El Jazmín del Poeta |
Aquella tarde,
al igual que tantas otras, Don Giusseppe cargaba su canasta de jazmines en
el brazo izquierdo. La rambla montevideana se extendía hasta perder su
serpentear en el horizonte. Era domingo, ese
día tan especial añorado durante toda la semana. No con el objetivo de
las parejitas jóvenes que veía pasear alegremente de la mano y lanzarse
miraditas provocativas y susurros al oído. Pero, ¿Qué hacía él ahí? Su pregón con
acento siciliano,”jazmine, jazmine, jazmine, jazmine”; no sonaba extraño
en un joven país que había abierto de par en par sus puertas a la
inmigración. Por momentos la ciudad, se comparaba con la Torre de Babel. Chispazos
llegaban a su mente de su pobre infancia insular, una adolescencia en los
olivares trabajando a brazo partido. Luego , la gran decisión: ir a hacer
“la América”. Los comentarios
vertidos en las cartas por los ya idos, se hacían gigantes en la
repeticiones de las madres del pueblo. El viaje, él y
Antonieta solitos con su amor y sus sueños hacia tierras extrañas, después, el
accidente en la fábrica. Su saldo: la pérdida de la mano izquierda. Adiós al
trabajo, bienvenidas las necesidades. Y como si fuera poco, casi
inmediatamente la enfermedad de Antonia. Los pocos ahorros se fueron en
medicinas, doctores, una cuidadora y para colmo de males, un desenlace trágico. Sólo le quedaba
el consuelo de haberla amado como a nadie. La soledad se hacía
insoportable, los recuerdos más. El ver esas
parejas de jóvenes no le
despertaba envidia; era un hombre bueno; pero el pensamiento era “que no
fueran a sufrir como él”.El domingo significaba buenas ventas y el
recuerdo de las caminatas por la rambla con Antonia. Sin importar
clases sociales, la sociedad montevideana se encontraba allí en pleno las
tardes de domingo. Los galanes obsequiaban blancos jazmines a sus amores. 2 Había decidido
cambiar de sitio; la inauguración de la mole blanca, bautizada con el
nombre de ”Parque Hotel”, llamaba a los curiosos hasta formar
multitudes que observaban el coloso de color blanco. Pasaban dos
paseantes a su lado y comentaban lo maravilloso de la obra, oyó decir a
uno de ellos que ”era de estilo eléctrico y afrancesado”. Corría el mes
de abril de 1919, en Uruguay se vivían años de bonanza, exportando
materias primas al viejo continente. La clase alta a
través de frecuentes viajes a Europa, adquiría un modelo de vida, a
imagen y semejanza del parisino de la época, conocido como ”Belle Époque”. Montevideo, su
capital, se erguía junto a su hermana Buenos Aires de allende el Plata,
en centro económico y cultural del momento. Y Giusseppe aportaba
jazmines. Una tardecita
otoñal, vio llegar a un hombre delgado, enjuto, de ojos tristes, calva
pronunciada sobre la frente; traje gris impecable, y un caminar lento,
pausado. Éste, se inclinó
sobre la canasta, le entregó un peso oro, tomó un jazmín y lo colocó
en la solapa derecha del saco. Giusseppe al
querer darle su cambio, recibe como respuesta un leve ademán con la mano
derecha y la palabra”gracias”. El caballero se
retiró lentamente, cruzó la avenida seguido por la mirada del vendedor.
Su pago correspondía a la venta de media canasta; sólo quiso una para el
ojal. Y entró en el
Parque Hotel. Giusseppe sonrió,
tomó su canasta; la llegada del misterioso cliente coincidía con las últimas
luces del día; un sol carmesí, moribundo, se reflejaba en el agua. Se fue caminando
lentamente con el peso de los años a cuestas. 3 Al día
siguiente, decidió caminar por la rambla, la brisa se sentía fría, pronóstico
de un invierno crudo y tempranero. Esta era la peor época del año para
las ventas. Su amigo Mario,
el florista, después del
accidente lo había metido en el negocio “Venda jazmines, es como la
flor nacional, a todos les encanta”. Había tomado la
canasta que estaba arrumbada en un rincón
del dormitorio; bueno era un decir, era la única habitación
multifuncional, exceptuando el baño. Esa canasta era
la que Antonia usaba para vender “Pannetone” casero, que amasaba con
sus propias manos. ¡Cómo
extrañaba aquellos olores!. Con esos
recuerdos en su mente y sin darse cuenta llegó frente al Parque Hotel. Se
sentó en el muro de cemento frío, la canasta a su lado parecía estar
rebosante de copos de nieve. A lo lejos se
divisaba la Isla de las Flores. Según le contaron, llevaba el nombre por
un ex-presidente que tenía ese apellido e hizo construir una cárcel en
la misma para sus opositores. El vuelo de una
gaviota, casi suspendida en el aire, parecía marcar el sendero por el que
venía aquel hombre caminando. Se le veía
encorvado, con su mirada en el suelo. Al llegar donde Giusseppe, metió su
mano en un bolsillo del saco, extrajo un peso de oro y tomó el jazmín;
repitiendo el ademán de días anteriores, lo llevó hacia la solapa,
colocando la flor. Con voz varonil
agradeció y cruzó lentamente la calle, luego de dejar pasar un Ford T
con su acostumbrado ruido, y se metió en el Parque Hotel. Don Giusseppe
apenas alcanzó a contestar el saludo; nuevamente declinó recibir el
cambio cortésmente. Al extraer la
flor de la canasta; el caballero fue observado minuciosamente por el
vendedor. Éste miró
atentamente una bandera en la solapa izquierda del hombre.Tenía los
mismos colores que los de su lejana Italia, se diferenciaban por lo que
parecía ser un águila en el centro. 4 No se atrevió a
preguntar. Mueren los días,
la brisa se convierte en frío, lo acompañan lloviznas. El agua corre
raudamente por los cristales de la ventana. Giusseppe decide
visitar a Gianni, un Paisano que vende periódicos. Con él practica
el trueque. Después de platicar sobre sueños no realizados, le deja un
ramo de jazmines para su esposa y trae periódicos viejos con los que
envolverá su mercancía. Ha pasado el
mediodía, sube al tranvía y regresa a casa.No ha parado de llover, otro
día perdido. Deja los periódicos sobre la mesa, se prepara un té y se
sienta a ojearlos. Toma al azar un
ejemplar del diario “El Día”, el del Partido Colorado. Al ver la
primera página, sus brazos se ponen tensos, la respiración se
entrecorta, aprieta el periódico. Ve la foto del
hombre de mirada triste, el caballero misterioso; el titular a varias
columnas rezaba:”Al amanecer de este día, los médicos rodeaban su
lecho”. Entre ellos no había
consuelo: lo inevitable era inminente. La dolorosa
noticia circuló inmediatamente por toda la ciudad de Montevideo, el poeta
Amado Nervo había fallecido en Uruguay. Se conoció en su patria lejana y
en el mundo. Nubes oscuras
epilogaban la jornada. Continúa lloviendo muy penosamente. Levantó los
ojos del periódico en los que tenían lagrimas de verdad. Era él. El caballero del jazmín en la solapa. ¡Estaba muerto! |
Washington Daniel Gorosito Pérez
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