Los zapatos se entreveran en medio
de los rumbos polvosos de Chapultepec.
Hay árboles rechinantes plantas espinudas
ensombrecidos pájaros nutriéndose
de basuras orgánicas y de tanto sudor
mezclado con el caudal
de las respiraciones.
¿Cómo pisar los propios pasos
que pasaron
para ensuciarse y ser lavados
con jabones disueltos en aquellas
aguas enterradas lejos del mar?
¿Cómo responder hacia nosotros
a quien preguntara de qué modo
debe ser ensuciado en el día
el pie que la noche lavó?
Y las pisadas muestran
suelas carcomidas por este polvo
que jamás será
el polvazal de ayer.
Y los pasos aumentan
la cifra de su esfuerzo
la voluntad de los cueros humanos
que desfibran las losas
y el asfalto.
Los zapatos de tela ennegrecida
confunden sus olores
como si fueran el hedor
de viejos animales desesperados.
Y luego deben lamer papeles
y cortezas y espumas y jugos
que una incontable saliva endulzó.
Dos simples zapatos pues
que pasan volviendo de regresar
por las borrosas
veredas de Chapultepec.
Dos zapatos empapados de sol
y hartos de sangre
que tienen mucho por andar
y qué decirse.
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