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Paola Carolina Gericke Falcón

—¡Puta! ¡Puta, puta!

 

Gritó él  y de un jalón dejó caer todas las cuentas del collar.

 

El ruido, como una ola que rompe, fue perdiéndose a medida que las cuentas tocaban el piso.

 

Ella las miró caer y  deslizarse; algunas se perdieron bajo la cama. Cuando sólo hubo silencio lo miró. Se había sentado en el suelo, los brazos apretando sus piernas flexionadas. Lloraba y se acunaba quedito.

Puta, puta, puta.

 

Y su insulto es un rezo. Por favor, dime que no, que nada va a cambiar, quiero mi mundo de antes, quiero a mi mami ángel bueno.

 

Su vaivén consolador lo fue calmando; sorbía los mocos.

 

La madre le alcanzó un kleenex, que el niño rechazó con terquedad.

 

Tras el cabello sus ojos calculan, ve el pedazo de papel blanco y niega terminante.

 

La mira de reojo. ¡Qué linda es! Le rompió el collar por rabia, la imaginó con un extraño, que se sonreían y caminaban de la mano...cuando pensó que podrían besarse se enojó tanto que le jaló con fuerza el collar.  Putabarata.

 

La rabia lo sacude en sollozos. Se muerde la lengua, cierra fuerte los ojos y asfixia sus piernas contra el pecho. Queda hecho un ovillo de rabia.

 

Ella tomó una silla y se sentó frente al niño. Prendió un cigarrillo para disimular la angustia. No quiere ceder. No va a explicar lo que el niño ya sabe, que tiene derecho a rehacer su vida, que su padre ya se casó de nuevo, que hace tiempo es una mujer libre.  No. Se dice. Tengo derecho a ser feliz y querer compañía, todavía estoy viva.  Da una fuerte calada al cigarro y  mira a su hijo, pequeño tirano. Una mano de humo cierra sus ojos y la lágrima que otras veces no brotó lo hace ahora; la disimula mientras escucha los estertores del chico, que dosifica la rabia en ellos.

 

Cuando suena el timbre se levanta bruscamente y las cuentas que habían quedado en su falda caen rebotando en el piso. Frente al espejo del baño se tranquiliza ya pasará, son puros celos.

 

—Tu hermana llega en cinco minutos, regreso pronto, cualquier problema me llaman al celular.

 

Al pasar extiende la mano y le acaricia la cabeza pero el la retira con brusquedad y la mira hoscamente..

 

Sale. En el ascensor respira y se retoca la sonrisa, igual se siente culpable.

 

Paola Carolina Gericke Falcón
13/10/2003

 

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