Una hormiga -un artefacto
clasificado a punta de turbio verbo-
camina apoyándose
en la férrea espuma
de este mundo intransitable.
Por las calles domingueras
transcurren figuras como personas
con sus profundas caretas de tierra.
En los pies de la hormiga
hay zapatos pezuñas chinelas
huaraches garras botas zapatillas
patas coturnos sandalias:
toda bestia rumbeante
subjetiva o reunionera
soledosa o conjuntándose
asiste a cada séxtuple paso
de esta insecta máquina tan ciudadana
con sus pulmones pegosteados
de gases negros.
¿Es éste un mero objeto viviente
o una cosa de cálida queratina
o una triada de sílabas
que se traslada
entre imprevisibles secreciones
y torpes sustancias?
Una hormiga camina
desgastándose sobre el asfalto marcado
por incontables hermanas nacidas
como hijas de una madre global.
No hay hermanos transúltimos que protejan
con ácida mandíbula
a esta hembra sin críos y sin tetas
invencidamente sola
entre piernas sombrías
y una luz inalcanzable |