Después de todo |
La guerra había terminado de la peor manera. Siempre pensó que lo más grave que podía pasar era que su país la perdiera. Sin embargo ocurrió algo aún más trágico. En esta última
misión militar quedó en órbita por un accidente. Varios días demoró
en resolver los problemas. Fueron los peores días de su existencia y de
toda la vida en la tierra. La guerra entre las alianzas estalló con furor. Desde su órbita veía las explosiones sobre todo el planeta. Al final la tierra parecía fosforescente. Al pasar por su lado oscuro, a cada vuelta disminuían las luces de las ciudades. Un brillo violáceo y tenue se expandía desde los lugares de las explosiones. Pronto un manto claro de nubes y polvo amortajó el planeta. El resplandor se hizo menos intenso en el transcurso de las dos semanas que demoró en bajar, y ya no se veían luces de ningún tipo. Atravesó la capa
de espesas nubes y continuó su descenso. No reconocía los lugares sin
vegetación. Lo verde se tornó marrón. No había casquetes polares.
Con
seguridad el océano había subido varios metros e inundado las zonas
costas. Bajó su nave en la zona de Nevada, junto a la base que conocía.
El traje lo protegería de la radiación residual. En unas semanas dominó todas las tareas para mantenerse vivo. El tiempo libre en que no dormía comenzó a pesarle. Los recuerdos de su esposa e hija se hacían cada vez más lejanos y borrosos. Una niebla espesa lo separaba de su pasado. Después
de un año decidió
volar en su nave para buscar a otras
personas que estuviesen en su misma
situación. La necesidad de hablar y sentir a otros se hizo imperiosa. La realidad lo enfrentó a lo que más temía: era el único ser viviente del planeta. En unos años la tierra sería un mundo muerto. El límite era su propia vida. Los vuelos de búsqueda se espaciaron a medida que sus esperanzas se disolvían en la rutina diaria. La
base con su provisión inagotable redujo su día a dormir y a esperar para
dormir otra vez. Su
corazón dio un vuelco. Su mente en un instante invadió las zonas en
desuso de su cerebro. Quedó paralizado. Aquello era
inconfundible. Esperó en
silencio. Otra vez golpearon a la puerta. |
Héctor Gómez
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