La
vida mala |
Se movía desorientado por
entre los árboles que rodeaban la casa, cerrada y sin habitantes. Ya hacía
varios días, o muchas horas —no podía, o no sabía medir el tiempo—
que no comía. Unos trozos de carne descompuesta era todo lo que tenía
a su disposición, y ni eso era una cantidad apreciable.
Tendría que buscar otra
casa. Pero, ¿qué casa elegiría? Estaba indeciso. Una granja grande, con
muchos edificios, le pareció la más indicada. Dio unos cuantos pasos
—todavía ágiles— y se encaminó en esa dirección. Desde una cocina,
o algo semejante a una cocina, llegaba hasta él, un olor agradable, o más
que agradable.
Entró en la habitación,
amplia, llena de muebles y de viandas, y se disponía a comer un trozo de
algo apetitoso, cuando apareció una forma voluminosa —mujer, hombre—
no pudo saberlo, y le dio un golpe con un objeto pesado. Pudo huir antes
de recibir el segundo golpe. Allí indudablemente, no había un sitio para
él.
Regresó a su casa, o ex -
casa, y comenzó a recorrer de nuevo los patios vacíos, y el parque.
Estuvo bastante tiempo metido entre unas plantas para resguardarse del
viento que se hacía cada vez más fuerte. ¿A dónde iría? Ya nadie se
interesaba en el funcionamiento correcto de sus pequeños órganos. Su estómago,
sus intestinos, su corazón, etc., no tenían ya a su alcance los
"elementos" necesarios para continuar funcionando. Y había, tenía
que haber elementos en la región; pero nadie se los proporcionaba.
Por el camino próximo se
movían seres que podían habérselos proporcionado, pero pasaban sin
reparar en él.
El frío se hacía cada
vez más acusado. Tenía que moverse, abandonar la casa, y también el
lugar. Caminaría en otra dirección. No podía quedarse allí; se
debilitaría cada vez más, y ya no tendría fuerzas para moverse.
Atravesó unos terrenos
sin árboles, que le pareció no terminaban nunca, y se internó en un
bosque, o lo que tal vez fuera un bosque. Tuvo que descansar. Podía haber
cazado algún animal, y comerlo. Entre las ramas de los árboles se movían
pájaros, pero no habría sabido cazarlos. Nadie le había enseñado a
hacerlo en el momento oportuno, y tampoco había tenido necesidad de
cazar; su comida estaba siempre pronta, y ahora era tarde para empezar.
Cuando
salió del bosque, vio una casa baja, y se aproximó. Una puerta estaba
abierta. Entró con cuidado; no quería que se repitiera lo de la otra
casa. No se veía a nadie. En una habitación pequeña, una cocina tal
vez, pudo comer algo que había en un plato viejo. No comió mucho; tendría
que ir comiendo un poco cada vez. Su estómago no resistiría muchos
alimentos juntos, seguramente. Pudo dormir en un rincón, encima de unos
trapos, o restos de bolsas. Cuando estuvo despierto, vio que algunas
personas se movían cerca de él. No recibió caricias, ni ese día, ni en
los días siguientes, pero siempre pudo comer algo.
Una
noche le hicieron salir de la casa, y tuvo que dormir afuera, o dar
vueltas hasta conseguir un sitio donde echarse.
Esperó todavía alguna
muestra de cariño, pero la "muestra de cariño" no apareció.
No conseguía salir de su condición de intruso. Sus ensayos para agradar
no tenían éxito. Un puntapié, o un grito, era todo lo que recibía.
Por las noches, muy frías,
y ya tarde, lo obligaban a dejar el montón de trapos —su lecho
improvisado, pero caliente— y tenía que permanecer afuera, soportando
una temperatura muy baja. El cambio era violento, y su organismo se resentía.
Comenzó a sentirse mal;
estaba enfermo indudablemente, y casi no comía. Ya no le permitían estar
dentro de la casa durante el día, y tampoco en los alrededores. Lo perseguían,
y tenía que andar escondiéndose. Fue expulsado del último escondrijo
que había encontrado debajo de unas plantas, o arbustos de follaje
espeso.
Se arrastró casi —ya no
se movía bien— hasta el lugar donde estaba un vehículo, o lo que había
sido un vehículo; los restos de un armatoste. Esperaba que allí no lo
molestarían. Pero, ese día realizaban una limpieza general, y llegaron
hasta el lugar con sus útiles. Fue sacado a golpes, y tuvo que utilizar
las últimas fuerzas que le quedaban, para huir. Consiguió meterse entre
unos arbustos junto al límite de dos "propiedades", y pudo
echarse.
Estuvo echado allí, y consiguió apoyar la cabeza sobre un montón de hojas; lo único blando en aquel sitio. Lo que había estado esperando todo ese último tiempo, llegó, y pudo darse cuenta de que la vida mala había terminado. |