Invierno poema de Sara de Ibáñez del poemario "Las estaciones y otros poemas", 1956 |
I que un orbe antiguo decora y el párpado albar desflora en una fuga marchita, al crudo instante limita los suspirados caudales, y cuando en tímidas sales muere su muerte extranjera, se cuaja la luz austera de tesoros espectrales.
de un tímido sacramento, y en su arrugado lamento un pájaro se desploma; grises copos de paloma buscan alianzas de nieve, y rota la pompa breve que el vario fantasma inventa, su delicada osamenta pálidos adioses llueve.
que en el angustioso nudo y en sí misma ser extraña. Delgado ser que hoy empaña la virginidad del hielo sin reconocer el cielo que el joven dios inaugura, creador y criatura de un temible retornelo.
su leve piña sonora, y rueda una ebúrnea aurora
sobre los beatos mares. fraguan el rubor del día, y alas de espuma sombría cruzan hundiendo el paisaje en el rasgado oleaje de su eléctrica alegría.
Entre montañas secretas abre el aliento divino, y frisa un bosque hialino con carámbanos violetas. Salpican tiernos cometas sus gozos desorbitados,
lumbre a lumbre flagelados sostienen la fiesta fría de blanca muerte cercados.
Ondulan los asfodelos un grave rumor de espadas, y en corolas descuajadas
huyen los antiguos cielos. roncas distancias consume, y los ecos de un perfume quemado en la flor del vino, con silencio sibilino la historia del aire asume.
En una vidriosa trisca de violentos arrayanes disloca sus ademanes la sonámbula ventisca. Estalla la nube arisca que el divino paso embota, y en la confusa derrota de las cárcavas ilesas, entre inmóviles pavesas vuela una máscara rota.
desdeñadas vestiduras, estrenan su piel radiante; la juventud del diamante limpia las llagas del viento, y con sabio vencimiento de sus deleznables rosas, de las fuentes tenebrosas se aparta el labio sediento.
apura el germen isleño la estricta gota del sueño que hinche su horizonte vivo. De su silencio cautivo juega a la sombra su suerte en el conmovido fuerte donde el pensamiento vela con la arrecida candela lloviznada por la muerte.
Retrocede la maleza burladora del deseo al tranquilo centelleo de la sagrada cabeza. Rudo pasmo de belleza cunde en vivas espírales,
y en
las lujurias lústrales sufren las encarnaciones quebraduras celestiales.
flor de una cuádruple llama, y un sol sin pausa derrama por las médulas del mundo. Salmodia el claustro fecundo de la espiritual hoguera y en la mañana primera del fuego desnudo, brilla la espantosa maravilla tras la sellada frontera.
su memorial por la frente, y el clamor de un trigo ausente
busca la lengua gloriosa. oblicuan lívidos astros en los tercos alabastros donde la sangre renuncia, y el blanco en el blanco anuncia la dispersión de sus rastros.
V
Ciego, de olvido en olvido
su intacta estrella circula, desterrado del espejo que en paréntesis perplejo abre la muerte y entorna,
y a su soledad retorna
al enemigo en que abdica, desde él se busca y replica doble ardor y guerra impar. Cuando se quiere alcanzar en la cima de sí mismo, pudoroso cataclismo la victoria escamotea, y en implacable marea se vuelve la cumbre abismo.
que en ardiente simulacro cautiva del aire sacro corrige una ausencia breve. Sólo la flor de la nieve volcando el cielo cetrino, y el latido cristalino
de una cósmica agonía. sobre el silencio divino. |
poema de Sara de Ibáñez
del poemario "Las estaciones y otros poemas", 1956
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Ver, además:
Sara de
Ibáñez en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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