La lucha |
Algo no funcionaba bien. dentro de su cabeza. Dejó la silla para levantarse de la mesa; ya casi terminaba de comer. Cuando estuvo de pie, tuvo que apoyarse en el mueble que se hallaba detrás de él. Una pierna comenzaba a no obedecerle, y el brazo del mismo lado colgaba; ya no tenía fuerza. Nuevos cosquilleos, aparecían en la cabeza. Alguna especie de "insecto" invisible, invadía su cerebro. Pero, tenía que defenderse. Intentó dirigirse al cuarto de aseo, y estuvo a punto de caer. El hijo y el marido de la hija, dejaron sus sitios y lo sostuvieron; pero él quería moverse por sí mismo. Si conseguía llegar hasta el cuarto de aseo, expulsaría aquella molestia interna, y todo funcionaría como antes. Entre los dos hombres lo llevaron hasta el cuarto de baño, y lo ubicaron junto a la taza del inodoro. Abrió la boca todo lo que pudo y trató de arrojar o de expulsar aquello. Pero, aquello, no quería salir. Intentaría expulsarlo por otro lado. Le ayudaron a desprender sus ropas. El ya no estaba lo bastante hábil para hacerlo. Le molestó que vieran sus partes íntimas. Comenzó a realizar esfuerzos, para desalojar de su interior, ese material intruso. Eso, tendría que abandonar su cuerpo, o su cabeza. Los dos hombres lo sostuvieron. El desearía sostenerse por sí mismo sobre la taza, pero sus fuerzas comienzan a abandonarlo. Siente odio, o algo peor todavía, hacia esos dos individuos, a los que nunca ha querido, y a los que considera despreciables, o, ni siquiera eso, a los que ha mantenido en su casa, sin obtener ningún provecho. Porque la persona fuera de serie, ha sido él, la persona que se ha destacado, y esos dos individuos han vivido prendidos a su persona, aprovechándose de su capacidad. Desearla eliminarlos o destruirlos, pero no podrá, seguramente. Se siente cada vez más debilitado, o desorganizado. Ya la pierna y el brazo, no son de él: no responden a sus órdenes, o a las órdenes que su cerebro les envía, y la boca comienza a desviarse de su posición habitual. Las pequeñas -pequeñísimas- gotas de sangre, continúan cayendo y depositándose en las celdillas del cerebro del señor, indiferentes a los movimientos de los tres hombres en el cuarto de aseo. El pequeño lago del comienzo, se va transformando en un lago de mayor tamaño. Comienzan a aparecer algunas zonas oscuras; comienza a ver algunas redes de hilos muy finos, de un material semejante al vidrio, y pide que le quiten esas redes. Pero los dos individuos no retiran las redes; no son capaces ni de eso. Tendrá que quitarlas él mismo. Mueve una mano, pero no consigne atrapar las redes. El gran hombre, o el hombre fuerte de las grandes empresas, que él había sido hasta ese momento, tenía que luchar, estaba obligado a luchar, no podía entregarles sus asuntos a aquellos dos seres inhábiles: siempre los había considerado inhábiles. Todavía esperaba obtener triunfos, etc. Los veía sobre él, con las cabezas muy juntas a la suya, y le parecía, o estaba seguro, de que esperaban su desaparición para apoderarse de todas sus cosas, y los dos imbéciles iban a abrir los cajones de su gran mesa escritorio, y a meter las manos en sus papeles, que nunca había tocado ni visto nadie. Sus apuntes especiales, y sus cuadernos con proyectos de negocios, serían leídos, y no entendidos seguramente, por aquellos dos "seres despreciables". Era demasiado; la sensación de rabia le hacía dar un pequeño empujón hacia adelante, y los dos hombres volvían a colocarlo en la primera posición. En los ojos aparecía un color rojizo, y por momentos, un brillo raro. No, no podía permitir la entrada de elementos extraños en su cuerpo, en su cabeza, y menos junto a aquellas dos individuos. El no era una persona que pudiera perder la claridad que siempre le había acompañado. Tenía que expulsar esa materia extraña. La marcha de sangre se detenía tal vez un momento, y el hombre podía pensar todavía con cierta lucidez. Pero, una nueva "invasión" le hacía ver otra vez las redes de vidrio, o las telas oscuras. Además, su obra no estaba terminada todavía; le hacía falta, o necesitaba algún tiempo para darle ciertos toques finales, y él únicamente podía realizar una tarea de esa clase. Hace otro esfuerzo y pronuncia algunas palabras, mientras la boca continúa desviándose de su posición corriente. Parecería que dice: no quiero, o algo semejante; tal vez no quiero volverme loco, o no quiero dejarles nada a estos individuos. Intenta arreglarse el peinado, que lo han desordenado, seguramente, los dos hombres al estar muy cerca de él, pero el brazo ya no recibe sus ordenes. Su peinado, que por mucho tiempo había pido correcto, aparece con los cabellos en desorden. Aparta la cabeza, todo lo que sus movimientos mal dirigidos lo permiten, de las cabezas de aquellas dos personas. Los dos hijos creen tal vez, que es un movimiento provocado por la enfermedad y no por un acto de repugnancia hacia ellos. Aquello, el hijo, había sido traído por su mujer; y el otro, había aparecido, o había sido introducido en la casa por su hija, y ahora tenía que soportarlos muy junto a él, casi adheridos o pegados a su persona. Eran muy diferentes los ejemplares que él habría deseado tener en esos momentos, para ayudarlo. Esta vez no era, indudablemente, un enemigo que viniera desde el exterior, uno de aquellos a los que habría vencido con bastante facilidad. Este enemigo estaba ubicado centro de su propia cabeza, y ss mostraba atrevido y muy seguro de sí mismo. Hasta le parecía que se divertía en jugar con él. Se afirma un poco mas sobre la corona de la taza. Hace un nuevo esfuerzo, pero sólo consigue desprender algunos gases. Las dos caras se aproximan. Desearía llorar. Es lamentable lo que le sucede. Pero, no sabe llorar; él no puede, o no debe llorar. Nunca ha llorado; ni cuando era muy pequeño. Por lo menos no lo recuerda. Además, él no puede ser tan frágil. ¿No está hecho con los materiales sólidos, de calidad excelente, con los que siempre había creído que estaba hecho? La hermosa estructura se deshacía, o se desmembraba. Muchas cosas de la ciudad eran obras suyas, y aun aquel cuarto de aseo en que ahora estaba, había sido el modelo imitado por otros. Hasta les árboles de la calle, él los había elegido. ¿Volvería a usar aquellos grifos relucientes, y la pila de color rosado suave, y la bañera amplia, con sus combinaciones de agua? Todos aquellos artefactos brillantes, eran suyos. Pero, ¿continuarían siendo suyos? No, no podía abandonar todo aquello; todavía aparecían muchas cosas nuevas, había mucho por hacer, y aquellos individuos, aquellos dos animales, no eran capaces de continuar su trabajo; más bien lo estropearían. ¿Dónde estaba la persona capaz de continuar su trabajo? Tiene que defenderse de esos dos animales. En algún sitio de la casa hay un mueble con armas, pero no recuerda cuál es ese sitio. Tendrá que hacer un esfuerzo y correr hacia el mueble y elegir el arma mejor, o la más eficaz, y terminar con los enemigos. Consigue desprenderse de uno de sus opresores. Le ha dado un empujón, y el animal se aparta de él. Pero el otro ya tiene el hocico sobre su cara y lo sujeta con fuerza. Si no encuentra sus armas, puede servirle uno de sus automóviles; el último automóvil que ha comprado, y con el que podrá desarrollar una gran velocidad, y ya al salir, atropellar a esos dos individuos y aplastarlos. Pero, ¿dónde están sus automóviles? ¿Cómo hará para llegar hasta ellos, o para llamarlos? Si él consiguiera desasirse de esos dos individuos que lo aprisionan, podría llegar hasta el vehículo, o podría apretar un timbre y pedir que le traigan el automóvil. Pero, ¿dónde está el timbre? ¿Ya nada funciona en su casa? Hace otro movimiento hacia adelante, pero no consigue desprenderse. Es un movimiento muy débil, y él cree tal vez, que ha hecho un gran esfuerzo. Es probable que los dos hombres estén cansados de sostenerlo, o que deseen que adopte una posición más cómoda, y tratan de llevarlo a la cama. El se niega; esa posición horizontal lo asusta, puede ser la última. Lo que él quiere, es escapar. Escapar de ia enfermedad, tomar su coche y escapar, de esos dos individuos. No puede permitir que lo lleven a la cama y adoptar la posición horizontal, que sería indudablemente, la última, o una posición para siempre, definitiva, etc. Tenía que hacer todos los esfuerzos posibles para mantener la verticalidad. De lo contrario, estaría perdido. La posición horizontal, representaba el triunfo de la enfermedad, el fin, la muerte, el desastre. Inició un movimiento para liberarse, o desprenderse de sus opresores, y volvió a caer sobre la corona. Todavía podía dirigir una mirada ya no muy fija a sus zapatos especiales, hechos para él con un cuero especial. Tendría que continuar caminando con ellos; haría otro esfuerzo, no sería esa la última vez que los utilizarla. Tenía que continuar caminando con sus pasos largos y suaves, sobre esos zapatos, y todos los otros que guardaba en sus muebles. Tenía que continuar moviéndose con sus pies metidos en esos "guantes" cuidadosamente fabricados para él. Tenía que continuar deslizándose con ellos, y no perder la posición vertical. Si lo obligaban a adoptar la posición horizontal, estaría perdido. Después de varios esfuerzos, consiguió hacer un nuevo movimiento y se desprendió de los dos individuos. Creía ver a uno de sus automóviles allí, a su alcance. Daría unos pasos y se hallaría en libertad. Quedó echado en el piso. Cuando lo levantaron tenía la cara cubierta de sangre; tal vez se había lastimado la nariz o la frente. Tratan de conducirlo al dormitorio, junto al cuarto de aseo, para depositarlo en una cama. Mientras lo llevan, arrastrándolo casi, se desprenden chillidos agudos de la boca ya muy torcida. Intenta escupirlos, seguramente, pero no lo consigue; no tiene la fuerza necesaria para hacerlo. Unos hilos muy finos y muy largos de saliva gomosa, le caen desde la boca. Consiguen arrojarlo sobre la cama; ya la mancha de sangre había tomado tal vez, mayor amplitud. Casi no veía a sus dos ayudantes, o podía tomarles por dos animales raros, que se habían posesionado de él. Las redes de hilos de vidrio lo envolvían por todos lados. Estaba internándose por lugares cada vez más oscuros, y la luz de que disponía era ya muy escasa, o casi no había luz. |
cuento de L. S. Garini
Una forma de la desventura
Editorial Alfa
Montevideo - Noviembre de 1963
Ver, además:
L. S. Garini en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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