Monte Albán aquí |
Mi nombre me separa de las reiteraciones de la gente de aquellos que hicieron sonora esta presencia hasta aquí. Me aparta de los muebles que ladran cada noche de los sordos pañuelos de los espesos granos de esta sopa de cuitlache del esmog que se va. Me regresa hacia la sangre que falleció con la madre tan desmemoriada de los nombres de su hijo final. Me aleja de manos de líquida mujer de movedizas lenguas de muchacha de la frente de una musa arrodillada que mojaron a fuego las raíces de barro y de maíz de las ingles los tendones y los huesos. Me desgarra ahora de la blancura del sol de Monte Albán contemplada así desde otras alturas y distancias neblinosas de tequilas y de rones. Me hace otro en mí mismo ese otro que no siempre es totalmente nombrado porque una parte sonidosa del nombre queda intocada y un silencio de adentro de las letras no destroza a tiempo sus cáscaras. Me reemplaza con los golpes de un aire humanizado agrio de rumores acidoso de tonos y secuencias maloliente de viejos desayunos regurgitante de gritos y mandatos espumoso de espermas deshaciéndose. Me desprende de la pulpa del mundo de aquí para que yo sea un sistema de juegos de gajos y de jugos personales y distintos una flaca fruta de pellejas abiertas y semillas parlantes. Me empuja hacia mí cada día miércoles que hoy día jueves será entre la polvazón iluminándose que recorre las tumbas de oro despojado los verdes negrores del inmedible laurel las energías azules de aquella jacaranda las bugambilias cuyos rojos impulsos morados y amarillos entremezclan su luz y se deshacen. Me destituye de las sábanas antes de que el suero y los orines y la burbuja original se evaporen en un quebrado petate o se hundan en un colchón de lana cocinada. Me sustituye cuando alguien lo nombra sin mi cuerpo cuando pone entre sus dos sílabas la palabra memoria y la palabra deseo cuando otra alguien lo menciona con el miedo vivo de mezclar con su voz el nombre de esta voz que le da su nombre cierto y suyo y su ausencia indecisa. Me confirma en la continuidad del viento que llega hasta mi sombra de aquí desde el lugar donde otros vivientes enterraron a sus íntimos muertos donde la fuerza blanca del sol borrará mañana los hilos y las telas de esta figura de bicho vertical al mediodía. Me asegura adentro de la piel que se multiplica como las escamas de la niña serpiente en su huevo como los labios de los embriones de tiburón que se tragan a sus hermanos sin nacer como los pétalos de aquel zanate que fallecerá antes de que su vuelo oscuro se acabe. Me rechaza de esta ligera formación de brillantes proteínas de mínimas grasosidades de refulgente calcio como las respirantes piedras que no pueden capturar los pedazos saliéndose de su encorpadura y que llamamos polvo y que serán siempre una propia sustancia cambiante de piedra. Me expulsa de mi viaje por la república de los siete señoríos de Oaxaca como de una vereda que los ríos de esta primavera construyen para renacer bautizándose en sus interiores aguas de hierbas y arenas polvorientas. Me excluye de las habitaciones donde briznas de ceniza reposan y donde las arañas recogen sus tiendas de salivas estériles. Me quita de mis sombrías sudoraciones de las gelatinas que protegieron a una forma naciente del ronquido inicial en un idioma intraducible que no es de flemas ni de gorgoteos ni de llanto. Me despega de los secos espacios de Monte Albán de la columna solicitada por las manos que no podrán recibir las hambres transparentes de los astros del alto día ni los humos y cuchillos que levantan los alucinados colores del copal. Me coloca fuera de todos los vientres lejos de las habitaciones despadradas de las escaleras inéditas de los patios quemados de los retretes insondables de las olientes cocinas donde respiré así conmigo contigo con otros con más otros con menos yo y con nosotros. Me pone entre papeles permisos pasaportes entre fichas tarjetas facturas y máquinas como pedazos de árbol aplastados por palabras extranjeras en su tinta. Me mira mi nombre reconoce en mi límite los poros del cielo los sudores inertes que se alzan de los pies que aquí danzaron de los torsos y piernas que dieron cauce a la esfera del mundo. Mi nombre mío "en mí" y en su propio silencio me contempla desde la humedad de sus signos primeros y se mete en los ojos pulverizados por imágenes que estaban en las recámaras fetales: míralas tú también aquí y en el allá de acá en medio de los espacios encenizados de Monte Albán: ¿puedes ver una figura de hombre ancianísimo que descansa a la sombra acelerada de las hormigas encerrándose en su ardida color? ¿puedes ver la panza del niño que enflaquece pues no hay dóciles frijoles ni tetas suficientes? ¿puedes ver al hombre que moja su lápiz o su pluma o sus teclas en los océanos de la entreverada atmósfera por donde se trasladan el empedrado polvo y los pintados adobes de Monte Albán? Mírame tú también tú que entraste con ademán imparable en estas reiteradas palabras: camina por lo tanto desde el peso de tu ropa y tu pañuelo sube los verdes peldaños de la piedra pon el pie extendido sobre vasijas y cacas sepultadas permite que una brizna de ahuehuete sea labor de insectos conocidos y gusanos chupa por boca sobacos pescuezos y entrepiernas el mar sin medida que viene de los movientes valles y las playas negras deja que tus materias cotidianas te abandonen y se borren en los blancos hervores donde crece la agrietada violencia de la tierra. Mi nombre no es parte de estos apellidos que una tribu o familia o nación invoca con su escudo sus emblemas y sus armas. Mi nombre al ser nombrado se divide de rostros desfibrados insistentes de pieles ajustándose como mejillas y orejas y narices y dientes de caretas pintarrajeadas o antifaces gastados por súbito sudor o caras que ensuciaron la pared con su ilusión de máscara carnal. Nómbrame ahora tú con las salivaciones de los ancestros de los abuelos de la madre y el padre de tu primer corazón. Nómbrame con los vapores que balbucean en la tripa más inferior dame cifras y sonidos desde aquí donde los cadáveres de los elotes y los mangos se transforman en ombligos cercenados entrégame con el puro gesto de una boca más nueva el tamaño de cada lugar que es más pequeño que las vibraciones de la simple letra que contiene ábrete al grito que cruje debajo de tu lengua suéltalo entre los ácidos hálitos de tu almuerzo de ayer: todo alcanza un sitio aquí toda madera se encuentra con su árbol toda sílaba se junta con su sombra todo huarache con su paso primordial todo nombre se organiza en tu garganta toda piedra enciende tus caminos en los aires blanquísimos de todo Monte Albán |
Saúl
Ibargoyen
De "Hentropía"
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