Otoño poema de Sara de Ibáñez del poemario "Las estaciones y otros poemas", 1956 |
I tocados del gozo vivo que abre el vuelo sensitivo de sus párpados sutiles. Apuntan briosos añiles que el mar cela entre sus flores; bullen lívidos fulgores entre asfixias de oro verde, y en un rayo gris se pierde la guerra de los colores.
Los ojos que despertaron sobre una mirada trunca vagan donde siempre y nunca
sus lágrimas resbalaron. que en sueños la sangre atiza, llaga que el iris hechiza, disfraz de soles hundidos que se quiebra en ateridos heliotropos de ceniza.
El aire exhausto desata
sus ínfulas cereales,
la harina su olor dilata. sobrecoge las praderas y entre cárdenas banderas —al fusilar de sus flancos— trazan dos lebreles blancos una fuga de fronteras.
Rostros lilas inauguran las máscaras de rocío que las primicias del frío
por el sueño le aventuran. a gritos de miel forzada, en un ascua desbocada que a toda muerte resiste, frutos de la alcurnia triste que tiembla en la vid sagrada.
y entre flámulas voraces que tornasoles rapaces cambian en turbio trasiego; quemado el germen del ruego por su lengua poderosa, contempla la frágil diosa
que de sus palmas se
vierten la sonrisa de la rosa.
Heredera transparente de un deseo sin memoria que devora su victoria y desconoce su fuente, asume el brusco presente florido de cicatrices; un vislumbre de raíces su confuso llanto dora, y a su sombra cazadora jadean las codornices.
Sobre extrañas azucenas caídas detrás del sueño; sobre jardines sin dueño, sobre enlutadas arenas; sobre un clamor de colmenas en que aborta el universo, siempre en el mudo reverso del pulcro ser que la glosa, su agonía voluptuosa, su rostro a su rostro adverso.
Ella siente que esta hora cuelga del tiempo inclinado
limpio fruto
en que ha cuajado como un relámpago herido en este ser consumido por un esplendor que aviva la muerte aliada y esquiva con su júbilo prohibido.
Muerte cultiva esta lumbre que en iracundo ejercicio traspasa con terso oficio sus centellas de costumbre. Sueño este sabor de herrumbre que arde en su boca desnudo, y este aroma linajudo que sus púrpuras frecuenta, sueño funeral inventa que borra su llanto viudo.
Por un aire de berilo con ofuscante sigilo
pasa un gavilán de hielo. pliega resplandor y ala, gris, el párpado resbala
sobre el paisaje del vino, rayos de panal exhala.
sufriendo bosques vencidos que arrastran cantos mordidos
y deslumbrantes mancillas. labora entre húmedas quejas, y por las flautas bermejas que el viento en la luz esconde, con mustio soplo responde el treno de las abejas.
de un sueño que no reposa, y en juventud procelosa nutre una ambigua escultura, su herida sangre apresura las bramas de la ceniza, mientras el reino agoniza entre apacibles congojas, y en un gran espejo de hojas su libre imagen se triza.
En amarillo menguante la flecha de Sagitario
rasga el vuelo
planetario bruñe su espiga el granizo, y muda, en el curvo hechizo de la diáfana cruzada, mirándose en su mirada hiende el albor fronterizo.
sobre los hombros maduros cierran sus oros oscuros dos alas de miel tardía. Despojos de un ciego día cubren sus huellas frutales, y en las lindes zodiacales alumbran el torso fino, brotes del ardor divino las lentas plumas glaciales.
destella un confuso lirio, mientras el blanco delirio su muerte a su vida suma; y heredada por la bruma su delgadez de rocío, cruel galardón de su brío se logra cuando se niega: diosa, el abrazo despliega, y dios, lo ciñe vacío. |
poema de Sara de Ibáñez
del poemario "Las estaciones y otros poemas", 1956
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Ver, además:
Sara de
Ibáñez en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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