Hora ciega

poema de Sara de Ibáñez

del poemario "Hora ciega", 1943

 

Luto para la rosa.
Negra espina en su sien desventurada.

La flecha melodiosa

del trigo, ya enlutada,

goteando noche hasta la mesa helada.

 

Luto para la abeja
bajo el humo y la sal de la ceniza.
Lastimada y perpleja
su rubia perla iza
entre el escombro que la martiriza.

Fue Dios amaneciendo.
La flor ardió en el llanto!, entró en las venas.

La tierra fue sintiendo

un dolor de colmenas.
Y fue la espuma sobre las arenas.

 

Fue la niebla de oro
subiendo de la viña y del manzano.
Y equilibrado el coro
del laurel y del grano,
su estrella intacta descubrió la mano.

 

El monte hasta su nieve,

el agua hasta sus mágicos furores;

la nube hasta su leve

respiración de flores;

la selva hasta su sol de ruiseñores,

 

crecieron y crecieron.
Creció la frente hasta habitar el frío.
Los oídos crecieron
hasta escuchar el río
que corre entre la hormiga y el estío.

Hecha fue la sonrisa
como el ramaje lento del secreto.
El color de la brisa
su material escueto;
relámpagos de azúcar, su esqueleto.

 

Los ángeles hablaron
con briznas de crepúsculo y granizo;
a la hierba asomaron
el rostro quebradizo,
y el receloso mármol se deshizo.

 

La flor del hombre, alerta,
subió contra la nieve y el gemido;
y la sangre despierta,
desde su seco olvido
vino a nutrir el germen defendido.

 

¡Ah, tocar el aliento
que mueve las colinas y abre el día!
Enamorar al viento
con una melodía,
y no temblar de pecho que se enfría.

¿Qué huracán de miseria,
que nube de embozada podredumbre
ha quebrado su arteria
sobre la heroica lumbre,
y ahoga y hiende al ángel en la cumbre!

 

¿Qué sordera furiosa
nubla el sagrado acento de la llama?
Su palabra amorosa
sobre escarchas derrama
el labio amargo que a lo lejos clama.

 

Porque todo está herido
y entre dientes y: lágrimas transita.
Madura el alarido
de la bestia infinita
que su antigua tiniebla necesita.

 

Los ángeles hablaron:
el aire aun quiere defender las voces
que tímidas cruzaron
sus arroyos veloces,
entre amenazas de perdidas hoces.

Vuelven la cara austera

comida por el rayo y la desgracia,

y cierran su frontera

con una pluma lacia.
Mana el desierto a espaldas de su gracia.

 

Todo gira cortado,
ciego, perdido en sangre, en isla hundida.

Bajo el canto cuajado

ruge la mala herida.
¡Cómo parar esta infeliz huída!

poema de Sara de Ibáñez 1941

del poemario "Hora ciega"
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:
               Sara de Ibáñez en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay 

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