-Pasé mi vida entre escobas…¨. Fue lo primero que me dijo cuando le pedí que me hablara de algo.
Estábamos sentados en una mesa marrón y afuera, el poderoso calor de enero se sentía y se oía junto al incansable grito de la chicharra. El comedor donde nos encontrábamos, era sin embargo oscuro y frío. Estábamos solos aquel día y mirando sin parar por la ventana, como si recordara para sí en voz alta, como si yo no existiera y sin mirarme empezó a hablar…¨ No sé como hice – dijo – la verdad que ahora que lo pienso me da gracia y hasta me puedo reír….Pero en su momento lo viví todo con muchísima amargura, sabés?¨ . Se lleva una mano a la cara y se acomoda los lentes.
Lo miro con detenimiento, su boca y sus ojos ríen a la misma vez; son los ojos del mar del cual él era el único dueño – o por lo menos eso fue lo que siempre creí de chica y aun lo creo- unos ojos azules dotados de la misma transparencia de la verdad cuando es real, ojos que vieron mucho aun sin gustarles nada. Ojos de video tape.
No puedo parar de mirarlo, mido sin quererlo la profundidad de cada uno de sus gestos, los conozco todos, los adivino por la entonación de sus silencios entre miles de voces que también han sido a su vez, quebradas de a poco y de a una por la maniaca edad.
Conozco al extremo el recorrido exacto de cada una de sus arrugas, algunas más nuevas, otras invariablemente eternas que se divierten entrecruzando fronteras, latiendo a cada uno de sus pasos, delineando cada palabra, cada ilusión. Como esos dos caminos que se vierten desde la comisura de sus labios y que bajan hacia el mentón, son dos surcos inviolables índices de que en el rostro de un hombre pueden quedar a modo de marca todas sus experiencias y que un solo momento de la vida puede lucir izado para siempre en el alma-rostro-espejo y eso sí es lo único que el tiempo no se atreve a curar.
Después de un largo silencio nada mas empezó a llorar, por primera vez en mi vida y por primera vez era yo quien lo abrazaba para consolarlo como a un niño, como lo había hecho él siempre conmigo, hasta esa tarde. Ese fue mi pasaporte al mundo de los adultos ante sus ojos y ante mis ojos pude ver como lamía la muerte el sudor de su frente bajo aquel calor de Enero. Por primera vez surgió en mí la idea que antes rechazaba una y mil veces de que él no era inmortal y así fue como me vi a mi misma despertando en un mundo nuevo mientras sostenía entre mis manos la nueva fragilidad cansada y cristalina en la que de golpe se había transformado su vida entre mis brazos…
Todo esto pasó hace ya mucho tiempo y como quien mira un rostro por única vez, el recuerdo brota silvestre entre un baldío de imágenes instantáneas que se aglomeran y traen una y otra vez su imagen como un refugio en mi presente.
Pasaron los años, mientras yo había crecido a él el tiempo obsesivo lo había envejecido.
Aquella noche también estábamos solos y sentados en una mesa marrón.
Me hubiera gustado que sus últimas palabras fueran para mí. No fue así, sino que se levantó de golpe y mirando directamente hacia algún lugar de la nada dijo: ¨ No somos nada¨ y luego se perdió en un raro delirio. Era un manantial de frases sin sentido y no eran para mí. Vi su brazo que se agitaba violentamente como para agarrarse de algo, era su brazo derecho, como olvidarlo!
Yo estaba a su lado, quería gritarle pero la voz simplemente no me salía parecía haberse ausentado para siempre en aquella, la noche de los grandes abandonos…¨ No, no, no, no, nooooo…!!!!! ¨, cada letra me desgarraba la garganta muda, mis ojos estériles ya no podían soltar mas lágrimas, yo lo sostenía con todas mis fuerzas, todo se acababa.
El mundo giraba al compás de su respiración de agonía y yo simplemente también moría y el miedo a cada instante mas y mas vivo trepaba por mis piernas clavando impune sus garras de espasmo y angustia helando el aire del lugar y petrificando mis gestos.
No le pude pedir que luchara, quería gritarle que no me dejara tan sola en este mundo, no pude, sumida en mi mudez más absoluta pero aun así agarrotada por la parálisis tuve que obligarme de algún modo a reaccionar. Le agarré fuerte la mano derecha, la que tanto movía, la que ahora se le iba.
Entonces respiró profundo una sola vez, sonó a llanto y fue lo último.
Sé muy bien que en algún intervalo de aquel momento pensó en mí; y también se muy bien que en ciertas ocasiones así de injusta y aun más puede ser la vida…. |