Entre vinos y agruras |
Es posible que Dios hable con mis penas, que comparta mi pan, mi techo estrellado y hasta de vez en cuando me ofrezca un cigarrillo, una botella, una conversación memorable, un apretón de manos e incluso, cualquier antiguo libro escrito en espejos de colores. Es posible que llegue sin avisar, inoportuno y sonriente como un viejo amigo, justo a la hora de cenar, quizás se siente en mi sillón preferido, ese el de al pié del escritorio, no dirá mucho, hablará poco y en sus ojos jugará pícaro el cómo estás, cómo te va… Francamente me molesta su actitud, su paciencia de curtido perdonavidas y esa como experimentada suficiencia dándole un aire de digno todopoderoso, máxime si sus manos ostentan heridas que no cierran y con algo de disimulo como que me afrentan y me cuestionan, soy un hombre – le digo, lo sé – me dice, tengo mis arrebatos y mis desvaríos, tengo mi entraña de animal urbano y también, una turbia inteligencia, pero tengo corazón además… y arrojo la copa, tiro de la mesa los mendrugos y algún manuscrito, la bandeja vuela y se estrella, me arremango el brazo, tenso mis músculos y rudo y fiero lo miro y lo remiro y lo reto y se acomoda y su codo pule la madera y sin testigos pulseamos y transpiramos, cual dos compinches desavenidos, cual dos rivales en angustias, sólo que yo estoy airado y El, está tranquilo… Es posible que Dios baje y hable conmigo, se ría y hasta me invite un vino, es posible… |
Luis D. Gutiérrez Espinoza
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