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El secreto |
Marucha era más inteligente que yo…más comprensible, más analista, quizás por ello la elegía como compañera de juegos o consulta en los deberes, mayor que yo, un año. Cursaba cuarto de la escuela primaria, y fue de su ingenio que nació un maravilloso juego que, a la salida de la escuela, arrollábamos la túnica debajo del brazo o la doblábamos dentro de las amplias carteras escolares que usábamos en bandolera. Allí, a mitad de camino a la casa de nuestros abuelos había un predio de tupidas y altas chircas. Bastaba una señal, entrábamos corriendo y riendo sin rumbo, sorteando cada chirca más alta que nosotros, buscando cualquier senda sin dirección, perdidos en un laberinto vegetal, único. Los ojos entrecerrados y las manos extendidas, equilibrando y desviando los troncos gruesos, marrones y escamados, siguiendo la sinuosidad imprevista y misteriosa. |
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Solo era un juego que habíamos inventado, inocente y sencillo, y que pensamos era nuestro, como privado, ¡todo nuestro!, tan propio como el predio poblado de ovejas que ignorantes del atropello, huían buscando la orilla alambrada, a salvo. Otras veces nos encontrábamos de pronto con algún manso animal que buscaba a sus compañeras y comenzábamos una nueva aventura de persecución transitoria; riendo y con las manos extendidas, timoneando el zigzag de un viaje libre y privado. Todo se hacía placer, los finos renuevos, golpeándonos el rostro, y reíamos sin medidas, cara al cielo, extendidos los brazos en un imaginario carreteo. Con el tiempo, nos dimos cuenta que la libertad que buscábamos la habíamos visto en los pájaros, y sin saberlo pretendíamos volar. Me lo dijo Marucha ya casada y con nietos, hace poco, cuando velábamos el cuerpo de nuestra madre, al oído, ahogada por el dolor de la pérdida. Aquel secreto que habíamos inventado cuando niños – ¿te acordás?, lo descifré hace poco y estoy segura que lo que buscábamos era la libertad del vuelo, sin saberlo siquiera, como aprenden los pájaros”, me dijo, y nos miramos llorando, los dos cerramos los ojos regresando al predio de altas chircas que nos servían de laberinto para soñar. Sin duda, la mejor etapa junto a mi hermana mayor fue, cuando volvíamos corriendo sin rumbo fijo con los ojos semicerrados para encontrarnos en cualquier parte, riendo y apenas simulando un roce que nos servía para aterrizar en el pasto fresco, jadeantes y gozosos, boca arriba para observar el universo celestial. Así nos reponíamos de una aventura única, propia. Un día nos quedamos callados mirando el cielo azul profundo, sin nubes, diáfano y misterioso, donde no había nada para comparar y todo para admirar. Marucha me dijo que cerrara los ojos y buscara a la persona que más quería, pero que no lo dijera a nadie, nunca, porque hay secretos del alma que jamás deben ser revelados, porque si así fuera, dejan de pertenecernos y ya no tendríamos nada. Es la ley que cada uno tiene que poseer algo propio, cuidarlo muy celoso para siempre hasta la muerte, y así fue, un pacto eterno y hermético. Otro día tormentoso quedamos callados observando tanto misterio hasta que comenzó a llover, luego el chaparrón, y así nos quedamos bebiendo la lluvia pura que empapaba nuestras ropas y útiles, y comenzamos a reír coreando un sonido que nos uniera a tanto gozo. Fue una etapa, sin duda que fue así… Marucha a los dos años dejaba la primaria para ingresar al liceo y regresábamos en distintos horarios. Marucha ya era una señorita con uniforme azul, además aquel juego de ilusiones necesita a dos, y como todo era un sueño tenía comienzo y final, el nuestro, además, tenía un secreto.
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Miguel Ángel Guichón
De
"Voces en viaje"
Taller Literario Aníbal Sampayo
Casa De Cultura - Intendencia De Paysandú – Uruguay
Coordinadora y compiladora de los textos María del Carmen Borda
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