El animal enjaulado |
"Es así porque es muy inteligente", había dicho la mujer, la institutriz, y agregó: "tiene que distraerse, o hay que distraerlo, o alguien tiene que distraerlo".
Y el abuelo, "abuelito", se dispuso a salir con el niño. El niño ya había realizado a esa hora, su pequeño trabajo matinal; un plato rolo. y una taza, o tal vez dos, y tres manchas nuevas sobre una alfombra de color claro. Y antes aún. había perseguido con su escopeta de caño más largo, a uno de los animales de la casa.
El zoológico, o jardín zoológico, era un buen sitio para que el niño se distrajera, y también para que apaciguara su estado de inquietud.
El "niñito" tenía necesidad de divertirse, había que divertirlo. El abuelo, que no tenía en qué ocuparse, se encargaría de divertirlo.
La institutriz le decía que tratara de no ensuciar el traje, que era uno de los trajes extranjeros y que un niño como él, tenía que estar siempre "impecable", o con muy buen aspecto, y que cuidara los zapatos, que estaban recién lustrados.
Y el niño había respondido que si se ensuciaba no tenía importancia, que sus trajes eran muchos, y que podía cambiarse cuantas veces se le antojara.
La mujer, la institutriz, le había dicho también, que todavía no era el momento de jugar con las escopetas, que era muy temprano, y que en la calle no tenía por qué llevar las escopetas, etc. Y el niño le había respondido que estaba equivocada, que si iba al zoológico, tenía que llevar por lo menos, una escopeta.
Ya en la calle, comenzó a golpear unas plantas de adorno, con el artefacto.
Cuando fuera grande, no muy grande, un poco más grande nada más, iba a tener escopetas verdaderas, y podría matar muchos animales. Iba a ser un gran cazador, etc., etc. Iba a matar, y a matar, y a matar. Y tendría un buen automóvil abierto, para cazar con toda comodidad. Cualquier animal que se le atravesara, estaría muerto en seguida.
Continuaba moviendo la escopeta. Golpeó un arbusto, y cayeron unas flores y alguna rama. Atacó una planta grande con brotes liemos. Después consiguió romper una botella que estaba junto a una puerta.
El hombre, el abuelo, trataba de alcanzarlo. El niño iba siempre adelante. El hombre lo llamaba, y el chicuelo no se detenía. Y cuando se detema, le apuntaba con la escopeta.
Rompió las ramas de otra planta. Pero eso no era divertido. Necesitaba algo más vivo y que se defendiera.
En varias jaulas los animales dormían o dormitaban. No resultaban divertidos. Se acercaba a las jaulas y los tocaba con la escopeta, y cuando podía les daba algún golpe. Los animales no se movían, y comenzaba a aburrirse de nuevo.
Sin embargo, en una jaula de barrotes gruesos, un animal grande, con pelos largos, se movía con movimientos rápidos. Indudablemente, allí sí, podría divertirse. El animal grande y de pelos largos, que un tiempo antes había sido cazado y separado de su compañera, también estaba inquieto. Iba con rapidez de un extremo a otro de la jaula-Se prendía de los barrotes un momento y después comenzaba de nuevo el recorrido. Tal vez extrañaba su vida en libertad, y a su compañera. La jaula, muy estrecha para él, apenas le permitía moverse con facilidad. Y ya no podía moverse en su región, ni andar con su compañera, ni comer sus comidas preferidas. Allí no tenía espacio suficiente para sus paseos. Estaba tropezando siempre con los barrotes y tenía que andar siempre sobre el piso sucio y mojado.
Era un animal limpio, o había sido un animal limpio. Y estaba sucio y metido en una jaula sucia. Y le daban una comida mala.
El niño se acercó a la jaula del animal. Sería divenido molestarlo un poco con la escopeta. Y si la escopeta fuera una verdadera escopeta, hasta le gustaría dispararle un tiro, o dos.
No se sintió satisfecho con sólo mirar al animal. Tenía que hacer algo. Intentó tocarlo con la escopeta. Desde el sitio donde estaba, no conseguía llegar hasta el cuerpo del animal. Se subió a un murote, y estiró el brazo con la escopeta, y lo metió dentro de la jaula. Resbaló y fue a caer junto al animal.
Era la primera vez que le servían carne fresca y además viva, desde que estaba enjaulado. Y esa carne estaba allí, a su disposición, envuelta en una capa no del todo comestible, pero tierna y viva.
¿Cuánto tiempo hacía que una carne de esa clase no se hallaba a su alcance? No era fácil saberlo. Por lo menos desde que fuera privado de su libertad. De cualquier modo, era una carne de muy buena calidad. Ya la había gustado. La carne de calidad excelente, estaba llegando al estómago del animal. Quedaba a la vista una parte de una pierna —tal vez la mitad— y un zapato reluciente, en el pie.
El hombre, el abuelo, gritaba. El animal se relamía cuando llegaron los guardianes. No se podía saber si el animal había devorado al niño, o si era el chicuelo el que se había introducido dentro del animal.
El niño tal vez había querido saber qué tenía en su interior. Los guardianes dispararon sus armas sobre el animal. Diez. doce, o quince balas, se introdujeron en su cuerpo, y cayó.
La inquietud del niño y la del animal, habían desaparecido, y los dos estaban ya apaciguados.
Después, un momento después, cuando llegó el administrador del establecimiento, decidieron abrir el animal, por el vientre, y poder así rescatar lo que quedara del niño.
Los jugos estomacales del animal eran todavía muy activos seguramente, a pesar del encierro y la comida mala, y el chicuelo estaba ya un tanto transformado. O, más bien, ya no era un chicuelo o un niño, sino un ex niño.
Alguien dijo que el zoológico perdía su único ejemplar de esa clase, que les había dado bastante trabajo conseguir. Y otro, que el animal no era del todo blanco, sino más bien de color gris claro. Después de morir tal vez se había oscurecido un poco, o con la suciedad adquirida en la jaula, la piel no lucía como cuando fue cazado. |
cuento de L. S. Garini
Una forma de la desventura
Editorial Alfa
Montevideo - Noviembre de 1963
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L. S. Garini en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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