Los elefantes rosados y las nubes trigadas |
Mambrú se fue a la guerra/
montado en una perra…
Y el jijuna bendito este que no
para de cantar, que invariablemente y de sol a sol anda con idéntica
vaina, como una letanía que se le prendió al cerebro y le quemó las
neuronas y yo, que digo que está loco y nadie me hace caso ni nadie lo
cree, ¿loco, el inocente del Quino, el Quinito?, no, qué va… si nomás
está como ido porque esto del servicio a la patria, los reglamentos y
todas esas cosas parece lo han puesto como de cabeza, patas arriba mejor
dicho y el pobrecillo seguro piensa que te piensa en lo mismo y en lo
mismo… Y el tipo, con su pinta de loco
oficial y de vitrina, que sube y baja la calle, marchando gallardo y metiéndole
miedo a todo el que no lo conoce, que de solo verlo, le ceden la vereda y
le evitan hasta la mano que
les estira… Mambrú se fue a la guerra… así, con su vozarrón de
cuartel, marcial y ageneralado, como para que ninguno dude y mucho menos
se haga el sordo, Quino, un, dos, un dos, táctica y estratégicamente
guarda el paso y conserva el ritmo.
Quino, jodido Quino, que vaya
usted a saber de dónde vino ni quién realmente es, solo que se apareció
un día, ahí paradito, muy pacífico y con su carita de auxilio, en una
esquina de la urbanización y repentinamente a todos los vecinos como que
nos conmovió y nos cayó bien y de pronto los del Comité de Seguridad
Ciudadana, le construyeron una caseta, le dieron ropa verde oliva de
milico y botas nuevas como las viejas que tenía, lo atendieron
religiosamente con su plato caliente: desayuno, almuerzo y comida u otros
tentempiés adicionales, para eso de las vigilias y los fríos nocturnos y
lo constituyeron en el guardián autorizado y permanente, con silbato y
vara incluida… a partir de ahí, la mala suerte de la pérdida de las
llantas en un coche aquí o allá, algunas caras marginales que después
de ciertas horas se dejan caer por allí con ánimos quizás de ingresar
en tu casa o de arrinconarte y vaciarte los bolsillos, los gritos
airados… repentinamente como digo, asimismo dejaron de verse y
escucharse. Algo de paz y
tranquilidad por fin le llegó al barrio.
Y a veces, bastantes veces
creo, yo lo sorprendía en esas y carajo, también me sorprendía yo, como
que se quedaba estático y expectante, bajo el árbol grande del parque
principal, aparentemente cauto y como a la escucha y en silenciosa, muy
silenciosa, vigilancia, que, ¿qué le diría su cabeza?, no lo sé, lo
cierto es que se quedaba tan quieto y callado como una estatua épica, sí,
en efecto, igual que esa heroica y ecuestre liderando algún ataque libertario que
no recuerdo dónde diablos he visto y admirado… mágicamente tan tieso y
seco el alharacoso Quino este, que algunas palomas mansamente se le
paraban encima y picoteaban en los hombros y otras, pienso que más
urgidas y naturales, olímpicamente se cagaban en su cabeza toda ennegrada
y recortada al estilo militar. Y él, ni caso. Eso sí, sus ojos brillaban
grandes y atentos como haciendo horizonte y ciento ochenta grados a la
izquierda o la derecha, arriba o abajo, detectaban cualquier mínimo
movimiento, ruido o alarma, cualquier insospechado objetivo lo
identificaban y lo calibraban, perfecta y enteramente. ¿Que las guerreras
hormigas esforzadamente cargaban una hojita de sauce muy solidarias y
disciplinadas, que una bocina tocaba ante una puerta más de la cuenta,
que la morocha piernona coquetona esa, sí pues, la tetona del edificio de
cristales, se iba muy oronda con sus jeans apretándole bien rico el culo,
qué …?
Alguien, francamente no importa
quién, comentó entre risa y risa, que el hombre estaba camuflado y al
acecho, mismo Rambo en plena maraña monte adentro de nuestras selvas,
que, ¿quién era su presa?, mejor ni preguntes hermano me contestaron,
que si quieres del mundo gozar: ver, oír y callar… pero, él a mi sí
me lo dijo, despacito y en confidencia, solito que se me acercó algo tímido
y se me pegó al oído: los narcos y los terrucos, jefe, ¿no ve que en la
montaña continuamente andan haciendo de las suyas y nos andan tirando
bala, jefe? Mambrú se fue a la guerra/
montado en una perra… y él, repitiéndose casi como al calco y todos
los domingos apenas empezando la mañana, con su banderita blanca ondeando
libremente enarbolada sobre la gorra protegiéndolo del sol y cubriéndole
todas las mechas de sus cabellos y una pulcra banderita bicolor agitando
en cada una de sus manos, que marchaba solemne y recia la barbilla, dura
la mirada y la pierna en alto, ¡paso de desfile!, decía y de pronto se
paraba, se cuadraba y saludaba militarmente: ¡Viva el Perú, carajo!,
luego intempestivamente y full garganta entonaba el Himno Nacional: ¡Somos
libres, seámoslo siempre…!, después y al tiempo, recién comprendí a
cual “somos libres” se refería Quino, ¿de los caudillismos mesiánicos
y polarizantes, de los matreros y sabihondos ladrones de cuello y corbata,
de los odios, del ocio, la displicencia, la inercia y la rutina de mierda,
de los panes que faltan y los libros que no hay, de los fulanos resentidos
y revanchistas que van manipulando la vida con el cuento de la clase y las
necesidades, los nacionalismos y las refundaciones?, entonces fue cuando
descubrí que la tierra nunca le pidió su sangre al hombre, sino su sudor
y solamente su sudor, ¡putamadre!, ¿acaso no lo entienden? Ese domingo en especial, lo
recuerdo mucho, celebrábamos la misa comunitaria en el centro del parque
y todos los vecinos asistimos tranquilos, Quino atrás, inmóvil y callado y justo al momento de la consagración,
levantando su brazo señaló al cielo y su alegre mímica me distrajo por
completo. Juro que fue algo que vi y no vi y lo que vi, me hizo entrar en
una euforia tan llenita de bengalas y bombardas, que me reventó la cabeza
y todas esas conocidas voces y bullas interiores que solían retumbarme en
el alma, se me subieron y me ganaron y las palabras se me salían a
chorros y chorros, como en lluvia tupida, como en un torrencial firmamento
desventrado y pura agua nomás… sí, sí, ¡carajo miren, miren esas
maravillas!, ¡milagro, milagro!... delirantes elefantes rosados,
enroscando y desenroscando sus trompas, más allá unos imponentes y
briosos caballos azabache con sus cascos relucientes y sus belfos
resoplantes y espumosos y esos cráneos pelados atados a sus negras crines
y los buitres malditos esos, comiéndose los piojos de sus largas colas
atando al mundo que como un enajenado tiovivo, giraba y giraba, todos
juntos y revueltos plácidamente
como que pastaban o jugueteaban dentro de esas pequeñas y arrebañadas
nubes trigadas, por lo del trigo digo, las espigas crecían altas y
amarillas, ondeaban y nadaban con el viento, se incendiaban y
chisporroteaban y feo, unas lindas luces pirotécnicas de colores
hedentinos garabateaban mi nombre y esculpían mi cara, yo grité, contentísimo
les señalé el portento este, creo… ya ni sé qué diablos pasó luego,
porque imprevistamente todos los vecinos, esos mis adictos y sedientos
amigos, precisamente mis más leales y fieles compinches y aprovechadores
de copas y paraísos, se me vinieron en tropel y me hicieron callar y me
hicieron llorar y me hicieron enfurecerme… hasta que llegaron esos
robustos tipos de blanco y me inyectaron y me cargaron como si yo no
pesara nada y me llevaron a la mala los muy jijunas. ¡Grandísimo loco de mierda, la embarraste, ahora sí te jodiste!, me decían y me jalonaban y me subían, ¡a la ambulancia, a la ambulancia!, decían y yo, no quería, yo muy fiero me resistía… Quino, un poco al fondo y quizás algo tímido, me sonreía, solo me sonreía y como que bajito cantaba, como que algo me dedicaba: Mambrú se fue a la guerra/ montado en una perra… |
Luis D. Gutiérrez Espinoza
Ganador del Premio de novela
"Ángel Miguel Pozanco" 2008
por "El súbito vuelo de la ira"
www.ficcioneros.com
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