El título de esta presentación sugiere riesgosas generalizaciones, pues en “nuestro” planeta hay más de mil millones de analfabetas absolutos y cientos de millones de animales humanos de muy dudosa alfabetización. Es mejor, tal vez, hablar del lector latente y no del lector real.
Y mejor todavía, hablar del receptor posible, más allá o más acá de épocas o de opciones culturales ágrafas o escritas.
Aun así, un escritor es, antes que nada, un lector: de tanto leer y releer las propias palabras -que siempre son, asimismo, ajenas-, termina por escribirlas. De este modo se formaron estos poemas de Grito de perro, salvo dos excepciones, a partir de ciertas costosas lecturas interiores de los años 1994 a 1996; ahora se socializan, en medio del gran cambalache espiritual, estético e ideológico de finales de siglo.
Las ilustraciones presentadas correspoden a expresiones plásticas –cerámicas, textiles- de varias culturas originarias de Bolivia y Perú: chancay, mochica, nazca, huarmey, chimú, inca, tiahuanaco de la costa, pativilca, paramonga. Ellas por sí solas justifican la edición de este libro.
En cuanto al título que ampara los veinte textos ofrecidos, fue tomado de un cráneo de perro que pude encontrar, gracias a una inexistente casualidad, en un costeño arroyo del Sur, cerca de la ciudad de Maldonado y con la cosmopolita y extrañamente uruguaya Punta del Este a la vista.
El deslizar de la arena, los gestos del agua y la insistencia del sol habían disuelto los límites y el contenido de un rostro que sólo pude imaginar en blanco y negro. Pero al recoger y limpiar aquella admirable estructura, escuché el Grito de perro que se metió entre estos frágiles versos para ayudarme a leerlos o, tal vez, para ofrecerme la fe de cantar. |