Las fronteras |
Las fronteras delimitan nuestra vida. Las primeras son nuestros propios padres. Porque ellos mismos son dos fronteras, las iniciales y más dolorosa con que se topa el hombre. Tienen cara, cuerpo y corazón de seres humanos, pero en el fondo son dos fronteras. Dos líneas que no es posible cruzar. Sin que importe la voluntad de nadie las fronteras están ahí. Aún antes que el bebé nazca, ya posee una cuna, una recámara, un entorno propio, que de entrada marcará su territorio. El niño crece, así, con una idea clara de los lugares cuya frontera tiene prohibido cruzar. Por respeto, seguridad u orden, las fronteras van definiendo su hogar. En su habitación misma, como en la habitación de sus padres, las fronteras especifican funciones. En la cuna se duerme, no en el suelo y en la cajonera y en el closet se guarda la ropa. Toda casa es una suerte de sucesión de fronteras. Cada espacio señala su utilidad y tiende fronteras impalpables que todos aceptan. De este modo, cada casa ordena a su propio gusto, la estructura y subdivide, la crea tal como lo hace el novelista con su materia narrativa. Por supuesto, que violentar esas fronteras prefiguradas por la autoridad es una tarea finalmente impostergable, que, por otra parte sólo el adolescente es capaz de transgredir; de ahí que cuando este se encierra en su habitación y ahí desayuna, come, merienda y cena, lo que en realidad está haciendo es establecer fronteras inexpugnables. Para bien de su conocimiento del mundo, que eso proporciona la soledad. En el amor mismo las fronteras fijan ámbitos. Y aunque en el momento amoroso las fronteras parezcan disolverse, aunque la cama semeje la diáspora en que las fronteras quedan diluidas, bastará con que se concilie el sueño para que cada protagonista regrese al lado de su preferencia, a su continente, que la pareja respetará aún en sueño. Apenas se haya cruzado el umbral que da acceso a la calle, una frontera tras otra configuran el destino. Porque la vivienda misma tiene instituidas fronteras, lo mismo con las casas que circundan por arriba, por abajo o por los lados, que por la propia vía en la que se encuentra. La siguiente frontera la decreta la cuadra, que es la acera de punta a punta y finalmente la manzana. Cada vecino reconoce como suyas primero la cuadra y después la manzana que habita y cada vecino e levanta una frontera con la cuadra y la manzana siguiente. Luego sobrevive la colonia o el barrio y finalmente la ciudad o el estado o el país. Al gusto de cada quién. Lo que importa es tejer límites; pero asimismo sacralizar la tierra, que es el origen. Las fronteras instauran fragmentos, trozos de algo. Nos pertenece un lugar en la mesa, no la mesa; un lugar en el país, no el país. Crecemos como individuos fragmentados. Somos individuos fragmentados que en nuestro crecimiento buscamos algo que nos pertenezca en su totalidad. Algo que no pueda atravesar una frontera. Porque nos componemos de muchas partes, de trozos que las fronteras se han encargado de precisar. Pero el establecimiento de fronteras es un acto animal. Los gatos, por ejemplo, delimitan su territorio con orines. Una actitud que las bandas imitan mediante graffitis. De aquí para acá es mío, de aquí para allá es tuyo. Ocurre exactamente lo mismo que entre los gobiernos de las naciones, que insisten en el respeto de las fronteras porque es el único modo de asegurar su soberanía. O de ejercer su tiranía. Y que es exactamente lo mismo que sucede en el plano de las relaciones humanas, de aquí para allá es tuyo, de acá para aquí es mío o viceversa. Cada frontera es el resultadote una lucha, más que de un acuerdo. ¿Por qué este lado y no el otro? Por eso las fronteras exacerban los ánimos. Por eso las fronteras expolian el espíritu y devienen en pleitos, que a veces rebasan las vidas de sus protagonistas. A partir del momento en que un hombre le dice a otro vamos estableciendo nuestros límites, no hace más que iniciar este tránsito amargo de una frontera a otra. Cuando miramos un mapa, cuando observamos aquellas líneas gruesas que indican las fronteras entre un país y otro lo que estamos haciendo es mirar un hombre. Un hombre devastado por las fronteras que le impone el hecho de estar vivo. Porque entre nacer y morir también hay una frontera. La última. |
Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez
e-mail: danielgorosito@prodigy.net.mx
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