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Un día después |
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Al rastrear el mar, con la esperanza de que nuestra amiga apareciera para establecer mejores vínculos y no tan a las apuradas, veía ballenas por doquier. Algo oscuro flotó cerca de la orilla, Bily me tomó del brazo y zarandeándome, gritó: - ¡ALLÁ! ¿La ves? ¡Otra ballena! Estaba en lo cierto, sólo que era más pequeña y de plástico. Eran las diecinueve horas. Tomé el libro "La Borra del Café" y lo apunté hacia la calle, aprovechando la luz mortecina del alumbrado público. A esa altura, la playa adquiría otra perspectiva. Las pisadas se transformaron en cráteres de un mundo lúgubre e inhóspito. Leí una carilla y miré el cielo después de pasar revista al mar. Leí otro poco más y miré de nuevo el mar. Anochecía. No es hora de visitas, pensé. Nuestra amiga se habrá olvidado de nosotros o quizás encalló en otra playa para hacerse de nuevos compañeros. Bajé la cabeza media hora, el libro me había atrapado intensamente. La sombra de un cráter se movió y yo hice lo mismo con mis ojos sin desplazar ninguna de mis extremidades. Un par de orejas se asomaron sobre la arena. Dos esferas muy curiosas estallaron mi volátil concentración. El roedor se acercó a centímetros, levantó su nariz y olfateó en el aire. Aunque me simpatizó, no lo esperaba a él. Cerré el libro de un golpe. El bigotudo desapareció salpicando mis pies de arena. Una vez cruzado el último médano, me detuve y volteé a mirar el mar. Un ejército de larvas cubrió el cielo. Dos gotas cayeron en mi frente y me volvieron a la realidad. Antes de que la tercera me empapara, huí más rápido que el ratón. |
"Vientos
de tierramar"
Sergio Gutiérrez
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