Conversaciones con Vlad
Daniela Hehus

¨ Y ya no pienso en eso, yo estoy bien 
solamente los espejos quieren 
mi reflejo esconder…
¨

Ch. García

La primera vez que lo vi fue en una fiesta.

Estaba sentado solo en un sillón para tres intoxicado de manera tal que sin darse cuenta babeaba de forma obscena por un costado de la boca una mezcla de saliva y sangre sin pudor ni vergüenza.

Sus ojos eran de un verde opaco y miraban con curiosa inercia hacia la misma nada.

Sin embargo, algo en él atraía a la gente que lo rodeaba y muchos empecinados le hablaban, aun sin que él les contestara.

Yo lo miraba desde una esquina sin moverme y algo singular me impedía dejar de observarlo retirado en aquel rincón del sillón y sumido en su estado mas decadente.

No supe quién era hasta mucho tiempo después. Ya había llegado el verano y Vlad frecuentaba un Bar oscuro en el centro del bajo de la ciudad donde se reunían a diario viejos y borrachos y gente que había resumido su vida a los recuerdos entre laguna y laguna de un pasado que solo existía en álbunes de fotos viejas.

Las noches en verano son mas cortas por eso Vlad se retiraba temprano casi siempre muy borracho y dejando sin pagar las cuentas de las copas que él mismo tomaba y las que invitaba siguiendo estrictos códigos de bar.


Fue en este lugar donde de a poco comenzaron mis conversaciones con Vlad, un poco por casualidad, otro poco no…La primera vez que hablé con él, éste estaba como de costumbre muy borracho pero todavía mantenía un tono alegre y simpático.

Por momentos pensé que se había vuelto realmente loco ya que no paraba de hablar maniacamente con todo el mundo y a varios del lugar ya comenzaba a caerles muy pesado y molesto.

Aquella noche me contó que el andar por los años (que no habían sido pocos) le había enseñado a hacerse pasar por demente ya que desde esa condición nadie realmente lo molestaba y lograba mantener de esa forma alejados a todos aquellos seres que estaban de algún modo contaminados de diferentes formas por lo que su sangre mas allá de alimentarlo lo intoxicaba por demás. 

Esa noche, ya solos, Vlad me habló del tiempo, de sus trampas, de su extraña forma de circularidad, de su soledad infinita y crónica, de sus amores complejos, de su pasión sin frenos, de su dolor; y hablaba esta vez sí, alejado de toda demencia. Esa noche Vlad lloró. Lloró sobre una mesa con el rostro tapado como un niño. Confesó sentirse derrotado por milenios de injusticia e incomprensión y así continuó llorando por largo rato aquejado por lo inevitable de su destino.

Yo por mi parte le hablé del poder del cambio, de la sabiduría que encierra una transformación, pero él continuaba igualmente triste y agobiado y disimulaba su dolor pegando agudos gritos infantiles y dando ridículos saltos por todo el lugar.


En aquél tiempo se podía decir que Vlad aun era un hombre muy hermoso, todavía sabía brillar entre la gente y era casi imposible no notarlo dondequiera que estuviera entre todos los demás.


A partir de esa noche nos hicimos amigos Vlad y yo y él prometió no beber de mi sangre una noche de luna muy gorda bajo la cual lo veía temblar de a ratos abstemio de su vicio emperador, atento a no ceder a su condición de criatura nocturna sedienta de diferentes líquidos como antídotos contra el dolor.


Aquel verano lo volví a ver en varias ocasiones. Siempre en el mismo Bar del bajo donde ya estaba perdiendo el crédito de su cuenta y la credibilidad y el respeto de muchos que en otro momento supieron acercarse a él buscando poder recoger un poco de su oscuridad productiva.

Debido a esto y a innumerables motivos más no volví a saber de él hasta mucho tiempo después.


El verano había llegado a su fin y una noche de frío creí volverlo a ver. En un primer momento pensé que se trataba de otra persona. Su andar no era el mismo sino un caminar indeciso y aturdido. Todo él emanaba una luminosidad distinta, su piel parecía ahora haberse vuelto de un extraño tono gris, (el color de los muertos) – pensé – y enseguida recordé que él era inmortal…Pude ver por primera vez, pequeñas arrugas alrededor de sus ojos verde opaco; pero aun así, seguía siendo hermoso.


Hablamos mucho esa vez y me contó como fue que terminó en el mismo caldero del Diablo, Vlad y él no se llevaban muy bien; fue un ajuste de cuentas.

Y así, tuvo que beber de la sangre de criaturas innombrables, arrebatar trozos de almas impregnadas de desquicio para mantenerse en pie.


Fue entre tanta oscura miseria, entre restos humanos y afectadas partes de humanidad que Vlad pudo escapar un día de alguna manera del infierno y ahora estaba ahí, soportando mágicamente la luz del día, hablando muy bajo por primera vez en mucho tiempo buscando el rescate que solo existe en el mundo de los vivos.


El tiempo pasó lento como una desordenada forma de mantenernos juntos y éramos dos piedades que habían aprendido a mirarse muy fijo, Vlad, yo y todos sus bajos y nobles instintos.

Aquella noche como una ironía más, la luna aparecía a lo lejos como una curvatura muy fina sugiriendo la perfecta redondez de la luna de los locos.

Fue en ese momento que comencé a sentir mi sangre correr a una velocidad desconocida y fue en ese momento que sobraron para siempre las palabras. La comunicación se daba en perfecto silencio desde mi sangre que se escapaba cayendo dentro de su boca y pude ver como su brillo iba surgiendo de nuevo con cada trago de mi sangre y con cada trago se erguía, volvía, se alimentaba de mí para volver a vivir. Entre la penumbra también pude ver como se caían y despedazaban en el piso de parquet todos sus corazones rotos, vi siglos de desconsuelo partir por el desagüe de la ducha del hotel, vi la miseria en forma de ceniza volar por el cuarto y desaparecer.

Daniela Hehus

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