Juan Cunha, el avasallante

por Lucy Garrido

Juan Cunha

Cuando fui a visitar a Juan Cunha iba con miedo. Conocer a un poeta que se admira es arriesgar la imagen que de él se tiene, es poner a prueba las horas en que creíamos estar consustanciados con él, poemas por medio, frente a la realidad, tangible, del hombre que los escribió y que puede no gustarnos. Puede parecer infantil el planteo, “la obra trasciende al autor y su vida es lo de menos”, sin embargo ¡qué bueno es cuando obra y autor se dan la mano y cada una es apoyatura de la otra!

Hablamos tanto y tan desordenadamente que me es imposible transcribir el reportaje. Simplemente, el reportaje no existe, lo que hay es una charla entrañable, una conversación que saltaba del Centenario (“Vine a cerrar la generación del ‘20, que fue extraordinaria. Oribe publicaba por esa época “Transfiguración del cuerpo”, Silva Valdéz, “Intemperie” y Juana de Ibarbourou “La Rosa de los Vientos”. Los del ´45 dijeron que Falco y yo éramos adelantados de la suya y también puede ser verdad”) a la liberación del General Seregni (“Sin duda, su liberación es de lo más grande que nos ha ocurrido en mucho tiempo... y ahora, que venga de una tez por todas esa tan traída y llevada “Amnistía General e irrestricta” que va a ser nuestra mayor fiesta después de tanto... ¿Nos la merecemos, no?”), de su educación (“Mirá que yo era casi un analfabeto. A los 18 años entré en la Sagrada Familia para hacer el liceo y aguanté 15 días apenas. Los conocimientos que tenía me los había dado el maestro Bustamante, “Pastor Perdido", a quien mi padre había contratado para que aprendiéramos algo de aritmética, lectura y escritura), al Hotel Olascoaga (“Ahí funcionó luego el Círculo de Bellas Artes. Mi padre era generoso y me mandaba suficiente dinero para mantenerme, pero como yo no era muy cuidadoso, a fin de mes empeñaba el anillo o el alfiler y los rescataba luego con el próximo envío. En ese hotel ocurrió el milagro: sabían que me gustaba escribir y me dieron la misma mesa que a Díaz Casanueva, el gran poeta chileno, en esa época desterrado. Digo que fue un milagro porque por él conocí a Verlaine, Rimbaud, Neruda, Supervielle...), de su poesía (“Tenía 19 años cuando publiqué “El pájaro que vino de la noche” y después estuve varios años sin publicar porque quería seguir escribiendo en ese estilo. Después me di cuenta que estaba equivocado y que no debía forzarme. A partir de ese momento escribo incansablemente ¡Tengo más de cuarenta libros inéditos!) a Felisberto Hernández (“En Florida, en 1932, conocí a Cúneo y a Felisberto. Yo lo acompañaba a los conciertos y él leía para los dos de los libros que nos prestaba el bibliotecario. Felisberto, por esa época, estaba entusiasmado con Andrejev y “Los siete ahorcados”), de “El pozo” (“A un amigo le habían ofrecido una imprenta y él me propuso una sociedad. Ninguno de los dos entendíamos nada pero mi padre me prestó plata y trabajamos con ella. No ganamos nada pero se hizo famosa: la primer edición de “El pozo” salió de ahí”) a la poesía actual (“A veces se publica cualquier cosa, cualquiera escribe, sin embargo, hay algunos que serán muy grandes. Al fin y al cabo, en el 29 todavía había poemas horribles”).

Cunha es avasallante dije, y es tanto lo que tiene para decir que habrá más charlas, seguramente muchísimas diarias más, en las que el deslumbramiento dará paso al método y podremos, finalmente, publicar el reportaje que le hagan.

“El indeciso de todos”

“Este poeta que ha llevado entre nosotros la hazaña de escribir mucho y cada vez más, sin embargo, con motivación suficiente y profunda, ha hecho hasta ahora —y seguirá haciendo, seguramente— lo que quiere con los versos. (Incluso lo que ya hicieron otros, si así le parece).

Y en ese sentido no tiene rival en la poesía uruguaya de los últimos tiempos, como no lo tiene en lo que se refiere a cantidad de obra (de obra de calidad). Habría que remontarse mucho más atrás, hasta llegar a Julio Herrera, para encontrar un punto de referencia a las facultades, al poderío, al arrojo de Juan Cunha”. Estas palabras de Idea Vilariño que he leído en la contratapa del último libro de Cunha (“Enveses y otros reveses” México, Premia Editora, 1981) parecen justísimas en cuanto a la apreciación crítica de su obra desde que, aceptando las influencias que ésta tiene, no hace de ellas base para menoscabar su propuesta estética sino que, por el contrario, reconoce en él caudal lírico y oficio tales como para recordarle a Herrera y Reissig. Otros críticos han dicho que esas influencias, unidas a la variedad de sus técnicas, al cambio permanente de sus estructuras poemáticas y a los distintos “motivos líricos” que aparecen en su obra hacen que ésta se vea caótica y que sea imposible saber cuál es el auténtico Cunha.

Dice Medina Vidal en “Visión de la poesía Uruguaya en el siglo XX”: “Alguna vez se ha confundido, en ocasión de su disparidad temática y formal, lo que es riqueza con indecisión; porque un falso concepto de autenticidad en poesía, no puede concebir que esa estructura es válida para una concepción romántica del arte y el artista, pero no, para una visión más adelantada y menos confesional”. ¿Cuál es el auténtico Cunha? Ese, el que experimenta con la poesía, el que juega con ella con la seriedad más grande del mundo, el hermético de Variación de Rosamía”, el poeta telúrico y comprometido de “Sueño retorno, de un campesino”, el coloquial, el autor de sonetos, de versos libres, de canciones infantiles, el dueño de todos los temas y de todos los ritmos.

Muchos son los que estudiando su obra han visto en ella etapas que permiten la aproximación á su estudio, y el recurso es válido y positivo, pero ajeno a nuestra intención. Rodríguez Monegal, por ejemplo, distingue la de “el entusiasmo lírico de la adolescencia” que partiría de “El pájaro que vino de la noche”, 1929 y llegaría hasta “Seis cuentos bajo la lluvia y un canto sobre la muerte”, 1936; una segunda de la “crisis y transformación”, pautada sobre todo por ocho años de silencio coincidentes con la caída de Madrid y “el desenlace de la segunda guerra” y por el título “En pie de arpa”, 1950, donde Cunha recoge, retoca y recrea su producción anterior y una tercera que, partiendo de “Sueño y retorno de un campesino”, 1951, es “disparada hacia otros rumbos y orientada al cabo hacia una mayor interiorización”. Ajeno a nuestra intención, dijimos, no sólo porque otros lo han hecho y lo harán mejor (o porque “el tema escapa a las intenciones de esta nota” como suele decirse cuando realmente escapa o cuando no se sabría qué decir) sino porque desde que el mismo autor corrige y reescribe continuamente sus poemas y para él muy poco está terminado y sí a punto de empezar, creemos que las clasificaciones huelgan o por lo menos, no serían del todo fieles a la verdad.

Lo que es verdad, en cambio, es que Cunha, que nunca fue torremarfilista aunque haya sabido ser hermético, ha ido, a lo largo de su obra transformándose cada vez más en el poeta que canta para todos. Cunha habla de la tarde, de las tristes tardes y son las tardes de todos “mitad luz mitad sombra”; vuelve con su poesía al campo que añora pero no olvida al peón explotado del interior de nuestro país; habla de la muerte y ' es la suya pero es la nuestra la que está cantando; habla de la vida, del equipaje en tránsito que cargamos y dice:

“Sobrellevo algún cielo

un camalote un alga

y guardo en el bolsillo

una pena anudada”.

¿No es la pena de todos la que está cantando?

Un poeta en Sauce de Illescas (Florida)

“La poesía consiste en un uso desinteresado del idioma:

no se dirige al lector directamente.” Northrop Frye.

Juan Cunha es uno de los pocos poetas uruguayos al que se le podría hacer una biografía soslayando sus otros oficios o trabajos, los que mantienen, entretienen y a veces alienan la vida. Es poeta, sencillamente, ha escrito poemas y los publicó y al lado de ellos casi no podríamos agregar: —periodista, profesor, pintor, médico, abogado, etc. Su trabajo le sirvió para la vida diaria, pero todo parece indicar que su verdadero interés ha sido un transcurrir de poeta, por lo menos en lo que trascendió a los demás. Creemos que nunca tuvo la tentación de otros géneros literarios y trató, en lo que sabemos, de ser conocido nada más y nada menos como hombre del verso. Esto no quiere decir que haya vivido tangencialmente al ocurrir humano y que se haya recluido en su “torre de marfil”, sino que importa una actitud de sobriedad y una sana negativa a las vitrinas.

La obra de Juan Cunha es amplia, proficua, dispar como la de un enamorado de su oficio, que lo quiere ver en todas sus posibilidades y documenta esas instantáneas en diversas posturas. Así la viste y la desviste, la libera y la formaliza, la hace intima o la mira de lejos como un observador externo. Entonces, y como era de esperar el riesgo se multiplica porque los enfoques dispersos confunden las perspectivas. Esa actitud de cambio encierra una profunda actitud de fidelidad que se le puede reconocer sin recortes y hasta sus mismas debilidades y flaquezas resultan síntomas de una total e inocente dedicación. En una edad de infidelidades y atropellamientos donde a veces el escribir poemas y publicarlos es una de las tantas maneras de pasar el tiempo, es bueno documentar una conducta como la de Cunha que engloba otros compromisos mayores con los grandes motivos de la vida.

Ejercer la revisión de su obra total escapa a los límites de una reseña crítica que va dirigida a una mayoría de lectores no especializados en los peligrosos vericuetos de la Literatura. Ayudar a su lectura es nuestro único camino posible; pero, alguna sana premisa debemos proponernos para evitar confusiones, por ejemplo, recordar aquella frase mordaz de Oscar Wilde: -sólo los Rematadores Públicos pueden asignarle valores a los objetos de Arte— y evitar de paso una de las formas más vulgares de la crítica. Demás está decir que esos “valores” a menudo se confunden con el mérito y el respeto a sus propias reglas de juego establecidas interiormente por el poema pues las comparaciones con otras reglas de juego escapan a la crítica del texto para ser la crítica del “modelo”.

En fin, el método será de ayuda mesurada para acercarnos a un extenso Poema dividido en seis Cantos, que se intitula “SUEÑO Y RETORNO DE UN CAMPESINO” (Egloga, Elegía, Geórgica) publicado en 1951. Está constituido por tercetos endecasílabos con rima consonantada que lejanamente recuerda a dos Maestros mencionados: Virgilio y Dante por el orden formal y la actitud de Canto, con el innegable recurso de prestigiar la poesía moderna "a través de los aportes eternos de la Lírica pre-Romántica. El autor se siente heredero de una tradición que los “garcilarsianos” españoles pusieron de moda y que, en algún representante de la promoción del 27 ya se había notado.

A estos padres remotos, podríamos agregarles los próximos que también se mencionan en el texto. Juana de Ibarbourou, Pedro Leandro Ipuche, Emilio Oribe, etc., los “Poetas de mi patria”, como dice, que en los alrededores del Centenario redescubrieron el “nativismo” y el compromiso con una cierta “orientalidad” de entronque campesino. Para salir de la estética ciudadana que controló la “vanguardia” universal, Juan Cunha cambia en rebeldía el fondo y la forma de su verso al rechazar “la ciudad absurda y asesina” para volver al “campo aquel, de mi infancia y maravilla”.

Todo se hace intento de superación poética, formal, mental, socio-política, humana, etc., aunque todavía perduren los hábitos opuestos: -las lecturas ciudadanas de poetas que nunca pensaron en la naturaleza, y que el autor va a pedirles que le enseñen cómo se elabora una experiencia vital campesina—. Sus campos a menudo parecen pasar por las bibliotecas, de acuerdo a la más pura tradición de la Literatura Gauchesca, ' a la que si bien este libro no pertenece, lo une una cierta identidad neo-romántica de dividir el mundo dialécticamente en dos contrarios: los buenos y los malos, representados los primeros por la vida natural de sus colinas, y los segundos por los explotadores y viciosos individuos de las ciudades. El poeta “gauchesco”, en general, afecta una sensibilidad telúrica que, en “SUEÑO Y RETORNO DE UN CAMPESINO” se repite, cuando se idealiza una infancia y una experiencia de paisajes y corridas de madrugada en caballos de estatura épica. Aquí parecería desconocerse muchísimas carencias y sobre todo esa forma levemente distinta de vivir en el campo que poseen los que están obligados a vivirlo. Alguien podrá contestarnos que todo poeta manipula la realidad y da su personal experiencia sin tener que someterse al Tribunal de lo verosímil, descontando además la multitud de significados que el poema adquiere en su realidad de sistema independiente. Es muy cierto. Pero, sin desconocer que todo este libro es más un desarrollo lírico que narrativo, producto de un hecho real, algunos fragmentos de referencia social (también típicos de la Literatura Gauchesca) nos permiten creer que entre sus propósitos estuvo en primer plano presentarnos una relación directa de los sufrimientos indudables del campesino uruguayo. Y no puede ser objeto de un discurso independiente y programado en un instante elegido, sino una consecuencia directa de las condiciones ambientales en que se mueven los peones y demás asalariados del interior.

“Martín Fierro” protesta solamente contra la organización social de su época, cuando un hecho fortuito lo enfrenta con la realidad oculta más allá de la paradisíaca estancia cimarrona donde se sentía feliz, y aquí, entre “garzas blancas”, “cardenales”, “torcazas”, “mulitas”, “zorros” y otros bichos, los “pobres peones” son “extinguidos” por una catástrofe sin nombre, donde un alegórico “millonario” superficializa ,1a intrin, cada tragedia de nuestra vida rural.

La verdadera tónica de este Poema extenso y coherente, está puesta en una auténtica subjetividad que opone un ayer y un hoy a través del delicado tópico horaciano: “lloro porque no soy el que fui”. La gran nostalgia que puede sentirse entre lo auténtico de una vida infantil y adolescente, donde todo era descubrimiento (hasta el frío y el trabajo), se enfrenta con un mundo condicionado y hostil, que a pesar de todo, al decir del poeta, tiene un mañana: “Yo lo siento venir, y tú lo sientes/ Es la aurora del pobre, la que llega/ Empujada por manos, y por frentes”. La esperada alianza entre obreros (metoními-cas “manos”) e intelectuales (metonímicas “frentes”) organizarán ese retorno a u'na vida campesina que terminará repartiendo con equilibrio: “sudores y riquezas”. Aquí puede venir en nuestra ayuda un concepto freudiano en “Más allá del principio del placer”, donde se institucionaliza al niño de lactancia como protagonista del hombre futuro. Cuando este juega con las apariciones y desapariciones de la madre, dramatiza para siempre el ciclo de toda pérdida y todo retorno, y sobre esta estructura básica se organiza una de las grandes articulaciones que poseemos para organizar el mundo “humano”. Para Freud, el esquema del placer y el displacer afecta una realidad cíclica que, innegablemente se repite en “SUEÑO Y RETORNO DE UN CAMPESINO”. Este libro es el puro triunfo de la memoria, que hace una vez más del poeta un “ángel del recuerdo”, como quería un gran poeta alemán. Es un hermoso intento de poesía en la plenitud de sus dificultades, en su ambición y en esa mezcla acertada entre lo “apolíneo” y lo “dionisíaco” (si es válida todavía esta antigua división de las actitudes humanas).

Obra publicada

Pasos en la búsqueda o lista de mis pecados

1929- El pájaro que vino de la noche

1937 - Guardián Oscuro

            3 Cuadernos de Poesía

1945 - Cuaderno de Nubes

1948 - 6 Sonetos Humanos

1950 - En Pie de Arpa

1951- Sueño y Retorno de un Campesino

1952    - Variación de Rosamía (sonetos)

1953    - Cancionero de Pena y Luna

1954    - Triple Tentativa

1955    - Hombre entre Luz y Sombra

1956    - Niño Solo

1957    - Del Amor Sobre la Tierra

               A Solicitud de los Pájaros

               Pequeña Antología (Selección para niños de Wilda Deluze)

1958    - Sermones Sobre el Terreno

               Guardia Sin Relevo

 

1959   - Tierra Perdida

              La Sortija del Olvido (sonetos)

              1961 - A eso de la Tarde

             1966 - Pastor. Perdido (sonetos y décimas)

1968   - De Cosa en Cosa (sonetos)

1971  - Palabra Cabra Desmandada (sonetos)

1981 - Enveses y otros reveses. Editorial Premiá S.A. México.

 

 

por Lucy Garrido

 

Publicado, originalmente, en:  Jaque Revista Semanario - Montevideo, 6 al 13 de abril de 1984 Año 1 - No. 18

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3080

 

Ver, además:
                       Juan Cunha en Letras Uruguay

 

                                       Lucy Garrido en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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