Cabellos de algodón
Sergio Gutiérrez

El tío Pirulo falleció una noche húmeda y sumisa de cielo encapotado. Imaginé que soplaría mucho viento,

capaz de vencer las ventanas del cuarto, y me golpearía contra las paredes, sacándome de mi indiferente

normalidad. Imaginé que la lluvia se descargaría con furia en el techo. Imaginé que los rayos fulminarían las baldosas, que explotarían en pedazos, formando profundos boquetes en las calles, abriendo pozos hasta la China.

Imaginé que el huracán me tomaría como un juguete precario y desarmable, sin sueño ni dueño, un juguete abandonado.

 

Imaginé infinidad de desgracias cuando entré a casa y hallé la esquela sobre la mesa que anunciaba la trágica noticia. Pero nada de eso sucedió. Me repetí rápidamente: tarde o temprano éste sería el final.

 

En el velorio, la gente se consolaba entre abrazos y lágrimas. Se hablaba de su ilustre vida proletaria, de su humildad y dedicación a la causa justa del pueblo.

El mar de flores adornaba el cajón cerrado. La tía, desahuciada de por vida, más encorvada que nunca, tan consumida en su dolor, lloraba sin descanso. Sesenta años de matrimonio habían llegado a su fin. Entre la muchedumbre, observé desapasionado aquella escena.

 

Me sentía orgulloso de no haber asistido al entierro.

 

No existe mejor homenaje que el celebrar a un ser querido en vida. Todo esto, pensé, es hacer más penosa su partida.

 

A las dos de la tarde, los autos fúnebres se alinearon en la puerta del velatorio. Los jubilados portuarios apelaron a su disminuida fuerza para cargar el cajón. No había asas para tantos voluntarios. Entre todos, lo encaramaron con la frente en alto hasta la carroza. La tía se encaminó, con ayuda, al primer coche.

Imperturbable, me despedí de Pirulo desde la vereda.

 

La caravana marchó extensa y perezosa. Reptaba como un gusano, obligando a los autos a disminuir la velocidad y arrebatando persignaciones a los transeúntes. Lenta, desapareció por la avenida principal.

 

Esa tarde escribí como tantas otras. Mamá, melancólica, interpuso una foto reciente de los tíos delante del monitor.

 

Los dedos de marsellés de él la abrazaban con dulzura. Su nariz redonda, su cabello de algodón al viento, su panza de Papá Noel, su sonrisa, su inacabable vida, el mar que le brotaba a borbotones por la piel...

 

El viento abrió las ventanas y sacudió la cortina con furia. La pantalla del computador, un abismo, creció transformándose en una inmensa ola que se precipitó sobre mí con la ira de un Tsunami, me revolcó como una hoja seca elevándome hasta las alturas más inverosímiles y luego me catapultó a las profundidades más inexploradas de mi humanidad.

Cuando pensé que el suplicio había terminado, que la razón se impondría ante aquel despilfarro, las ventanas se sacudieron de repente. Los cuadernos y libros cobraron vida, la cama se sacudió exorcizada, las sábanas volaron.

La ropa salió del ropero con voluntad propia. Explotaron las lámparas y los vidrios. Las alcayatas de los postigones sueltos producían el chirriar semejante a una voz de ultratumba.

El desorden se calmó y los objetos que revoloteaban a mi alrededor cayeron inermes al suelo. Imaginé que la normalidad había retornado, al menos había cesado la batahola. Mamá retiró la foto de mi vista y se fue dejando un profundo agujero. Los relámpagos me sometieron en un nuevo movimiento sísmico. Desde mis ojos, nubes espesas, se desató inoportuno el temporal.

Estaba allí remando en la chalana. Me sonrió y lo saludé.

 

El tío se detuvo y me observó con una genuina expresión de felicidad. El mar era una suave y perpetua onda que lo ladeaba en un vaivén delicado. Me enseñó la red de su padre cuidadosamente zurcida y miró el horizonte que se podía tocar. Lo abracé muy fuerte y le deslicé la mano por sus cabellos de algodón. Sin desviar la vista de mi rostro, tomó los remos. Con el sol a su espada, la luz le comió las articulaciones de los brazos y luego el cuerpo. Lentamente se hundió en el resplandor que las lenguas de agua disipaban sobre el mar.

"Vientos de tierramar"
Sergio Gutiérrez

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Gutiérrez, Sergio

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio