La isla
Sergio Gutiérrez

Quisiera quedarme aquí,
barca de niebla dormida,
y con arena y gaviotas,
emborracharme la vida.

Graciela Saralegui

Se acercaba el fin de la temporada y hacía calor como en enero. El agua estaba verde y, dentro de todo, había bastante gente en la playa Malvín.

Emiliano conversaba con su compañero de casilla cuando a lo lejos vio a un hombre sobre una rústica balsa, en dirección a la isla de Las Gaviotas. Asombrado por su osadía, se tiró al agua. Al llegar, reconoció que los costaneros con que estaba construida la balsa eran los que se utilizaban en los médanos para impedir que la arena se escapara de la playa. Atados con alambre, se separaban cada vez más en la dificultosa tarea de mantener a flote a su tripulante y avanzar al mismo tiempo, mientras éste remaba con las manos.

- ¡Amigo! ¡Amigo! ¿A dónde va? –le dijo Emiliano.


El hombre, con una media luna calva en la cabeza y unos pocos cabellos parados, lo miró con ojos desencajados:

- ¡A vivir a la isla!.

Bajo su mentón llevaba atada una botella con agua y una bolsa con pan y tabaco Cerrito, mojado. La balsa se desarmaba cada vez más y el hombre le insistió:

- ¡Sí! Me mudo para la isla. ¿Qué pasó?

- ¡Pero, no podés!. ¡Es peligroso! La corriente es muy fuerte y te está llevando para las rocas. ¿Sabés nadar?

- No.

- Pero... te estás hundiendo... no vas a llegar.

- ¡QUÉ NO VOY A LLEGAR! Si los españoles llegaron a América con esos barquitos de mierda, ¿cómo yo no voy a llegar con esta balsa?

- ¡Pero es muy peligroso!

- ¡Qué va a ser peligroso! Ya falta poco. Además, después que llegue me quedo ahí –dijo al acomodar los costaneros evitando perder el precario equilibrio sobre la balsa.

Como el tipo estaba decidido a no abandonar su empresa bajo ningún argumento racional, a Emiliano se le ocurrió algo:

- ¿Sacaste el permiso para ir a vivir a la isla?

- ¿¡Qué permiso!?

- ¿Cómo? ¿No sabés? No se puede ir a vivir a la isla sin permiso. Es un delito; si te encuentran los marineros te llevan preso.

- ¡Ah! Pero nadie me dijo nada de eso.¿Y dónde saco el permiso?

- En la prefectura.

- ¿Sale caro?

- No sale nada. Llenás un formulario en el momento y listo.

- ¡Ahh, bueno! Saco el permiso y me vengo a vivir a la isla. Y después nadie me saca.

- No, nadie te va a sacar. Quedate tranquilo. Vení, acompañame que yo te digo con quién tenés que hablar.

- ¡Ah, ta! ¿Y después nadie me saca?

- No, nadie te saca. Vení, seguime que yo te llevo con un amigo que conoce al del permiso. Aunque... hay una cosa que no me cierra... vos sos marino, ¿verdad?

- ¿No lo parezco, acaso? – se pasó la mano por la barba que escurría agua y sonrió como para una foto.

- Pero los marinos no fuman en hojillas como vos, porque siempre andan con las manos húmedas.

Frunció el ceño y quedó pensativo por un rato.

- Los marinos de verdad fuman en pipa.

- ¡Tenés razón! –dijo estudiando el tabaco empañado bajo su mentón –. La próxima vez que venga para la isla voy a comprarme una pipa... y también voy a conseguir unos buenos remos. ¡Y nadie me saca!

- No, nadie te va a sacar. Te lo aseguro. Pero no te quedes quieto, sino una ola nos va a mandar sobre las rocas. Dale, remá que ya falta poco.

"Vientos de tierramar"
Sergio Gutiérrez

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Gutiérrez, Sergio

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio