Charles Baudelaire: cómplice del viento

Ese poeta maldito

por Lucy Garrido

Son muchos los autores que no aportan desde su biografía nada o casi nada a su obra, por lo tanto, el estudio de la misma no nos provee de pautas para interpretar su producción artística. Otras veces, se trata de una vida tan decepcionante que más valdría ignorarla para que no se nos cree una resistencia psicológica que nos impida acceder a dicha producción lo más objetivamente posible. De todos modos, la aproximación biográfica no es desdeñable y forma parte del método histórico que no sólo se preocupa de la obra en sí sino de todo el contexto que la rodea.

“Charles Baudelaire es un poeta que uno ama desde la obra y comprende mejor desde su biografía” nos dijo un día la Prof. María E. Cantonnet cuando nosotros aún éramos jóvenes y creíamos en una literatura ascéptica y para nada dependiente de la vida de sus creadores.

Por supuesto, estábamos equivocados. Sobre la obra de Baudelaire hay muchos y excelentes textos a los que recurrir si queremos estudiar sus tópicos, ritmos, símbolos. Sobre cómo vivió en cambio, es escaso el material que se puede encontrar en Montevideo. Por eso, y porque su vida realmente aporta al conocimiento de su poesía, hoy queremos hablar de Baudelaire, un poeta maldito.

Heredero del romanticismo (pesada carga si se evocan como antecedentes a Hugo, Lamartine, Vigny), parnasiano y simbolista, Charles Baudelaire, deja en “Las flores del mal” el testimonio de una vida dolorosamente humana, dolorosamente franca. Como signo inmediato de su sinceridad basta recordar el célebre proceso que envolvió la publicación del libro: los hipócritas de rigor pusieron el grito en el cielo por sus piezas “condenadas”, expurgadas de tantas ediciones para que no ofendieran las buenas costumbres, la religión de vidriera y la moral de las buenas burguesas y no menos recatados burgueses, quienes solían llevar muy discretamente sus cuernos y demás, no tan lejos de la vida de familia como era de esperarse, pero si lo suficiente, transformando todo lo que los evidenciara en tema tabú. No hay más que leer Le Pére Goriot” para darse cuenta que un marido engañado puede cenar con el amante de su esposa con tal que este lleve calzones de seda y coma con buenos modales y que su esposa sea discreta en sus salidas. Pero empecemos por el principio.

Charles Baudelaire nació el 9 de Abril de 1821. Su padre, François Baudelaire, era un personaje interesantísimo: había sido cura y colgó los hábitos para seguir los pasos de la Revolución. Preceptor, secretario de nobles ilustres, le interesaron todas las artes y particularmente la pintura. Carolina Dufays se casó con él ya sexagenario y seguramente seducida por la posición de que gozaba... Enviuda de François en 1827, cuando Charles tenía seis años, y en 1828 ya la encontramos casada con un oficial del ejército, el comandante Aupick, una “saludable bestia” de educación prusiana que en ciertos aspectos la conformaría más que su anterior marido, pues a su lado no necesitaba simular que de vez en cuando,, pensaba. Hay una carta de Charles a su madre (fechada el 30 de diciembre de 1857) en la que éste le reprocha el haber vendido las pinturas que su padre hacía. Las había descubierto en una casa de cambalaches. El poeta se duele porque no se le haya permitido conocer esas “viejarías” que si bien eran malas pinturas, tenían para él un valor “moral”. El lenguaje sentimental de Baudelaire jamás le llegó a Carolina que no lo pudo entender nunca. En algunos poemas de “Las flores del mal” deja rastros de esa perdida infancia y particularmente hay uno, sin título, referido al año 1827 cuando su madre recién enviudada se había ido con el niño y una nodriza (Mariette) a una casa campestre cercana al bosque de Boulogne: “Yo no he olvidado, vecina de la ciudad, nuestra casa blanca, pequeña, pero tranquila...”, que habla a las claras de una infancia interrumpida. En otra carta (11 de Enero de 1858, cuando su madre había vuelto a enviudar) el poeta le explica que esos poemas los ha dejado sin título y sin indicaciones claras porque tuvo horror de “prostituir las cosas íntimas de la familia”. Se puede comprender fácilmente lo que debió sentir el poeta cuando su madre no vaciló en ventilar ante los tribunales el problema de la incapacidad del hijo para administrar los bienes que le pertenecían naturalmente, pues eran herencia paterna. Ella y Aupick, “velaban” porque Charles no derrochara.

Las cartas de Charles niño y de Charles, hombre hacia su madre son siempre desgarradores por la soledad que reflejan, la ternura, y sobre todo, por el esfuerzo de querer hallar un lenguaje de verdadera comunicación. Desde un planteo simplista, algunos han explicado esta relación como edípica, minimizando la sensibilidad profunda y llevándola a un enfoque patológico. La madre fue para Baudelaire niño “un ídolo y una camarada” como lo dice en la carta del 6 de Mayo de 1861, época en la que, sin embargo, Carolina nunca es centro sino parte de un contexto que lo agobia. En sus cartas son pocas las referencias a Aupick y al tiempo pasado bajo el mismo techo (los seguidores de la explicación edípica se apuntan como argumento fundamental que el día del casamiento de su madre Charles arrojara por la ventana las llaves del cuarto conyugal) así como a las épocas en que fuera internado en los colegios de Lyon y París, pero hay una frase que lo dice todo: “Después de 1830, el colegio de Lyon, golpes, batallas con los profesores y los compañeros, pesadas melancolías”.

Como estudiante fue un inadaptado a la disciplina interna, a la rigidez del sistema. A los 18 años se desata el conflicto con los suyos. Hasta ese momento las relaciones se habían mantenido en un filo de mutuas concesiones. Lo de “mutuas” es relativo dada la desigualdad de las partes y las casi siempre aceptadas imposiciones familiares. Aupick “decide” que Charles debe encaminar sus estudios hacia la diplomacia y el joven manifiesta que quiere ser escritor y nada más que escritor. Esta decisión, la comentará su madre en 1868 con Asselineau, editor y corrector de las obras del poeta: “Fue para todos estupefacción, pena, desencanto, cuando dijo que quería valerse por sí mismo y ser escritor”. Hacía un año que había muerto Baudelaire y ella aún no se daba cuenta del valor de su hijo.

El enfrentamiento del poeta con los suyos está en el poema “Bénédiction” donde aparece el tema del “poeta maldito” en el sentido de tomar la vida como una “maldición”. Lo dicho está avalado por una carta del 4 de Diciembre de 1854 en la que luego de escribir que sólo con la poesía ha sido feliz, agrega: “Creo que mi vida ha estado condenada desde el comienzo y que lo estará para siempre”.

Su deseo de independencia determina que la familia lo quiera quitar del medio. Por entonces Baudelaire ha comenzado a frecuentar museos, biliote-cas, círculos de arte, y se encuentra entre sus amigos, Balzac y Nerval. El 9 de Junio de 1841, Aupick logra embarcarlo a bordo del “Paquebote de los Mares del Sur” con destino a las islas Mauricio y Bourbon, De su estadía en las islas, hay rastros en su poesía: su constante alusión a regiones exóticas y a mujeres (“A une dame Créole”, “A une Malabariste”) que registran su obsesión por determinado tipo femenino, aún antes de conocer a Jeanne Duval, la mulata que lo enloqueciera y le hiciera la vida imposible.  

En Octubre del 42 el poeta está de nuevo en París, burlando los deseos familiares de mantenerlo alejado. En espera de su mayoría de edad, vuelve a frecuentar los círculos literarios y se vincula con Theophile Gautier y Théodore de Banville. Es un joven que gasta en ropa y viste como un dandy, toma los mejores vinos y compra libros finos, y cuya prodigalidad se ve frenada por madre y padrastro, remisos en entregarle su fortuna. Cumplida la mayoría de edad, recibe la herencia paterna. Como no aspiró jamás a cargos definitivos y rentados (salvo en los últimos años en que deseará un sillón en la Academia) es difícil seguir sus primeros pasos literarios: alguna incursión en el teatro (“Idéolus”), en periódicos que no publican sus artículos punzantes, su participación en la confección de una obra (“Los misterios galantes de los teatros de París”), etc.

A partir de aquí, a este bohemio le empiezan a armar la “leyenda negra”: que su vida orgiástica, que su afición a las drogas, etc.

Hay biógrafos de biógrafo que se preocuparon por si su pelo realmente lo teñía de verde y otros como el inefable Jaime Vicens Vives (franquista hasta la médula) que comienzan el relato de su vida de esta forma: “Poeta decadente y de sensibilidad enfermiza, moviéndose entre las galanuras musicales de la forma y las sinuosidades contradictorias del concepto, Carlos Pedro Baudelaire es un ejemplar de las desviaciones consecuentes a la pérdida de una recta linea moral”.

Los demás le tejían la leyenda negra y él comenzaba a escribir sus primeros poemas a la vez que deseaba ser novelista, como lo manifiesta en una carta del 3 de Marzo de 1844, a su madre, donde, además le reprocha que sólo se preocupe de sus gastos y que lo amenace con llevarlo ante un Consejo Judicial. Carolina, con la sensibilidad que siempre la caracterizó, en Setiembre del mismo año hizo exactamente lo contrario: vigilancia judicial de sus bienes, se lo declaró incapaz de administrarse a sí mismo. Aupick tenía influencias. En esta misma época algunos de sus biógrafos^ señalan como memorable lo siguiente: sífilis.

En 1845 publica su primera obra firmada: “El salón de 1845” (crítica sobre pintura) y sus primeros poemas. Son, los años en que se relaciona con Jeanne Duval, mujer que merecería biografía aparte: ignorante, cruel y estúpida, despierta sin embargo, la devoción del poeta. Baudelaire tiene conciencia de sus infidelidades y de todas sus carencias, amén de saber que aparte de las relaciones sexuales no puede tener con ella otro tipo de afinidad.

De todos modos, lo que importa es que le inspiró poemas estupendos:“La cabellera”, “Sed non satiata”, “El leteo”, etc. (después de todo, ¿sería tan horrible Jeanne Duval?).

En 1846 colabora de manera estable en diarios y revistas literarias (“Corsaire-Satán”, “Esprit Publis”, “L’Artiste”, etc) y ven la luz sus poemas “Don Juan a los Infiernos”, “A una Malabarista” y la obra crítica sobre pintura “El Salón de 1846”.

Por estos años, las relaciones con su madre se han agriado y se romperán del todo (para retomarse luego) en 1848, año en que Baudelaire se define como netamente socializante y participa en la insurrección obrera. Aupick parte como ministro plenipotenciario a Constantinopla con Carolina, no sin antes condenar al poeta por su “liaison” con la Duval. De esta época es el célebre retrato “El hombre de la pipa” que le pintara Courbet ( y que hoy se encuentra en el museo de Montpellier).

En 1849 se traslada a Dijon y comienza la preparación de su futuro libro de poemas al que aún no le encuentra título: primero pensó en llamarlo “Las lesbianas”, luego “Los limbos” y, finalmente, “Las flores del mal”. Cada uno era una respuesta a la sociedad burguesa de su época y un alegato contra la hipocresía del que el poema “Oda al lector” es un claro exponente.

Al año siguiente, Duval se traslada a Dijon también. Charles se hace amigo de un joven artista que luego será célebre: Augusto Poulet Malassis. En 1851 publica once poemas (a esta altura es un consagrado crítico) y sus traducciones de Poe. Se instala en París (adonde también vuelven los Aupick), publica su estudio sobre la poesía de Poe, conoce a Mme. Sabatier con la que mantendrá una relación platónica, y se separa de Jeanne Duval con la promesa de que sólo volverá a ver si ella necesita de su ayuda. Todos estos datos sé documentan en la obra en prosa “Mi corazón al desnudo”.

En 1853, Aupick es nombrado senador de la República, muere la madre de la Duval y Baudelaire carga con los gastos. Sigue en París y cambia continuamente de domicilio.

En 1854 sigue trabajando sobre Poe y traduciendo su obra. Escribe numerosos poemas anónimos a Mme Sabatier y reinicia las relaciones con su madre a la que le cuenta de sus amores con aquélla. Piensa nuevamente en el concubinato pero no se sabe si desea instalarse con la Duval, con la Sabatier o con la misteriosa J. G. F. a la que hace alusión en su correspondencia.

En 1855 Aupick compra una casa en Honfleur y Baudelaire se instala provisoriamente en Normandía. Trabaja ahora en “Fígaro”, “Revue de deux Mondes” y otras publicaciones importantes. Vuelve junto a Jeanne Duval y en 1856 rompe nuevamente. Este año, arregla con Malassis la publicación definitiva de “Las flores del mal”.

En 1857 se desata un escándalo. El “Fígaro” lo ataca duramente: “Nada puede justificar a un hombre de más de treinta años el haber dado a publicidad un libro con semejantes monstruosidades...el libro es un hospital abierto a todas las demencias del espíritu, a todas las podredumbres del corazón...” El hombre “de principios” que lo acusa se llama Gustavo Bourdin, periodista del “Fígaro” cuyo nombre no se borró (aunque sobrevive para la infamia) gracias al poeta “pestífero e inmoral”. El lenguaje de las acusaciones es incalificable. Como resultado se requisa el libro, multan a su autor y editor, lo mutilan: once poemas son desterrados del texto y recién aparecerán mucho más tarde, cuando se editen las obras completas del poeta.

En 1858, Aupick revienta al mejor estilo de la cucaracha kafkiana (no pudo morir simplemente) dejando tras sí una brillante carrera diplomática y militar: ¿acaso no sofocó la revuelta obrera que defendió Charles? ¿acaso no disfrutó la herencia paterna de su hijastro y se valió de ésta para que le fueran abiertas tantas puertas? En los avisos fúnebres no figura el nombre de Baudelaire.

Carolina, refugiada en Honfleur, es visitada por su hijo que, ahora sí, puede disfrutar de la casa que comprara el padrastro con una fortuna que no le pertenecía.

Mine. Sabatier recibe los primeros poemas firmados del poeta; Baudelaire realiza una intensa actividad como crítico de arte y escribe ensayos sobre caricaturistas franceses y extranjeros.

En 1859 Jeanne Duval es internada paralítica y Charles la asiste. Publica varios poemas en la “Revista contemporánea”. Vuelven los cambios de domicilio pero siempre en París, aunque en el 60-61 se instala en Neuilly.

Hace amistad con Flaubert y Delacroix (es célebre el cuadro de Fantin Latour en el museo impresionista donde aparecen juntos: Zola, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud...) y aspira a un sillón en la Academia Francesa que, por suerte, no obtuvo, a la vez que estrecha su vinculación con los escritores románticos Hugo y Lamartine. Es fuerte también la relación que desarrolla con los pintores impresionistas Manet, Jongkind, Whistler.

Publica incesantemente prosa -crítica de arte- en las mejores revistas francesas. Es invitado a Bélgica para dictar una serie de conferencias. Allí, en 1865, se agrava su salud. Es la misma época en que Verlaine publica su elogio, cree en los seres humanos y aún no se dedica al ajenjo. En 1866: afasia y hemiplejía; su madre lo traslada de Bruselas a París, donde muere en 1867.

Luego de su muerte hay una avalancha de ediciones de y sobre su obra, a la vez que se lo reconoce como a un genio de la poesía.

Cambió en París 44 domicilios. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse. La tumba es sencilla, sin epitafios, y la losa a manera de cabecera, es la última ironía que alguien pudo hacerle, y que, por suerte, no vio:

JACQUES AUPICK General de división, senador antiguo embajador en Constantinopla y en Madrid.

Miembro del Consejo General del Departamento del Norte, Gran Oficial de la Orden Imperial de la Legión de Honor condecorado con diversas órdenes extranjeras. Falleció el 27 de Abril de 1857. a la edad de 68 años.

CHARLES BAUDELAIRE su hijastro falleció en París a la edad de 46 años el 3 1 de Agosto de 1867.

El siglo de Baudelaire

El siglo XIX en Europa es rico y complejo particularmente en el plano de las artes y las letras, como lo había sido el XVIII, aunque en otros aspectos.

El movimiento renovador que domina la primera parte del centenio, es el romanticismo, anunciado por testimonios prerománticos como el Sturm und Drang alemán o la obra de Jacobo Rousseau en Francia. Es en Inglaterra que tiene sus comienzos (Walter Scott) y en Alemania (Goethe, Schiller), para extenderse luego a Francia y España, donde penetra por Cataluña y tiene representantes como Rosalía de Castro y Bécquer.

Los autores discuten sobre el origen preciso de la palabra “romanticismo” y la asocian constantemente con “romantik” y los monumentos románicos de la edad Media (Mme. de Staél explica que el nombre se introdujo en Alemania para designar la poesía de los trovadores medievales, y asimila literatura romántica con literatura caballeresca y cristiana, a la vez que la divorcia,, en sus orígenes, de la pagana.).

Ante todo, el romanticismo es un movimiento general que abarca la pintura, las artes todas y hasta la política. Difícil de definirlo en su diversidad, se da a través de, caracteres más o menos permanentes que lo individualizan de otros movimientos. Prefiere la imaginación y la sensibilidad a la razón clásica que esgrimía el siglo XVIII y se manifiesta por un esparcimiento del lirismo personal que habían preparado con su actitud los prerománticos. Dicho lirismo se traduce en un amplio movimiento de comunión con la naturaleza y con la humanidad entera. Se dejan de lado las reglas, por la libertad total (la regla es no tener ninguna).

El regusto por la fantasía, el misterio, la deformación de la realidad, traen consigo la reacción del realismo, que se apoya en el progreso científico y en el positivismo filosófico: los realistas profesarán el respeto por los hechos materiales estudiando al hombre a la luz de las teorías sociales y fisiológicas (Balzac, Zola, Flaubert). Esta reacción, se revela en prosa y coexiste, aunque es posterior, con el romanticismo. Merecerían un estudio aparte, el florecimiento de la crítica literaria y del catolicismo científico (Saint-Beuve, Taine, Renán).

Mme. de Staél es una de las exponentes del movimiento en Francia y en su libro “De l´Allemagne” estudia los caracteres del movimiento señalando que el “alma romántica” se distingue por un sentimiento doloroso e incompleto de su destino, la melancolía y el entusiasmo.

El cosmopolitismo, los viajes, la comunicación constante, la exhaltación del yo, el sentimiento trágico de la vida, son todas, fuerzas que enriquecen el nuevo lenguaje poético. El amor mueve al mundo aunque la visión del mismo sea derrotista y aniquile al individuo (“Werther”, por ejemplo).

Este movimiento nutrirá la poesía de Baudelaire, heredero directo del romanticismo en Francia, que tenía exponentes mayores en Lamartine, Vigny y Hugo y en el preromántico Chateaubriand.

En la segunda parte del siglo XIX, aparece un movimiento típicamente francés, el parnasianismo, que propone la fórmula del “arte por el arte”. La poesía deviene impersonal y se ocupa sólo de los aspectos formales desde que tiene por misión “realizar la belleza”. Este “realismo poético” es otro modo de reaccionar a los desbordes de los románticos.

Leconte de Lisie, Teófilo Gautier, Teodoro de Banville son sus principales representantes y entre 1860 y 1856 constituyen el grupo de poetas parnasianos. Sus obras aparecen en dos revistas: “Revista Fantasista” y “Revista del Progreso” que se refundirán en otra: “El Arte”.

No pudiendo asegurar la continuidad de la publicación, los parnasianos editan en común un libro de poemas' que titularán “El Parnaso contemporáneo” (1866), titulado así en homenaje al lugar de residencia de las musas. Baudelaire es ubicado a menudo entre los parnasianos, lo que constituye un error pues si bien cuida de las formas, introduce el elemento romántico -expansión del yo personal— y el símbolo, aunque no por ello se lo deba rotular como “simbolista” (manía de los críticos que pretenden catalogar poetas como si se tratara de mercaderías o tumbas).

Hacia 1885 triunfa el simbolismo. Reposa sobre el “sentido del misterio” y para atender al “alma de las cosas”, la poesía usará el símbolo y se hará “sugestiva, fluida, musical y encantada”.

A pesar de que la escuela simbolista se afianza a fines del siglo, pueden rastrearse varias generaciones de poetas simbolistas (siempre en Francia): desde

1822, Hugo, romántico, declaraba que la poesía era lo íntimo de todo - expresión del misterio de las cosas— y en 1869, Lautreamont ya había escrito “Los cantos de Maldoror”.

Verlaine, Rimbaud y Mallarmé, son los poetas simbolistas por excelencia. El movimiento combatirá al Impresionismo por su visión materialista del mundo, por quedarse en la mera sensación, pero seguirá su línea de arte ciudadano; a la vez que combate al parnasianismo por su formalismo y racionalismo y al romanticismo por su “carga emocional” y el convencionalismo de su lenguaje metafórico.

Para los románticos había en cuanto al lenguaje un entablado sintáctico-lógico que les permitía afirmarse y “comunicar”. Baudelaire, encuentra un lenguaje en crisis, fracturado, y el suyo será la primera irrupción de un lenguaje “moderno”. El descubrimiento de las “correspondencias” es descubrimiento del símbolo ctímo medio expresivo, sustituyendo la relación directa con la realidad y abriendo el camino al símbolo como medio expresivo único. El catolicismo exaltado de Chateaubriand será sustituido con Baudelaire, por un catolicismo de valores inversos: Satán, el pecado, la perdición. Los simbolistas, en cambio, se desentenderán de la religión a la vez que se nutren de ideas platónicas que identifican al bien con la belleza.

Pero Baudelaire, más que romántico, parnasiano y simbolista, fue, ante todo, un poeta maldito.

NOTA: En este tema se ha dejado de lado el tema político que juega un papel fundamental: el liberalismo y sobre todo el socialismo con Saint-Simon y Proudhon que devendrá movimiento internacional con Marx. Se dejan de lado también, temas tales como el progreso científico (Pasteur, las teorías del evolucionismo), el positivismo filosófico y el avance industrial.

por Lucy Garrido


Publicado, originalmente, en:  Jaque Revista Semanario - Montevideo, 18 al 25 de Mayo de 1984 Año 1 N° 23

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3075

 

Ver, además:

 

                       Charles Baudelaire en Letras Uruguay

 

                                                              Lucy Garrido en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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