Tranquilos nosotros
Daniela Hehus

¨Pienso que ese sonido lastimoso que,
en ocasiones (solo Dios sabe cómo)
cruza el aire como un pájaro sin 
cuerpo, es una expresión 
reconcentrada del último vestigio de 
dignidad humana. (…). 
Si ya no queda nada, uno debe
gritar….¨

M. Rosencof.

Las paredes se levantan no muy altas y demasiado juntas entre sí.

Hace un par de horas que cerraron las celdas hasta la mañana siguiente. Recién está entrando la noche y con ella, murmullos, recelo, silencio y nostalgia como invitados seguros cada vez que se cierra la tranca.

No mucho tiempo después, el grito desarticulado del jefe de ¨los cascudos¨se hace escuchar por toda la planchada. El ordenado golpeteo de los borcegos contra el piso se impone insolente. Abren cada celda y con ignorante enfado patean rejas, caras y cabezas, devolviendo el enojo, descargando miserias automáticos y ciegos.

Y así, todo sobre la ropa y el colchón: mate, comida o mierda. Da igual, la idea es arruinarnos todavía un poco más.

Son ordenes de arriba, qué se le va a hacer? Esta noche toca requisa.

El día anterior, como todos los demás días anteriores luego de la ¨cena¨ la olla donde se prepara el rancho* es la única que ha quedado libre del cerrojo. Duerme a la intemperie en un rincón donde escupe la noche sus secretos sin pudor y así, se va llenando de amargura y penas que a nadie le interesa escuchar.

Doce del mediodía, es la hora del alimento para todos aquellos que no tienen ¨paquete¨, la olla está repleta. Comés? 

En el patio el sol raja el piso de concreto y es allí donde homicidas, rapiñeros y traficantes se desparraman desde los módulos 2, 3, 4 y 5.


Hoy es martes, día de visita. Lo vivo como lo peor y lo mejor al mismo tiempo.

Me baño bajo un chorro helado y afilado, me afeito, debo sonreír pero solo alcanzo una mueca grotesca, unos pocos minutos pasan y ahora sí logro sonreír, no quiero llorar, no debo, mas abajo me esperan los míos y por ellos yo tengo que estar bien a pesar del apretado nudo que baja y sube del estómago a la garganta, de la garganta al corazón, sube y baja y es una puñalada en el medio del pecho, un escalofrío recorriendo el espinazo, es hambre, es miedo bajo mi cara que hace tiempo que no veo, siento depresión y hastío en cada parte de mi cuerpo que parecería ir cada vez mas lento aunque lo único que quiero es correr. 


Hasta que al fin llego y logro alcanzar la paz del abrazo que es mío y de golpe me siento distinto entre tanta soledad humana vuelta desesperanza y miseria y puedo ver entre los demás un brillo extraño en los ojos como piedras de aquellos presos que aunque todavía forman parte del mundo de los vivos, allá afuera, después del altísimo muro entre las calles de la ciudad tan deseada y tan odiada 
ya no son mas que muertos enterrados y olvidados.

Es que es 1 y son 2 y hasta 10 años sin una sola visita, sin enfrentar ningún rostro conocido, sin siquiera una sola mueca como sonrisa que les avisa que todavía son en algún lugar y que en algún lugar sin importar donde, alguien aun los recuerda y los nombra.

Y yo trato de evitar su mirada de piedra curtida y despoblada porque puedo escuchar como se apagan de a poco sus vidas y puedo ver como laten las venas de sus frentes al compás que les marca la muerte un rato antes de veniros a buscar.

Y al mismo tiempo aquí estoy yo, subiendo una vez mas a la planchada por la misma escalera por donde hace unas horas atrás bajaba hambriento de los míos y sigo subiendo cada vez mas lento porque quiero seguir sintiendo en los brazos, en la espalda y en el pecho hasta que se apague la ultima luz, las manos de mi madre que nunca falta, los abrazos infinitos y rabiosos de mis hermanos, los de la vida y los de mi sangre. Todos ellos saben hervir por igual y todos ellos me dan la fuerza que me falta para que siga subiendo escalón por escalón nuevamente hasta la celda.


Son las 6 de la tarde y otra vez falta una eternidad para que caiga de nuevo la noche, no sé exactamente cuánto, el tiempo acá es como una gran masa sin forma que nos envuelve y que nos ahoga.

Lo calculamos entre los 6 que vivimos, dormimos, comemos y cagamos a diario entre los 15 m2 donde estamos confinados, pero al final, la razón se la damos a aquél que hace más tiempo que está adentro y que dice conocer las formas que adoptan las sombras por la pared a medida que pasa la noche.

Hoy quiero tratar de poder ver la luna para ver si ésta vez también me miente; quiero saber si desde donde estoy todavía me miente. Le hablo por dentro, le hablo en silencio. Esta ni responde mientras la veo crecer atragantada de orgullo y gula. A mi ya no me importa, sé de sobra que la noche es mentirosa y que la luna me ignora; pero a mi me da igual porque hace rato ya que está muy oscuro y todavía puedo sentir todos los abrazos de los míos que saben mantenerme vivo en mi encierro y sonrío y esta vez no me cuesta, porque hoy es martes y tuve visita…


El negro Cuadrado es enorme, tiene cortes por donde se lo quiera mirar y balas de goma alojadas por todo el cuerpo. Hace 11 años que está, nadie sabe bien porqué, el tiempo y el encierro lo fueron transformando en un pedazo de oscura peña. Casi no se comunica por eso todos callaron el día que habló en el patio: ¨Me queda un año¨- dijo- y creí ver un resto humano asomándose entre sus ojos de muerto.


Irónicamente, el primer y único motín del que participe en mi vida lo empezó el un día que sin razones no nos dejaron bajar al patio.


Duró 2 días y pasó de todo. La furia contenida y la desesperación se nos fueron metiendo a todos entre los huesos como una infección sin frenos. Y cada uno protestó a su manera con o que le quedaba de vida y con la vida que no le quedaba. Hubieron quienes se envolvieron en el colchón y lo prendieron fuego, hubieron quienes mataron y muchos otros fueron muertos.

Lo último que recuerdo de aquellas horas es el cuerpo destrozado del negro Cuadrado y por mas que estaba completamente desfigurado supe que era él porque reconocí entre la sangre y el desgarramiento sus ojos de piedra, ahora si muertos que supo dejar hasta el final bien abiertos.


En un lugar donde la vida puede valer una caja de cigarros hay que caminar con cuidado y dejar e suponer tanto. Si pesas más de 70 kilos, existen mas posibilidades de salir ganando, conviene ajustarse a los códigos, respetar siempre y quedarse callado. Ser el primero en avisar a los demás gritando cuando vienen los cascos, saber cual es tu bando y tener claro que al final de cuentas estamos todos del mismo lado.

Y eso es lo único que termina quedando porque acá adentro somos muchos, somos un montón, somos cientos de voces que le gritan juntas a unos cuantos borceguíes mecánicos. 

Y por mas palo que vuele, por mas huesos que quiebren, por cada esperanza desmembrada, cuando ya no queda nada, el grito de todos es lo último que se apaga entre los muros del Penal bajo la noche callada.

* Comida típica de la cárcel hecha a base de restos de verduras y otros.

Daniela Hehus

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