Rafael Alberti: "siempre entre el clavel y la espada" por Ernesto González Bermejo
Quieto, su peso corpulento y redondo sobre el sofá de mimbre, el rostro todavía activo; pelo ralo, largo y blanco, en la sala de mosaicos alegres, el sol de la mañana romana en las manos, en la camisa rosa; , quieto y sin embargo se mueve, rota, se traslada a paisajes, a hombres y batallas, a poemas y grandes muertos, a victorias y destierros: una voz monocorde aunque viva con mucho do tano porteño, con sabor a Trastevere. su barrio de artesanos y trattorias. de gentes abiertas a las ventanas de casas viejas como el Tiber marrón que las bordea: la sonrisa constante. la cordialidad fácil de María Teresa, los cafés. dos perros que rezongan a su dueño para que les haga caso: las máscaras, los cuadros dedicados de Pablo, cerámicas. estatuillas, mates, pedazos de mundo que se fueron trayendo con ellos de su peregrinar de treinta años: el teléfono suena para un almuerzo con Tencha Allende, para una recepción en la embajada búlgara, porque lo esperan en la Bienal de Venecia: horas y horas en las que, mejor decirlo, el cronista tuvo poco que hacer: sólo sentarse a la orilla de aquel río de la memoria que corría desde la blanca bahía de la infancia hasta este presente un poco fuera del tiempo, arrastrando libros y canciones. viajes y amistades, teatríllos levantados en el frente madrileño bajo las bombas, tristes barcos que parten al exilio, abrazos inesperados, escenarios. conferencias, música, más y más poemas en Buenos Aires, veranos luminosos de aquel Uruguay, y otra vez Europa, la Roma bullanguera y popular y siempre detrás, delante, en el medio del pecho: España: este hombre que está ahí: violento y tierno, turbulento y sereno, interminable. planetario. 1 Soy el poeta que la vida hizo de mí. Otros serán de otra manera, no los crítico, hay poetas que no tienen una expresión cívica o revolucionaría, aunque su conducta puede ser formidable. Un Neruda, un Aragón, un César Vallejo, yo mismo, no hemos podido sino reflejar en nuestra obra el tiempo que vivimos, aunque nos gustara cantarle a los pájaros —y lo hemos hecho— el dolor y la lucha de los hombres se ha metido en nuestros poemas, en nuestro teatro, en todo lo que hemos hecho, pero tengo que partir un poco de lejos para explicar estas cosas. La bahía de los mitos Una noche de tormenta, la del 16 de diciembre del año dos, me trajeron al mundo. Federico era de Andalucía la Alta, de la montaña y de la sierra; yo soy del mar de Andalucía la 8aja, del Puerto Santa María, en la bahía de Cádiz, ciudad más antigua que Roma, con una historia de tres mil años. En esa bahía han desembarcado los mitos de los fenicios, primero, de los griegos, de los árabes. En esa bahía gaditana, que yo he llamado la bahía de los mitos, hay unos puertos preciosos, puertos blancos, el de San Femando, el Real, el de Santa María, el de Rota. Y el puerto mío, según todas las tradiciones y leyendas fue fundado por uno de los capitanes de la Ilíada, Menesteos. a la desembocadura del Guadalete, o río del Olvido. Puerto de Menesteos, así se llamó primero, cuando los griegos, terminada la guerra de Troya, navegaron por el Mediterráneo y llegaron hasta Cádiz. Fue Alfonso el Sabio que lo llamó puerto de Santa María, porque cuentan que allí se le apareció la Virgen en el castillo que hoy llaman de San Marcos. A esa Virgen de los Milagros, morena, árabe, muy bonita, Alfonso el Sabio dedicó su poesía más importante. "Las Cantigas de Nuestra Señora", un monumento lírico de la literatura medioeval. Después anduvo Colón muchas veces por mi puerto: ahí se hicieron las levas de soldados de la conquista, casi todos andaluces, extremeños, que llevaron eso acento suave al español de los latinoamericanos, tan poco castellano. Allí habían llegado muchas familias extranjeras. Inglesas, noruegas, irlandesas, italianas, atraídas por el olor del vino de Jerez; a atender los viñedos de San Lucas, de Chipriona. No hay un capítulo de las novelas de Dickens. de los escritores suecos, donde los personajes no estén tomando una copa de jerez, de terry. Esas familias que fueron llegando en el siglo dieciocho —entre ellas, los Albertl, de origen toscano— han dado estas muchachas andaluzas guapísimas, morenas de cabellos rubios. Allí, en aquellos puertos nació el cante jondo. Allí nací yo. Primero fui a un colegio de monjas, donde aprendí a leer, y después al Colegio de San Luis Gonzaga, de padres jesuitas, que todavía existe. Todos los niños de la gente de dinero, de la alta burguesía. de la aristocracia del sur, iban a ese colegio. Había dos clases sociales: los internos, hijos de los grandes ganaderos, de los grandes viñateros, los Osborne, los Domec, los González Villa, y nosotros, los externos. Los jesuitas, muy inteligentes por cierto, eran también muy clasistas. A los internos, los chicos del dinero, les ponían uniformes azules con gorras y pantalones que llevaban galones de oro, les asignaban dignidades romanas: los Decuriones, los Centuriones. Los externos no teníamos uniforme. íbamos vestidos como nos daba la gana, en vez de diplomas de pergamino nos daban unos de cartón. Pueden parecer tonterías pero de chico, cuando se tiene cierta sensibilidad, todo aquello me causaba un malestar profundo, aunque no supiera definir sus causas. Como mi vocación primera —y última, o penúltima, ahora— era la pintura, poco iba al colegio, mucho más a la playa, al muelle del vapor, junto a los barcos que iban a la Argentina, el "Balmaceda", el "Patricio Satrusti". a pintar. Infancia de mar, de chico dolorido por cosas que no comprendía bien, pero días de libertad, al sol, en la arena, andando a mi antojo, dibujando, pintando, con mi tía Lola, que era de Granada y vino a vivir al puerto, casada con un garibaldino. Yo, como todos los niños del puerto, coleccionaba las etiquetas de aquellos vinos prestigiosos, que viajaban a las casas reales de Inglaterra, de Dinamarca, de Rusia: una etiqueta tenia el retrato del zar Alejandro II. aquel que mataron con una bomba. La bodega de mi padre, no era de las grandes pero tenía un vino de élite, el "Vicente Alberti". Pero mi padre, cuando los grandes viñateros se fueron quedando con todo, la tuvo que vender. Sabia mucho de vinos mi padre, y así fue que lo nombraron agente general, primero de la casa Terry, luego de la casa Osborne, para dar a conocer los vinos en España. Nos trasladamos a Madrid en 1917. 2 Yo quería ser pintor. Había pintado barcos, playas, olas, salinas, árboles y castillos de la bahía de Cádiz. En Madrid seguí pintando, a escribir empecé casi por azar, aunque respondiendo a una necesidad profunda, jamás soñé, cuando recibí aquel telegrama, que me habían dado el premio nacional de poesía por “marinero en tierra". Un pintor sospechoso Por entonces enfermé de un pulmón, me prohibieron estar de pie cerca del olor de los colores y los barnices en cuartos cerrados, y tuve que empezar una vida inmóvil, estática. Y una noche, la noche que murió mi padre, escribí mi primer poema. Borges estaba por entonces en España, y con Lorca y con Guillermo de la Torre habían creado la revista Ultra. Bajo cierta influencia "ultraísta", aunque sin llegar a la ruptura total, seguí escribiendo poesía. Con una exposición de dibujos y cuadros. en el Ateneo de Madrid, me despedí de la pintura. La enfermedad me llevó a la sierra de Guadarrama y entonces, asfixiado por el paisaje castellano, se me presentó con gran claridad, con gran insistencia, mi Infancia marinera. Empecé a escribir un libro que llamé Mar y tierra, ya más alejado de aquel "ultraísmo” primitivo. Nadie creía en mí como poeta. Le había mostrado a Federico García Lorca algunas cosas y él me había dicho: "Tú tienes mucha inventiva, muchas condiciones, tú debes seguir pintando y yo te voy a hacer un encargo". Y me lo hizo: "Tú me vas a pintar a orillas de un río. junto a un olivo, y arriba del olivo vas a pintar a la Virgen de Nuestra Señora de la Mora Hermosa y una cinta con una inscripción que diga: "Aparición de Nuestra Señora de la Mora Hermosa al poeta Federico García Lorca dormido junto a un río en la vega de Granada": así de largo. Lo hice, se lo llevé y lo tuvo mucho tiempo en su celda de la residencia de estudiantes; allí vivían también Salvador Dalí y Luis Buñuel. Allí conocí a Jorge Guillén y a Pedro Salinas. Fue mi último cuadro. Pero todos me seguían teniendo por pintor, un pintor sospechoso que escribe, por distraerse, algunos poemas. En el año 23 se había creado un premio literario en España, de cinco mil pesetas, que en ese entonces era dinero fuerte. Claudio de la Torre, un escritor amigo mío, el año anterior había presentado una novela, conocía mi libro y me estimuló a presentarlo. Me dijo que el jurado era excelente: estaban Antonio Machado, Gabriel Miró, Moreno Villa y Menéndez Pidal. Le di el libro y él mismo lo llevó. Y yo me fui a curar el pulmón, esta vez al sur, a la sierra de Córdoba. Dos meses después, cuando ya me había olvidado del asunto, recibo un telegrama: me habían dado el Premio Nacional de Poesía. Pegué un salto, me tomé un tren, llegué a Madrid y me fui a la ventanilla del Ministerio a retirar mi original. Cuando me lo dieron, cayó un papellto al suelo: era el fallo de Antonio Machado: “A mi juicio, el mejor libro que se ha presentado al concurso". A Machado lo encontré un día en la calle: era un hombre fantástico, como un fantasma. como la sombra de un hombre, me dio la mano —no hablé casi nada con él— y me dijo: "Merecía el premio". Le cambié el título, le puse Marinero en tierra. Es un libro que recuerdo con mucho cariño porque está vinculado a mi Infancia y es un libro que, creo, todavía tiene mucha vigencia, porque es muy auténtico, muy espontáneo, muy directo. Esa poesía que ahora parece tan simple entonces era de vanguardia, parecía dificilísima porque la gente estaba envenenada de vieja poesía post rubendariana. A este libro lo vinculo a tantas cosas que podría estar hablando un día entero de él; lo vinculo a Federico, a Dalí, que en aquella época era un chico genial aunque ahora se haya vuelto un majadero y haga cosas deleznables, políticamente. Las poesías de Federico, por un lado, y las mías por otro, con un concepto diverso, menos popular que las suyas, más elaboradas, tenían una relación grande con nuestra poesía primitiva, muy pura, medular y sintética, que escapaba a toda la retórica de la llamada poesía modernista. La nuestra no fue la vanguardia estrepitosa de los "ultraístas" ni de los surrealistas posteriores, fue una vanguardia muy serena, con un concepto muy claro de la poesía, despojada de hojarasca. La gente normal nos tomaba el pelo, cuando Federico decía aquello de: ¡Ay! qué trabajo me cuesta / quererte como te quiero. / Por tu amor me duele el aire / el corazón y el sombrero, la gente se echaba a reír. Marinero en tierra no tuvo mejor acogida: decían que lo que yo escribía no lo entendía nadie y yo escribía: El mar, la mar, sólo la mar. / Por qué me trajiste, padre, a la ciudad. / Por qué me desenterraste del mar. / En sueños la marejada me tira del corazón, / sólo quisiera llorar. / Padre, por qué me trajiste acá. Era el eje del drama: la nostalgia del mar. drama ¡nocente si se quiere pefo que para mí fue una arrancadura muy grande, un dolor muy fuerte. Mil pesetas del Premio Nacional de Poesía las empleé en comprarme unos trajes y unas corbatas que me hacían mucha falta, y las otras cuatro mil las gasté en helados, porque a mí me gustaban mucho; iba todas las tardes al subsuelo de un hotel e Invitaba a todo el mundo, a gente que no había visto nunca, a tomar helados. Cuatro mil pesotas de helados; aquello duró mucho tiempo. 3 Aquel año del 27 defendimos a Góngora de las iras de la Real Academia y después enfrentamos el drama de la mayoría de edad: yo con "sobre los ángeles", Federico con "poeta en Nueva York", Guillén, con “cántico", salinas con "presagios" y el público ancho, popular, se asomó a la poesía para leer el "Romancero gitano". el grito de la madurez Teníamos dos grandes maestros, dos banderas. Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, sobre todo Juan Ramón, porque su última poesía había sido muy atomizada, muy abstracta, una verdadera ruptura con respecto a toda la poesía anterior, incluso la suya. En el centenario de Góngora, el año 27, nos convertimos en sus guardaespaldas contra los vilipendios de la Real Academia Española y los manuales de literatura. Lo llamaban corruptor del idioma, poeta ininteligible, culterano. enrevesado. Y nosotros, por el contrario, hicimos una gran batalla por Góngora, no porque nos sintiéramos gongorinos. como piensa mucha gente: fue un contagio deliberado para reivindicar a un poeta absolutamente genial, un poeta visual como nunca ha habido y con el que nuestra vanguardia coincidía en su culto a la imagen, a la metáfora. Bajo su signo poético yo escribí mi Cal y canto. Pero el libro tal vez más importante de esa época es Sobre los ángeles porque supone una ruptura total con todo lo mío e incluso con mi generación. Era un libro revelador del drama mío, de mi mayoría de edad, de mis relaciones con una familia que no terminaba de aceptar eso de tener un hijo poeta —lo mismo le pasaba a Federico—;momento muy malo porque había tenido un pulmón enfermo, unos cólicos hepáticos que me caía al suelo, crisis sentimentales y ni un centavo en el bolsillo para tomar el tranvía. Cuando venían visitas a casa, yo les robaba monedas de los bolsillos de los sobretodos, y si no venían, al otro día debía andar a pie. Todo aquello rezumaba aquel libro extraño: Vírgenes con escuadras y compases / velando las celestes pizarras / el ángel de los números / pensativo volando / del uno al dos / del dos al tres /del tres al cuatro. / Tizas frías y esponjas / rayaban y borraban / la luz de los espacios / ni sol luna ni estrellas / sí el repentino rayo del verso. / Vírgenes sin escuadras y compases / llorando en las muertas pizarras sin vida / amortajado el ángel de los números / sobre el uno y el dos / sobre el tres / sobre el cuatro. Como Poeta en Nueva York, de Lorca, que es algo posterior, está considerado dentro de los libros surrealistas de la generación del 27. No creo que se pueda decir que sea un libro surrealista, en el sentido ortodoxo que le dan los franceses. Porque el surrealismo implica sobre todo, y más en aquel momento agudo, la escritura automática, la mano sin control, la revelación incontrolada de lo interno, lo onírico, sin ninguna preocupación formal. Y este libro puede decirse, si, que tiene una atmósfera surreal, pero donde la mano hizo lo que yo le dije. Sucedía que yo estaba metido en una nebulosa, era un sonámbulo, de una manera auténtica; no era que me propusiera deliberadamente hacer una poesía original; vivía ese estado dramático al extremo de que llegué a pensar en el suicidio. Pero como yo tenía una formación clásica, del cancionero primitivo, obedecía a esa líne'a perfectamente definida de la poesía construida. Todo el problema estaba en darle forma a la nebulosa sin que perdiese su misterio, pero eligiendo las palabras. El libro —hablo sin ninguna vanidad, porque nunca la he tenido —fue saludado como un libro muy importante de mi generación. Todavía hoy tiene una repercusión muy grande, en Estados Unidos, en Inglaterra. donde críticos ingleses han escrito ensayos importantes sobre él. Era el síntoma de que mi generación estaba dando su grito de madurez, porque poco después Jorge Guillén publicó Cántico, que es un libro muy importante. Pedro Salinas Presagios, y ese mismo año. con el Romancero gitano. Federico fue el único poeta de nuestra generación que rompió el ámbito del lector minoritario y alcanzó una enorme proyección popular. 4 Barricadas de sillas en el paseo de la castellana; todas las tardes los estudiantes se enfrentaban a la guardia civil, por contagio, sin saber bien de qué se trataba, empecé a hablar de república, de fascismo, de libertad, se tambaleaba la dictadura monárquica de primo de rivera y yo empuñaba mi cañón poético particular. la edad de poner bombas Dos años fundamentales, esos del 28 al 30. porque después de una década tranquila bajo la dictadura de Primo de Rivera, comenzaron las luchas de la oposición republicana. La voz cantante en la calle la llevaban los estudiantes. Yo no sabía nada de política que hasta entonces no me había preocupado gran cosa, pero vivía er. estado total de subversión y de rebeldía anárquica, sin explicaciones claras para mí mismo. Las barricadas en el Paseo de las Castellanas las cargas a caballo de la guardia civil, eran cosas de todos los días. Yo me incorporé a esa lucha porque sentía confusamente que tenía que ver conmigo, porque vivía la edad en que uno puede poner bombas. Entonces se me ocurrió escribir una elegía cívica que se llamaba Con los zapatos puestos tengo que morir, como mueren los héroes; eso estaba sacado de una copla de soleá gitana, una que dice: Con los zapatos puestos tengo que morir, / que si muriera como los valientes / hablarían de mí. Es una edad muy fascinante ésa en que a uno le gustaría que lo mataran heroicamente, pero enterarse, después de muerto, de lo que dicen de uno. Nadie quería publicar aquello: era una poesía larguísima de versos de trescientas sílabas. Entonces hice cuatro o cinco murales dibujados por mí y los pegué por las calles do Madrid: era como arrojar un puñado de arena en el desierto del Sahara, pero yo me sentía feliz. Pegué uno cerca de un café de Alcalá y alguna gente lo leyó: eran poemas terribles, desagradables, agresivos; yo debía ser un poeta muy antipático, estaba contra todo, pasaba un momento de una anarquía, en el buen sentido de la palabra, total; que me sirvió de mucho, ésa es la verdad. Recuerdo que uno de los versos contra la monarquía decía: Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos / en este momento en que las armaduras se desploman en la casa del rey / en que los hombres más ilustres se miran a las ingles / sin encontrar en ellas la solución a las desesperadas órdenes de la sangre. Un poema que hoy tiene importancia en mi vida y creo que en la poesía española también. Todas aquellas luchas fueron desembocando en el espíritu le la Segunda República y el 14 de abril de 1931. sin una gota de sangre, en unas simples elecciones municipales, inesperadísimamente. la monarquía cayó. La República se estableció y desde ese mismo día la reacción empezó a trabajar contra ella. Al año siguiente hubo ya un conato de sublevación militar encabezado por el general Sanjurjo: la República fue débil, lo tuvo preso y luego lo perdonó. Y todos estos generales, que después fueron los autores de la catástrofe del 18 de julio —todos—. juraron fidelidad a la República, como habían jurado fidelidad al gobierno de Allende los Pinochet y compañía. La República, para halagarlos, para que fueran niños buenos, les dio las gobernaciones militares más importantes de España, Sevilla, Barcelona, así. El 18 de julio, esos cinco o seis generales juramentados por la República, de acuerdo con el fascismo exterior, se levantaron y empezó nuestra guerra del 36. 5 Mi primera obra teatral, como casi todas las otras, provocó un escándalo mayúsculo. siempre me había interesado el teatro, como a Federico, que empezó mucho antes, pero todavía no había estrenado nada, por aquellos años conocí a María Teresa y me casé con ella; desde entonces estamos juntos. la antesala de la guerra civil En aquellos años, del 31 al 36, hice mi primera obra política, una pieza muy ingenua pero que me sirvió de mucho como punto de partida. Se llamaba Fermín Galán y estaba dedicada a uno de los capitanes que fue fusilado en Jaca, en los Pirineos, en una sublevación contra la dictadura de Primo de Rivera. La estrenó Margarita Xlrgú. Por primera vez en la historia del teatro español yo saqué a escena a un obispo borracho. El escándalo fue tal que tuvieron que bajar el telón metálico, ese que se usa en caso de incendio. Los espectadores monárquicos habían avanzado sobre el actor que hacía de obispo y querían matarlo. Al día siguiente, a Margarita le pegaron una bofetada en el Retiro. Ese mismo año María Teresa Montoya, la gran actriz mexicana, estrenó otra obra mía. El hombre deshabitado. Otro escándalo. A mí me pidieron que hablara y yo dije: "¡Abajo la podredumbre, muera el actual teatro español!" Estaban los hermanos Quintero en la sala y la gente les quiso pegar .Cuando se hizo la última representación, toda la Junta Revolucionarla Republicana, que después iba a tomar el poder y entonces estaba presa, le mandó felicitaciones por escrito a la Montoya. Unamuno puso un telegrama desde Salamanca. El escándalo vino no tanto por el contenido político de la obra sino porque se la consideró blasfema, contra el libre albedrío, cosas así. Los diarios católicos me pusieron como los trapos; me llamaron réprobo, hereje, no sé cuánto más. Yo no había hecho teatro hasta entonces. aunque siempre me había Interesado mucho. De la generación nuestra sólo Federico y yo nos Interesamos por el teatro. Federico desde mucho antes. El hombre deshabitado lo había empezado a escribir cuando estaba haciendo Sobre los ángeles, en el año 28, y comprendiendo que nadie me lo iba a estrenar, no lo había terminado, le faltaba el epílogo, pero la Montoya lo leyó, le gustó mucho y entonces lo terminé en el 30 y ella lo estrenó. A María Teresa la conocí en casa de unos amigos, por los años 30, donde yo leí un dramita mío. Se trataba de algo muy simple: la vida y milagros de una santa mora convertida al cristianismo durante la Reconquista. Todos ignoraban quién era el personaje, menos ella. Al marcharnos, le pedí que diéramos juntos un paseo por el Retiro; hablamos y hablamos. no sé cuánto tiempo. Era la época en que yo pegaba mis poemas en los muros de Madrid. Me di cuenta que ella también estaba muy sensibilizada con lo que estaba pasando. Hicimos un viaje a las Baleares y decidimos casarnos. Desde entonces hemos pasado juntos, en las verdes y en las maduras. Hemos cumplido las bodas de plata, de hojalata y de piedras preciosas. María Teresa, en mi vida, ha significado todo. 6 Vimos nacer el fascismo en Alemania; no podíamos salir a la calle con una amiga morena porque la insultaban y trataban de pegarle; la policía venía a buscarnos de madrugada; con María Teresa cantamos la última internacional que se cantó en Berlín. el humo del reichstag Con María Teresa fuimos pensionados por la Junta de Ampliación de Estudios para un examen del teatro alemán. Allí estaban Piscator y Brecht. Vivimos el ascenso de Hitler. Era el momento en que el fascismo se había lanzado a las calles, el momento de las luchas obreras y de Thaelman, y una noche, sin saber que aquello era una provocación contra Dimltrov, presenciamos el incendio del Reichstag. Yo ya tenía una conciencia política muy clara y sabía perfectamente lo que era el nazismo, lo que era el fascismo. Un día fui a dar una conferencia en el Instituto Románico de Berlín sobre la influencia de lo popular en la poesía española y no pude darla esa tarde porque en el aula de al lado había sucedido una cosa terrible: se sintieron voces y gritos tremendos y cuando fuimos, vimos a una muchacha judía que los estudiantes nazis habían matado pisoteándole la cabeza. Durmiendo en la pensión donde estábamos. a medianoche se abría la puerta, entraba la policía nazi, te alumbraba la cara con una linterna y te pedía los documentos. Cuando ocurrió por segunda vez. pensamos que no podíamos seguir allí. Empezaron las persecuciones, los asesinatos. La noche del incendio del Reichstag. los nazis asaltaron Weding, el barrio obrero de Berlín, la casa del Partido Comunista. las librerías "Rosa Luxemburgo" y "Karl Liebnicht". Los obreros levantaron barricadas y allí, junto a ellos, cantamos la última internacional. Había visitado la Unión Soviética en 1932; era el blanco y el negro, respecto a lo que vimos después en Alemania; era una tierra de trabajo y de paz. Así que cuando volvimos a España, en el 33, yo había vivido la experiencia directa del fascismo y del socialismo; tenía una conciencia política formada y el 18 de julio me encontró bien preparado. 7 Llegó la guerra, con María Teresa luchamos cuanto pedimos por la república, casi siempre en el frente cultural que, bien mirado, se confundía con el frente mi litar, hicimos periódicos, teatro, mil cosas, y cuando se acercaba la derrota, nos encargamos de salvar los tesoros artísticos de España. la cultura también pelea Nosotros participamos, más que nada, en la organización de la cultura de guerra. María Teresa, que es una escritora muy importante, fue directora del Teatro de Arte y Propaganda de Madrid y después, del teatro del frente, la Guerrilla del Teatro. Lo que había sido "La Barraca” de Lorca en la paz, se convirtió en las guerrillas teatrales durante la guerra. Llevábamos el teatro al frente, donde las bombas caían a veces tan cerca que las funciones tenían que suspenderse. Como repertorio teníamos obras clásicas, pequeñas, preciosas. Lope de Vega, Benavente; eran, en general, obras graciosas porque al soldado no íbamos a recordarle la muerte cuando podían matarlo al día siguiente. Yo hice algunas obras de ese teatro de urgencia —que desde entonces se llama así: teatro do urgencia, poesía de urgencia— como Los salvadores de España. Radio Sevilla y cosas perdidas. El bazar de la Providencia y unas cuantas más. Y escribí el libro de poemas Capital de la gloria, que es muy conocido. Aparte de lo que podamos haber hecho nosotros, los libros más extraordinarios de la guerra son el de César Vallejo, España, aparta de mí este cáliz, y España en el corazón, de Pablo Neruda. Neruda. que ya me escribía desde su lejana Java, llegó a Madrid en el año 33 con un cargo diplomático chileno y lo recibimos como cuando llegó Rubén Darío, toda la generación nuestra, para la cual Pablo ya era muy conocido. Pablo en aquel momento no era un hombre político, no quería saber mucho de eso, aunque tampoco. por supuesto, era ningún reaccionario. Él hizo una revista que se llamaba Caballo verde para la poesía, donde colaboramos todos, y un día me trajo a mí un poema para El mono azul, el primer diario de las trincheras que sacamos nosotros, que se hizo muy famoso y que ahora van a editar en facsímil en Alemania. El mono azul publicó Canto a las madres de los milicianos muertos, la primera poesía de Pablo donde aparece un compromiso político o. por lo menos, una conciencia cívica. Según me lo pidió, se publicó sin firma porque él tenía todavía aquel cargo diplomático. Es un poema totalmente diferente a todo lo que había escrito con anterioridad, a su poesía subjetiva, terrible y extraordinaria do Residencia en la tierra. Neruda era como un hermano mío; formidable. con una capacidad y una carga poética de los grandes poetas universales. Pero fue España la que le abrió los ojos a la política y la que marcó el resto de su vida y de su obra. Pablo fue también muy amigo, un amigo extraordinario, de Federico. Se habían conocido en Buenos Aires, donde dieron juntos una conferencia muy bonita sobre Rubén Darío. Luego se reencontraron en Madrid. Federico iba todas las noches a casa de Pablo y hacían cosas divertidísimas con un músico chileno. Cotatos. Federico hacía representaciones teatrales magistrales, porque era un imitador formidable. Cuando la situación se fue poniendo grave y empezaron los atentados políticos en Madrid, que mataban a los muchachos que vendían los diarios de izquierda, que mataron a Calvo Sotelo, el jefe de los monárquicos, Federico sintió un miedo casi infantil y pensó que en Granada, donde lo conocía todo el mundo, no le iba a pasar nada. Se fue a Granada y allá lo estaba esperando la muerte, la muerte que le tocaba, una muerte terrible. Él me había invitado muchas veces a ir a Granada pero siempre lo dejamos para el "verano que viene", por eso yo he escrito sobre eso. yo soy el que nunca fue a Granada. Cuando el gobierno de la República consideró que el frente de Madrid era demasiado peligroso, se trasladó a Valencia y Largo Caballero dio la orden de evacuar el Museo del Prado y otros tesoros artísticos. Con la firma de María Teresa, que era una autoridad, entramos una noche al museo. Todo estaba en soledad porque los cuadros se habían bajado a los sótanos y caminamos por aquellas salas vacías. Con una linterna minera hicimos la selección de las obras más importantes. Y recuerdo, como momento cumbre de esa evacuación, la noche en que frente a nuestra organización, la Alianza de Intelectuales Antifascistas, se detuvo un camión que llevaba encima un edificio enorme de hierro, madera y lona. Eran las Meninas, de Velázquez. y el Carlos V. de Tiziano. Los embaladores habían hecho un trabajo maravilloso pero aquello era tan grande que no pudo entrar en el local de la Alianza. Y aquella noche empezó un bombardeo de artillería sobre Madrid; fue angustioso —por la responsabilidad nuestra— que pudieran dañarse aquellas obras maestras y todavía lleváramos la culpa de su destrucción. justamente nosotros, los "bandidos rojos" que tratábamos de salvarlas. Porque en el mundo. por lo general, a los imbéciles les preocupaban más los tesoros artísticos que la gente que moría en los bombardeos. Preguntaban: “¿y qué pasó con el Museo del Prado, cómo están los Grecos, los Goyas?" "¿Por qué no pregunta usted —decíamos nosotros— por los niños que mataron ayer? Nos preocupan los cuadros, pero mucho más los que ya no podrán pintarlos nunca.” A la madrugada salió el camión. Yo les hablé a los motoristas, unos campesinos que nunca habían oído la palabra arte pero que ponían su mayor empeño en cumplir aquella misión que, se les decía, era muy Importante. No había que fumar cerca de los cuadros; ellos eran los responsables de aquellas maravillas de la creación universal. Tanto se extendió la idea, que nuestros soldados nos traían después, a la Junta de Salvación del Tesoro Artístico que yo ¡integraba, cuanto encontraban y que, a su juicio, tuviera algún valor. A veces aparecían con algún cromo horrible del siglo pasado y nos decían, llenos de orgullo, "mire, camarada, hemos salvado esto". Y nosotros se lo agradecíamos mucho, no sólo por el interés que ponían sino porque. junto a eso, a veces te traían verdaderas maravillas. Así aparecieron trece Grecos, milagrosamente intactos por una capa de humo de cera que los había preservado de la humedad, que estaban por algunas de las iglesias de Toledo: aparecieron Goyas: miles de objetos artísticos valiosos. Todo lo clasificamos, lo anotamos cuidadosamente, su procedencia, su dueño, si lo conocíamos. El Museo del Prado fue a Valencia, a unos subterráneos muy profundos de unas torres. De allí viajó a Barcelona, estuvo en Figueras o no sé dónde, cerca de la frontera, y cuando se perdió la guerra, aquellas trescientas obras maestras fueron llevadas a Francia. Después que se hizo una exposición en Ginebra, que deslumbró a Europa, las autoridades republicanas resolvieron entregar el museo a los franquistas, y volvió a España. Y allí está, intacto, pese a las cosas que se dijeron en su momento, que María Teresa se había querido robar el Museo del Prado y no sé cuánto más. Y si hubiera sido por ellos, esas obras tal vez no existirían porque, cuando bombardearon Madrid, varias veces hicieron blanco en el edificio del museo. 8 No creíamos en la derrota, teníamos, todavía un gran pedazo de España en nuestro poder, pero gracias a un traidor fuimos vencidos y debimos abandonar nuestro país, salvamos la vida milagrosamente, y entonces empezó el calvario del exilio. el triste barco del destierro Conservábamos la España del centro, estábamos cerca de Córdoba, de Sevilla, de Granada, de la frontera con Portugal, Almería, todo Levante, el mar y gran parte del Ejército Republicano, pero tuvimos un traidor, un gran traidor, el coronel Casado, que entregó Madrid a los franquistas. Hay que repetirlo mil veces. Madrid fue una ciudad invencible hasta el fin: no cayó, fue entregada; Madrid fue traicionada. Íbamos por una carretera con María Teresa hacia Granada porque se había desatado una represión terrible y pensábamos, aunque era un disparate, que ahí tardarían en identificarnos. Y esperaríamos a Negrín para continuar la resistencia. En el camino nos encontramos con el jefe de la Aviación Republicana, Hidalgo de Cisneros, amigo nuestro, que nos preguntó: "¿adonde vais?". —"A Granada." —"¿Estáis locos? Metéos en este auto". Nos llevaron a Alicante. Paramos debajo de unos olivos y allí había un pequeño avión, con ocho o nueve personas, entre ellas el ministro del Aire. Núñez Massa y un piloto español. Partimos rumbo a África, según creíamos, porque ni brújula tenía el avión. El piloto dijo en determinado momento "tenemos gasolina para diez minutos” y no sabíamos dónde aterrizar, porque si lo hacíamos en una playa de la zona de África española, allí mismo nos podían fusilar a todos. De pronto vimos un letrero que decía “Orán", sobre la hierba, y cuando faltaba nada para matarnos, aterrizamos. En el avión siguiente llegó la Pasionaria. De allí salimos para Marsella, donde nos dieron veinticuatro horas de permanencia —ya estaban los campos de concentración atestados de refugiados españoles que morían por decenas— y continuamos a París. En París vivimos un tiempo con Neruda —quien había salvado a millares de republicanos amparado en su cargo diplomático—. en la calle Oual de l'Horloge. junto al Sena. Nos ganábamos la vida, con María Teresa, como locutores de la Radio París-Mondiale. Durante aquellas noches en la radio, en las que nos sobraba bastante tiempo, terminé La arboleda perdida, que había empezado en España, escribí Vida bilingüe de un refugiado español en Francia y comencé Entre el clavel y la espada. Entonces estalló la guerra mundial. Neruda, que había vuelto a Chile, nos había arreglado la permanencia en su país, gracias a los buenos oficios del que después fue otro gran traidor. González Videla. Así que partimos un día hacia Buenos Aires, en tránsito a Chile, en el barco "Mendoza". Íbamos en tercera clase, pero como María Teresa se puso mala, tuvimos que pasar a segunda y llegamos sin un peso. Allí nos recibieron estupendamente y nos dijeron que Neruda había salido de Chile, designado cónsul en México. Que nos quedáramos en la Argentina. El primero en ayudarnos fue Losada, que había empezado con su editorial, y como no teníamos derecho a permanecer en Argentina, fuimos a refugiarnos a la quinta de El Totoral, en Córdoba, propiedad de Aráoz Alfaro, un comunista muy rico, hijo de un médico famoso. Estuvimos cerca de un año escondidos en El Totoral. Allí terminé Entre el clavel y la espada, que había continuado en el barco. Fue un libro donde trató de reflejar de una manera directa y espontánea la vida que hacíamos en París la gente refugiada. los problemas del desarraigo, del idioma, la dramática dualidad que se nos creaba a los que queríamos hacer una poesía del clavel y nos veíamos obligados por la vida a hacer una poesía de la espada. Así que en el libro hay una parte de poesía lírica pero al lado hay otra parte. "Toro en el mar", "Elegía sobre un mapa perdido", que era la España que traíamos en el corazón, los miles de muertos que nos pesaban en el alma. 9 Los años en el Río de la Plata fueron años de paz, de mucho trabajo, de muchos amigos, éramos de las dos orillas y conocíamos tanta gente y nos querían tanto en un lado como en otro. las dos orillas del plata Gracias a la ayuda de varios amigos conseguimos documentos de identidad y pudimos abandonar El Totoral, adonde volvíamos en verano. La primera conferencia pagada la di en el Teatro Rivera Indarte, de Córdoba, y se llamaba Federico García Lorca, poeta y amigo. Después nos trasladamos a Buenos Aires y la primera casa que tuvimos estaba en la calle Tucumán. Al año. en 1941, nació nuestra hija Altana, que es argentina y muy porteña. Y publicamos nuestros primeros libros en Losada: yo, Entre el clavel y la espada, María Teresa, una novela que se agotó muy pronto, Contra viento y marea. Fue una época tranquila en la Argentina; todavía no había empezado a moverse el terreno político, como ocurrió cuando llegó Farrell, primero y Perón después. María Teresa hizo varias películas con Delia Garcés, con Amelia Bence, y yo seguí escribiendo y dando conferencias. Como esas cosas del cine se pagan bien y nosotros éramos gente trabajadora y no tirábamos el dinero a la calle, pudimos comprarnos un terreno en Punta del Este, en Cantegrlll, cerca de la playa. Y un amigo nuestro, catalán, Antonio Bonet, nos hizo unos planos muy originales y con muy pocos gastos pudimos levantar una casa muy bonita, "La Gallarda", título de una pieza teatral mía. Era una casa que llamaba mucho la atención, muy criticada entonces. Allí nos pintó un mural otro amigo, el pintor brasileño Portinari: una pescadora brasileña con un niño sobre los hombros. Cuando yo vendí la casa, cometí un error: no sacar el mural de allí, y ese mural hoy debe valer cuatro veces lo que me dieron por la casa en ese entonces. Es decir, nuestra situación económica mejoró; en América, la gente que trabajaba, en aquella época, tenía menos dificultades. Una situación muy distinta a la de los exilados que estaban en la Francia de Pétain que, los que no se enrolaban para Africa, los devolvían a España y allá los fusilaban. Otros fueron a parar a los campos de concentración alemanes, otros formaron parte de la División Leclerc; otros marcharon con los ingleses y desembarcaron en Noruega. Así que la vida de los españoles siguió siendo la vida que casi siempre vivimos, agitada, dramática. llena de aventuras y hoy te encuentras hombres de aquella época que abren la boca y, el más modesto, te cuenta una vida extraordinaria, vidas para tantas novelas que están por escribirse. Margarita Xirgu vivía en Chile y yo escribí especialmente para ella, que ya era una mujer de cierta edad. El adefesio. Hacia diez años que Margarita no pisaba un escenario y volvió al Teatro Avenida de Buenos Aires con esa obra mía. El adefesio era un anticipo del teatro de la violencia; hoy lo quieren estrenar en todas partes: se ha hecho en Inglaterra, en Francia, en Alemania: hasta incluso de España me lo han pedido; es una obra a la que siempre se vuelve, quizás por ser un precedente del teatro tremendísta. Gran parte de Coplas de Juan Panadero las escribí en "La Gallarda" y las publiqué con dibujos del extraordinario Toño Salazar, con quien pasé días inolvidables en Uruguay. Ya había terminado la segunda Guerra Mundial y viajábamos mucho: fuimos a Chile, donde estuvimos con Neruda, a muchos países latinoamericanos, Venezuela, Cuba, Colombia, Perú, a casi todos los países socialistas, incluso China. También hice algo de música, como Invitación a un viaje sonoro, con Paco Aguilar, un laudista extraordinario. No es que yo conociera música. Federico sí conocía, pero yo siempre tuve una intuición grande y me gusta mucho la música: tengo un sentido muy desarrollado del ritmo. Así hice también canciones como La paloma, que dice "se equivocó la paloma, se equivocaba”..., que dieron la vuelta al mundo. La hice con el músico argentino Carlos Gustavino y se estrenó como un concierto de cámara, después la cantó un grupo de Santiago del Estero, los hermanos Gómez Carrillo, que la popularizaron, y últimamente, traducida al italiano, la estrenó en Trento uno de los cantantes europeos más conocidos, Sergio Endrigo, y se llevó el segundo premio También la hace un cantante catalán muy bueno que se llama Joan Manuel Serrat, y otros poemas míos como El que nunca fue a Granada, Galope y Nocturno son cantados con mucho éxito por Paco Ibáñez. De la pintura no me aparté nunca del todo. Volví a ella en 1947, hice muchas exposiciones, casi siempre inspiradas en mis poemas. Al terminar la guerra escribí un libro A la pintura. También trabajo en el grabado, hasta tengo una pequeña prensa en mi cuarto para hacer experimentaciones. He llegado a ligar tanto la poesía al grabado que a veces escribo poemas especialmente para darles un tratamiento gráfico. Esto me ha dado resultado; puedo exponer donde quiera, en las mejores galerías de Europa. He hecho libros grandes y carpetas importantes como El lirismo del alfabeto, que el año antepasado se expuso completo en una sala enorme. Ahora, lo último que he hecho, que se va a imprimir en Italia pero que es para España, para la Fundación Rodríguez Acosta de Granada, es un libro que se llama Nunca fui a Granada, dedicado a Federico. Todas son imágenes con versos sueltos de Lorca, mezclados con versos míos. 10 Hace muchos años que vivimos en Italia; primero estuvimos en Milán, luego vinimos a Roma, hace ya diez años; a este barrio del trastevere, popular, lleno de simpatía y cordialidad, muy politizado, cuando salimos en televisión y hablamos del barrio, ellos se sienten muy orgullosos; nos quiere todo el mundo. la roma que no vio Goethe Aquí escribí el libro Roma, peligro para caminantes, que ha tenido mucho éxito, incluso lo han publicado en España. Es un libro hecho con un sentido más bien popular. Todos los grandes escritores que vinieron a Roma, desde Goethe a Stendhal, se fijaron mucho en la ciudad monumental. extraordinaria —como lo es efectivamente—; yo, en cambio, desde que llegué y tuve la suerte de caer en este barrio, me sentí muy vinculado a esta Roma tan especial, tan antigua, y escribí un libro netamente de la calle, no porque la poesía tenga un sentido folklórico ni mucho menos, porque hay poemas difíciles, . hay poemas de todas clases, pero es un libro en donde en vez de ensalzar los monumentos, me fijo y hablo de las cosas más bien humildes. Roma, peligro para caminantes, porque es el de una Roma viva, de ese ser romano que vive en una ruina histórica pero que para él no tiene nada de arqueológica, que es su casa, y aquí, cuando llueve, te cae sobre la cabeza una cornisa que de pronto es de Miguel Angel, lo que te permite morir de una manera Ilustre. Y “peligro para caminantes" porque en estas calles retorcidas, estrechas, donde se autoriza el doble estacionamiento y la doble vía, salir a caminar entre los automóviles es jugarse la vida cada dos minutos. Y “peligro" también porque esta Roma es tan fascinante, tan encantadora, que terminas por no trabajar, por caminar embobado por sus calles. ¿Resumir mi vida, mi obra? Volverla al contraste de mi libro "Entre el clavel y la espada”. Yo hubiera querido ser siempre un poeta de paz, no de guerra: un poeta de la luz, no un poeta de la sombra: pero basta que una mañana estés con un pensamiento claro, frente al mar, debajo de unos árboles, que estés meditando en tus estados espirituales Íntimos —cosas de las que los poetas tenemos tanto derecho a hablar— para que abras un diario y te enteres del asesinato de Allende, o enciendas una radio y sepas que ha muerto Neruda, traspasado de angustia y de fascismo, y entonces todo se oscurece, todo desaparece. Un poeta como yo, que ha tenido una vida bastante dramática, no puede prescindir de esa realidad que rompe los ojos; lo que pudo ser una poesía lírica, se vuelve entonces una poesía de protesta, de lucha, términos que, a veces, a muchos poetas no les gustan pero porque son, quizás, poetas que no han sufrido mucho y están tranquilamente en su casa. Nosotros seguimos entre el clavel y la espada y muchas veces, desgraciadamente. tenemos más una espada sobre la cabeza que un clavel puesto en el corazón. |
A fondo - Rafael Alberti |
Discurso Rafael Alberti, Premio
Cervantes 1983 |
Los libros - Rafael Alberti |
A galopar, con Rafael Alberti y Paco
Ibáñez |
por Ernesto González Bermejo
Revista "Crisis" - Año III Nº
23
Buenos Aires, marzo de 1975
Ver, además, Rafael Alberti, en Letras Uruguay
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