Los Cumpleaños de Tía Luisa |
Como
todos los años festejábamos el cumpleaños de Tía Luisa, regordeta y
cuarentona, se negaba entre coqueta y ofendida a decir su edad. En
medio de copas de champagne y abrazos de sobrinos se puso de pie y brindó
por ella y por todos los presentes, y luego con solemnidad inusitada
anunció: “¡Desde hoy cumplo años para atrás!” Exclamación de
aprobación y un sonoro aplauso rubricaron su firme decisión. Cada
cinco años yo solía viajar a Sudamérica. En parte por mí y en parte
por los de allá. Viajar era como volver para atrás las agujas del
reloj en una necesidad de recrear el pasado, de colocar las piezas sobre
el tablero de ajedrez y volver a jugar... Cuando
regresé al país años después, Tía Luisa se veía evidentemente más
joven. Su piel más tersa, menos canas. Con admiración le comenté:
“Tía, estás mucho más joven que la última vez que te vi”. Ella,
echando la cabeza hacia atrás festejó mi comentario y entre risas
estridentes me dijo: “¿Cómo puede extrañarte tanto? ¿No te
acuerdas que lo anuncié en mi cumpleaños?”, “por supuesto, tía”
añadí frunciendo el seño, “de veras que fue una excelente decisión”. Cinco
años más tarde volví a viajar a mi país por unos meses. Encontré
cambiada la ciudad. Los edificios más viejos, el patio de la escuela más
pequeño... pero lo que realmente me sorprendió fue mi Tía Luisa. Había
perdido peso y aparentaba tener unos 30 años. La felicité sinceramente
aunque debo confesar que con cierta preocupación. En
los años siguientes seguimos comunicándonos por carta pero debido a
que me casé, al nacimiento de mis dos niños y al hecho de que mi
situación económica cambió rotundamente, no pude volver a viajar
cinco años después como lo había planeado. Así que, pasados otros
cincos años pude realizar mi tan ansiada visita a los seres queridos
que un día dejé allá. Todo
iba muy bien hasta el día en que quedé en encontrarme con Tía Luisa
en el centro. Mi sorpresa fue tal que no pude cerrar la boca. “Bueno,
bueno “ –me dijo-“¡no es para tanto! Después de todo, tú ya sabías
que desde el día de mis 40 años he venido rejuveneciendo.” Y una
satisfecha y juvenil sonrisa iluminó su cara de 20 años. No sé por qué,
no pude acompañar su alegría esta vez... En
mi viaje siguiente, cinco años más tarde, volví a verla pero ya no
pude llamarla “Tía Luisa”, sino “Luisa”, simplemente. Su
silueta de lánguida y desgarbada adolescente haciendo globos con la
goma de mascar y su desinterés en participar de nuestras
conversaciones, es el recuerdo que más intensamente grabado me quedó
de esas vacaciones. Volví,
como de costumbre, cinco años después. “Luisita”, que así la
llamaban ahora familiares y amigos, vino como siempre a visitarme.
Llevaba puesto el uniforme del colegio, el cabello sujeto en dos trenzas
que terminaban en sendas moñas azules. La conversación giró sobre sus
estudios y el tema se nos agotó al cabo de media hora. Me sentí extraña.
Sin saber por qué, sentí que una intensa angustia se apoderaba de mi
garganta y de mis ojos. Quise gritar, pero los ojos claros y asombrados
de Luisita me lo impidieron. Cinco años después regresé, como lo hacía siempre a mi país natal. La idea de encontrarme con Luisita cada vez me atraía menos y hasta llegó en cierto momento a espantarme, pero hice un gran esfuerzo y fui. La tristeza que sentí al recibir aquel beso pegajoso de caramelo de aquella niñita de cinco años, fue demasiado. Sentí que la cuenta regresiva me acercaba, la cercaba, nos acercaba, cada vez más al doloroso final. Cuando me despedí de Luisita también me despedí de la coqueta Tía Luisa y de todas las Luisas en medio de ellas dos. Un
día, cinco años más tarde, cuando estaba en preparativos para mi
acostumbrado viaje llegó la noticia: La niñita se había convertido
lentamente en un bebé que mes a mes, semana a semana, se había hecho
cada vez más péqueña y más débil hasta que la cuenta regresiva la
llevó al día cero y dejó de ser. Desde ese día, cada vez que oigo a una mujer decir en broma: “¡Desde hoy cumplo los años para atrás!” me parece ver el rostro de Tía Luisa, que lentamente, y en sentido inverso al proceso natural de la vida, se va transformando hasta desaparecer. Y cuando pienso en ella me parece oirla decir: “No te apresures hacia delante ni desees volver atrás. ¿Te das cuenta de que cada vez que cumples un año tienes uno más y uno menos? ¿Has pensado alguna vez que, sea que vayas hacia delante o hacia atrás se termina tu tiempo? ¿Sabes que el tiempo de vivir es AHORA?” Gracias, Tía Luisa. |
Primer premio categoría "Narrativa"
Primer Concurso Literario Alberto (Pocho) Domínguez
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