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Cabellos de algodón |
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El
tío Pirulo falleció una noche húmeda y sumisa de cielo
encapotado. Imaginé que soplaría mucho viento, capaz
de vencer las ventanas del cuarto, y me golpearía contra
las paredes, sacándome de mi indiferente normalidad.
Imaginé que la lluvia se descargaría con furia Imaginé
que el huracán me tomaría como un juguete precario
y desarmable, sin sueño ni dueño, un juguete
Imaginé
infinidad de desgracias cuando entré a casa y hallé
la esquela sobre la mesa que anunciaba la trágica noticia.
Pero nada de eso sucedió. Me repetí rápidamente:
En
el velorio, la gente se consolaba entre abrazos y lágrimas.
Se hablaba de su ilustre vida proletaria, de su El
mar de flores adornaba el cajón cerrado. La tía, desahuciada
de por vida, más encorvada que nunca, tan consumida
en su dolor, lloraba sin descanso. Sesenta años
Me
sentía orgulloso de no haber asistido al entierro.
No
existe mejor homenaje que el celebrar a un ser querido
A
las dos de la tarde, los autos fúnebres se alinearon en la
puerta del velatorio. Los jubilados portuarios apelaron a
su disminuida fuerza para cargar el cajón. No había asas para
tantos voluntarios. Entre todos, lo encaramaron con la
frente en alto hasta la carroza. La tía se encaminó, con Imperturbable,
me despedí de Pirulo desde la vereda.
La
caravana marchó extensa y perezosa. Reptaba como un
gusano, obligando a los autos a disminuir la velocidad y
arrebatando persignaciones a los transeúntes. Lenta,
Esa
tarde escribí como tantas otras. Mamá, melancólica,
Los
dedos de marsellés de él la abrazaban con dulzura. Su nariz
redonda, su cabello de algodón al viento, su panza de
Papá Noel, su sonrisa, su inacabable vida, el mar que le
El
viento abrió las ventanas y sacudió la cortina con furia.
La pantalla del computador, un abismo, creció transformándose
en una inmensa ola que se precipitó sobre
mí con la ira de un Tsunami, me revolcó como una
hoja seca elevándome hasta las alturas más inverosímiles y
luego me catapultó a las profundidades más inexploradas Cuando
pensé que el suplicio había terminado, que la razón
se impondría ante aquel despilfarro, las ventanas se sacudieron
de repente. Los cuadernos y libros cobraron La
ropa salió del ropero con voluntad propia. Explotaron las
lámparas y los vidrios. Las alcayatas de los postigones sueltos
producían el chirriar semejante a una voz de El
desorden se calmó y los objetos que revoloteaban a mi
alrededor cayeron inermes al suelo. Imaginé que la normalidad
había retornado, al menos había cesado la batahola.
Mamá retiró la foto de mi vista y se fue dejando un
profundo agujero. Los relámpagos me sometieron en un
nuevo movimiento sísmico. Desde mis ojos, nubes Estaba
allí remando en la chalana. Me sonrió y lo saludé.
El
tío se detuvo y me observó con una genuina expresión de
felicidad. El mar era una suave y perpetua onda que lo ladeaba
en un vaivén delicado. Me enseñó la red de su padre
cuidadosamente zurcida y miró el horizonte que se podía
tocar. Lo abracé muy fuerte y le deslicé la mano por sus
cabellos de algodón. Sin desviar la vista de mi rostro, tomó
los remos. Con el sol a su espada, la luz le comió las articulaciones
de los brazos y luego el cuerpo. Lentamente se
hundió en el resplandor que las lenguas de agua |
"Vientos
de tierramar"
Sergio Gutiérrez
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