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Delfines |
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Dos niños subieron por la tarima contemplándome como a un Dios. Descalzo y sin remera, uno de ellos, que rondaba los siete años me contó: - ¡Señor!, una ola me llevó los championes y el buzo que había dejado en el muelle. Se le transparentó un gesto de súplica. Su única pertenencia era una bermuda gigante de algodón, sin elástico que sujetaba con un nudo bajo el ombligo. - Vamos a ver si la encontramos –lo tranquilicé movido por una súbita conmiseración. Revolví el agua con el mástil en derredor en donde Darío me indicaba. Comenzó a oscurecer y la brisa se enfrió. - ¡Bueno, ya es tarde! Es mejor que te vayas así, porque te vas a enfermar. - ¡No puedo!... ¡me cagan a palo! Tomó aire y se zambulló. Su amigo exclamó: - ¡Sin ropa, el ómnibus no nos para! Darío emergió y sacudió una bolsa con barro. Le pregunté: - Vamos, ya veremos cómo solucionar el problema. ¿Tenés teléfono? - Sí… pero no voy a llamar. ¡Vamos pa´ casa! –le dijo al amigo. Se le desinfló la cara. - ¿Cómo van a llegar? –insistí. Darío hizo una mueca y hundió la cabeza en el hoyo de sus hombros. - ¡Esperá! Aquello... ¿no son un par de chancletas? –corrió –¿Te quedan bien? Movió la cabeza no muy convencido. - Un poco grandes... –susurró al caminar. Completando el juego le di mi remera, souvenir de un viaje a la Habana. El niño, con el mentón pegado al pecho, exclamó esbozando una sonrisa igual de grande que la remera: - ¡¡Ah!! ¡Qué linda... tiene delfines! |
"Vientos
de tierramar"
Sergio Gutiérrez
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