La manzana del gorila
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El gorila ya no come plátanos, ¿quién lo dice? Ahora, solo come manzanas y éstas, las manzanas, son tremendamente pulposas y jugosas, tanto que hasta las pepas saben a gloria, no faltando quien afirma, que a pecado. Es que así es su naturaleza comestible, de ahí que asumiendo la suya, el gorila sea insaciable, sibarita y cautivador, también paciente y a veces (las más), impaciente y temerario. Entonces la manzana, silvestre o de huerto, de vitrina o de mercado, de al paso o caída del cielo, siempre será fragante, grata y tentadora. Eva hecha fruta y codicia, dicen. Eva hecha gusto y regusto de paladar Homo Sapiens transmutado en simio civilizado y domesticado. Eva carnosa y andares de incendio que afila hormonas y encuentra miradas. Sin embargo, el ritual, privilegiando la ingesta y deglución, le devuelve al gorila ese atávico afán por arrancarla, por palparla, por saborearla... termina comiéndola por entero, rápido o despacio tal parece no interesa, pero sí aunque sea a trozos, pedacito a pedacito, a sorbos y a pausas inclusive ¡qué importa!, la cuestión es que el gorila ahí que se esmera y regodea, que es un bravo gimnasta olímpico en pos de la medalla de oro y el unánime aplauso de las graderías, luego, horizontal nuevamente, que eructa y se rasca, que tranquilo se despatarra, sueña y ronca... mientras la simia, espalda contra espalda, ya sin hojas de parra, ni mimos, ni truenos en el alma, muy dueña de hábitos y rutinas, igual se le da por roncar y suspirar... por los siglos de los siglos, amén. |
Luis D. Gutiérrez Espinoza
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