¿Quiénes deben vivir en Palestina? |
Según el historiador paraguayo Alejandro Hamed Franco, en un artículo publicado en el periódico ABC (Asunción, 28.02.82) y luego recogido en su insoslayable libro El Islam diferente (Asunción, Arandurá, 2001), muy al contrario de lo que en general se piensa o se da por sentado, "los hebreos no fueron los primitivos habitantes de Palestina". En efecto, se ha comprobado, y no en fechas demasiado recientes, la existencia en ese territorio de diversos asentamientos y culturas de tal vez más de 10,000 años. Un ejemplo sería Jericó, una de las más antiguas ciudades cercadas por una muralla que hasta hoy se han descubierto. Entre los ocupantes más remotos de Palestina se hallan los cananeos o cananitas, de orígenes o raíces árabes, que allí se establecieron unos dos mil años antes de la invasión de los pueblos hebreos. Estos, y el Antiguo Testamento lo describe a su manera simbólica, arrasaron con Jericó, la ciudad en la cual aquellos habitaban. Los hebreos se fueron mezclando luego con otras comunidades que poblaban esas tierras, a más de los cananeos: amorreos, jebuseos, fariseos, aun hititas cuyos imperios se asentaban en Anatolia, hoy Turquía. De acuerdo con Adolphe Lods, los cananeos eran los más numerosos y de cultura más desarrollada, por lo que produjeron un efecto civilizador en quienes en apariencia los habían dominado. Se estima que, por motivos que no desarrollaremos por brevedad de espacio, unos cuantos siglos más tarde, los hebreos prácticamente habían desaparecido de esa zona. El mismo Alejandro Hamed recuerda que en 1170, el peregrino judío Benjamín de Tudela sólo halló menos de 1,500 hebreos en Palestina, y en 1267, otro judío, Nahman Gerondi, nada más registró dos familias. Podríamos resumir que "la ocupación hebrea en Palestina constituye apenas un breve episodio en la larga historia de ese país. Desde el 587 a. C. … hasta el siglo XX, esto es, en el espacio de 24 siglos, Palestina fue gobernada por los paganos primero, luego por los cristianos y finalmente por los musulmanes, quienes han permanecido de forma ininterrumpida desde el año 637 hasta nuestros días, con excepción del Reino Latino y un corto lapso en el XIII en que Federico II gobernó Jerusalem". El año de 1917 es el de la famosa Declaración Balfour, documento de sólo 67 palabras, en la que, de acuerdo con Arthur Koestler, se plantea una "promesa hecha por un gobierno a un pueblo, de cederle el territorio de un tercero". En efecto, se trata de un texto con esa perversa intención británica en perjuicio de los árabes de Palestina. Comenta J. M. Jeffries que "a primera vista no parece tan astutamente redactada como las anteriores. Tan patente es en ella el engaño, tan ambigua la descripción de los árabes denominados ‘las comunidades no judías’…" La observación es atinada, por lo que debemos confirmarla con esta traducción parcial del documento en inglés: "… quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina o los derechos y estatus político de que gozan los judíos en cualquier otra parte." En el momento de la Declaración -al año siguiente de la estratégica batalla y ocupación por los árabes de la ciudad de Aqaba, hecho que decide la caída del imperio Otomano y el posterior reparto del mismo que realizan las ávidas potencias occidentales-, los habitantes de Palestina se componían de 590,000 árabes y sólo 80,000 judíos. Sin embargo, insistimos, la Declaración denomina a esa enorme mayoría como "comunidades no judías"… Además, se ha observado también que "por medio de la estratagema verbal, los derechos civiles sustituían a los políticos". Todos sabemos cómo se repartieron entre Francia y Gran Bretaña los pedazos del imperio turco Otomano; las consecuencias de ese pillaje son causa fundamental, todavía, de los desastres actuales del Medio Oriente, a lo que se añade, por supuesto, la presencia invasora e intervencionista de Estados Unidos. En Palestina se fue produciendo la ocupación forzosa por parte de inmigrantes europeos que habían descubierto "la tierra prometida". Enfrentamientos de gran violencia se generan durante años, luego del fin de la I Guerra Mundial (1920, 1921, 1938); el conflicto no cesa, y ya en las postrimerías de la II Guerra Mundial, la población de origen judío llega a un 30%, pero en posesión de sólo un pequeño porcentaje de tierras. Sin embargo, disponían de una poderosa fuerza militar -70,000 miembros en varias agrupaciones: Irgun, Stern, Palmach, que recibían un generoso apoyo de Occidente (se ha comentado que algunos dirigentes israelíes actuales descienden directamente de integrantes de esas fuerzas, que no dudaban de practicar el terrorismo, aun contra las tropas inglesas). ¿O acaso esa práctica no ha sido política del Estado de Israel? Después vendrá la decisión de la ONU de cumplir el Plan de Partición de Palestina (56% para los hebreos, 43% para los árabes y 0,85% zona internacional, Jerusalem y sus alrededores). Los cambios posteriores en cuanto a distribución de población y propiedad de las tierras no han hecho más que confirmar el despojo inicial. El delegado de Canadá ante la ONU dijo: "Hemos apoyado el plan con cargo de conciencia y con mucha aprehensión." El belga admitió: "No estamos seguros de que sea enteramente justo, dudamos que sea práctico y tememos que traiga aparejados grandes peligros." El escritor judío Alfed Lilienthal comentó: "Las Naciones Unidas han dado un golpe severo al prestigio de la ley y de la Organización Internacional por la manera frívola, precipitada y arrogante con que han tratado la cuestión palestina…" El año de la artificiosa fundación del Estado de Israel, "una espina envenenada en el cuerpo del mundo árabe", o sea 1948, estuvo marcado por especiales manifestaciones de violencia invasora. Por ejemplo, la masacre de la población árabe de Deir Yassim a cargo de grupos sionistas de acción directa; una especie de Guernica, pues sobre Deir Yassim se pasaron las topadoras para borrar el horror y la sangre. Arnold Toynbee, nada menos, expresó: "Los judíos sabían en 1948, por experiencia personal, lo que hacían, y lo que es trágico es que parecían querer imitar, y no evitar, el trato utilizado por los nazis contra ellos mismos." El filósofo Martin Buber también se manifestó contra esas acciones criminales. Y el militar inglés Sir John Bagot Glubb señaló oportunamente que "la mayoría de los árabes hizo abandono de todo a fin de salvarse de las matanzas…" De varios modos se hizo creer, con abundante y bien distribuida propaganda a nivel mundial, que los árabes dejaban voluntariamente sus tierras; de ese modo se justificaba el apoderamiento de las mismas por el Estado hebreo, que llegó a controlar el 77% del territorio… En fin, esta historia está llena de iniquidades, y la población originaria de Palestina se ha dispersado en buena cantidad o se asfixia en pedazos limitados de lo que fuera históricamente su patria. Y no mencionemos los innumerables episodios de sanguinaria violencia racista a cargo del Estado israelí, aunque nadie desconoce las respuestas desesperadas de los palestinos que cobran, irresponsablemente, su cuota de vidas inocentes. Claro, una cosa son las piedras de la intifada y los misiles caseros, y otra los tanques pesados, los aviones de alta tecnología y las armas nucleares… Pero, si hay algo que debemos anotar es que, como asegura el citado Alejandro Hamed, "… para comenzar a pensar racionalmente el problema árabe-israelí y palestino-israelí, es preciso por lo menos no olvidar que la base del problema ha sido la determinación sionista de establecer un Estado judío sobre un territorio árabe". Añadimos nosotros: ¿qué pensaría un judío ante un planteamiento a la inversa? Ya lo dijo también Bertrand Russell hace tiempo: "La tragedia del pueblo de Palestina constituye en el hecho de que su patria fue ‘cedida’ por una potencia extranjera a otro pueblo, para la creación de un nuevo Estado… Lo que Israel está haciendo hoy no puede ser perdonado, e invocar los horrores del pasado (léase Holocausto, progroms, etc.) para justificar los del presente es una gran hipocresía… La justicia requiere que el primer paso sea una retirada israelí de todos los territorios ocupados en junio de 1967. Se hace necesaria una nueva campaña a nivel mundial para llevar la justicia al pueblo que tanto ha sufrido en el Oriente Medio: al pueblo palestino." ¿Qué diría ahora el gran pensador británico? ¿Qué diría de Irak, de Afganistán, del Líbano, del ficticio "eje del mal", de la diaria y premeditada y planificada carnicería genocida en Palestina? La "gran" prensa y los "grandes" medios radiotelevisivos suelen entregar abundante información sobre los sangrientos sucesos que las invasiones anglosajonas producen día con día, sobre todo los atentados suicidas, como quien comunica los resultados del béisbol o el futbol: ¿cuántos puntos, cuántos goles, cuántos muertos? Cifras, nada más. ¿Y las causas? ¿A cuántos televidentes se les ocurre imaginar, bajo el acoso de innumerables imágenes fragmentadas del mundo, que el Estado de Israel aspira, desde antes de su fundación, a ser el Gran Israel, y que tiene sed de las aguas del Eufrates y de los ríos del Líbano, así como tiene sed de petróleo? ¿Imagina ese mismo televidente la influencia planetaria de la diabólica sociedad bélico/financiera anglosajona/israelí, tan bien estudiada por Alfredo Jalife? Por eso, una paz permanente como la que la humanidad democrática y progresista desea en verdad para Palestina, y por lo tanto para todo el Oriente Medio -junto con numerosos israelíes y árabes, desde soldados de la reserva y ciudadanos comunes hasta intelectuales y artistas-, sólo puede asentarse en bases de justicia social, de rechazo a la discriminación racial y religiosa, de oposición a oscuros fundamentalismos de variado signo, de expulsión de intereses imperialistas, de un nuevo y equitativo trazado de toda la región para que el Estado de Israel adquiera sus adecuadas dimensiones y para que los palestinos regresen a la patria, recuperen sus tierras y funden en ellas ese Estado tantas veces prometido. Es una urgente tarea histórica, como otras pendientes incluso en México, no sólo responsabilidad de la ONU, sino de la humanidad en su conjunto. |
Saúl Ibargoyen
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