El corte de pelo
 
cuento de L. S. Garini

"Mi mujer se fue", le había dicho el hombre que le cortaba el pelo, y él le había preguntado: "¿Por poco tiempo? o ¿Es un viaje largo?".

La primera mujer se había ido con otro, y quería no ser torpe con sus preguntas, y recurría a eso del viaje.

"No, se murió hace cinco días", le dijo el hombre.

"Caramba, me sorprende, así tan de golpe, caramba", y no pudo, o no supo agregar nada más.

El hombre estaba nervioso. Parecía que los utensilios no funcionaban bien. Dos o tres veces sintió que le tironeaba algún mechón de pelo.

"Ya es tarde para rehacer mi vida, estoy viejo", le decía el hombre.

 

"Pero, usted cantaba, le gustaba cantar. Podría intentar algo en ese sentido. Eso le ayudaría a olvidar", le había dicho él.

"No, le había respondido el hombre, no podría cantar ya, estoy deshecho, destruido, derrumbado. ¿No se da cuenta de que estoy muy triste?, no sé cantar, no he cantado nunca. El que cantaba era uno de mis empleados que ya no está en la casa".

Ya habían caído tres, o cuatro, o cinco gotas sobre su nuca. Era un líquido tibio. No se trataba del sudor del hombre. No hacía calor, o casi hacía frío. Las gotas salían de los ojos del hombre. Aquello resultaba desagradable, muy desagradable. Tendría que lavarse la cabeza en seguida de entrar a su casa. Tendría que lavarse muy bien.

El hombre continuaba hablando: "Además, explotó después de muerta; ella, tan delicada y tan limpia, y se llenó de líquidos de mal olor. ¡Horrible! Tuvieron que llevarla al cementerio casi en seguida. El olor era inaguantable, y eso que habían traído muchas flores. ¿Por qué tenía que explotar así? ¿Por qué tenía que reventar de ese modo? Ella, tan cuidadosa de todo, tan educada. Limpiaba hasta tres veces los muebles, en el día, y hasta cuatro, creo".

Notó que le ardía una oreja, y unas gotas de sangre cayeron sobre la toalla. "Me ha cortado", se dijo, "pero no puedo decirle nada, no puedo quejarme. No se puede decirle nada a un hombre en ese estado. Tendré paciencia". Estuvo por pedirle que interrumpiera su labor; volvería al día siguiente, o esperaría a que lo atendiera otro operario. Pero se contuvo.

El hombre retiraba la tijera manchada con sangre para limpiarla, y le pedía que lo disculpara. "Perdóneme, no sé lo que hago", o "disculpe, no sé lo que estoy haciendo", "estoy mal, etc.", o algo semejante, eran las palabras del hombre. Terminó su tarea. El corte era malo, o muy malo.

Abandonó el "local", y se metió en una farmacia para que le dieran algún producto con qué curar la herida.

Si ese hombre no hubiese puesto tanto de sí mismo en su mujer, y en su casa, y hubiese hecho lo que él hacía, que estaba todo en su "obra", y se reía de las mujeres, y de la familia, y de la casa, y, etc., etc., no le sucedería nada, estaría conforme, o casi alegre con su nuevo estado, y él no tendría la oreja estropeada y no se habría asustado, mientras le cortaban el pelo.

Estuvo por decirle, o casi le dijo, o pensó decirle, que aprendiera de él, que se había ocupado de su "obra", y de nada más, y que darles mucha importancia a las otras cosas de la vida corriente, no tenía sentido, y que casi siempre eran cosas sin valor. Pero, el hombre estaba tan triste, o más bien desesperado, que no le dijo nada.

Tendría que usar un sombrero, hasta que el pelo nuevo cubriese los desniveles, y vigilar su oreja, y tendría también que cambiar de peluquería. Ese hombre ya no estaba en condiciones de hacer un buen corte.

cuento de L. S. Garini
Una forma de la desventura
Editorial Alfa 
Montevideo - Noviembre de 1963

Ver, además:

                      L. S. Garini en Letras Uruguay

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