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Sobre el lenguaje “Lunfardo” y sus orígenes por Juan Carlos Guarnieri Inédita, al 17 de agosto del 2025, en internet. Escaneada por el editor de Letras Uruguay
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¿Que es el lunfardo, y cuáles fueron sus orígenes?, son dos preguntas que se hacen frecuentemente los rioplatenses, para quienes las respuestas parecen fáciles, pero los que conocen la materia bien saben que difícilmente pueden darse en forma cumplida. Comencemos por advertir que la misma palabra lunfardo es todavía un nombre enigmático: no conocemos su primitivo significado ni su procedencia exacta, aunque por su morfología y fonologia y por motivaciones históricas podemos suponer con bastante exactitud que pertenece a alguna rama del dialectal italiano. Sabemos con certeza que la voz lunfardo era el nombre que se daba en Buenos Aires, a fines del siglo XIX y en los primeros años del que corre (siglo XX, N.E.), a cierto delincuente del hampa porteña, especializado en robos y estafas de ciertas características, cuyos nombres son, en su mayoría, de raíz italiana — sobre todo genovesa—; y que no vacilaban en echar mano a la violencia cuando el caso la hacia necesaria. Ejemplo de ello fueron la famosa biaba con sus formas de biandún y furca. Era, pues, un personaje; como lo fue por los mismos tiempos su pariente lejano, el inocente y alegre cocoliche. Testimonio irrebatible es, entre otros, el hecho de que Florencio Sánchez sólo usó esta voz aporteñada para designar a este malviviente mencionado. En sus obras La Tigra (estrenada en Buenos Aires en el año 1907), después de presentarnos sus personajes coloca junto a ellos a “alguno del montón, un lunfardo, Pueblo, etc."; y en Moneda Falsa (estrenada también en el mismo año), coloca a su vez entre ellos a lunfardo 1°, lunfardo, 2° y lunfardo 3°. gente de bronca alevosa entre la de rompe y raja. Y lo más curioso del caso es que su habla esté por arriba de la del hombre de la calle y la de aquellos ambientes que nos pinta. En su léxico no suena nada de lo que fue luego el “lunfardo", ni tiene nada de exótica ni de esotérica. El "cuentero del tío" suele tener una verba algo refinada y hasta conmovedora. Florencio nos proporciona, además, otras contundentes pruebas al respecto, pero el tratarlas nos demandarla un espacio del que no disponemos, y seguramente abundan otras para acreditar lo que acabamos de decir, restándonos añadir que el nombre se usaba corrientemente en aquellos días en Buenos Aires y alguna ciudad de provincia, y también en Montevideo, apocopado a veces en lunfa. Las primeras noticias de los lunfardos y su lenguaje El habla llamada, después, "lunfardo" tuvo sus raíces profundas en el limo carcelario y en el hampa porteña de los últimos lustros del siglo pasado (siglo XX, N.E.). Ya hemos hecho notar que algunas de sus voces —fuera de las de origen indígena y gauchesco extendidas en las orillas y arrabales— fueron usadas por el poeta oriental Antonio Dionisio Lussich en su vasta obra poética gauchesca, realizada desde el año 1872 al 1883, pero hasta hoy, en Argentina —merced a las investigaciones de José Gobello—, se recuerda como a los primeros curiosos que recogieron algunas decenas de voces de este lenguaje extraño, al periodista Benito Lugones y al escritor y periodista José S. Álvarez, que escribió muchas de sus notables páginas con el seudónimo de Fray Mocho, que le vino de su apodo familiar de El Mocho. El primero publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, los articulas titulados Los Beduinos urbanos (18 de marzo de 1879) y Los caballeros de Industria (6 de abril de mismo año); y Álvarez publicó, en 1897, un libro de costumbres, que alcanzó gran éxito, con el título de Memorias de un vigilante. Ambos tenían suficiente experiencia para destacarse como autoridades en el tema, pues Lugones fue funcionario policial de cierta jerarquía, y el segundo desempeñó el cargo de comisario de investigaciones de la policía de Buenos Aires. En el prontuario de las voces del nuevo lenguaje del bajo mundo que trascendía en sus trabajos, sobre un total de 55 que no son españolas (hay 17 de este origen que se usaron con nuevos significados) sólo dos son de origen regional, y las restantes pertenecen casi con seguridad al dialectal italiano, aunque algunas aparecen deformadas morfológica y fonéticamente. Se destacan ya las palabras que podríamos llamar básicas del lenguaje que habría de llamarse "lunfardo", tales como las de: bacán, balurdo, beaba (biaba), beabista (biabista), biaba, bolín (bulín), bremas, cabalete, cachar, chafe, chancleta, chúa, embrocar, escabio, escolasador, escracho, escruchante, escucho, esparo, espiante, estrilar, ferro, guarda (a la), lengo, lunfardo, marengo, marroca, mayorengo, miché, mina, morfilar, mosqueta, punga, punguista, refllar, shacar, scrusho, taño, tocco, toco mocho, vaivén, vento, etc. La obra del Dr. Antonio Dellepiane: el lenguaje del delito Pero los primeros investigadores que buscaron los orígenes de esta habla llena de singularidades —tal vez porque la obra se circunscribió, en su tiempo, al ámbito de la criminología, relegándose luego al olvido— parece que de los comienzos de sus trabajos pasaron por alto el estudio del Dr. Antonio Dellepiane, titulado Contribución al estudio de la psicología criminal. El Idioma del delito, impreso en Buenos Aires en el año 1894. Fue éste un autor vigoroso y fértil, que abarcó los más diversos temas, y que se hallaba aun mejor dotado en el campo de lo experimental que los autores citados, por el hecho de haber sido miembro de la Comisión de Cárceles de la Capital (Buenos Aires). Fue además profesor y catedrático destacado, de recordada actuación en el Colegio Nacional de Buenos Aires. De su obra dijimos en otra oportunidad: "Con la reaparición y el redescubrimiento del libro del Dr. Dellepiane... la historia cambia de pronto y adquiere un volumen insospechable... En primer término se estudia apasionadamente y con métodos científicos... En segundo término nos da ya un caudal muy considerable de voces claramente definidas en sus significados, que el autor ha logrado rescatar, sobre todo en las cárceles, y que, por lo tanto, forman parte de la jerga carcelaria local"."El número de voces y locuciones reunidas sobrepasa las 400 y la obra, en cuanto a documento del habla del delito de su época, no fue rebasada nunca; aunque si luego se toma como base fundamental de nuestro actual lenguaje popular, ha quedado muy atrás desde hace algunos años; y además ha envejecido: tiene arcaísmos que no volverán más al uso de otros tiempos". "En este trabajo se repiten y confirman —aunque cada autor haya ido por su lado y tal vez ignorándose— las voces extrañas dadas a conocer por Lugones y se encuentran las que, poco más tarde, harán conocer a un público más instruido o curioso Fray Mocho, pero su caudal —insistimos— sobrepasa el menguado vocabulario dado a conocer al público en los últimos años del siglo pasado y en los primeros del actual. Después de conocer y analizar esta obra se podría decir que desde su aparición el lunfardo no ha inventado ya nada, o casi nada, que su Imaginación se ha agotado y que su labor en este punto ha terminado... Y la razón es que el lunfardo histórico dejó de existir hace ya mucho tiempo con su época —sin que haya desaparecido, por supuesto, el delito, que adquirió nuevas formas y manifestaciones— y que aquél, su viejo lenguaje críptico de sus mejores días, pasó del campo de la acción al campo de lo meramente folklórico". Los elementos de expansión: el sainete criollo y el cancionero del tango Esta primitiva jerga del delito y prostibularia. es a su vez una buena parte de la primera etapa de la italianización del lenguaje popular rioplaten-se, efecto de la gravitación Idiomática de las grandes masas de inmigrantes peninsulares que se fueron fijando en las ciudades y en las campanas de nuestros jóvenes paises. Acrecentada y enriquecida luego esta habla local con elementos idiomáticos indígenas y gauchicampesinos, pasó a las orillas y los grandes arrabales proletarios bonaerenses y, fatalmente, a los montevideanos. Pero lo más notable, por no decir asombroso, de esta pequeña historia es que esta habla híbrida y salpicada de cieno y sangre —lo que para muchos parece un fenómeno inexplicable— en pocos lustros conquistó los niveles de todas las clases sociales, ganando muchas simpatías y también enemigos irreductibles, sobre todo en la alta intelectualidad, percance sufrido por todos los lenguajes que enriquecieron luego a todos los idiomas. Las causas, o mejor dicho, los vehículos por los que llevó a cabo este tránsito, fueron el teatro criollo y la eclosión del tango y la milonga como danza y canción. El teatro rioplatense (que se nutre de la vida de estos pueblos) aparece al renacer, a fines del siglo último, el teatro gauchesco primitivo, envilecido y detenido en su natural evolución, ya al comenzar la tiranía rosista. Este renacimiento es obra de José (Pepe) Podestá y de su hermano Jerónimo. Bajo la lona de su circo, hoy casi legendario, se exhibe a un público grueso —primero en forma pantomímica y después dialogada— el Juan Moreira, de Ricardo Gutiérrez. Su éxito es rotundo y el hecho marca la iniciación de un periodo de inusitada pasión por lo nuestro, que conforma el primer peldaño de nuestro teatro, el que con nuevos autores y actores capaces de llevar adelante una gran tarea, se va puliendo de sus duras aristas y despojando de sus fealdades primitivas, al mismo tiempo que se posesiona de todos los escenarios. Pero entre todas las clásicas estructuras del teatro triunfa el sainete, que se nutre, aquí como en España, del pintoresquismo y los efectos del lenguaje de los personajes populares; y aunque Florencio Sánchez, entre otros escritores, lleva a los escenarios con buen éxito algunas obras de intenso dramatismo, en las que dialogan otros personajes con su lenguaje propio, a la postre es el sainete el que se apodera de ellos y de su habla, ya en forma definitiva. El espectador quiere reír y saineteros de la talla de Alberto Vacarezza realizaron la tarea de calmar con hartura esta humana sed. Vacarezza (y hay otros, por cierto) desde los primeros anos del siglo que corre se prodiga sólo en este teatro, aparentemente frívolo, y llega a crear tipos y a modificar y enriquecer su lenguaje. No es el caso analizar aquí este tramo de nuestro teatro, pero una breve ojeada que demos sobre él, nos hace conocer la gran influencia que alcanzó en la difusión del habla que tratamos, a la que por entonces se sumó el vesre. Del mismo barro surge coetáneamente el tango, llevando de la mano a su hermana mayor la milonga bailable; y siguiendo una línea paralela a la del teatro, y uniéndose a los nuevos ritmos las canciones, los letristas se valen, en cuanto pueden, del lenguaje de los lunfardos, acrecentado y transformado ya en la forma que hemos visto. El tango toma pronto una poderosa personalidad imponiéndose definitivamente en el cancionero rioplatense con una vitalidad que no ha perdido todavía. Las demás canciones regionales que los folkloristas y musicólogos no han agrupado todavía en debida forma, fueron acalladas en buena parte por esta nueva ola, ya septuagenaria. Pero el tango — perfeccionado rápidamente— dejando atrás del cancionero de su tiempo, apoyándose y ayudándose con lo pintoresco del lenguaje que Dali Machado calificó de "extraño", buscó pronto un camino aparte y en una carrera meteórica llegó a conquistar los famosos escenarios de la danza en París, y en pocos años dio la vuelta al mundo y se acunó en los estudios cinematográficos de Hollywood, logrando éxitos asombrosos, si tenemos en cuenta el puñado de artistas del más humilde y hasta sombrío origen que obraron este milagro. El sainete criollo no franqueó las fronteras, ni pudo rectificar su rumbo de pieza reídera. En cambio el tango, con Gardel sobre todo, se impregnó de las emociones de los rigores del pueblo y refleja todos sus dolores y tragedias comunes. -oOo- Finalizando, nos toca destacar otro hecho sorprendente de esta pequeña historia: ¿quién llamó lunfardo por primera vez a este lenguaje, dándole el nombre del delincuente citado más arriba? Creemos que nadie puede responder todavía esta pregunta; de lo que no cabe duda es que esta mutación lingüística se llevó a cabo en Buenos Aires, en época no muy lejana. Hasta algunos decenios atrás ensayistas y escritores eminentes seguían llamando a esa habla popularizada en el Rio de la Plata —a la que el Dr. Dellepiane llamó "del delito"— argot, jerga, cañero, arrabalero, reo, chamuyo... sin que nadie se atreviera a darle un nombre definitivo o ponerle el sayo que le cayera bien; y que, yendo más lejos aún, pretendiera extenderlo a toda el habla popular irradiada por las capitales platenses, formada por los más heterogéneos elementos idiomáticos, algunos de ellos de extracción nobilísima. |
por Juan Carlos Guarnieri
Publicado, originalmente, en: La Semana de "El Día" - Nº 54, Montevideo, sábado 19 de enero de 1980 pdf.
La Semana de "El Día" fue una publicación del Departamento de Investigaciones y Estudios del Diario EL DIA
Gentileza de Biblioteca Nacional de Uruguay
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