La Mima
Miguel Gularte

Temprano en la mañana, el Flaco Zitarroza le cantaba a Stephanie en la radio, el amargo iba y venía en esa lentitud dominguera. Un aire fresco entraba por la ventana de la cocina y la sombra de la parra arrimaba el frescor mañanero.

 

-Nunca me levanté tan temprano un domingo –dijo la mujer, el ruido de la bombilla anunció el termino del mate que cambió de mano para que el hombre lo cebara.

-Pensar que a esta hora me estaba acostando, muerta de cansancio.

 

El silencio le llegó como respuesta, se alisó la falda de la pollera con la mano, bajo la vista y la descansó sobre las alpargatas, estiró un pie para verlo mejor y lo movió como si se probará un zapato nuevo.

 

-Nunca me vi usando un modelito d’estos – una risa casi irónica se dibujó en su cara.

-Aparte estoy criando barriga.

 

A ese comentario del otro lado de la mesa le llegó el ruido del chorro de agua caliente en el mate, estiró automáticamente la mano y tomó el porongo que se le ofrecía. Comenzó a sorberlo lenta y pensativa, los recuerdos se iban dibujando luminosos en las pequeñas burbujas de la espuma del amargo.

 

-¿Que estará haciendo la Luján? Hace una punta de meses que no se nada de ella. Siempre fuimos muy amigas, Che! Vos te acordás d’ella ¿no? La morocha... la de ojos verdes, tenia rulitos- preguntó a la vez que le devolvía el mate.

 

La mano del hombre se cerró sobre el porongo, arregló la yerba con la bombilla, acomodó con el dedo la que quería salirse del mate, la miró con parsimonia y comenzó nuevamente a cebarlo.

 

Era su vez de tomarlo, quizás el colocarse la bombilla en la boca le imposibilitara devolverle la respuesta.

 

La mujer tomó el silencio como si le hubiera respondido.

 

-Que noches pasamos juntas. Comenzábamos temprano a aprontarnos, vos sabes que había clientes que llegaban temprano, antes de hora, sobre todo los solterones, esos que parecen que a la única mujer que soportan bajo el techo es a la “santa viejecita” y que densos que son. Me acuerdo d’uno, el “camisa negra” nunca lo veías con otro color, era tan jeringa, tan, que incluso te pedía que fueras atrás d’el en la calle cuando ibas pa’l hotel, no te lo podes creer. A un tipo así parece que lo ibas a contagiar si te le parabas al lado. Claro después que se apagaba la luz todos los gatos son pardos.

 

El comentario se dejó estar, suave sobre la mesa. El brazo del tipo se estiró nuevamente con el mate, fue el único toque entre ambos, al pasarse el mate. Las puntas de los dedos medio se acariciaron al pasarse el amargo, todo fue tan rápido, tan leve que capaz que ninguno de los dos llegó a percibir el roce en sus epidermis.

-La Luján a ese no lo podía ver, los líos que tuvo por eso. En cambio la Leda no le hacia asco a nada, negro, blanco, milico, lo que fuese, con que hubiera plata... hasta mugrientos igual, ¡que mina! Así le fue también, un día desapareció, nadie supo nada como por semanas, hasta que los milicos nos vinieron a cargosiar, ¿te acordas, no? Vos en esa época ya habías empezado a parar y siempre me buscabas... las veces que por gusto te hacia esperar pa’ver si era por mi...

 

Tomó unos sorbos del mate, entreverada, casi perdida en sus recuerdos, como sin pensarlo lo dejó trasparecer en un:

-Nunca me había levantado tan temprano un domingo... mirá como te cambia la vida, che!

 

La mañana siguió su curso, como de costumbre, la feria, las bolsas con la verdura, los comentarios obligados con algún vecino sobre el clásico que otra vez volvía a la Villa. Rampla había subido nuevamente a la A y ese domingo el Cerro estaba de fiesta, incluso para no perder la costumbre en el bar de la esquina hasta trompadas hubo anoche.

 

El Tipo continuaba callado. La cantinela de la mujer lo venia acorralando despacito, como de ablande, igual a esos boxeadores que no tienen pegada fuerte y se dedican a demoler al otro a golpes, uno atrás del otro, en los riñones, en el hígado, en los brazos, hasta que te derrotan por cansancio.

 

Como te cambia la vida.

 

Esa tarde salieron a caminar por el barrio, termo y mate bajo el brazo, despacito llegaron hasta la rambla, la playa estaba casi desierta, el invierno venia suave, siguieron despacio hasta que se sentaron en el muro donde había una pintura del Che.

 

Desde lejos les venia el olor a mar, la bahía, la aduana con sus barcos enmarcaba el paisaje dominguero.

 

La mujer miraba pensativa en la distancia, el tipo la miraba sin ver y en su silencio tomaba forma alguna cosa que se le iba superponiendo como ladrillos en una pared.

 

Ella continúo con su cantinela.

-A estas horas están empezando a abrir, seguro que el Jorge ya debe haber llenado la heladera grande, porque los sábados se toman hasta el agua de los floreros.

El tipo bajó la vista, ahora si la vio, percibió que había algo que no encajaba, algo que él no entendía o no quería entender. ¿Cuánto hacia que habían decidido enfrentar la vida juntos? ¿4, 5 años?

 

Al principió le costo adaptarla, con paciencia, casi con amor, le fue cambiando el paso, la ropa, los gestos, los horarios, incluso hasta la forma de expresarse.

 

En el barrio todo se sabe, es lo que tiene, pero eso sí, nadie hace distinciones, el pasado de cada uno es su pasado. Si en el barrio “caminas bien” nadie dice nada, que cada cual lleve la vida a su manera, sólo hay que andar derecho con los vecinos, lo otro no cuenta.

 

Y con ellos fue así, cuando se la trajo al rancho, la primera vez, alguna cortina se levantó, algún comentario se oyó en el almacén, pero poco a poco se hizo costumbre ver a la pareja casi veterana yendo y viniendo, trabajando, haciendo su vida y al tiempo la mujer se integró al barrio. Nadie preguntó nada, total, cada uno tiene su historia.

-A estas horas tan llegando las muchachas.

 

Y el comentario se perdió en la playa, el tipo dejó de prestarle atención.

   

Aunque por dentro sabía que alguna respuesta al fin, tendría que darle.

 

Volvieron a la casa en silencio. Las cuadras se fueron desgranando poco a poco. A ella le gustaba sentir el color del barrio en el invierno, descubrir algún árbol que aún en invierno, tozudo entre tanto marrón, mantenía el verde. Sentir el viento que le traía a pesar de la distancia el olor salado del mar, con tanta reminiscencia, esa caminata la colmaba y a la vez le sosegaba el alma por un día más.

 

El lunes de mañana, él emprendió el tranco despacio rumbo al trabajo que le quedaba lejos, casi en la otra punta de Montevideo. Esperó hasta que llegó el 185, subió y allá en el fondo se encontró con el Chilo, compartieron el asiento, por supuesto la conversación cayó en el fútbol, tema obligado con el Chilo y de cajón el clásico de la Villa los acompañó hasta el destino. El Chilo era cerrense y el resultado del día anterior le disparaba el alma; “le pintamo’la cara” “ este año vuelven a la B”. El tipo lo miraba y asentía callado, por lo menos la charla del compañero le borraba otras cosas de la cabeza. Le gustaba el fútbol, pero no era un tema que lo preocupara, algún partido en el barrio, de esos que aunque no se jugaba nada eran dignos de verse, pero al profesional le había perdido el sentimiento. La conversación le llegaba sosa a los oídos.

 

“Como te cambia la vida” la frase dicha entre otras cosas por el amigo le golpeó y trajo a flote algo que lo venía carcomiendo de abajo, que lo golpeaba poco a poco y él sabía lo que era, la voz del Chilo se confundió en sus oídos con la de su mujer que le llegaba lejos, desde antes.

 

No sabia como encararlo, al principio la cosa la tenia ahí, frente a las narices, entreverada, cubierta como con una telaraña que lo envolvía todo. Sintió que ese problema lo tenía que resolver cuanto antes, pero también sabia que no seria fácil y en el fondo, él, tenía miedo.

 

No era un cagón, si se había jugado en la vida, por un gomia, por el gremio, tantas veces la vio pasar cerquita. Él era callado, “ni esta boca es mía” y eso lo llevaba a enterarse de esas cosas que a veces es mejor no saber. Pero lo que ahora tenía enfrente no se arreglaba con ese tipo de valor y por ello lo iba rumiando despacio, muy despacio.

 

El día se iba pasando, los ladrillos se iban superponiendo unos a otros y el sol apretaba. Al tipo le gustaba ese calor que te iba ganando de a poco, la transpiración que te corre por el cuello, en la espalda, que te hace sentir que en fondo el cuerpo está vivo, que es independiente de vos. Su ayudante iba y venia con los baldes de mezcla, charlando de algo que al tipo no le llegaba, que rebotaba contra él como contra los ladrillos que se amontonaban en la medianera.

 

Hasta que al final la necesidad de sentirse de una vez por todas completo en la vida lo llevaron a largar todo a poco del mediodía.

 

-Me voy.

 

El botija lo miró, “Vo Viejo, es lunes, que te vas a ir, ¿tas’enfermo?

 

-No, me voy y no me jodas! Haceme el favor de avisarle al Capataz, me voy, no me jodas y nu’hay tu tía!

 

El otro no le contestó, lo miró boca abierta, es que nunca le había escuchado al viejo tantas palabras juntas.

 

El 185 lo dejó a pocas cuadras de su casa, la tarde había refrescado y el sol bajaba lento atrás del Cerro, Las calles las fue recorriendo sin darse cuenta hasta que divisó al llegar a la esquina las chapas de su casa que lo saludaban indiferentes al horario.

 

La mujer lo sintió entrar y se sobresaltó al ver la hora.

 

-Viejo, ¿qué te pasa, estás enfermo?

 

Y la respuesta la alcanzó como tiro de fusil

 

-Dejate de macanas, que enfermo ni que ocho cuartos! Vestíte y ponete linda, que nos vamos pa’l puerto, ¡dejame de joder con esta vida!

Miguel Gularte

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