Patria perdida |
Saludé apenas con torpes sonidos a la señora que estaba en lo alto. Fui a sus ojos estudié sus imágenes terrestres su cuerpo entre telas sencillas y firmes y preferí su asentado pelo de oscura Andalucía sus dedos de cocinera rozando la piel de aquel color que edificaba -con cada sombra de esa tarde lejanísima- las constantes casas cúbicas de un pueblo casi blanco. Pilar me dijo –desde un silencio contenido en el crujir de pesados escalones- su odio por el arte que comió del hambre de Rafael de sus miserias me habló de su entera pasión por Rafael Pérez por Barradas a quien la luz y el olvido gastaron los pulmones. Aquí está lo que pintó: Las grandes manos populares que construyen toda cosa los rincones de linternas barajas y vinos las espaldas todavía nio vencidas los intocables barcos del regreso las calles del ruido y el aceite la cara naciente de Federico. Y Pilar en muchas telas cartones y formas Pilar hundiéndose ensus ropas las mismas de antes y de ahora negando su carne y su alma carnal a los trazos de amor que tan humanamente la eternizarían. Aquí está lo que él pintó mientras se enturbiaban los colores en su pecho y no cesaba de morir: Pilar me dijo. Pero la tarde no estaba ya: muñecos niños libros juguetes se encerraban en un latido secreto que el siempre vivo pincel de Barradas hace libremente estallar otra y una vez sin mayores señales de violencia. |
Saúl Ibargoyen
Patria perdida
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