Salvarse uno mismo (selección
de la novela) |
¡Muchacho,
corre y escóndete! El
día 21 de Agosto de (19…), al llegar a las proximidades de mi casa
paterna, pude ver varios hombres con armas de guerra, disimulados en la
puerta de entrada.
Todos
vestían traje de calle, corbata; y llevaban en sus manos aparatos de
comunicación de los llamados “Walkie
Talkie”.
Rápidamente,
traté de “escabullirme” por una calle lateral con tan mala suerte;
que a los pocos metros fui sorprendido por otros hombres del ejército que
llegaban presurosos en varios Jeeps
de aquellos, utilizados en los cuarteles militares.
Al
ver mi actitud, me dan la voz de alto. No acato esta orden y emprendo la
fuga amparado en la oscuridad. De inmediato, siento detrás de
mí el estampido de varios disparos y poco más allá; caigo herido
en una de mis piernas.
Me
esposan, y trasladan a un lugar desconocido.
...... Desperté
un día inmovilizado, atado sobre una camilla de enfermería. Vi una
puerta grande, de dos hojas, y dos oficiales del ejército haciendo
guardia; uno a cada lado.
Se
trataba de una sala bien iluminada, sin muebles, con varias columnas de
cemento en el centro y pequeñas ventanillas enrejadas en lo alto de la
pared.
De
pronto, un soldado se acerca y me coloca una capucha de paño negro que me
cubre hasta el cuello y me priva de la visión.
Luego,
me sujetan a la cama con esposas en las muñecas y “grillos” en los
tobillos. Los ajustan,
tirando fuerte hasta asegurarse que están firmes, luego se retiran.
Comprendo
que estoy herido, por llevar un vendaje en mi pantorrilla que poco me
molesta y me llegan lastimosos gritos de dolor provenientes de las cercanías.
Poco
después los veo regresar. Me miran amenazantes y me llevan rodando,
acostado sobre la misma cama de hierro a otra habitación menor. Cierran
la puerta y me dicen que soy un numero 257, que debo recordarlo, porque así
me llamarán en el futuro.
En
este momento entra otro hombre encapuchado, y me pregunta
–¿Vas
a “cantar”.
Si
quieres que cante para ti, busca una guitarra, y al menos ponte ropa de
puta. –Le respondo. Al
tiempo regresan para repetir el interrogatorio. Les digo que soy obrero de
la fabrica (....) Que me llamo Eddie Rivera, luego guardo silencio.
Aparece un nuevo verdugo. –¿Que le están haciendo al “Pibe”? ¡Vamos, fuera de aquí milicos imbéciles!
–Ordena,
y todos se retiran.
–¡Soy
amigo de tu viejo botija! Trabajamos juntos en jefatura. Él, me pidió
que haga algo por vos; le debo un favor ¿sabes? Y los favores hay que
pagarlos. ¡Tu viejo... un día me salvó de un lío muy grosso! –Es un
milico de ley tú viejo.
Me
ha dicho que tienes tercer año de facultad. ¡Entonces, no entiendo cómo
carajo te metiste con esas mierdas;…. Pasan
algunas horas; no sé cuantas. Se escucha música clásica a todo volumen.
Se trata de la opera “Vals del Emperador”
de Strauss. –La reconozco porqué frecuentemente la escucho cantar
tararear a mi madre. –Luego, oigo corridas y gritos de dolor.
–¡No
me torturen mas por amor de dios, estoy
embarazada–! –Es la
voz doliente de una mujer pidiendo clemencia.
¡Ahí,
recién comprendo todo lo que también me espera!
Al
Rato ingresan los mismos que estaban parados en la puerta y me quitan la
capucha verde para ponerme otra negra, sucia de sudor y sangre, con un
fuerte olor almizclado. –Luego, me arrastran violentamente hasta una
sala contigua.
Al
llegar, reconozco a dos de quienes me detuvieran. –Ahora, ambos usan
pantalones de jean y botas de goma negras, de media caña.
No
puedo precisar el tiempo que permanecí inconsciente. Ahora, me encuentro
sobre la parrilla, esposado y con los grillos sujetos a mis tobillos.
Cerca
de mí lo veo a “el Águila”. –Es mi compañero en el sindicato–,
también en el piso pero de posición fetal, sin capucha y aparentemente
inmóvil. –Aunque está colocado bajo una potente lámpara de luz;
apenas alcanzo a reconocerlo.
Tiene
el rostro cubierto de sangre seca y los cabellos pegados a la cara. Su
ropa sucia, embarrada, y lleva un solo zapato:
–El izquierdo.
En
su boca hay un feo coagulo de sangre oscura. Lloro, tiemblo, sollozo.
–Es que la pena y el terror se han apoderado de mi sentimiento.
Le
hablo nuevamente pero no me responde. Tiene los ojos abiertos, grandes,
fijos, y muy blancos. –Todo contrastan con su piel oscura.
¡”Águila,
hermanito”! ¿Que te han hecho estos hijos de puta? –Le digo. Pero es
en vano comprendo que está muerto. –Que lo pusieron cerca de mí, solo
para acobardarme.
Ahora
puedo ver sus manos, están llenas de llagas como su
rostro y a su pie desnudo. Veo que le faltan las uñas de una mano,
en su lugar resalta la carne violeta y desgarrada ……
¡Estamos
cerca de una base militar! –Pienso–, porque oigo ruidos de helicópteros
al despegar, mientras lloro desconsolado por la muerte de mi fiel amigo y
compañero
–¡Hijo
de puta! ¿Aun te empecinas a no responder? ¿Acaso no has visto lo que
hacemos con quienes no colaboran? –Es “el Guanaco”, esta vez si,
repite el “escupitajo”. –Le respondo mirándolo con hondo desprecio.
–¿Cómo
quiere que hable si solo se
cosas referente
a la fábrica? –Soy
delegado de sección, no tengo influencias ni mando ……
Despierto
completamente dolorido y creo haber sufrido una pesadilla. No consigo
precisar con exactitud cuanto tiempo duró la tortura. Nadie llega, trato
de pensar pero no puedo; estoy desequilibrado y el terror me paraliza.
Rato
después llegan un médico y una enfermera, ambos visten uniforme militar.
–Somos del (OCOA) me dicen.
Después
me enteré que (OCOA) es el llamado. Grupo Coordinador de Operaciones
Antisubversivas Argentino, y que “el Guanaco” es el jefe de este grupo
de sádicos pervertidos.
Despierto
completamente dolorido y creo haber sufrido una pesadilla. No consigo
precisar con exactitud cuanto tiempo duró la tortura. Nadie llega, trato
de pensar pero no puedo; estoy desequilibrado y el terror me paraliza.
Rato
después llegan un médico y una enfermera, ambos visten uniforme militar.
–Somos del (OCOA) me dicen.
Después
me enteré que (OCOA) es el llamado, Grupo Coordinador de Operaciones
Antisubversivas Argentino, y que “el Guanaco” es el jefe de este grupo
de sádicos pervertidos.
Me
llevan a la enfermería, me quitan toda la ropa y me revisan. –Luego, me
arrojan y me atan sobre la colchoneta mojada.
La
noche siguiente soy llevado al mismo lugar de la tortura. –Todo es
igual, solo que en esta ocasión, los del (OCOA) se encargarán de hacerme
cantar.
Sus
figuras me provocan temor y en medio de mi tormento; todos se me presentan
con aspecto de miserables asesinos.
–¡Le
daremos unos antiinflamatorios; creo que las quemaduras no han sido
graves! –Dice el doctor a la enfermera y luego se dirige a mí:
...... Estoy
en un oscuro calabozo de la jefatura. Es de mañana, lo sé porque
siento olor a café y están baldeando los pisos.
Nuevamente
como ayer y como todas las noches que pasaran, los pasos del verdugo
resuenan llegando desde el exterior. –Toscos, groseros, amenazantes.
El
ruido de las llaves, rebota contra la pared su música pétrea y
angustiante, que nuevamente tintinea en mis oídos como él más
descriptivo vehículo del terror.
El
represor, rasga al aproximarse el silencio cómplice de la calma, amparado
en aquella conjura espeluznante que bien puede ocultarlo todo:
El juzgado de turno ¡Me obligaron a desvestirme
completamente! Quieren asegurarse antes de llevarme frente al juez
militar, que no guardo armas ni algún otro elemento con el cual auto
flagelarme. –Esto, me llenó de ira y humillación.
Soy
un hombre honrado, que va a ser acusado como a un vulgar delincuente. Pero
aún sabiéndome a la sombra de una injusticia, juro que habré de hallar
“la luz de la libertad”. –¡No aceptaré vencido, el castigo que me
tienen reservado!
Esta
casta autoritaria que ha tomado el poder por la fuerza, odia y condena a
los luchadores sociales, pero muchos de quienes hoy nos condenan, no
pueden “arrojar la primera piedra” porque de alguna forma, el delito
forma parte de sus vidas.
Tal
vez deba estar encerrado varios años de mi vida, pero mi mente y mi
ambición permanecerán libres: –¡Infinitamente libres!
El
punto central en la lucha del hombre, está cifrado en el derecho a la
libertad; es la facultad natural que poseemos todos los individuos.
He
leído alguna vez que subjetivamente, el estado humano de motivación es
el opuesto a la apatía. –Particularmente me encuentro pleno de motivación
y coraje en espera del señor juez encargado de decidir mi futuro.
En
tanto así pensaba, todos los presentes en la sala apuntaron sus miradas
al hombre que de pronto irrumpió al oscuro despacho del juzgado de turno.
Rígido,
avasallante, intempestivo. –¡Tan alejado de la verdad
y la razón!
“Las
jaulas” ¡Estoy
próximo a la tumba! –Me lamentaba lleno de pena.
¡De
pronto llegamos a la prisión! Se abrió un enorme portón de hierro y el
vehículo entró al interior custodiado por varios verdugos armados con
fusiles y carabinas. –¡Me impresionó el enorme muro pétreo que
rodeaba el edificio!
Era
una mole oval, fría y claustrofóbica; pintada de color amarillo con
decenas de ventanas enrejadas. –Por ellas, asomaban su cabeza los
presos. –Continuos, histriónicos y desgraciados.
Se
los veía afanosos, empeñados en inspeccionar la “nueva mercadería”
que llegaba a poblar aquellas jaulas, y tal como las fieras hambrientas,
olfateaban, acechaban y se regocijaban con la presa abundante en carne
nueva y rozagante que aparecía de pronto, débil y desamparada.
En
cada esquina, como en las mitades del alto murallón; pudimos ver hombres
con fusiles, vigilando con esmerada atención hacia el interior unos… y
otros hacia el exterior. –Luego, en fila india sorteamos una reja alta y
ancha, tras de la cual nos esperaban otros guardias armados. Todos
llevaban chaquetas de color amarillo con grandes bolsillos a su costado y
unas correas gruesas, entrecruzadas; les recorrían hombros y espalda
hasta sobrepasar la cintura. Vestían pantalones negros, de gruesa
tela, con ribetes grises, y calzaban consistentes botas de cuero; también
negras y lustrosas.
Ya
al llegar, fuimos recibidos con miradas torvas y gestos intimidantes por
aquellos “lobos del patíbulo”
inútil!–
Me golpearon brutalmente, sin misericordia, sabían muy bien dónde
pegar. Luego, me cargaron entre varios verdugos y me arrojaron como a una
sucia bolsa de excremento en “La Amansadora”,
el mísero calabozo. –“La Tumba inextensa” que impone el terror y la
demencia en pocos días.
“Los
calabozos de la muerte” No
puedo precisar el tiempo que permanecí inconsciente. Pero al despertar,
sentí que un dolor desbordante abarcaba todo mi cuerpo. –Tenía varias
contusiones sobre mi cabeza y una gran inflamación debajo de la mejilla
derecha.
Fue
la sensación de soledad, más devastante que tuve a lo
largo de mi
vida.
En
resumen, me han dado “una feroz golpiza” que no olvidaré por el resto
de mis días. Pero aún estoy
pleno de valor.
–¡Nunca lograrán someterme! –Pensé, tratando de acrecentar el ánimo
que necesariamente se apocaba.
¡Debo
reiniciar la lucha, desde este momento, comenzaré a pelearlos palmo a
palmo! –Me prometí–. Luego, quise incorporarme pero apenas intenté
dar un simple paso, un dolor devastador me recorrió el cuerpo.
Nuevamente.
“Los calabozos de la muerte”. ¡Desperté,
como un cadáver abandonado en medio de la mierda! Una vez más padecí
horribles dolores, en el pecho, la cara, y las extremidades. Además, me
costaba un enorme esfuerzo respirar.
Quise
incorporarme pero fue tan intenso el dolor, que solté un grito inhumano
salido desde las tripas. Comprendí que estaba fracturado, traté de
gritar pero me resultó imposible, el sufrimiento era tan intenso que me
paralizaba.
Utilizando
mi brazo izquierdo, palpé apenas mis mejillas y comprobé que mis labios
estaban muy inflamados. Sentí temor de morir allí abandonado por los
verdugos, perdí el conocimiento y me hundí en las tinieblas más
profundas; donde sólo acceden aquellos que son arrojados al mismo umbral
del infierno.
¿Cuáles
traumas sufrirá un hombre que ha pasado tantos meses de confinación
solitaria? Gime como un loco abandonado en el túmulo de su caverna
oscura. Implora piedad, tratando de hablar en voz alta para que su grito
taladre dramáticamente aquel muro que lo encierra.
Su
memoria se desactiva, habla consigo mismo al principio de su pena, luego
delira, maldice y se sugestiona.
Trata
de no quebrarse en los escasos momentos que consigue pensar racionalmente
y solloza; solloza porque ya no puede soportar la miseria de la soledad.
Ve
en su derredor flotar las figuras horrorosas de todos aquellos estados en
que las percepciones delirantes compiten entre sí. Se retuercen, se
bifurcan, se arrastran, van y vienen en un trámite de horrores que poco a
poco lo enajena.
Es
el resultado directo del castigo inmoral. En aquellos calabozos tan
inhumanos no sólo se encierra al prisionero; se lo aísla del resto del
mundo, se lo somete a una cuantiosa presión y el desdichado, acumula por
esto hondos problemas de comportamiento. En noventa días de confinamiento
solitario, el recluido muda su personalidad, se transforma en un ser
agresivo, sanguinario y violento.
Se
hace autista, porque el mismo dolor comienza a convertirse en una adicción
necesaria. Se pasa de un estado mental eufórico a la depresión añadida
en un instante Se es una persona diferente, un autómata implícito porque
ya palpita en él un ser
propio de los calabozos de la muerte, del aislamiento más peverso dado a
un “hombre muerto en vida”.
La
mayoría de los individuos sometidos a este padecimiento, a este horror
sostenido con pertinacia, si no son asistidos por su propia conciencia
pronto se quiebran física y moralmente. Los rasgos característicos del
humano, mutan en los de un bicho raro, incapaz
de comportarse de un modo racional.
La galopante deformación mental y las presiones inmediatas, ponen a prueba |
Ruben Guastavino
de "Salvarse uno mismo"
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