(Francisco Esteban Acuña de)

Figueroa, Insigne Varón de la Ciudad

por Javier Gomensoro

Nelson García Serrato en la «Noticia Biográfica» que precede al juicio clásico de Francisco Bauzá, pórtico de la «Antología» del primer poeta nacional, afirma que: «El hogar montevideano de Don Jacinto Acuña de Figueroa — padre del vate, — se levantó ciertamente como una casa española sobre suelo americano, y que la religión tuvo allí un templo, el monarca una fortaleza, España una prolongación física y espiritual».

En verdad, que es certero el juicio del joven y ya ilustre publicista, pues cuanto uno más se adentra en el estudio de la personalidad del Poeta, se comprende y se siente el alma del Montevideo Colonial, con su vida apacible de plaza fuerte; y luego el espíritu indeleble que vibra en todo momento y que nos legó España, mantenido durante la dominación lusitano - brasileña y más tarde aún, cuando la capital vivió días de gloria al jurarse por pueblo y gobierno, clero y ejército la Constitución patria, en aquel día memorable del 18 de julio de 1830.

Figueroa, que había nacido en un rancio hogar español, fue siempre fiel a los principios que bebiera en su niñez y adolescencia y aunque cantó a la Patria y tan magistralmente que la letra de nuestro himno es fruto de su númen, nunca vio neutralizada totalmente las primitivas influencias, que forjaron su carácter. Por eso estuvo Figueroa en su juventud — católico y realista —- detrás de los muros del Presidio Español, frente a los criollos que con Artigas o con Rondeau o con Alvear, sitiaran a Montevideo entre 1812 -14. Y si más tarde aceptó el nuevo orden político y cantó a la Patria y a sus héroes, fue sobre todo por amor a su ciudad de origen, por la cual tuvo siempre un culto apasionado y sincero.

Nacido el 3 de Setiembre de 1791, tenía, pues, Figueroa, 21 años, cuando los patriotas de Culta iniciaron el sitio. Montevideo estaba entonces en poder de España. Bastión situado a la entrada del estuario del Plata y poseedor de sólidas murallas, era el baluarte de la resistencia hispánica al movimiento emancipador. Y' era también la lógica y suprema esperanza militar de los realistas, que en Mayo de 1810 habían perdido a Buenos Aires y en Mayo de 1811 a la Asunción del Paraguay, mientras en las pampas, en las planicies, en los montes o en las aldeas del antiguo Virreinato, se extendía el verbo de Mayo y se planeaba la doctrina de la Revolución, que Artigas consagró como supremo ideario de los pueblos, en el documento inmortal de las Instrucciones del año XIII.

Murallas inexpugnables. Población acrecentada por el éxodo de muchas familias de la campaña, españolas las más, que habían venido a refugiarse en Montevideo donde se levantaba la Casa de los gobernadores en el viejo Fuerte Colonial, bordeada la plaza principal, la misma plaza de la Matriz a la cual cantó Figueroa, después del 18 de Julio de 1830, por la Catedral y el Cabildo. Muralla fuerte y severa. Vida sencilla y de gran austeridad. Sólo de tanto en tanto, en la Casa de Comedias o a la salida de la Misa Mayor o en la calle de las Tiendas, hoy 25 de Mayo, un poco de movimiento o de vida social. La ciudad vivía del puerto y vivía por sus murallas. A tiro de cañón de la ciudadela, a campo raso y charcos verdinegros, tal como nos lo muestra el pincel de Blanes, al evocar la figura del viejo brigadier Orduña, uno de los jefes españoles de la ciudad sitiada y más lejos aún, ya fuera del alcance de la artillería, hasta donde llegaban, día tras día, en su osadía los gauchos de Culta, con sus lanzas y sus guitarras, cantando los «cielitos» anónimos o los versos de Bartolomé Hidalgo, o de Eugenio Valdenegro, poeta y soldado, los pajonales del Pantanoso donde moraba algún tigre o el verde salpicado de gris o de oro o de luna, según las horas y las estaciones, del majestuoso aunque pequeño Cerro.

Comienza el asedio. Figueroa nos cuenta en dos tomos, nutridos de versos fáciles y espontáneos, la vida del sitio.

Las esperanzas de los españoles; la prestancia y los anhelos de los personajes que actúan en el drama; el temor al estallido de epidemias, dentro de la ciudad.

Nos pinta a José Eugenio Culta, jefe de los guerrilleros irregulares que llegaron antes que Artigas y que Rondeau a las proximidades de Montevideo.

Era Culta un hombre de grande valor y opinión entre los campesinos, nos dice Figueroa. Al principio del sitio fue responsable de algunas violencias y correrías por la campaña, pero luego aconsejado y ayudado por don Tomás García de Zúñiga, ofreció como muchos su sangre y su osadía a la patriada inmortal e hizo la guerra con cierta disciplina y «aumentó así su crédito y el número de su gente».

Llega por fin al Cerrito el coronal de Dragones de la Patria Don José Rondeau, nombrado comandante general del ejército sitiador y con él varios jefes y oficiales, algunos de los cuales van a alcanzar las máximas jerarquías militares y algunos de los cuales van a integrar la galería de los héroes de nuestra historia. Están allí Hortiguera; José Manuel Escalada; Rufino Bauzá; Pedro Pablo de la Sierra; Diego Belausteguy; Nicolás de Vedia; Pablo Pérez; Eugenio Valdenegro; Juan Ventura Vázquez; Romualdo Ximeno; Pablo Zufriateguy; Martín Albín; José Mendoza; Julián y Juan Pablo Laguna; Simón del Pino; Gregorio Pérez. Y luego Artigas y Latorre y Otorgues y también jóvenes, Joaquín Suárez, Lavalleja y Rivera. El poeta hace la crónica rimada de los acontecimientos. Ora son los guerrilleros de Chain, luchando con Ramos, con Urquiza, con Valdenegro o con Albín. Ora en el choque terrible del Cerrito, victoria de las fuerzas de la Patria, que causa terror entre la sociedad montevideana de la época. Muere en la acción el brigadier Muesas. Y por España combaten durante el sitio Chain, Zabala, Navia, Iriarte, Vargas, Salvañach, Soria, De las Carreras, Camusso, Agell, Fernández de la Sierra y el viejo brigadier Orduña. Militares y civiles: españoles de España y españoles de América, hijos de la plaza fuerte, al igual que el poeta, pero apegados como él a la tradición realista que defiende el gobernador Vigodet.

La vida se torna triste y severa en la ciudad. Figueroa nos lo dice en su «Diario»:

Domingo 25 (Miserias de las familias emigradas)

 

Amanece lluvioso: las partidas

Marcharon a la lid, más han venido

Sin batirse; que astuto el adversario

Medita de sorpresa algún designio.

De la extensa campaña tanta gente

En este heroico pueblo buscó asilo,

Que el padrón que de todos se ha formado

De treinta mil trescientos ha excedido.

Sin los fáciles goces y la holganza

Que el campo proporciona, y sin auxilios.

Sólo infaustas miserias les ofrece

Y un triste porvenir el cruel destino.

Bajo chozas de mimbres, o de pieles,

Como aves expulsadas de sus nidos,

Familias numerosas e indigentes

Se aglomeran en torno del recinto.

Los bravos de la hueste guerrillera

Hijos son del país, de decididos

Vinieron con Chain, abandonando

Sus campestres hogares y ejercicios;

Más no faltan los víveres, pues todo

El Cabildo y Gobierno lo han previsto,

Y sólo a nuestros pechos amedrenta

De una epidemia el terroroso indicio.

Otro día es la guerrilla del 1.° de Noviembre, Día de todos los Santos, en que corrió mucha sangre, porque el encuentro fue sostenido y bravío.

Otra vez es Don Joaquín Suárez, vencedor al mantener incólume el bloqueo. Oíd como nos narra la hazaña, acaecida el 11 de Noviembre de 1812 en su precioso «Diario Poético» Acuña de Figueroa.

De Santa Lucía

Anoche han llegado

Tres lanchas que apenas

Pudieron salvar;

Que allí casi toda

Su gente han dejado,

Logrando tan sólo

Diez hombres fugar.

Faenando ganados

En un saladero

Oculto entre bosques,

Con gran precaución,

Se hallaban y hacían

Su lucro y dinero,

Surtiendo a la plaza

Con tal previsión.

El hijo de Suárez,

Pudiente hacendado,

Del bando patriota

Ardiente oficial,

Sin fruto invadirlos

Ya había intentado,

Pues fue repelida

Su fuerza oriental.

Más ora éste mismo,

Con hombres cuarenta,

Un súbito asalto

De nuevo les da.

En vano cada uno

Su puesto sustenta,

Que ya la fortuna

Cambiado se ha.

Seis hombres sin vida

Y diez prisioneros,

Con doce extraviados,

La pérdida es:

Perdiendo animales

Y charques, y cueros,

Y pólvora y armas,

Y un bote a la vez.

Y luego viene la descripción llena de colorido de la sangrienta acción de San Lorenzo, vencedor José de San Martín, y nuestro glorioso Bermúdez, del Brigadier español Juan Antonio de Zabala, nieto del ilustre fundador de la ciudad. Habla el poeta.

Ya con más transparencia se declara

De la derrota la ocasión precisa;

Ya se sabe que han sido en San Lorenzo

Batidos con horror nuestros realistas.

El Comandante Ruiz con los corsarios

Y otro buque también de Real Marina,

El día tres del mes, en aquel punto

Dar un asalto militar meditan.

Ciento cuarenta infantes con Zavala,

Con Martínez y Olloa a tierra envía,

Que con dos carroñadas muy seguros

Al Templo de San Carlos se encaminan.

Más, de atrás de esta Iglesia, de repente

Salir a sable en mano se divisan

Dos crecidas columnas que al galope

Los acometen con furentes iras.

Eran de San Martín los granaderos,

Oue éste mismo impertérrito acaudilla,

Con Bermúdez, Mármol, y Carrera,

Y de aquellos contornos la milicia.

El choque se empeñó: nuestros valientes

Circundados doquier, con bizarría

Contra fuerzas dobladas, y tenaces,

Se baten en el valle y la colina.

Con un denuedo igual vióse el contrario

Los fuegos despreciar de artillería:

Avanzar, desbandarse, y nuevamente

Tornar a acometer veces distintas.

Sus granaderos de a caballo al choque

San Martín ardoroso compelía,

Y algunos en las mismas bayonetas

Sus arrojos pagaban con la vida.

Más, en fin, de la lucha fatigados

Los marinos se ven y corsaristas,

Que al ver en los patriotas tal bravura

Sus alientos también desfallecían;

Y formando su cuadro, que tres veces

Desordenado, sin unión, se mira,

Con pérdida notable se reembarcan

Aprovechando la ocasión precisa.

Veinte y cinco cadáveres los nuestros

Abandonan allí, y aun fué gran dicha,

Pues sólo su valor incontrastable

Libertó a los demás de entera ruina.

Catorce prisioneros por trofeo,

Heridos o extenuados de fatiga,

Allí quedaron, y otros treinta heridos

Se embarcan con la hueste fugitiva.

A Zavala, Martínez y Maruri,

Se enumera de aquéllos en la lista;

Y tan sólo a un Díaz Vélez nuestra gente

Prisionero tomó con dos heridas.

Nuestra pérdida aumenta con exceso

San Martín en el parte que publica,

Y el Jefe de los nuestros viceversa,

Pondera la de aquél como excesiva.

El campeón argentino quince muertos

Y veinte heridos en la acción designa,

Incluso un Capitán; y recomienda

Del Alférez Boueliard la alta osadía.

Del desastre fatal en San Lorenzo

Tal es la relación, cierta y sencilla,

Sin reservas, ni aumentos; pues no espero

Ni elogio ni baldón por lo que escriba.

Sería interminable narrar o citar en sus detalles el «Diario del Sitio». Ora el poeta nos habla del ejercicio de los batallones cívicos; ora nos cuenta el robo de un mulato que paga su osadía con la vida al ser atacado por un feroz mastín; ora es la renovación del Cabildo de Montevideo, que preside como alcalde de primer voto, Don Cristóbal Salvañach; ora es la llegada en el mes de Febrero de 1813, de una nueva inmigración de pobladores canarios a la ciudad sitiada; ora es la sangrienta guerrilla del segundo día de carnaval.

Y por último el asedio cada vez más severo por tierra y por mar, después que Artigas ha dejado el sitio y llega a comandar las fuerzas revolucionarias, arrogante y dominador, Carlos de Alvear.

El valor de Lavalleja impresiona al narrador ilustre. Es al joven «patriota» su enemigo, a cuya muerte, acaecida el 22 de Octubre de 1853, cargado de gloria después de la epopeya de la Agraciada y de la victoria de Sarandí, cantará también en inspirados versos el poeta, ya en edad provecta.

En 1812, dice, del futuro héroe de la Agraciada, Acuña de Figueroa:

   El escuadrón que comanda

Y que con su ejemplo alienta,

Recorre la playa en giros,

Cual terroroso cometa.

Cabalga el soberbio joven

Un alazán de carrera,

Cuyo ímpetu más inflaman

Los estruendos de la guerra.

Dicen que aunque disidente,

Por excepción de la regla,

Ostenta con los rendidos

Su generosa indulgencia.

Y pudiera vengativo

Portarse, pues con dureza,

Por opiniones se ha visto

Su anciano padre en cadenas...

Y ya los suyos su ejemplo

Hoy mismo imitan y prueban;

Pues dos prisioneros toman

Sin inferirles ofensas.

Un aguatero también

Se llevan con su carreta,

Y un muchacho, y de dos bravos

Chain la pérdida cuenta.

El capitán López Moría

Comandaba la reserva,

Y envía en auxilio al punto

De Madrid hombres sesenta.

Allí al horror que fulminan

Tropas, muro y cañoneras,

Cede el tenaz adversario

Que al descubierto pelea.

Por último el 22 de Junio de 1814, Vigodet anuncia la entrega de la Plaza. El real pabellón de España va a ser reemplazado por el pabellón Argentino y después por el pabellón de Artigas, que es el nuestro, porque fue sobre el cual se cobijó el Héroe magnífico, para defender al republicanismo y al federalismo en el Río de la Plata.

Oíd la descripción de Figueroa al entrar las tropas de Alvear a Montevideo.

 

Oyóse a pocos instantes

Por el portón de San Pedro

Resonar con grave pausa

Los marciales instrumentos.

El ejército argentino,

De seis mil hombres al menos,

Hace, sin aclamaciones,

Su entrada triunfante al pueblo.

En un corcel que ardoroso

Baña con espuma el freno,

Precede Alvear con su escolta

Resplandeciente de acero.

Su Estado Mayor pudiera

Igualar al más selecto

Séquito de esos monarcas

Que él mismo llama soberbios.

Modesto Sánchez venía

Con Rolón y otros diversos,

Que de Ayudantes de campo

Gozan el lucido empleo.

En pos su ejército sigue

De batallones guerreros,

Que en la disciplina iguales

Compiten en lucimiento.

Murguiondo guía delante

De Moldes los granaderos,

Y el número tres Fernández

Viene por Frenche rigiendo.

Pagola comanda el nueve

Con Quesada, y en pos de ellos,

Holemberg y Oyuela lucen

Sus zapadores o hacheros.

Vázquez y Román Fernández

Mandando de Alvear el cuerpo

Vense, y Comisario en Jefe

El hermano del primero.

El tren volante Irigoyen

Rige con sus artilleros,

Que sus proezas recuerdan

Al ver derribados techos.

Los granaderos montados

De San Martín dirigiendo

Viene Zapiola; Celada

Por Soler manda los negros.

El bravo Ortiguera y Pico

Con todo el marcial arreo,

De los dragones gobiernan

Los cuatro escuadrones bellos,

Bianqui, Lucena, Igarrázabal,

Brillan con estos guerreros,

Como dignos Ayudantes

De tan distinguido cuerpo.

Su división de a caballo

Pintos rige, en cuyo cuerpo

Y en los de Pagola y Vázquez

Muchos orientales vemos.

Y también el número ocho

Se mira y grupos diversos,

Y por Jefe de vanguardia

El valiente Valdenegro.

En dos filas por las calles

Se forman, y frente al templo

Himnos patrios y sonatas

Las músicas repitieron.

No cual fieros vencedores

Se demuestran, ni altaneros,

sino que afables disipan

Las prevenciones del miedo.

Y al ver el orden que observan,

Su porte marcial y aseo,

Con americano orgullo

Late, aunque afligido, el pecho.

Ya ocupados los baluartes

Y los militares puestos 

Estaban, cuando una salva 

Hace retemblar el suelo.

No puedo continuar indefinidamente. Figueroa no acepta el nuevo orden político y se marcha a Río de Janeiro como funcionario diplomático al servicio de España. Vuelve cuando Montevideo es portugués y es designado Ministro de la real hacienda de Maldonado.

Describe el poeta la vida de la ciudad: hace letrillas y epigramas que fueron recitados de memoria por las generaciones de hace 80 años y nos cuenta lo que ve y siente y se ríe de muchos montevideanos y utiliza el gracejo y la ironía con suma habilidad.

Ya no es realista, pero sí montevideano hasta la médula de los huesos; y siempre, en lo íntimo, profundamente español.

Canta a Mayo; escribe la letra del Himno que lo inmortalizará y sirve en el Sitio Grande, como Tesorero General del Estado y como miembro de la Asamblea de notables durante la defensa de Montevideo.

La Capital ha sacudido sus viejas murallas. El general José María Reyes amplió los límites del viejo burgo colonial, en 1833, por iniciativa del ministro Lucas Obes. Es la nueva ciudad que canta Luis Domínguez, aquella donde «en otro tiempo los Reyes levantaron alta valla, de inquebrantable muralla para oprimirte beldad».

Y que ahora se extiende sobre el río coqueta y victoriosa, esta vez invicta, porque va a ser bastión de cultura y de libertad.

La vida de la ciudad y su alma y su sombra y sus mujeres y sus costumbres y sus clamores viven a través de los versos de Figueroa, de sus letrillas, de sus canciones, de sus epigramas y de sus «Toraidas», éstas ultimas de profunda originalidad.

El poeta es centro de las reuniones sociales de la época. Todo cambia en Montevideo. Ya no es la vida austera, rígida del Coloniaje y del Sitio de 1812. La influencia de las solemnes costumbres portuguesas se ha dejado sentir en la ciudad. Se recuerda el baile del Cabildo de 1818, donde las grandes damas de la época y las jóvenes beldades, lucieron su donaire, su gracia, su dignidad y su belleza.

Las Viana, las Ellauri, las Juanicó, las Carausso, las Gómez, las Hordeñana, las Pagola, las Durán, las Pérez, las Estrada, las Muñoz y como cabeza central del cuadro solemne, doña Rosa de Herrera y Basabilvaso, segunda esposa de Lecor. Y luego, en 1829, cuando Montevideo es y será para siempre Oriental, el poeta gentil y epigramático es el centro de atracción en los salones de pró. Ora en la casa de Lavalleja, en la calle de Zabala, hoy restaurada como museo colonial, donde se celebran saraos en que junto a la figura recia y de indomable luchador del héroe, está su esposa doña Ana Monterroso, presidiendo la reunión grave y brillante. Ora la histórica casa de Rivera, con su minarete y sus salones y en donde misia Bernardina «grande en las prosperidades y sublime en los martirios», preside las fiestas en que se congregan algunas matronas y caballeros notables. Allí están doña Consolación, doña Francisca y doña Pascuala Obes, las esposas de Nicolás Herrera, de José Ellauri y de Julián Álvarez. Doña Josefa Alamo de Suárez, doña Paula Fuentes de Pérez, doña Rosalía Artigas de Ferreira y muy joven aun, pletórica de inteligencia, de gracia y de belleza, doña María Antonia Agell de Hocquart.

Y más tarde el poeta

de rostro festivo,

de talle mediano,

que era con las damas

atento y rendido.

Y que era de todos

amado y bienquisto

según los conocidos versos de su «Autorretrato» iba derramando picardía y espiritualidad por los salones.

Oribe llega a la presidencia. Figueroa sigue siendo el centro de atracción. En lo de Urtubey; en lo de Navia; en lo de Llambí, en lo de Hocquart y en lo de Lavalleja. Ante él giran beldades y matronas; políticos, generales, sacerdotes y doctores. Ora es Angela Furriol de Garzón, ora es Petrona Reyes de Llambí, ora es Brígida Burgués de Ximeno; ora son las Velasco; ora es juliana Tejería de Juanicó; o Inés Pérez de Herrera o Valentina Viamonte de Illa o Juliana Lavalleja de Lapuente; o María Lucía Gómez de Arteaga; o Valentina Illa de Castellanos; o Carolina Alvarez de Zumarán; o Antonia Viana de Vargas; o juana Santurio de Montero; o Francisca Rondeau de Maines; o Petrona Reboledo de Buxareo; Josefa Herrera de Ellauri, Mónica de la Sierra, Marcelina Almeida, Teresa de Arteaga de Navajas, Carmen Alagón de Fernández, Bernardina Castilla de Arrien, María Andrés de Requena, Juana Lapuente de Ximénez, Dolores Vidal de Pereyra, Josefa Muñoz de Pérez, Dorila Gómez de Hordeñana, María Elizondo de Gestal, Isabel Navia de Rucker, Manuela Vázquez de Otero, Concepción Cervantes de Magariños, Carmen Rivera de Labandera, Felicia Peña de Bertrán, Benita Berro de Varela, Anacleta Balbín y Vallejo de Luna, María Lavalleja de Iglesias, junto a su homenaje constante a las San Vicente, una de las cuales fuera segunda esposa, a las Bejar, a las Chain, a las Navia.

Llegan los románticos. Montevideo sufre el influjo de la joven generación. «El Iniciador» abre nuevas vías a la literatura y al pensamiento rioplatense. Juan María Gutiérrez, Echeverría, Cané, Mármol, Alberdi, Cantilo, Mitre, Luis Domínguez, López, Gelly, Villegas, Rivera Indarte, cantan junto a Melchor Pacheco y Obes, a Adolfo Berro, a Andrés Lamas, a Juan Carlos Gómez, y al propio Figueroa, que aunque clásico y en edad provecta, es sin duda, la figura literaria mayor de su tiempo. Llega el certamen poético del 25 de Mayo de 1841; el nuevo sitio; el salón de los «Proscriptos» presidido por una noble matrona, que lleva sangre de ambas repúblicas, hermanadas en la lucha heroica por la libertad: Doña Felipa Albín de Martínez Nieto.

Otra vez Figueroa triunfa a pesar del romanticismo y de la guerra y fiel Lasta el fin a la tradición dedica el mismo año de su muerte, en Abril de 1862, a Don Exequiel Pérez, una composición evocativa de sus antepasados, que yo publiqué por vez primera en el N.° 27 de la «Revista Nacional» primorosamente ilustrada por el calígrafo Besnes Irigoyen.

Y así aparecen otra vez

Los Carranza, los Pérez,

Freire e Iriarte.

Navia, Tomkimson, Rucker,

nietos y bisnietos de Doña María y de Don Joaquín de Navia, vinculados al poeta por el lazo inalterable de su ¿mistad.

Festivo o heroico; filosófico o epigramático; mordaz o solemne, Figueroa es parte del alma de la ciudad. Es su poeta, no en el sentido heroico, pero sí en la evocación de las costumbres y en la divulgación de las anécdotas y en los acontecimientos menores que integran el marco cambiante de la urbe que crece y se estremece con «proscriptos e inmigrantes», pero que no pierde, en el decurso de los años, pese a lo cambiante y trágico de los sucesos, la noble raíz hispánica inicial.

En esta hora de evocaciones sentidas, Montevideo salda con el poeta una deuda sagrada al rendirle los homenajes organizador por la Comisión Nacional, que preside ese ilustre animador de nuestra cultura y ensayista insigne, que es Raúl Montero Bustamante.

La Patria había rendido siempre a Figueroa ese homenaje; en vida y después de su muerte; pronunciado su nombre o negado su nombre; en la hora de las reivindicaciones o en los momentos de olvido; pero sí cada vez, que sabiéndolo o no, un oriental en la paz o en la guerra, en la hora de las santas emociones, de las actitudes definidas o de las rememoraciones sentidas, cantó o rezó los versos inmortales, que son eternos y heroicos como la Patria misma.

  Orientales la Patria o la tumba

Libertad o con gloria morir

Es el grito que el alma pronuncia

Y que heroicos sabremos cumplir.

Himno Nacional Uruguayo · F. Acuña de Figueroa · J. Debali · Orquesta Sinfónica del Sodre · Maestro Roberto Montenegro · Coro del Sodre

por Javier Gomensoro


Publicado, originalmente, en: Revista Nacional : literatura, arte, ciencia / Ministerio de Instrucción Pública Año 5 Nº 49 - Montevideo, enero de 1942

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/393

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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