Muñeca de tierra |
La estupidez del mundo nunca pudo F. Páez. |
Curtidos matices de ébano,
se pasean desvergonzados por su cara. Tienen sus ojos un marino color de
profundidades, desde donde te muestra sus días, testigos de la dura
rutina, de doblarse para trabajar, inclinar la cabeza para hablar y evitar
al hombre al llegar. Aun así, sin quererlo le encienden el rostro amargo
de vida. Ya casi llega el bus a
destino. Mira desde hace rato por la
ventana, pero sólo ve lo que guarda en algún infinito recodo de su
conciencia. Los tres niños van a su lado
y muy quietitos entienden sin palabras que ésta, es la hora de quedarse
callados. Si tan solo pudiera atrapar
con sus manos sólo un trozo de recuerdo… Estos se escapan, saben
colarse hábiles por las grietas del instante. Una vez existió un calor que
ahora lejano, la oprime como un salvaje vacío presente. Entonces el bus se detiene y
el tiempo pasa de la pausa adormecida
al movimiento una vez más. Afuera la calle sin baldosas
la lleva a su casa donde la
espera la pobreza de uñas largas que no la deja recordar. Y así de simple. Y así de frente, sangrando en lo invisible del alma, una vez mas, nada mas, ella se vuelve. |
Daniela Hehus
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