¿Esclavas blancas sin alma y sin amor?
María Ester Gilio

En Montevideo, más de mil trescientas mujeres registradas, y más de mil clandestinas, ejercen la prostitución. Distribuidas en prostíbulos, whiskerías, esquinas, apartamentos privados, o pegadas a un teléfono, van desde el trabajo en serie al artesanal, imitación del amor verdadero. Pueden ganar mucho. A menudo más que una doctora en Ciencias Económicas o una directora de escuela. Algunas, más que una estrella de televisión o una diputada. A pesar de todo, en su mayoría viven mal. Duermen en cuartos inhóspitos de pensiones de décima categoría y su comida más frecuente son los sándwiches y las minutas. Sin vacaciones pagas, licencia por enfermedad o seguro de paro, no tienen el consuelo de soñar con "el cielo de cuando se jubilen" porque, a pesar de que la ley dedica largos párrafos a reglamentar su actividad, ninguna caja de jubilaciones puede contarlas entre sus afiliados.

Nuestros hermanos, amigos de la infancia o novios suelen compartir con ellas muchos minutos de sus vidas; sin embargo, nunca se oyó a ninguno de ellos decir en una sobremesa familiar: "Ayer estuve con Lilí" o "Margot me decía..."

 

Empujadas hacia las orillas, silenciadas. ¿Cómo viven? ¿Sufren este rechazo? ¿Creen en Dios? ¿Sienten miedo?

 

Son las dos de la tarde de una frío día de agosto. Sentada en un banco de "Sanidad y Profilaxis Femenina" las veo llegar para la revisación periódica. Las piernas amoratadas, las polleras escasas, los pullovers dos números más chicos. Gritonas, charlatanas, bastante alegres, el tema del día parecía ser un barco japonés que acababa de llegar y el caso de una amiga que no transaba con japoneses. "¿Sabés lo que me dijo ayer? Que a los japoneses no los quiere ni envueltos en cheques".

Mientras esperan turno me miran y las miro. Ellas, con la curiosidad sin tapujos propia de los niños. Yo, con la timidez del que quiere hacerse perdonar algo de antemano. Todas las fórmulas que había imaginado, ahora me resultan idiotas. Busco a uno de los médicos para que me presente. El les explica que estoy haciendo un censo.

 

- ¿Usted es de la católica? -pregunta una.

 

- Te juego cualquier cosa a que es visitadora, ¿verdad?.

 

- Más o menos. ¿Vienen muchas?

 

- Vienen, si. Aquí hubo dos mucho tiempo.

 

- ¿Qué hacían?

 

- Nos preguntaban cosas.

 

- ¿Qué cosas?

 

- Si tenemos familia... hasta qué año fuimos al colegio....

 

- ... si nuestros padres se llevaban bien.

 

- ¿Y se llevaban bien?

 

- No sé. Yo  no los conocí. Soy del asilo.

 

- ¿Y los suyos?

 

- Yo que sé!. Mi viejo y mi vieja no se veían nunca. Estaban casados y ...

 

- Se habían separado.

 

- No, nunca estuvieron juntos. Estaban casados con otras personas.

 

- ¡Ah!... Veo que todas son amigas. ¿Trabajan juntas?

 

- Todas somos de la primera.

 

- No entiendo bien.

 

- Quiere decir que si nos llevan presas nos llevan los de la Primera.

 

- ¿Si las llevan presas? Es decir que no tendrán el carné al día.

 

- Con el carné al día nos llevan igual. Dicen que estamos dando espectáculo o cualquier cosa y nos llevan. O que hacemos escándalo.

 

- A veces será verdad.

 

- Sí, la vez pasada ésta y yo nos peleamos en Cerrito y Zabala... y nos llevaron. Pero de lo que yo le hablo es de otra cosa. De cuando nos llevan por la coima. Los milicos de la Primera llevan cada noche veinticinco o treinta mujeres. Están obligados. Después mandan al "puerta" a buscar la plata. Damos cada una cincuenta, ochenta... depende. La que no tiene se queda, y al otro día la sueltan o la mandan a revisación. La que tiene se va esa misma noche. Algunas veces se hace una colecta. Se juntan seiscientos, setecientos y salimos todas. Ellos después se reparten. Cabos, sargentos, oficiales, todos.

 

- ¿Y esto es solo en la Primera?

 

- No, la primera es la más brava, pero todas son más o menos. Hay una zona de la Aguada donde los "botones" pasan en bicicleta a recoger la platita: treinta y cinco pesos. Uno sabe que después puede trabajar tranquila. Ahora... la Primera es la peor, porque además son muy brutos.

 

- ¿Y no puede cambiar de zona?

 

- Es difícil. A mí me gustaría el Bulevar, pero hay que tener pinta.

 

- ¿Quién te viera Negra, a vos, subiendo a los colachatas de Bulevar y ganando de ciento cincuenta y doscientos...

 

- ¿Esa es la tarifa?

 

- En el Bulevar sí. En el Puerto, de treinta pesos para arriba.

 

- Yo trabajo en el Puerto y a un gringo no le bajo de cien pesos.

 

- Tiene esa manía. Pero a nadie se le puede cobrar cien pesos por un shotain.

 

- ¿Y qué es eso?

 

- Quiere decir quince o veinte minutos en inglés.

 

- Ah... short time. Así que hablan inglés...

 

- Todas espikiamos inglish very-uel.

 

- Y griego: pustigamoto janaia.

 

Todas ríen.

 

- ¿Qué me dijo?

 

- Contale, Negrita, qué le dijiste.

 

- Nada, que me voy. Que se acabó.

 

Una a una me dan la mano ceremoniosamente y la Negrita me ofrece su casa. Veinticinco de Agosto, etc. "Si gusta, a su disposición".

 

- Cómo no... cualquier día voy.

 

Trato de comprobar los datos. Son verdaderos. La policía tiene su tanto. Siempre lo tuvo. Lo sigue teniendo. Hay un comisario que hace poco expidió, él, por su cuenta, "permisos" para trabajar en su zona. Con esos permisos, que se renovaban periódicamente a cambio de una suma de dinero, no era necesario el Carné de Salud. Tres de esos cartones cayeron en manos de las autoridades de Salud Pública. Los Carnés falsos desaparecieron de circulación, el comisario se apresuró a retirarlos, pero la coima siguió. La queja más amarga de Salud Pública es que no van a revisación ni la quinta parte de las mujeres sin carné que pasan por las comisarías. Increpado un Jefe de Policía anterior por una autoridad de Salud Pública respecto de mil mujeres que habían pasado por Jefaturas sin que llegaran más que doscientas y pico a Profilaxis, contestó rojo de furia, que no tenían locomoción para enviarlas. "Me dieron ganas de contestarle -me dice- por qué no las mandaban en taxi con la plata que sus subalternos les sacaban".

 

Dos días después, a las nueve de la mañana, bajé por Treinta y Tres hacia Veinticinco de Agosto con la dirección de la Negrita en la cartera.

 

En el número indicado se levantaban los restos de un caserón del siglo pasado, convertido en casa de inquilinato. Atravesé corredores, patios y subí escaleras en busca del cuarto treinta y cuatro. Golpeé suavemente.

 

Una vecina se asomó.

 

- ¿Busca a la Negrita?

 

- Sí.

 

- Debe estar por llegar.

 

- ¡Qué temprano salió!

 

- No... Todavía no llegó.

 

- Ah... ¡Qué tarde!

 

- Sí, es tarde. Generalmente llega a las seis. ¿Usted es amiga de ella? Puede empujar la puerta, debe estar abierta, y esperarla adentro.

 

Empujé y entré. Cama de dos plazas con colcha de seda. En un rincón el primus. Frente a la cama un toilette lleno de frasquitos, bebé de celuloide y moñitos, que me hicieron pensar en Gardel. En un marco dorado, Jesucristo coronado de espinas lloraba lágrimas de sangre.

 

Esperé un cuarto de hora.

 

- ¡Hola! ¿Me estaba esperando? Me dijo la vecina que la había hecho pasar.

 

- Sí, la esperaba. Lindo cuarto. Veo que es católica.

 

- ¿Yo? Ni me hable de eso.

 

- Pensé... Por el cuadro.

 

- No, ese es el Señor de la Paciencia.

 

- ¿Siempre se acuesta tan tarde?

 

- No, estos días hay mucho trabajo.

 

- ¿Cuánto gana por día?

 

- Doscientos, trescientos, cuatrocientos... Depende. ¿Por qué anota todo lo que yo le digo?

 

- Estoy por hacer un trabajo.

 

- ¿Como las visitadoras?

 

- Si. Usted gana mucho. ¿Guarda?

 

- Nada. Se lo doy a mi marido. Él tiene muchos gastos. Cuando yo preciso él me da.

 

- ¿Hace mucho tiempo que trabaja en esto?

 

- Nueve años. Desde los dieciséis.

 

- ¿Y no se siente infeliz en este tipo de trabajo?

 

- No. Mi marido anterior no quería que trabajara y yo le decía: "Decime, si no trabajo, ¿qué hago todo el día?

 

- Una fábrica, por ejemplo, ¿no le gustaría?

 

- No sé, nunca trabajé más que en esto. Pero si usted quiere que le contesten cosas bien dichas, tendría que conocer a una amiga mía que trabaja en una whiskería de Pocitos. Vive en la calle Mercedes.

 

- Vamos.

 

- ¿A esta hora? Nos mata. Mejor nos encontramos esta tarde en Río Negro y Mercedes.

 

A las cinco en punto mi guía me estaba esperando.

 

El pelo batido hasta límites inverosímiles, saco de plástico rojo. Está feliz en su misión y lo demuestra con una amplia sonrisa. En pocos segundos estuvimos ante la privilegiada que trabajaba en whiskería. Los privilegios, sin embargo, no estaban a la vista.

 

- Estoy almorzando -dice, mientras come una medialuna con jamón.

 

- Esta amiga va a hacerte unas preguntas.

 

- ¿Es vi...?

 

- No, no soy visitadora.

 

Miré hacia la mesita de luz. Los caminos de la Libertad de Sartre y Primera Plana.

 

- ¿Así que no es asistente?. Bueno, no interesa. Pregunte nomás.

 

- ¿No se siente desgraciada en este trabajo?

 

- No más que en otros. Al contrario. Puedo trabajar sin firmar reloj. Durante cuatro años trabajé en una imprenta. No podía aguantar la rutina. La falta de libertad.

- ¿Qué piensan del mismo problema sus amigas?

- Hay de todo. Las que les gusta la farra, la vida nocturna, las copas. Y no hay que hablarles de cambiar de vida. De una amiga mía de este estilo se enamoró un muchacho muy bueno y de plata. Quería casarse. Ella decía: "¿Cuándo se dará cuenta este idiota que yo soy yira y no estoy para matrimonios?" Hay otras que sufren y sueñan con una vida normal. Pero la mayoría no tiene ni noción. Pertenecen al grupo de la noche y no saben que hay otro. Esto las lleva a menudo a tener una conducta desubicada. Tengo un ejemplo reciente. Volvía con una amiga de una fiesta. Eran la nueve de la mañana. Mi amiga hacía comentarios en voz alta. El taximetrista estaba espantado. Cada tres cuadras se daba vuelta a mirarnos. Ella no tenía ni idea que nuestro mundo ya hacía rato que había terminado. Era un taximetrista del día. Un "nochero" puede oír cualquier cosa; está en nuestro mundo. No hay nada que lo sorprenda. Un taximetrista del día, no.

- ¿Debo deducir de esto que la mayoría no tiene ni noción del rechazo social?

- Exactamente. No hay la oportunidad de que ese rechazo se produzca.

- No puedo creerle. Venga, Negra, le voy a hacer una pregunta. ¿Nunca siente que la sociedad, es decir, la gente, las otras mujeres, la rechazan?. ¿Que no quieren relación con usted?

- ¿Yo? ¿Usted está mal? A mí todo el mundo me quiere. Tengo varias amigas en el Bulevar que cada vez que me ven, me piden que vaya a trabajar con ellas. Los otros días dos amigas de la Cuarta me insistían para que fuera a trabajar a su esquina. Yo no tengo problemas con nadie.

- ¿Ve? Ese otro mundo de que habla usted no existe para ella. Yo ya sé lo que usted quiere. Quiere mujeres desesperadas, arrepentidas, añorando un hogar. Hay pocas. Pero ya que quiere una se la voy a mostrar.

En el patio, la Negrita se despidió. No pude convencerla de que yo era la agradecida. Parecíamos dos maestras de ceremonias: "Pero no, la agradecida soy yo, pero no, yo, pero no, etc., etc...."

Llegamos al último cuarto y golpeamos. Nos respondió una voz apagada haciéndonos entrar. El cuarto no tenía casi muebles, solo dos camitas y una silla.

En una de las camas una muchacha rubia.

- ¿Qué pasa?

- Nada. No te asustes, no pasa nada -dijo mi nueva guía.

 

- Sabés, Lelé, me siento mal. Margot salió anoche a las tres con un punto y hoy a las once tuvo familia. Nadie sabía nada. Estuve con ganas de llorar todo el día. Siéntese.

Nos señaló la cama de al lado tapada de La Pequeña Lulú y El Superatón. Se incorporó. El camisón, de seda azul, apenas llegaba a taparle el pecho, muy grande para ese tórax frágil. Trató de cubrirse con una mano mientras explicaba: -Engordé mucho. Estoy esperando.

- Dios mío. ¿Sabe quién es el padre?

- Sí, sí, se. Es mi marido.

- ¿Y qué va a pasar con ese niño que nació hoy?

- Ya lo vendieron. Estaba vendido antes de nacer. Pagaron cuatro mil pesos.

- Nunca había oído que se vendieran niños.

- Como no que se venden... Hay muchachas que no son del ambiente y también los venden.

- ¿Quiere decir que llevan el embarazo a término para sacar un provecho?

- No, yo no conozco a ninguna que haya hecho eso. Lo que pasa es que se dejan estar. Tienen miedo de hacerse algo... o no tienen plata... o ni piensan. Cuando quieren acordar ya no hay nada que hacer.

- Se acuerdan del problema cuando lo tienen encima.

- Sí, como se dice vulgarmente, uno vive al día.

- ¿Usted también piensa venderlo?

- Noo... mi marido está buscando trabajo. En cuanto encuentre una cosa fija yo no trabajo más.

- ¿Esta vida la hace desgraciada?

- Muy desgraciada.

- ¿Siente el rechazo social?

- ¿Cómo?

- ¿Siente que la gente que hace otro tipo de vida no quiere trato con usted?

- Sí, yo siento eso.

- ¿Dónde la hace sufrir más esa situación, ese rechazo?

- ¿Dónde? -se queda un rato pensativa, mirando al techo. Por fin sonríe- En el almacén.

- ¿El almacenero la trata mal?

- No, la gente que va al almacén.

- Usted está enamorada...

- Sí, seguro.

- Le voy a hacer una pregunta... tiene que pensar bien la respuesta. ¿Su trabajo no la inhibe para la relación amorosa?

Sin reflexionar un segundo respondió: "A mí me gustaría que mi marido me quisiera como a una hermana. Que no me tocara nunca."

- Tal vez se deba a su estado.

- No, siempre fue igual. Hace dos años estuve cuatro meses en Punta del Este y no tuve relaciones con nadie. No me interesaba.

- Había conseguido un empleo...

- No, trabajaba en lo mismo que ahora.

- Entonces no entiendo... usted dijo que estuvo cuatro meses sin...

- Ah... bueno, no me refería al trabajo. El trabajo sí... Yo hablaba de amor.

 

A estas contestaciones, que trato de reproducir tal como se produjeron, porque les encuentro un sabor especial o un insustituible acento de veracidad, debo añadir observaciones que realicé en el curso de los reportajes y que no pueden concretarse en una sola respuesta.

 

Preguntadas varias mujeres, no del oficio, sobre su posición respecto al mismo, empezaron por hablar de "repugnancia moral y física". Insistiendo, apareció el temor a perder el lugar en la sociedad en que se movían. Insistiendo aún, junto a estas dos razones de rechazo, se colocó una tercera: el miedo. El más vulgar de los miedos. El miedo que nos hace correr por una calle solitaria y oscura o temblar en el sillón del dentista. Y lo sorprendente fue, para mí, comprobar que este miedo, que todas las mujeres parecen tener a priori, se mantiene, práctica mediante.  Fue este el único sentimiento que, de una manera u otra, y bajo formas diversas, reapareció en todos los reportajes que realicé. "Yo, en general, no selecciono, pero si viene un punto con cara rara no salgo". "A veces, al traspasar el umbral de la pieza se me encoge el corazón, ¿quién será este tipo?" "Tengo días en que me levanto con el presentimiento de que en el trabajo me va a pasar algo malo". "Hay que estar siempre alerta, no descuidarse nunca".

 

El miedo apareció, a través de esta pequeña experiencia, como un denominador común indiscutible.

 

Una segunda conclusión a la que arribé y que formulo con toda timidez, ya que no hay ninguna estadística que la avale, es la de la frecuencia de las relaciones homosexuales entre las mujeres que ejercen la prostitución. Aparte de las razones éticas y psicológicas, tales como quiebra de los valores morales, soledad afectiva, etc., creo poder señalar como causa de este fenómeno dos factores perfectamente discernibles. En primer término, el Albergue, ya que la mayoría de las mujeres que actúan en ese ambiente provienen de los albergues, es decir, de la más perfeccionada incubadora de homosexuales de ambos sexos que hay en el país. Y, en segundo término, la exigencia masculina. La mujer, para complacer esa exigencia que suele darse en los hombres que frecuenta, empieza simulando. Un día se da cuenta que no hay nada que simular. Que la simulación se ha transformado en realidad.

 

Una de las muchachas que se confesó homosexual me relató su iniciación en la siguiente forma: "Verónica y yo trabajábamos en la Dolce. Las dos éramos nuevas en este trabajo. Un día, ya tarde, estábamos cansadas y con ganas de irnos a dormir y cayó un punto.

 

Por embromar le dijimos que si nos llevaba a las dos juntas salíamos, sino no. El punto enseguida agarró viaje. Yo pensaba "¡Qué idiota!" Pero más idiota era yo, porque el tipo sabía para qué nos llevaba y yo no. Después siempre venía a buscarnos a las dos. Al poco tiempo empezamos a vivir juntas".

 

Es imposible incursionar en el mundo de la prostitución sin que aparezca junto a su heroína indiscutida, un personaje que mantiene su cartel a pesar de la publicitada liberación de la mujer y de "su nuevo puesto en el cosmos". El "cafisho" que, tal vez ustedes como yo, imaginarían una exhumación del pasado, personaje de Carlos de la Púa y Onetti, existe hoy aquí, en el subdesarrollado Uruguay, como en la industrializada Alemania, e igual que hace cincuenta años o doscientos. Comprobada su existencia, era necesario ubicar alguno y entablar el diálogo. Eso no es fácil. No se visten de una manera especial que los haga discernibles en la calle; no se sindican a sí mismos como "cafishos"; y la línea que los separa del marido (en el sentido burgués de la palabra) de una prostituta, puede no ser demasiado clara. La casualidad quiso, sin embargo, ofrecerme uno que detenido en Miguelete, por "llevar juego clandestino" dijo, casi inocentemente: - Pero, es que yo no vivo de llevar juego clandestino. Como se imaginará, lo que voy a decirle es mejor no repetirlo. Yo vivo del trabajo de mi señora.

 

Ella gana mucho. Trabaja en un prostíbulo".

 

- ¿Y están casados?

 

- Pero mi estimada: ¿yo, casarme con eso?

 

- Como dijo "mi señora"...

 

- Y así hay que hablar; ¿cómo quiere que la llame?

 

- Así que tiene una señora... ¿sólo una?

 

- Si no me hubieran encerrado aquí tendría dos. Estaba a punto de enganchar una "mesera".

 

- ¿Una mecena?

 

- Una "mesera". Una que hace copas, que trabaja en un bar. Imagínese, entre mi mujer y ésta... ni un rey.

 

- Pero eso no se lo podemos decir al Juez, ¿no le parece? Dígame: cuando su señora habla de usted ¿cómo le llama?

 

- Pero ¿en qué mundo vive? Yo soy el marido. El hecho de que ella me de todo lo que gana, no hace diferencia.

 

- ¿No le parece que el hecho de que usted no haga nada hace una buena diferencia?

 

- Pero, piense un poco... haga lo que haga, nunca voy a ganar más de dos mil pesos por mes. Ella gana dieciocho mil, sin hacer nada.

 

- ¿Dieciochomil? ¿Está seguro?

 

- ¿Cómo no voy a estar seguro si me los da todos?

 

- ¿Y ella de qué vive?

 

- Yo le voy dando. La tengo bien. Se viste como Dios manda y come bien.

 

- Bueno. Hay que ver que está haciendo una buena inversión.

 

- ¿Qué?... A mí no me gustan los machetes.

 

- Yo no puedo entender cómo hace, para sacarle todo lo que gana...

 

- Yo no le saco nada. Me lo da. Para que la quiera y la defienda y además, para asegurarse un futuro conmigo. Otra cosa; yo la ayudé a juntar los veinte mil que precisaba para entrar al prostíbulo. Yo...

 

- ¿Precisaba veinte mil para eso?

 

- Ahora precisa cincuenta mil. Le estoy hablando de hace tres años. La llave hay que pagarla. Está también el dueño. Si no estoy yo, ¿quién hace los tratos con el dueño?

 

- Yo creía que los locales tenían "dueña".

 

- No, la dueña es la que está al frente, pero atrás siempre hay un hombre. Alguien serio. Que se haga responsable. Es un trato entre hombres.

 

- Seguro, la mujer es una especie de mercadería.

 

- Me va a hacer llorar. Ellas nos precisan a nosotros más que nosotros a ellas.

 

- ¿Y hay muchos como usted?

 

- Casi tantos como mujeres hacen la vida.

 

- Habrá también los que tienen más de una...

 

- Eso es difícil, actualmente. Salvo que uno se ponga de moda. Yo estuve de moda hace unos años. Las mujeres me disputaban. Ahora lo que se me puso entre ceja y ceja es irme a Alemania.

 

- ¿Al lado occidental, por supuesto?

 

- ¿Cómo? A Alemania, a Alemania. Tengo un amigo... del oficio, que está ganando el oro a paladas. Se fue hace ocho meses. Y eso que tiene cinco años más que yo. Las alemanas se vuelven locas. Sería un verdadero ganso si en este momento me pusiera a llevar juego clandestino.

María Ester Gilio
Protagonistas y sobrevivientes (1969)

Editado por el editor de Letras Uruguay echinope@gmail.com / https://twitter.com/echinope / facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/  Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay /  Si desea apoyar la labor cultutal de Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 

 

Ir a índice de crónica

Ir a índice de María Ester Gilio

Ir a página inicio

Ir a índice de autores