Tranquilos nosotros |
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¨Pienso que ese sonido lastimoso que, en ocasiones (solo Dios sabe cómo) cruza el aire como un pájaro sin cuerpo, es una expresión reconcentrada del último vestigio de dignidad humana. (…). Si ya no queda nada, uno debe gritar….¨ M. Rosencof. |
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Las paredes se levantan no muy altas y demasiado juntas entre sí. Hace un par de horas que cerraron las celdas hasta la mañana siguiente. Recién está entrando la noche y con ella, murmullos, recelo, silencio y nostalgia como invitados seguros cada vez que se cierra la tranca. No mucho tiempo después, el grito desarticulado del jefe de ¨los cascudos¨se hace escuchar por toda la planchada. El ordenado golpeteo de los borcegos contra el piso se impone insolente. Abren cada celda y con ignorante enfado patean rejas, caras y cabezas, devolviendo el enojo, descargando miserias automáticos y ciegos. Y así, todo sobre la ropa y el colchón: mate, comida o mierda. Da igual, la idea es arruinarnos todavía un poco más. Son ordenes de arriba, qué se le va a hacer? Esta noche toca requisa. El día anterior, como todos los demás días anteriores luego de la ¨cena¨ la olla donde se prepara el rancho* es la única que ha quedado libre del cerrojo. Duerme a la intemperie en un rincón donde escupe la noche sus secretos sin pudor y así, se va llenando de amargura y penas que a nadie le interesa escuchar. En el patio el sol raja el piso de concreto y es allí donde homicidas, rapiñeros y traficantes se desparraman desde los módulos 2, 3, 4 y 5.
Me baño bajo un chorro helado y afilado, me afeito, debo sonreír pero solo alcanzo una mueca grotesca, unos pocos minutos pasan y ahora sí logro sonreír, no quiero llorar, no debo, mas abajo me esperan los míos y por ellos yo tengo que estar bien a pesar del apretado nudo que baja y sube del estómago a la garganta, de la garganta al corazón, sube y baja y es una puñalada en el medio del pecho, un escalofrío recorriendo el espinazo, es hambre, es miedo bajo mi cara que hace tiempo que no veo, siento depresión y hastío en cada parte de mi cuerpo que parecería ir cada vez mas lento aunque lo único que quiero es correr. Y yo trato de evitar su mirada de piedra curtida y despoblada porque puedo escuchar como se apagan de a poco sus vidas y puedo ver como laten las venas de sus frentes al compás que les marca la muerte un rato antes de veniros a buscar.
Lo calculamos entre los 6 que vivimos, dormimos, comemos y cagamos a diario entre los 15 m2 donde estamos confinados, pero al final, la razón se la damos a aquél que hace más tiempo que está adentro y que dice conocer las formas que adoptan las sombras por la pared a medida que pasa la noche.
Lo último que recuerdo de aquellas horas es el cuerpo destrozado del negro Cuadrado y por mas que estaba completamente desfigurado supe que era él porque reconocí entre la sangre y el desgarramiento sus ojos de piedra, ahora si muertos que supo dejar hasta el final bien abiertos.
Y eso es lo único que termina quedando porque acá adentro somos muchos, somos un montón, somos cientos de voces que le gritan juntas a unos cuantos borceguíes mecánicos. Y por mas palo que vuele, por mas huesos que quiebren, por cada esperanza desmembrada, cuando ya no queda nada, el grito de todos es lo último que se apaga entre los muros del Penal bajo la noche callada. |
Daniela Hehus
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