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Uno más
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"
Maximiliano García

 

Espero en el bar luego de pedir un café. Atmósfera tranquila guardando respeto al señor de seria mirada tras una registradora arcana. Sentado entre grises amarronadas paredes veo desde la segunda ventana de calle Río Negro. Sonrío al pensamiento deslizando los ojos en las piernas de una secretaria dedicando andares de una quimera que engaña a la mente aburrida.

Horacio, mi jefe, el tipo que me había llamado por teléfono sin que lo percibiera se sienta a mi mesa dando espaldas a la puerta que da sobre calle Canelones. Lo miro extrañado. Hizo seña al mozo y sin saludar comenzó… – Esta es tu nota pibe, tú historia, tu prueba. Tu relato viejo.

- Para. Ponte un freno. ¿De qué me hablas Horacio?

Horacio abre sus brazos fastidiado; los deja caer aletargadamente para seguir explicando  – No querías una nota. Bueno, tu primer informe para la revista es el bar viejo. La bohemia. 

Por fin los muy cabrones se habían decidido a darme una nota desde aquella reunión. Parecía que nunca me iban a dar laburo. Era un semanario que repartía; le escribía de vez en cuando en su columna libre. Algo así como aficionado era lo mío, como free lance dijera algún agringado; pero, mis bolsillos no estaban muy llenos así que les había hablado a ver si me tiraban unos mangos, pues mis artículos parecían tener buena repercusión. Decían necesitar un periodista y yo quería artículos. En mi cabeza sonaba la reflexión, la frase que escuché de un escritor “el periodista mata al escritor”.

Miré al borracho sentado en la mesa contigua levantar su mirada dormida, tomar un trago de vino y volver la cabeza a su ventana. El mozo trajo el café. Ya no quise café y pedí un nacional con soda.

El mozo; hombre poco más alto que un metro setenta, delgado, como de unos cuarenta años. Pelo corto con lo justo para marcar la raya hacia la derecha. Plumosas canas sobre sus patillas. Ojos y cabellos negros. Sombría barba en cancina cara. Su camisa justa deja caer las gotas de la humedad que vaga en el aire. Lo imagino viviendo en un cuarto pequeño, divorciado, extranjero, con todo su cuerpo exiliado del sol, es decir, un hombre oscuro y pálido.

Cuando el señor de cancina cara se desliza entre las cuadradas mesas de madera semivacías un joven delgado y de apariencia hiperactiva se aproxima en dirección nuestra – Perdón – le prestamos atención – ¿El auto verde de enfrente es de ustedes?

Horacio mira por la ventana a los agentes de auto parque que llegaban a su auto y recuerda que no había puesto el tique – ¡La puta madre que lo parió, estos chanchos me van a cagar! – sale sin percatarse del tique que tiene el muchacho.

El varilla quedó mirándome – Viejo, yo auto nunca tuve – salió tras Horacio a ver que podía hacer. Horacio suplica al inspector envuelto en la desesperación que le corre siempre, y más aún cuando se trata de algo material. Fuma y habla, habla y fuma. El varilla intervino con su papelito tal cual número ganador. Lo deja lentamente en el parabrisas del auto verde.

El mozo acercó el whisky ansia palabras. La grabadora prendió su luz roja. El mozo la miró con cierto desprecio levantando su ceja izquierda atinando una postura desconfiada que fue prefacio de una pregunta – ¿Estás en busca de historias muchacho? – Al decirle que sí, el hombre en un tono grave e intimidatorio respondió.

– Estás lejos para ser parte de esta hoguera – tras sus declaraciones hostigadoras le pregunté de dónde era – Soy de aquí, de allá. Del lugar que me acoja. Soy un sobreviviente igual que quien está sentado frente la otra ventana, la momia detrás de la caja, el joven cantinero y tú mismo. Tú mismo hijo.

El señor de la mesa contigua lo llama. Horacio volvió a la mesa ya no tan agitado. El mozo le hace tirar el pucho – Estas leyes… – Se toma la pausa entre fastidio y alivio – Si no fuera por el muchacho me comía terrible garrón – respira profundo – Yo me las tomo. Este asunto es todo tuyo. Nos vemos mañana guacho.

Horacio se toma el whisky de una, deja el dinero en la mesa y se va no sin antes casi chocar al mozo cuando dio vuelta a decir algo que no entendí.

Veinte minutos después voy por mi segundo whisky y sigo buscando la redacción del vaso. Levanto los ojos al tránsito ciudad de la ventana. Un ejecutivo. Eso creo. Mira su reloj para luego detener un tacho. Escribo unas líneas en la libreta de almacén “Tiempo a la vida para pasos apurados cuando aquí dentro es un suspiro de discordia buscando un camino”.

La vista aburrida descartó la calle internándose en corriente bohemia casi arrabalera. Encontré, redescubrí un hombre frente a mí cuya atención había prestado en efímeros gestos. Observa al mundo desde la ventana. Su puño derecho encierra al izquierdo dejando reposar su mentón. Aquel hombre de negra gorra de cuero dejaba asomar algunas canas. Vestía un traje negro, camisa bordó bajo buzo escote en ve negro y mocasines desgatados desde hacía varios días. No pasaba inadvertido, era saludo de transeúntes y casi todo el que entrara al bar. Parecía un viejo mago mesiánico. Cuando quise acordar había guardado la grabadora y la libreta para caminar hipnótico hacia esa figura. El hombre de mocasines desgastados intuyó una sombra e irguió su cabeza decaída, cansada. Me miró y dijo. – No te ahogues en la incógnita. – Pidió que tomara asiento. Una pausa preámbulo de su sonrisa volcó la mirada a la ventana internándolo en un nuevo discurso – ¿Los ves? ¿Los estás viendo? Eso es el mundo de la ciudad, o, la ciudad del mundo. O en la ciudad… O, mejor son hormigas de nuestra película. Sí, eso es. Esto es una gran pantalla que aísla una ficción bastante absurda y la ventana es el cuadro de mi expresión.

Yo lo miraba azorado en esa brillante fantasía iluminada por sus ojos. El joven varilla pasó como actor invitado, saludó y se sentó a nuestra mesa. Cierta impaciencia de niño transmitía este personaje cuando descubrió al señor de gorra.   – ¿Cómo anda don Diego? ¿Encontró algo nuevo en su pantalla?

Y el ya no anónimo caballero respondió – Sólo mismas caras, Germán. Pero aquí en el ghetto hay un nuevo compañero.

–Sí, ya lo conozco don Diego. Le salvé una multa a su amigo que ahora no veo. Aparte viejo. ¿Cómo te llamas?

Don Diego interpuso – Para nosotros será Animo.

Sentí alegre confusión en esta dinámica, simpática entendible. Germán siguió interrogando en busca de qué andaba. A lo que contesté de una historia y el replicó…

– Llegaste al lugar equivocado. Acá hay muchas historias.

Saqué nuevamente la grabadora de la mochila.

- Acaso grabaste lo de recién. – Interrogó don Diego.

 

- No.

 

- Bueno ahora podés hacerlo. – don Diego sonrió.

 

- Don Diego, este hombre parece ser culto. – Germán ubica su mirada deliberando en mí.

 

- Yo diría más bien educado y dentro de un rato ebrio. – sentenció don Diego

Yo estaba risueño escuchando una dupla de charlatanes bien complementada. Don Diego explotando palabras como maestro. Germán el alumno pródigo. El maestro tuvo un arranque prosaico en provecho de la cinta. Corrían las dieciocho treinta y ocho de un jueves de mayo – Mira muchacho, aunque tenga apariencia de pasear delirios por una botella nunca lo haría sin un amor, sin una condena, sin una desgracia que avive las fugas de mi persona y el mundo herido. Así busco ese parche e imagino una vida sin goteras ni fisuras. Ahora mis ojos iluminados como soles asoman por columnas poéticas aunque todo sea flotar en la marea a su merced.

Entonces saltó el alumno mirando a don Diego invadido por una postura placentera, satisfecha. Sus brazos sobre la mesa entrelazaban las ideas atadas por el nudo de sus dedos.

 Usted es un fecundador de ideas don Diego. – Me miró y extendió su criterio – ¿Entiendes Ánimo? Sus oraciones componen sutiles manantiales de creación y así son palabras al viento que el sentimiento esboza como simple sueño. Llama nuestra atención y nos remonta en su cometa.

 

- Toma nota Ánimo que de varilla a Germán le queda poco; ya es de los que ve distinto y tan parecido. – Resolvió don Diego como atenuante maestro.

Quedó una pausa en el tintero mientras se bebían los tragos. Pero el maestro descolgó – Hoy, hijo, cuando viajes en el tren indescifrable y llegues al sector de incógnitas sin solución, observa el desierto, encuentra voces solitarias luchando contra la desesperanza. Acuérdate de tu ilusión, da de beber a quien tiene sed. Juega e ilusiona al deseo. Vuelve al tren, ponlo en marcha y no olvides lo que no entiendas. Ánimo hazme un favor.

- ¿Qué don Diego?

 

- Para un taxi, estoy exhausto y debo sucumbir al sueño.

Mientras el hombre exhausto paga en la barra paré un barbudo taxista de exuberante panza. Don Diego subió al taxi colocándose su gran saco de paño negro enmarcado en el aura gris azulada de aquel cielo parecido al mameluco de un mecánico. Ya sentado en el taxi estiró su mano derecha. Sus ojos ayudaron una leve sonrisa y repitió – No olvides lo que no entiendas.

Quedé parado en la esquina junto al frío vacío urbano unido a un alucinógeno film donde el personaje central era yo. Ese mambo me acompañó a la mesa. Germán se había ido a rescatar unas monedas de los autos. Sentado cual estaba con don Diego pedí otro whisky y salí por la ventana. La grabadora parada en el silencio. Ciudad transcurriendo en una pantalla sin oídos. Motores haciendo estragos al vacío. Germán se apegó al vidrio escarchando su boca como sopapa, robando una sonrisa a este otario. Gritó – ¡Tengo una historia! – y se fue a aparcar un auto. El whisky no llegaba, el hombre de la caja miraba parcamente. Un guacho entró sangrando su nariz directo al baño. Dos adolescentes ingresaron al bar. Hubo un semisilencio al verlas pasar. Respiros, murmullos y oligofrenias. Liviano andar de blue jean despreocupados dejaban gracia por largos cabellos al ritmo que sus caderas movían formadas colas de piel de durazno. Eran picaros ángeles bajo lupas que quieren sentir sus frescas vidas. Se sentaron tras de mí. Pidieron una cerveza que las chocó en un brindis íntimo, libertario. Alguien bajó mi viaje cuando famélico, posesivo, observo el vaso. Es el mozo. – Lo noto… – El hombre de rostro cansino hizo una pausa frunciendo su seño y alejando el rostro – en las nubes. Tome. – Sacó el whisky de la bandeja – Este es de la casa. – Cuando le di las gracias dijo – Quién lo manda guarda los gastos que usted hace en el baúl de teclas.

Levanté el vaso y el señor guarda respeto asentó su cabeza. Pensé en la particular vida de aquel regente faro empachado de viajes interminables. En su comunicado del orden tutor; de su jubilación de dinosaurio empachada de historias de café y copas. De tardes y noches en algún pasado cada vez más lejano e inhóspito. Cuantas felicidades y desdichas habrán desfilado bajo su semblanza. Encuentros, compañías y soledades. Especialmente soledades buscando su copa de truco, conga, guitarras o hastío. ¿Sabrá caminar por otro lugar? La tarde enmarañaba a la noche. Germán entró frenético a sentarse donde don Diego. Lo invité a tomar una cerveza y comer una muzzarella.

– Más bien. La plata de la pensión ya está, y ahora me voy comido. De más.

Llamo al mozo y Germán ojea el lugar. Un señor próximo a los cuarenta años lee su libro sentado tomando café en la mesa más alejada junto los baños. Sale el barman y el pibe con un algodón en la nariz que ya no sangra. Sobre un taburete en el codo izquierdo de la barra un hombre pachorramente recostado en la pared mira por sobre su mentón como menospreciando algo. Al frente del mostrador el jubilado riñe con el peón de taxi despidiendo injusticias sociopolíticas del país entre grapas con limón.

- Ánimo.

 

- ¿Qué Germán?

 

- ¿Por qué en vez de invitarme a mí no invitaste a las minitas? ¿No será usted?

 

- No seas zapallo.

 

- Bueno. Yo que sé, da que hablar.

 

- Esto es así; tú salvaste a mi amigo de la multa. Luego nos encontramos con el nexo don Diego. Pareces ser un buen tipo, sincero. Creo estar enamorado de ti.

Germán frunció su ceño. Le guiñé. Pareció perturbado. Reí. El mozo trajo la cerveza. Yo serví. El mozo se retiró. – No os preocupéis Germán, que no serás mi amante. Brindemos por el libre pensar.

- Que no se pierda – replicó en su calma el varilla perturbado.

Quedamos meditando con cierta sensación absorta. Pero la enérgica simpleza de Germán cortó el hielo – Ánimo. Veamos si el apagado karma eleva su gracia.

Se levantó tal cual pícaro a punto de concebir. Me palmeó el hombro derecho. Se dirigió a la mesa de la segunda ventana. Plasmó tres o cuatro palabras que no escuché. Observé al mozo parado en la puerta mirando la leve garúa. Mi cabeza sugirió que serían sueños descolgados encontrando su vida. O sea, la vida que habría deseado en un lugar que ya no existe. Entonces llegó Germán – Mariela, Gabriela, les presento a… – Recordó que no sabía mi nombre.

- Soy Ánimo.

 

- Que estimulante, espero no seas una mala droga.

 

- Cuán sorpresiva comparación tiene tu intriga… señorita Gabriela.

 

- Bueno, creo que estamos frente un caballero. – respondió.

 

- Nos podremos sentar ¿Supongo? – Mariela

 

- Claro que sí. – El pícaro varilla corrió la silla a su izquierda haciendo cortesía a Mariela. Gabriela se sentó a mi derecha.

 

- ¿Así que escribes historias? – interrogó Mariela – O, al menos eso fue lo que nos han dicho.

 

- No, sólo interpreto mis fantasías. O argumento la realidad.

 

- ¿Pero con quién? –  dijo Mariela.

 

- Eso nunca se sabe. Debe quedar en el secreto del autor. ¿No? – Gabriela interponía sus palabras esperando mi aseveración. Mariela rió tímidamente cuando intentaba tomar un trago de cerveza.

 

- Tal vez sus picardías eróticas en este momento puedan ser tuyas. – Germán no pudo aguantar su fervor.

Y Gabriela paseó ese encanto tranquilo que alquila la picardía – No te desboques ante dos jóvenes que no conoces.

Germán encalló su capricho  – Ya mismo podríamos conocernos.

Gabriela interpuso una confiada sonrisa abusadora – Niño, no te olvides que son fantasías.

Mariela corrió su bufanda de izquierda a derecha y levantó su jarra – Porque las charlas no se pierdan.

- Y porque la pizza no se enfríe – Acotó el mozo al llegar.

Hubo un ocaso de diálogo entre bocas llenas. Les pregunté a las chicas en qué andaban, y Gabriela marcó lógicas realidades – Somos un par de jóvenes más que intentan pasar la vida lo mejor posible. O sea, poder mudarse de la casa de sus viejos y encontrar nuestro propio lugar en el mundo.

- ¿Y ahora en qué andan? – Germán.

 

- Estuvimos repartiendo volantes para una de esas tantas academias de computación. Nos pagaron y salimos a tomar una birra. ¿Está mal señor escritor?–  Mariela miró a su cómplice, brindaron y rieron como niñas.

 

- No, es parte de las libertades que buscan. Nadie tiene que decirte qué hacer.

 

- Y en un rato al liceo nocturno. Al treinta y cuatro. Va, no sé –  dijo Gabriela.

 

- ¿Cuántos años tienen?

 

- Vo, loco. Escribís historias o sos cana.

 

- No, soy medio boludo de vez en cuando.

Gabriela increpó nuevamente su sarcasmo – Bueno, disculpa, andas buscando historias y querrás encontrar la tuya.

Otra vez en el juego de la demagogia. Otra vez disuadir algo que me seducía como esa personalidad arrabalera y aguerrida. Germán saltó – Vo, loca, bajá un cambio. ¿Eh?. Ponete media pila.

Yo no quería hablar. Esto era absurdo. Corrieron en mi cabeza frases que volaron en silencio “Alcohol estimulando hormonas, palabras escapan. Sexo abriendo puertas y caprichos de contemplar. Seducción. La guerra y la paz. Hombre y mujer. Viva la conciencia inconsciente de la atracción.”

Mariela acercó su resignación – Está todo bien gente. Vamo arriba. – se paró un tanto incomoda en dirección al baño hacia donde inmediatamente fue Gabriela.

- Ánimo, me tienen un poco las bolas por el suelo estas dos. Hey, Ánimo. ¿Qué estás mirando?

Indiferente al comentario huía por la ventana. Un niño de unos ocho años y su compañera un poco más grande cruzaban calle Canelones en dirección al bar. Él, con tarjetas de esperanza, ella, llevando rosas casi marchitas. Ambos con frío. Germán observó lo que yo y se dio vuelta a su entrada – Son Claudio y Patricia – se colocó frente a mí nuevamente – son hermanos. El padre los dejó para ir a laburar al Brasil. Hace ya como tres temporadas que se fue junto con su madre y un bebé que ahora tendrá cuatro años.

Colgado en sus imágenes los seguí cuando repartían sobre vivencia mesa a mesa hasta llegar a la nuestra.

– ¿Como andas Germán? – ella saludó con ojos luminosos. Con una ternura cansada.

- Bien. ¿Y ustedes como están?

 

- ¿Qué acaso no nos ves? – Claudio apeló a su resentimiento.

La niña de pelo castaño claro y ojos grises suavizó la situación – Acá estamos como siempre, luchando – tenían la clara presencia de la realidad interrumpiendo la virgen niñez.

Le pedí al niño – Hey, pibe. ¿Me mostrás las tarjetas?

- Sí,  es mi trabajo.

 

- ¿A ti cual te gusta?

 

- Espera que la busco – El niño floreció en su ansiedad – Ésta: “Al amigo no lo busques perfecto búscalo amigo”

 

- ¿Cuánto es?

 

- A voluntad amigo.

Saqué siete pesos en monedas y Germán me dio dos más. Levantaron las demás tarjetas. Un joven que compraba cigarros le compró una rosa a su novia, y el mozo los sentó a darles un cocoa caliente. Mi vejiga no aguantó más. Crucé a las damas saliendo del baño. Quise entrar al reducto del water que estaba ocupado. Comencé a mear en la canaleta del fondo. Me pareció escuchar tres aspiradas nariguetonas. Salió del reducto el señor barbudo que miraba tras su mentón robótica mente hinchado. Enjuagó sus manos y se dio vuelta frente a mi – ¿Tengo blanco en la  nariz? – yo entreverado en el absurdo de borrachera no vi nada. – Gracias – concluyó. Colocado se fue mandibuleando bien estoqueado sin convidar. Enjuagué mis manos y al salir noté un leve desentendimiento entre la cabeza y los pies. Íntimamente les rezongué un poco. Me di cuenta que no iba a chocarme nada, y salí lo mas derecho posible.

Al llegar a la mesa el mozo trajo otra cerveza – La manda el señor que acaba de irse. El hombre que miraba tras su mentón ya no estaba. Mientras Germán sirve por la ventana sigo la película, la ráfaga que sigue su curso. Por calle Río Negro baja un puesto ambulante desensamblado arriba de un carro a rulemanes. Madera de corto espesor, caballetes, un taburete, tres bolsas a reventar y alguna caja semicubierta por una impermeable tela verde. El laburante de unos cincuenta años y el pibe rumbean a la rambla. El señor tira la palanca del carro, el joven aguanta que nada caiga y empuja. Sentí la voz de Gabriela – Está dura la vida por la calle. – Miré sus ojos negros cómplices de una sonrisa dulce, sensual e innata. Germán y Mariela peleaban entre manoteos de gatos jugueteando introvertidos. Se veían como niños y eso me alegraba. La dama a mi lado hacia llegar su sexo en el silencio. Dos pibes por la vereda pasaban vino en mano, guitarra al hombro. El hombre del libro termina el capítulo de hoy, pide en la barra una amarga con vermut y se va. Los dos hombres de las grapas hablan al fútbol. Las palabras son las mismas que al país – Así no vamos a ningún lado y somos un chiste. Somos un abarrotamiento de pensamientos que no concretan nada. Audacia criolla donde calló el avión. Pero a este gobierno le tengo un poco más de confianza. Pero un poco, no más. – El jubilado subió su tono pidiendo carnaval, murga y candombe. Luego levantó su copa. – ¡“Que el letrista no se olvide”! – miraron al público, al ambiente, y brindaron esperando carnaval. El señor de la caja sonríe, les sirve otra copa y brinda con ellos. Gabriela me mira, Mariela baja la mano de Germán entre sus piernas y le da un sopapo. Ya no hay más cerveza ni dinero. La tinta inquieta se hace borrador y el lugar afila la hoja del adiós maniatando hervores de aura bohemia. Las pausas del tiempo dan su anonimato al esfumarse el celuloide. La noche trasluce el brillo de calles húmedas. La nota se transforma en cuento. Ya somos lo inquieto del olvido paseando la simpatía del perdedor. Somos almas sin dominador. No será una nota, será un cuento que vuelve a empezar. Serán carnavales de Dionisio. Seremos ángeles y demonios. 

Gabriela toma mi mano deteniendo mis letras – ¿Nos vamos?

El caos del poeta se deja llevar por ese mimar, por esas vidas de vidas a diario. El bar, quedó atrás dando tiempo al tiempo de otro comensal.       

Maximiliano García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"

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