La jodida manía de escribir |
Lo diré en serio y en reflexivo divertimento, que para inquisiciones y descontentos están el docto y el académico y para sonrisas y comprensiones, el neófito y el iniciado, por cuanto algo seguro quieren ver y aprender, para que otros, ciegos o enceguecidos como ellos, también quieran ver y aprender. Ciertamente, de cabo a rabo y en todos los confines de la tierra, se ignora cuándo el hombre comenzó a escribir, si es que por escribir entendemos la graficación lógica de las ideas, la opinión y el pensamiento y más todavía, si estas dimanan una fina y/o ruda estética que de hecho nos atrapa y nos cautiva. Pero, escribir, ¿acaso no lo es y similarmente la antigua pintura rupestre?, máxime si ella y con distintos signos a los hoy conocidos, igual constituyen una clara manifestación de las ideas y el pensamiento, los deseos y la voluntad de quienes en su momento la realizaron. Y típico ejemplo de ello y en nuestra región sur peruana, tenemos a los Petroglifos de Toro Muerto en el Valle de Majes y las Cuevas de Toquepala en Tacna y en otros reconocidos lugares, las Cavernas de Altamira en España o el Valle del Coa en Portugal o la Cueva de las Manos en Argentina. Indudablemente algo expresan, algo dicen. Y eso es escritura y eso es escribir. En tal sentido y respecto esta ancestral manía nuestra, el hombre genéticamente está condenado o signado a expresar sus actos y sus ideas, su imaginación y su creatividad, sus perspectivas y sus aspiraciones, sus sueños y sus devaneos, básicamente mediante el lenguaje oral o escrito y cuando este, se transforma en Literatura, mejor aún, por cuanto ella es una de las bellas artes que contribuyen a elevarlo y enaltecerlo, convirtiéndolo así en más humano, más sensible y visionario y sobre todo, más dueño de sí, especialmente de su progreso y su propio desarrollo personal, que por beneficioso efecto de rebote, redunda además en el de su entorno y en el de la sociedad misma. Es decir y quiérase o no, de hecho actúa como un válido instrumento evolutivo y un positivo generador de cambio. Florituras aparte, uno escribe, al menos en los inicios y ni recto ni en renglón torcido, de puro ingenuo y romántico y quién sabe, súbitamente atacado de amor y poesía. Y aunque probablemente la lectora de nuestros sueños nos voltee la cara, siempre a ella enfilaremos nuestras baterías y nuestros desvelos, ¿qué si entonces es la poesía o la epistolaria las primeras en socorrernos?, pues a ellas nos aferramos y con ellas nos orientamos, ¿qué si luego les agarramos gusto y de mero gusto seguimos escribiendo?, pues qué le vamos a hacer, ya estamos con la enfermedad encima y el virus, hasta parece bien entornillado en el alma, de esta manera y aparentemente jodidos, jodedores incluso, convencidos de nuestro destino, muy sinceros avanzamos y cargamos a solas nuestras luces y nuestras sombras. Así las cosas, descubierta ya la literatura y el escribir hecho febril vicio y después mutado en sano oficio, con la puta palabra en mano y libros en bandolera, nos vamos de guerra, nadamos contracorriente, aramos en el mar y arremetemos contra molinos de viento que alguien, vaya uno a saber y tampoco interesa si con buena o mala leche, interpone en nuestro andar y nada señor, que seguimos adelante y continuamente escribiendo, que si para bien o para mal, no lo sabemos, sin embargo y de repente, sí el hoy o la posteridad… y cual un bravo Antonio Machado cantor, decimos y nos decimos: “Caminante no hay caminos, se hace camino al andar…”. Entonces y ya harto afectos a nuestro sino y a veces, con precaria alforja y con gastadas sandalias, alegres salimos a las sendas y hasta las reconstruimos y las renovamos, ¿qué importa nos persigan, nos aplaudan o se persignen a nuestro paso?, la cuestión es que somos libres y la libertad es nuestra voz y nuestra bandera, por eso y a modo de Violeta Parra, también solemos decir: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…”. Irreverentes o no, razonantes o no, objetivos o no, boquiflojos o no, transgresores o no, polémicos o no, controversiales o no, ilustres o no, imaginativos o no, contestarios o no, escribir es pensar para hacer pensar, vivir para hacer vivir, es entregar cuerpo y espíritu al ideal de un mundo mejor, es servir y no servirse, es echar aromas y sazones al aire para que al respirarlo, siquiera algunos gusten y regusten la vida, es dibujar en el viento caballitos de colores y quien quiera corra y vuele en ellos, es Juan Salvador Gaviota horadando nubes y tiempos, es Pedro Páramo abriéndonos las puertas de lo incognoscible y lo súbito, es Madame Bovary y sábanas desatadas, es El Profeta hablándonos de las cosas simples de la vida… porque quien escribe transmite la ilusión de su pluma y pinceles para que otros y viendo por sus ojos o con sus propios ojos, sigan creyendo e insistiendo, a punta de absurdos, insomnios y avidez, que la magia, la realidad y las maravillas existen y subsisten, pese muros, contradicciones y tropiezos. Y el gran Gabo es posible nos sople al oído sus “Cien Años de Soledad” o Gao Xingjian, nos lleve a escalar con él “La Montaña del Alma” o Anthony de Mello y en lo íntimo de nuestro ser, nos haga escuchar “El Canto del Pájaro”… lo sustancial, es que el escritor ya no es el Yo ahí en sus líneas, es el Tú, es el Nosotros, es el lector mismo que soy yo, que eres tú, que son todos. Es el espíritu que desprendiéndose de sí, nos cobija y nos enriquece. En consecuencia y qué duda cabe, La Palabra nos acerca al ideal de la existencia, a lo eterno, porque su sonido pasa, pero su sentido queda, convirtiéndose de esta manera en la expresión simultánea del hombre y su trascendencia. Aprendida así, manifestémosla sencillamente, sin el academiscista rigor y encasillamiento, perifollo retórico y hermético, que al final oscurantiza el camino o no dice nada, porque La Palabra, dinámica del pensamiento, es la accesión al entendimiento, de tal suerte que el poeta o el escritor, faciliten y promuevan su comprensión, porque de una forma u otra, ellos portan e interpretan el sentir ajeno, logrando concentrar en sí toda la fatalidad o tragedia personal o histórica. ¿Qué quiero decir?, que la Literatura se alimenta del lenguaje comunicante, de los sueños, las realidades, los mitos, los asombros y las imágenes de su tiempo, transmutándolas todas en un acto lúcido libre, liberalizante y humanizante, por lo que conlleva, ineludible e indudablemente, una pasión, un compromiso, una utopía. La Palabra es cuestionante, es la imaginativa, incansable búsqueda de la verdad, es el derecho a ser honestamente nosotros mismos y en contrapartida, la obligación de serlo con el lector, es la pertinaz interrogante que posibilita encontrarnos con nuestras ilusiones, con nuestros sentires, con el costado que nos duele. Razón y corazón develando el arcano y lo cotidiano y así, descubrimos que la primera virtud del escribir, tanto para el autor como para el destinatario, consiste en la revelación del propio ser, porque la conciencia de las palabras engendra la conciencia de uno mismo, del conocerse, del reconocerse, ya que irremediablemente uno habla por todos y para todos. Válida empatía concediéndonos ver fondos y formas, por cuanto, reitero, el Arte en general, debe contribuir a enaltecer valores y relevar principios, suscitando el pulimento y desarrollo de nuestro mundo interior, creándonos un ser y brindándonos, una proyección, un crecimiento. Y tal vez además, inmanipulante y dialogal, siempre La Palabra nos ayude a encontrar nuevas respuestas a nuestros enigmas o nuestras quimeras, la inesperada sorpresa en la Caja de Pandora. Y de esa propuesta y relación obra-autor, pensándose comúnmente que es nato don e inspiración y vista ella como un celestial estado de gracia y etérea suspensión, que hacen de los poetas y escritores seres fuera de este mundo y la realidad, es bueno remarcar cuán pegados a la tierra viven y están, caso contrario, nada tendrían por realista, concreta y metafóricamente expresar, especialmente si ellos se nutren del mundo y hacia el mundo generosamente van, por tal causa, ahora y bien sabemos, una obra es y representa 10% de inspiración y 90% de transpiración. Sangre, sudor y lágrimas que convierten al autor, en todo un hombre pensante y persona de acción, muy distante de esas apreciaciones de pusilánimes, snobs o frívolos, obsecuentes, ultras o reaccionarios, románticos, sofisticados o ególatras y extravagantes en continua ensoñación o pretensiones de artificiosa potenciación u optimización neuronal o sensorial en paraísos de cruda bohemia o sombría soledad, a lo Charles Bukowski, representativo escritor de la cultura beatnik en los Estados Unidos de Norteamérica, allá por los años ’70 del siglo pasado y que corrientemente y en muchos, más es una pose y no una convicción o real estilo de vida. Jodida manera esta de destazar al autor, lector exigente y caníbal que en tres o cuatro trazos, se aviene a buscarle el alma y encontrarle razones. Jodida manía esta de escribir y contar, a tiro de cañón y casi con risueño humor, los mil y un malabares hechos palabras y médulas, pasos y caminos. Jodida escritura esta de plantear análisis y conclusiones, para que obviando el “Por tanto:”, arribemos a opiniones y pareceres, que si de sesudos tienen algo, no será solo su forma, sino y lo que es más importante, su fondo y así afirmo: La escritura, es comunicación y empatía, es rumbo, visión y horizonte. La escritura es ancestralmente aprendida y ya connatural al hombre. Es atávica y es característica e integradora del medio, con sus particulares códigos e ideogramas. El escritor, es investigación y estudio, es conciencia y a la vez, reflexivo objetor de conciencia: la política, la social, la religiosa, la económica, la cultural, etc. La literatura, es un arte que requiere originalidad y belleza, diálogo, universalidad y contenido, la verdad, mucho contenido, sin dogmas ni sectarismos. La literatura, no es frío intelectualismo al servicio de una causa, es humanidad libre y nunca sometida, en toda su dimensión y acepción. La literatura, propicia conocimiento, arrojo e iniciativa, creatividad, desarrollo y progreso individual y colectivo. La literatura, sobrepasando la temporalidad, devela misterios, descubre arcanos, asienta la Historia, de ahí que la ficción supere la realidad. La literatura, sabe ser precognositiva y clarividente, porque ocasionalmente prevé y suele adelantarse a las circunstancias y a su tiempo. El escritor, es mente abierta y solidaria, rebelde y librepensador por naturaleza, es un dínamo innovador y promotor. El escritor, no nace, se hace. Aporta y soporta el peso y sentido de sus propias responsabilidades éticas y estéticas, morales y sociales, crea cultura y genera proposiciones y acciones de cambio y de futuro. Y es en este contexto que los Gobiernos Locales y los Gobiernos Regionales han de saber involucrarse, para que en concordancia con sus ideales y funciones, fines y objetivos, deberes y obligaciones previstos en sus correspondiente Leyes Orgánicas y las normas que los rigen, hayan de apuntalar sus acciones y su participación en pro del bienestar, progreso y desarrollo de sus propias áreas de influencia, territorio y gobierno, al amparo de las mismas necesidades y posibilidades que el entorno les presenta y les requiere a fin de que como parte de una positiva política cultural, asuman realmente la promoción de la industria editorial y la producción bibliográfica y literaria y así, masificar y abaratar sus costos, consumos y prácticas mediante el establecimiento de Fondos Editoriales y/o Concursos Literarios en la institución pública o la empresa privada, que precisamente y con un claro efecto multiplicador, complementen o sinergicen labores y se aboquen a la tarea de fomentar lectoescritura y conocimiento y por ende, desarrollo, paz y progreso, que eso sí es construir nación y sobre todo, hacer país, porque de nada vale el mejor cemento si es que se carece de un buen cimiento. Como ven, predispuesto y largamente ejercitado en la jodida manía esta, la de escribir, pisando las solemnidades y cuidándome de los solemnes, fuera de turbas y manadas, jodiendo un poco al teclado con Bob Dylan, Bethoven o Joaquín Sabina sirviéndome de compañía, me aquieto, revuelvo y pienso y tras un sorbo de café y una larga pitada, digo lo que suelo decir a quien quiera oírme y aprender: Dicen que frotando las palabras contra un papel, algo mágico sucede. Dicen que así el espíritu se alivia y los ojos se abren. Luego, dicen ocurre, el hombre se hace poeta, también escritor. Y son la pluma, los andares y los libros su alimento más preciado… así entonces, yo vivo y escribo: tercamente humano y humanizante. |
Luis
D. Gutiérrez Espinoza
Arequipa - Perú
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