La segunda Rue de Cujas |
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(para Mónica Correa y Fernando Ainsa) | |
Nunca las lluvias de septiembre se expanden por París con todas sus gotas. La niebla como agua desmenuzada enfría hoy las ensombrecidas veredas de aquella primera calle de Cujas. Una dulce escama azul resbala debajo de los zapatos con su caminar de extranjería. Y la simple arena de playas anteriores es arrancada y golpea regiones de baldosas y cemento. Los perros de París que pusieron su hocico en gestos y pantalones afantasmados por el uso y la fatiga abandonaron ya las marcas de estropeadas fronteras. El hotel de la señora Sauvage con aquel empellejado hombre de Cipango o Catay y sus dialectos perdidos despliega ahora cristales y cortinas como estandartes frescos. Y alguien pasa y da cuenta de las mesas de vivas maderas de los manteles bicolores -donde los cubiertos son alfiles o peones o reinas- de las jarras de esplendor ensangrentado de las verticales lámparas y su orden transparente. Debajo de la cal o la cálida pintura o el revoque o el adobe dos números parecidos al uno y al nueve dan la cifra inexacta que la memoria del paseante necesita. Y los pies se retiran de esta otra calle de Cujas como si saltaran de vacío en vacío hacia otro incompleto mes de septiembre donde París lloviéndose a sí misma permanece. |
Saúl
Ibargoyen
De "Hentropía"
París/México DF, IX 98/I 99
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