender lo ridículo como
ley. El
primer zarpazo me hizo retroceder un paso; ahora recuerdo la brisa
semicircular que recorrió desde mi cabeza a los pies, pero en aquel
instante lo más sobresaliente fue la pestilencia. No era una pestilencia
como otras, era nueva a los sentidos y si bien era captada en lo inmediato
por el olfato, comprometía toda la compostura corporal, provocaba
estertores y nauseas, sí, pero también una sordera repentina, similar a
un aturdimiento. A la vez que logré correr, advertí que el monstruo no
tenía una buena definición de las distancias ya que era imposible que
hubiera errado ese zarpazo. Acompañando los golpes secos de mi corazón
que se juntaba en la garganta, percibía en el oído y en cierto
movimiento del terreno los pasos del monstruo, fuertes, firmes, cercanos.
Tropecé y caí de cara contra el camino de tierra y pasto fresco, giré
medio cuerpo ágilmente para ver el bicho amenazante que estaba tras de
mi, a muy pocos metros. * Verde,
enorme, con dientes afilados dispuestos en hileras diversas y tres ojos;
piel de serpiente o pez y crestas en pico que recorrían el lomo hasta la
punta de una cola gruesa como de un dinosaurio. Sin embargo los rasgos de
la cara eran similares a lo humano; excepto los tres ojos, la nariz, los pómulos
y los labios eran de formas humanoides, incluso el gesto postural del
monstruo era el de un homo sapiens. Hubo un rugido, otra vez una
pestilencia penetrante emergió esta vez del interior de la boca que se
abría grande y se mostraba como un túnel bastante profundo. El otro
zarpazo pasó cerca de mis piernas que arrollé instintivamente y
consecutivamente me incorporé y corrí, no muchos metros ya que caí en
un pozo bastante profundo; casi enseguida cayó sobre la boca del pozo un
tronco de eucaliptus derribado, con seguridad, por el monstruo. Pensé en
David y Goliat y reparé en que no solo no tenía ningún arma sino que no
habría sabido manejarla; David tenía oficio con su honda así que ahora
comprendía que las diferencias físicas entre él y Goliat eran
relativas. Pero otro episodio bíblico pareció re-expresarse esta vez:
Daniel en el foso de los leones salvado por un ángel. Allí estaba yo
también en un foso y la bestia asomaba su cabezota y trataba de
introducir uno de sus miembros con garras que ahora veía más claramente,
eran gruesas, negras y filosas. Pero baja el ángel, en este caso, suena
el celular; el monstruo inmediatamente se incorpora y desde el fondo del
pozo lo veo erguido como una torre bastante alta, está parado sobre sus
patas traseras y ha quedado inmóvil y en postura defensiva, su vientre
brillante y de color amarillo pálido me hizo pensar que el engendro no
comería carne humana o de otro tipo, que habría destrozado a estas
gentes por considerarlas monstruos amenazantes. -¡Amor!
Fuiste a buscar a la nena - oigo preguntar a mi esposa en una frecuencia
no muy buena. -Eh,
sí… en eso estoy, te llamo luego, estoy sin baterías. No
solamente absurdo sino torpe hubiera sido tratar de explicarle mi situación. Hago
timbrar el celular para mantener al monstruo en su postura de defensa y
confusión. Llamo al 911 y pido auxilio, que vengan ya mismo al parquecito
de los jazmines, que me están atacando y repito esas frases sin permitir
que me hablen y me pregunten nada. * Cuando
siento el ulular de los coches policiales, veo que el monstruo desaparece
de mi pantalla de boca de pozo con tronco atravesado y se retira,
posiblemente, hacia el sonido o huyendo de él. No
veo más que un círculo celeste y una franja negra que lo atraviesa;
pienso en una bandera, siento movimientos, rugidos, gritos, ruidos,
disparos de armas. Trepo como puedo hasta la superficie y veo al ras del
terreno más amontonamiento de partes de cuerpos; no sé cómo, ya estoy
afuera, el parque es un campo de batalla al final de la batalla, me asalta
la frase “partes de cuerpos del cuerpo policial” y casi de inmediato
otra especie de voz interior censurando esa frase en este momento.
Descubro una mancha de líquido negro viscoso, ¡le dieron! me digo, y sin
pensarlo sigo el rastro de la mancha con la expectativa de encontrar el
cuerpo vencido del monstruo. La mancha desaparece en un claro del parque,
pero no hay monstruo caído, ni otro tipo de rastro o información,
nada. * Ariel
me decía, la cosa es así: cuando estás estresado y este estado se
mantiene por mucho tiempo, podés hasta ver fantasmas o tener visiones
terribles; es solamente falta de descanso, falta de serotonina, nada que
el prozac no pueda resolver y unas buenas vacaciones, claro. * El
silencio aplasta el parque y los cuerpos desmembrados, ahora abundantes.
Recuerdo a mi hija y corro hacia la escuela con esperanza de verla sana y
salva. |
Marcos
Ibarra
Mención Certamen Paco Espínola 2008
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