Hoja en blanco, deshabitada, desierta, desnuda, amarga, sin nombres, sin rostro,
De-pri-mi-da.
Envestida de caótica incertidumbre bestial; blanca transparencia inerte, sin vida, sin muerte; estado de infinita y armoniosa nada.
Lamento que nos devora en cada tarde y a veces también por la noche.
Desesperada imposibilidad de sangrar sobre la nada de la hoja.
Se abre mi frente cortada por el frío como un ancho vacío hecho de imágenes instantáneas cada una mostrando algún lado de tu alado cuerpo de ángel caído reclinado sobre mi vientre de demonio nocturno, de ojos rojos y el llanto roto.
Aun nívea, la hoja ahora está congelada, se ha vuelto espejo de mi boca muda, se quedó sin grito en la garganta, se dobló la lengua agotada de nostalgias lejos de la piel que la alimentaba.
Se ha secado definitivamente mi boca, mis ojos para siempre se han perdido en un horizonte de techos grises y sólo alcanzo a ver corpulentas humedades y paredes desvestidas y vueltas a vestir por la maniaca insolencia del tiempo.
Mi piel se ha vuelto demasiado blanca y esta estridente tonalidad es solamente un índice mas de la insoportable lejanía del sol.
Y todo esto es bueno….muy bueno, porque esta hoja dejó de estar en blanco, ha escarbado despacio, abrió con rápido disimulo un tajo entre la anestesia de la idea.
Es ahora parte del aire, catarsis rabiosa del viento de la ciudad… Pero sobretodo y a pesar de todo, esta hoja dejó de estar en blanco.
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