Naturaleza de ángeles
Sergio Gutiérrez

…nosotros, hombres de la costa, 
hemos sido hechos de mar, 
además de tierra. 

Eduardo Galeano

El tío Pirulo estaba internado en el sanatorio, con cáncer de próstata.

Su padre fue pescador en los tiempos en que se navegaba a remos y velas de lona. Todas las embarcaciones se juntaban dentro del puerto y un barco, motor a carbón, los unía por medio de un cabo, remolcándolos fuera, donde el viento arreaba las velas. En cada viaje se jugaban la comida, cuando no la vida, y a como diera lugar, debían regresar con algo en las redes.

Pirulo y su hermano, el Nene, conservan un rancho en la playa Mulata. Allí mantienen los enseres de pesca, una chalana y el oficio de mi bisabuelo.

En el sanatorio, el tío estaba acompañado por dos jubilados portuarios y su esposa Irma, a la que abracé acariciándole su encorvada espalda. El cabello blanco, en catarata, le llovía sobre los ojos fatigados. El amor que sentía por Pirulo no era moderado y pese a que le costaba besarlo por su tamaño de oso, le sobraban los arrumacos que salpicaba de su vibrante y enjuto cuerpo.

El calor en la sala me produjo modorra. Llené un vaso con agua fría y brindé:

- ¡Por tu salud!

- ¡Salud!... Adelgacé doce kilos. El doctor dijo que me deshidraté.

- Con esa panza mochila ¡qué importa! Aunque afeitado y peinado... quedarías más guapo.

- Podrías afeitarme, ¿no?

- Si no tengo escapatoria...

Pirulo desenvolvió una bolsa tras otra como desentrañando una cebolla y me enseñó una afeitadora eléctrica con olor a naftalina:

- Hace cincuenta años que me afeito con estas maquinitas –la elevó como a un trofeo.

- Recostá la sesera. Vamos a probar esta reliquia.

El tío me observaba con los huevos de sus ojos, amoldando la cara al paso de la Philishave.

- Bacán ¿No te da vergüenza quitarle la cama a un viejo que la necesita?... ¿Tenés para mucho, acá?

- Bastante... ¡Uyy! no te apoyes tanto que no es una lijadora, deslizala nada más –Pirulo se dobló quejumbroso. Con la mano arrugó la sábana. Apagué la máquina.

- ¿Qué pasó?

- ¡La sonda vesical! Cuando orino me arde. ¿Qué voy a hacer? Es la grapa que desciende por la cañería –machacó la cabeza contra la almohada y rió a duras penas. Respiró hondo y pasó sus dedos de pan marsellés por sus cabellos de algodón.

-Dale, que con esta facha las chiquilinas no me van a querer –pronunció estoicamente. Prendí la máquina; en uno de sus pómulos había un grupo de vellos negros.

-Voy a tener que pasarte la bordeadora de césped.

-¡Irma! ¿La tijera...? –dijo.

-¡Doblá bien esa cabezota! –me rebusqué para cortar. Al oído me susurró en un tono melancólico:

-¡Extraño la costa! –retiré de inmediato la tijera desafilada, uno de los vellos quedó atrapado. Pirulo aulló por el escozor.

-¿Extrañas?

-¿Nunca extrañaste el mar?

-...a veces.

-A los ochenta y cinco años te vas a acordar del tío. El mar se te mete adentro como a una botella vacía, peor aún, por más que uno se empeñe en poner la botella boca abajo, romperla si es necesario, el agua cae pero el salitre queda adherido a las paredes. El mar exige mar. ¿Entendés? Cuando me atacan los síntomas de la abstinencia armo el bolso y me voy al rancho. Me siento en la puerta y lo miro detenida y abombadamente, nada más. Eso me llena de vida. Pensarás: este viejo está loco. Y... ya que llegué hasta allí, remiendo el trasmallo y me tiro al agua con la chalana. Ella, en voz baja, me da las gracias.

Le escruté los ojos mientras hablaba y dudé por un momento si yo también no era una víctima del mar.

El mar es un frondoso mundo visto de arriba y al revés. ¿Qué poder misterioso nos vuelve reverentes ante él? Tal vez el tío tenga razón y el mar me horade el alma; cuando menos lo advierta, me eclosione en el pecho reclamando libertad.

¡Toc, toc! Golpeó la enfermera sobre el número 251 de la habitación. Los recortes de barba cayeron a la basura como nieve del cielo.

- ¡Limpiala bien! ¡Cuidado, no se te pierda ninguna pieza! –me gritó el tío desde la cama.

- Están pasados veinte minutos de la hora de visita. ¡Si son tan... amables...! –murmuró la enfermera. Su figura se dibujó sobre el marco de la puerta, intoxicando la sala con un aroma a flores de cementerio.

Pirulo pidió agua. La tía me alcanzó una botella de plástico que sostenía como un talismán.

- ¿Te sirve de mar, Pirulín? –aclaré.

- Que sea con olas, por favor.

- Te la traigo enseguida.

Tarareando una canción, desaparecí por el corredor repleto de ángeles.

"Vientos de tierramar"
Sergio Gutiérrez

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