Patria perdida |
Separado del cielo por altas vidrieras destinado a enormes patios que el verano calcinaba yo era un niño pero apenas lo sabía. Me ubicaban por nombres que luego se perdieron en rincones sin estrellas donde mueren atrapados juguetes y fantasmas. Yo era un niño que no podía ser todo lo que era. A veces me iba a vivir a una gran alfombra que reposaba como una piel complicada de animales prestigiosos: cubierto por brillantes robles crujientes donde la mesa perpetuaba su forma indestructible hacía que mis ojos descubrieran las castas aventuras del señor Pickwick el infierno ilimitado de Arthur Gordon Pym la desesperada cordura de un flaco y desaseado caballero los amantes estrechándose entre el humo y la peste el galope silencioso del eterno unicornio. Las hojas pasaban quebrándose en un mar sin ruido con difusas orillas que sembraban en sí mismas objetos intraducibles utensilios de otras manos roídos hierros maderas traspasadas armas vencidas de otro amor. Yo era un niño debajo de árboles seguros y envuelto en aquel bosque no sentía las sombras en mi piel. Las hojas pasaban torturando el descanso de pálidos insectos -seres venidos de otros viajes de arduos recuerdos sin memoria- mientras mis nombres diferentes se extraviaban en los patios donde empezaba a encenderse la hierba en el peso de la luz que rompía los altos cristales y en los caminos que nacían entregándose totales a las calles abiertas. |
Saúl Ibargoyen
Patria perdida
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