Patria perdida |
Está mi padre siquiera como sombra están sus huesos atados por tendones resecos sostenidos por carnes que ya no le pesan flotando naufragando en sangre evaporada. Está el padre de mi padre -de quien no puedo ser recuerdo- separado de este ahora tan lejanamente cabalgando por campos de niebla gris o verde. ¿De dónde llegaron de qué nave de qué viento descendieron quién los preparó para ese viaje? ¿De qué país ausente de los mapas de qué ciudad innombrada de qué casa adivinándose entre musgos y piedras y rebaños de cuáles vientres de qué lágrimas? ¿Del vientre de María Generosa inclinándose a lo oscuro de la tierra? ¿Del vientre de Luz o Juana o Rosalía cuando todo era silencio o susurro de amor ante el dios de las almas y las carnes? ¿Del vientre protegido por tersa tela negra por enaguas y sábanas y flores que mano tras mano fueron tejidas cortadas cosidas bordadas para el tiempo en que nuestros ojos empezaron a nacer? ¿De dónde llegaron: de la única lágrima que vi en el llanto de mi padre por sus hermanos muertos de esa lágrima única enterrada con el rostro de mi padre de esa lágrima única expulsada para sentirme vivo para engendrar un hijo para inventar canciones para negarme a morir? ¿De qué viaje llegaron para este viaje innumerable desde qué soledad transitaron bocas tan lejanas y bebieron licores perfectos que nadie entre nosotros puede ya gustar? ¿Con qué mirada se miraron eternos en espejos y relojes destruidos con qué gemidos entraron en el mundo con qué indicio sonoro asentaron su dominio con qué abandono dejaron de existir? ¿De qué viaje llegaron a qué país han vuelto? No es esta la tierra donde hoy los encuentro ni es esta la patria donde eligieron morir. Sus huesos no sembraron de flores las colinas sus años fueron un tiempo que fue sólo una vez. Sus sudores perdidos sus grandes esperanzas los severos documentos que avalaron su fe. Están sus nombres en la piedra gastada hay fechas indescifrables como una nostalgia que alguien quizás alcance a recordar. Mas yo puedo únicamente apartar los viejos días: no entienden las señales que por ellos grité. No me voy de sus voces no arrojo sal ni ceniza en mi heredad: yo puedo únicamente ingresar a un nuevo día y abrir con los ojos de mi tiempo los vientos oscuros del mar. |
Saúl Ibargoyen
Patria perdida
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