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El camino: dos hileras de árboles y por encima el cielo,
Sol y sombra. Pasividad. Verano
La hora de la siesta se ha tragado los ruidos.
La reverberación es un rumor que flamea suspendido.
La brisa caldeada es el único ritmo.
Mido la distancia por el canto del gallo.
Un olor a resina me dice que he llegado.
Los tábanos zumban con ruido de verano,
y el día ha volcado una carga .de pájaros
traídos desde el alba y las ramas más altas.
Un canto de horneros se desgrana encendido,
se siembra por el aire, se repite y aclara
las ramazones bajas y caídas del sauce.
Todo es verde y frenético en medio de la tarde
caliente de chicharras y picada de bichos.
El olor a los mimbres y a las cortezas húmedas
se pega como un agua milagrera y sin peso.
La siesta se ha volado con los ,gritos de pájaros ...
Huellas de carretas y un aliento de parvas
han venido a mojarse a estas aguas tan mansas ...
El benteveo, relámpago amarillo del molle al canelón,
se pone entre las hojas como fruta madura
rebosante de sol y cargada de vuelos.
La sombra se ha caído al arroyo que sigue.
Otra legua más a caballo y al paso
midiendo la corriente y tocando los ceibos.
La tarde va flotando en la luz y en el agua
estirada y arisca entre las dos orillas.
La frescura del monte, me aplacaba la sed
y el día !que se hunde o se evapora en mí.
mezcla la sombra mía con raíces torcidas.
Todo es durmiente en el suelo.
La calma rodea el trillo y apaga las pisadas.
Arriba, un resto de la palpitación del día
reluce en una rama y sube por el aire.
El caballo se estira para beber un trago.
El hocico sediento espantaba las ondas ...
Y así fue el último rumor de la tarde
ahogado en el arroyo, recogido en el fondo.
La lozanía del monte
me destrenza y agranda los recuerdos
que traigo de otros días y de tantos lugares,
ondas colmadas de paisajes que duran
y salpican el espacio entrevisto y sentido
a través del ramaje que torcido se amansa.
Espacios y recuerdos se funden a lo lejos
y nadan en la tarde y se ,acercan al agua.
El olor a caballo me aviva la memoria.
Un espinero canta mientras se escapa el día.
Otros recuerdos más zumban hasta tocarme
se estiran en la calma y se hacen más elásticos,
se aclaran en la sombra que sube como un humo.
El caballo se mueve debajo de mi acechanza,
su movimiento marca más su corpulencia y sus crines
y se añade a todos los otros movimientos
múltiples y eternos
que llevo como una carga de tirones remotos
o me llevan certeros como una correntada.
La corriente se arrastra con la brisa y la tarde
rumbo a la noche sola que se acerca y no llega.
Los milenios errantes preguntan a cada astro
en qué zona de mundos perdieron su memoria.
La negrura del monte que sube con la noche
es el horcón del medio que sostiene los cielos
arqueados de tantos mundos y de tantas edades.
El arroyo es mi tiempo que no puedo medir,
los instantes son polvo anegado en la sombra.
El andar del caballo me dice que muy pronto
hemos de tropezar con un cuadrante recio. |