Colabore para que Letras - Uruguay continúe siendo independiente |
Sabrina y Danilo |
Sabrina
camina sola la madrugada de un loft vacío. Su cabeza iba y venía
preguntando dónde estaría su bendito compañero. De repente sonó la
chapa de su puerta. La sorprende. Paró su caminar y miró la puerta.
Volvieron a golpear. –
¡Ya
va! Tomó
la cuchilla de la mesada. – ¿Quién es? –
Antonio. Antonio
llegó buscando a Danilo con una botella de vino. Quería apaciguar
ansiedad con un amigo que salió a la ruta hacía diecisiete días sin
saber a donde. Sabrina le habla cuestionando desconfianzas de aquel hombre
despreocupado ajetreado peleador de vomitadas palabras cual dejó un
fantasmal espíritu vagabundeando en su memoria. Tras contar la historia
del escape de Danilo puso un disco. Antonio fue por el saca corchos.
Merodea el ambiente la Veltbet
Undergraun y Nico
glamoriando excéntrico pasar. Antonio y Sabrina se encuentran frenéticamente
solos. Antonio entonado por unas copas buscó la idea de jalar unos
gramos. El plan era fácil. Llegarían al bar donde pegaban la merca; ella
seducía al dueño y podrían tomar toda la noche agotando sus condenas.
Había que producirse y el gato salió de su escondite. Ella vistió
medias negras acompañadas por unas botas caña alta del mismo color con
la salvaje pollera de llefón acariciando sus rodillas. Peinó su rubia
cabellera enmarcando mielados ojos. Los labios pintados de bordo, el saco
de cuero ocultaba un contenido desbordado por fantasías cayendo livianas
en su propia trampa. Si algo sabía esta tía era producirse,
confraternizar con el erotismo; más ahora que le inducía algo de
venganza. –
Ahora sí estoy lista para jugar. Para divertirme. Pa olvidar. Antonio
se deslumbró y ella probó su porte viendo como cambiaba la expresión
del amigo del poeta. Antonio mientras camina las cuadras que separan al
destino cuestiona un par de veces aquella idea suya. Llegaron; y fueron
objetivos imposibles de no ser advertidos. Eran el centro, la incógnita
des aventurada mezclada en la miseria que embauca a los perdedores
comensales del lugar. Sentados frente la única ventana del bar esperan
excitados. Ella quería protagonizar esta historia. Antonio pasea
compulsivo al tiempo. Juanico, ese pez que debería picar se acercó a la
mesa. Antonio le presentó la carnada blanca al personaje de unos cuarenta
años y rasgos austeros. Seducción sin zozobras rescata el deseo por su
rumbeado sexo posesivo en todos los hombres allí presentes. Era la única
mujer del bar, ya a la cantinera le habían comprado la noche. Tras ir los
tres al baño para tomar unos saques en la mesa esperan los whiskys. Casi
no hablan más que de la droga. De pocas palabras pasan los minutos.
Sabrina se levantó al único baño. Juanico salió tras ella. Tomaron, y
en un arrebato el hombre marcó su cuello postulando presencia. Metió sus
manos por el vacío de sus piernas mientras ella fondea su vaso. La mano
siguió. Bajó las medias, corrió la diminuta ropa interior y allí
masturbó salado encanto mientras frenesí olvidaba. Antonio revolvía
desprotección. Soledades impacientes sentadas junto a él controvertían
las miradas que lo perseguían. Una fantástica figura mal venida, gorda y
barbuda volcando su vaso de cerveza le dijo que su amiga esta gozando en
el baño. Fue a ver que pasaba con la mujer que demoraba. Quedó pávido
al espectáculo. Junico lo ve, sonríe. Para de masturbarla y toman los
tres otro par de saques. Antonio pensó… vio una mujer ensordecida caída
estúpidamente en su propuesta desesperada. La intenta sacar al instante
que Juanico se fue en busca de whiskey. –
Vo loca ponete las pilas, vamos nos de acá. Rescatate. –
Ni
a palos, estoy disfrutando la vida, la noche.
–
Estás
loca piba. Yo me voy, esto me hastió.
– Mañana recuerda que fue idea tuya idiota.
–
Te
fuiste al carajo, especula mejor cuando caigas sintiéndote una desgracia. Quedó
parada en el reducido pasillo, pensativa, con los ojos perdidos en una
enajenación decepcionada escabullendo egos endiosados. Un posesivo zombi
con su cara deformadamente consumida encontró su degradada postal. –
Mujer, sé artífice del aquelarre para estos pobres vampiros, haznos
gozar. Sabrina
sonríe antes de con sus botas patear los testículos del individuo.
Juanico apareció con los vasos llenos y de inmediato la sacó del bar “La
fullería”. Ya
en su casa comenta bastante de su actividad, de sus tranzas y cortes para
alargar la pequeña mentira en un producto mediocre casi consolidado como
sal de anfetas – Este producto hace que consuman más en menos tiempo
provocando alteraciones nerviosas mayores a la cocaína en buen estado,
desgasta el sistema nervioso en meras contracciones insostenibles sin su
dosis. A demás hay demasiados fisurados que ya no se dan cuenta ni de lo
que toman. Son todos unos idiotas. Cuando me protestan, si tengo, le doy
de la rica, se convencen y luego les hago el mismo juego. Tomaron
un saque del buen producto que el tenía. Sabrina esta afrodisíacamente
posesiva queriendo más y más. Por allá queda perdida en pensamientos de
sueños sin nada con el whiskey en la mano. A la representación de unos
minutos de paz la complacencia intenta la consumación carnal. Intento que
terminara en una cama inmune al sexo lleno de esfuerzos con retazos de
penas. Uno y otro se desploman en conversaciones de meras pérdidas. De
soledades ya contadas. A las seis cuarenta y cinco la divagación se
acuerda del tiempo confundiendo un cerebro macerado que da vueltas
alrededor de una mesa de vidrio. El impotente hombre desesperado sigue
ritmo fijo a su nunca parar peinando una y otra vez convenciendo el
accidente enfermo incapaz de no poder conciliar satisfacción en su sexo.
Sabrina toma las dos últimas rayas bien servidas. Lo mira con ojos
posesionados como queriendo atravesar la sensación de la muerte, como
sugiriendo una descontrolada anarquía pronta a estallar. Sale
despedida corriendo las calles ante el pávido desconcertado personaje,
que inerte, con ojos como dos huevos fritos queda leal a su vicio. Por la
calle apenas despierta Sabrina para un solitario taxi. Al llegar a su casa
queda sometida al desprecio de su propia vergüenza. Se toma medio litro
de leche y busca en todo ese desorden dos bromasepan para evitar el bajón.
Los encuentra. Cuando
despierta nuevamente se encuentra perdida. Abrió una estera sorprendiéndose
con el sol de que día? Había dormido un día y medio. Tras ducharse y
comer pan con queso recrea en la memoria las escenas adrenalínicas
hechizadas por la necesaria comprobación de sentirse viva en este vasto
compromiso de engaños. Se puso un jean, la remera, las zapatillas y una
liviana campera de pana. Agarró unos lentes de armazón plateado y
cristales azules. Levantó una hoja pisoteada del suelo escrita por Danilo. |
“Conciliación
en tu fruto. Germinación. Amante
luz que bienes enferma
conspirando contra
mi deseo mientras
el placer de
tu sexo me es negado y
manoseado contrariando
la ética de
lo que alguna vez llamaste amor. Se
revuelcan penas inapetentes castigadas
por mi más fiel creación quien
invirtió su rol al
creador cínico amante que
ostenta ahora la
cruel parte del amor ante la risa digna de la emancipación.” |
Se
sentó sobre un almohadón con el papel casi cayendo de su mano, torció
la boca hacia la derecha pensando – Si tan solo me hubieras cuidado más
bribón. Sería feliz contigo austero ruin vagamundos de poetas. Ahora tus
espacios corroen mi presente degradado. Harta
de flagelarse transita calles buscando respuestas. Dibujó personalidades
a su gusto sin convencerle nada. Los músicos callejeros creando auras en
sonidos interminables de la ciudad inconforme. Transeúntes sin alegrías
en una avenida llena de protestas y eufemismos. Personas en las calles
requecheando camas de cartón. Visiones perdidas reales anagramas de una
realidad difusa. Cabezas pesadas anudadas al pesimismo. Luchas y luchas.
Sindicatos, estudiantes, entes públicos
y privados. Derechos. País en venta entre impúdicos oligárquicos
ajenos a palpar dignidad de un pueblo. Atmósfera pesada para un país que
se desgrana y una persona que no da la salida. Los vendedores marketineros
enfermos sin nada que vender, sin nadie a quien engañar, sin nadie a
quien exprimir con fantoches productos consumidos por el tonto consumo.
Panfletos, marchas, charlas. Deudas impagables con el tío rico del
imperio. Hambre. Escapó la damisela de una avenida vituperada.
Salió de dieciocho de julio bajando hacia la rambla sur. Dentro,
al otro mundo resistente. Candombe, raíces, mate, vino. Conversaciones de
las esquinas. Calle. Los juegos de un tambor jocoso tocado por un niño
que explaya su don bajo el cuidado de su padre. Los balcones de viejos
edificios en extinción remontando vestiduras como barriletes. Bares,
almacenes, el deteriorado tanque de gas. Años del arrabal consumando
alegrías de la pena. Arte. La humildad agraciada por un viejo barrio.
“Cordialidad gracia a no tener nada bullicio de mostrador” se lee
en la negra pintura del graffiti peloteada en un picado. –
Alto el juego que va a pasar la damisela. Reflejó
su gracias a la simple actitud delicada, caballeresca que le tocó en
agasajó de aquel moreno gurí. Siguió
su trajinar cada vez más distante persuadiendo culpas escusadas de sus
reflexiones hasta perderlas en la inmensidad del mar dulce que la rambla
conmovió en su reparo. Se sentó frente la extensión del río inhalando
y exhalando por su tapiada nariz. Lagrimas corren por las mucosas
dilatadas. Suscita los recónditos escondidos entre la brisa olvidando su
sandez. Deja a la naturaleza escalofriar sus sensaciones por ese
acercamiento interino sin respuestas llamado creación. El
lapso orientado por el simple traslado del sol se hace cómplice
artífice de que lo hecho es verdad como su ahora en esta vida y nada más.
Marcada espera en las claras incógnitas del horizonte interpretan sus
apesadumbrados reflejos crepusculares. Sola, como se había consentido
comienza a retirarse de tal distante espectáculo. Ahora otro caos interna
los ruidos que estaban perdidos. Apreció la ciudad, y escondida en la
tenue tarde decide costear el malecón Montevideano de rambla sur en
dirección al Parque. Cabeza entre sus hombros agazapada en un aspecto de
alerta y amparo. De ángel pulseando su orgullo al recelo. Busca paz
degustando dimensiones del paisaje urbano. Pescadores, gente tomando mate,
corredores. Piropos entre cervezas y quienes se deleitan colgados en sus
deseos. Ciclistas, autos, motos, olores y el sonido de olas agraciando
bastos confines. Allí va deslizando sus juguetes perdidos esfumando un
pequeño escalofrío que le corre. Subió por calle Minas hasta San
Salvador. En el almacén saludó al gordo Mario y pidió tres bananas y un
bracarfé – Te los pago mañana. El
gordo torno su seño – No te olvides – antes de salir le preguntó si
quería un alikal. Sabrina
sonrió – No, todavía tengo. Gracias. En el loft se desparramó por los almohadones del sillón un minuto. Fue al minicomponente y sonó el quinteto de Astor Piazzolla tocando con el “Polaco” Goyeneche “Balada para un loco”. Aquel tango comenzó a expandirse por el humo del último cigarro. Se tiró nuevamente en el sillón. Frente a ella la mesa ratona rebalsada de necesidad. Lapicera, hojas, mate, unas gotas de grapa miel, porro, hilo, perifar, encendedor, termo, tucas, llaves. Carpetas invocadoras del hastío sicótico en sus travesuras, cenicero. Espera que alguien llame a su puerta. Esa puerta desesperada que tantas veces patea, tira, rompe y vuelve a construir su argumento. El televisor apagado, roto desde aquella explosión disentida con la comunicación dispuso una patada al desapego cuando Danilo tomaba ginebra, escuchaba un disco de Ann Robson y escribía. |
“El
espacio lo cubre Ann
Robson Mama. Sonando
como nunca padezco
sus sentidos. Somos
nada sobreviviendo cual
quien ama. Voz
y ser amor
libertad locura
del hombre sueños
figuras lealtad
belleza loca soledad.” |
II
Callan
arquitecturas griegas pasmadas a los pies ardidos de marchitas flores
tristes. Recintos payasos camuflan incisivos juegos de un mazo incierto.
Preguntas salvajemente magulladas. Falacias, miedos desbancando decisiones
opacas. Auras cansadas entre la risa del ángel caído lagrimean atadas.
La dona cae rodillas al suelo del perdón olvidando su más grande emoción
y el amurallado frío seco cobertor de su alma humedece las fisuras corroídas.
Memorias de otros tiempos inmensos e inmersos. Faroles brillantes al
ventoso canto murguero. Ojos levantan luces escapando miel del infinito
trago amargo. Cálida sensación. Efecto. Virtud de aquellos cabrones que
animan amar. Dolor, pasado roto percha su inoculación. Placer, haber
estado así alguna vez. Dolor, no poder verse y entender. Esperanza, haber
podido ser y amanecer. Vinos
latiendo a un hombre callejero conductor de vinilos rocanroleando
decisiones autómatas, adversas para sabios perdedores. En
la vidriera siete televisores de pantalla plana pasan escenas de
“Tiempos Violentos”. Uma Thurman deliberada espera a Travolta
ablandada en la progresión de música, drogas y alcohol. Pasa su liturgia
más allá. Producto de su éxtasis tiembla en el filo hilo de una tela
araña agonizante. A Danilo es la parte que más le gusta de la película.
Sigue cada acción imaginando los sonidos. El es una figura espaldas al
mundo. Su imagen en un vidrio. Sus ojos internados en la pantalla. Esta
superpuesto al andar de la avenida. Los televisores muestran a la mujer
dada vuelta tras haber confundido una dosis de heroína por cocaína ante
la marea fantasmal de peatones. Danilo observa su humanidad internada por
esa tarde primaveral y ventosa descrita por aquel primer plano de
vidriera. Remera negra, jean notablemente gastados, lentes marrones de
cristales verdes opacos. La compañera mochila de cuero sobre su espalda
llena de garabatos, grabaciones, imágenes e imaginaciones sosteniendo un
saco de lana verde musgo. En la mano derecha una botella de medio litro
con vino tinto. Está en su cosmos, en su vida intentando beber las aguas
de Leteo. En su interna incierta, loca para algunos, geniales para otros.
Insoportable para demasiados. Y Danilo va, el hombre, la vida, la decisión.
Toma un trago. Sonríe y sigue desapercibido por los pasos de la ciudad. Se
detiene en la plaza de los bomberos a escuchar unos peruanos con sus
quenas y zampoñas tocar “Los Sonidos del Silencio”. Se sienta
al borde del cantero mirando las espaldas de los músicos. Arrastrando
su pierna izquierda un veterano harapiento con holgados pantalones atados
por una soga masca la colilla de tabaco mientras se acerca a paso lento.
Su barba es espesa, blanca como la de un gran capitán de marina en la
segunda mitad del siglo diecinueve. En su cabeza algunos pelos se ventilan
en una manchada pelada. Danilo no lo ve llegar. Pero a su izquierda siente
un respiro áspero, quejoso y rezongón. El hombre comienza a rascar la
costra de la oreja derecha ante la vista de Danilo que escucha
interrogante sus palabras – Estos indios no tienen nada que hacer en su
país. Vienen para acá y traen cierta tranquilidad. ¿No? – Con la uña
del dedo meñique escarba satisfacción en su oreja. Danilo se sonríe.
– Ahí. – Saca el dedo. Una dura porción de cera casi negra agració
la sonrisa niña sin premolares – Esto es excitante, satisfactorio.
Ahora podré escuchar mejor la música. Si tuviera un vino brindaría. ¿No
muchacho? -
Tome
capitán. – Danilo le acerca el vino.
-
A
la salud muchacho. Sus
bigotes gotearon el beso de su sed en los rasgos de una cara curtida casi
sin dientes – Gracias hijo. -
¡Adiós
comisario! – Un joven en bicicleta con un par de clavas en una mochila
lo saluda.
-
Ola
muchacho. Danilo
le pregunta si era policía. -
Antes
de amar la calle fui policía en la ciudad de Rosario – Sus ojos miran
fijos como buscando asombro en Danilo que escucha fríamente aquella voz
lenta – Tengo cuatro hijos y una pensión por la pierna podrida. Tuve
esposa. ¡Que Dios la tenga en la gloria! – Levanta los brazos al cielo
– Pobre, murió. Siempre me traía café en las noches frías, y a veces
almorzaba con migo en la cuadra que cuido coches.
-
¿Y
hoy no trabaja?
-
No,
lo dejé a Lolito. Un amigo, un hermano, un hijo que encontré mendigando.
Hizo
una pausa perdida en los peatones – ¿Y tu a que te dedicas?
-
Se
puede decir que soy uno del tanto por ciento. Un desempleado. Pero me las
rebusco.
-
¿Cómo?
-
Ve
a ese muchacho que está allá – Danilo señala con el dedo la mitad de
la cuadra.
-
¿El
que reparte volantes?
-
Sí
eso. Y tomé. Le regalo un pequeño librillo.
-
Síi…
eso haces. – Se toca su mentón – Entonces sos medio artista. Pero…
yo casi no leo.
-
Bueno
regálelo. Véndalo. – Danilo sacó la revista Factor S – ¿No conoces
esta revista? La revista de los sin techo. Esto también vendo.
-
Mira
vos. Pero ahora no te veo haciendo nada. Y son las cinco y media de la
tarde.
- Lo que pasa que hoy. Como usted. Me tomé el día libre. -
Je,
je dame otro trago. Así
pactan trago a trago una conversación distraída abrazando la historia anónima
que desnuda el alma en posibles verdades. Son dos perros renegados al
optimismo de un compañero. Dos animales en la selva de hormigón
asumiendo cada estoque directo, cada equilibrio descompuesto y relevancia
que brilla en la peregrinación de días, de caos y visualidad. De migrañas
y resurrección. Vida el nombre de una experiencia que marca cada minuto
en momentos sin tiempo. El vino espiró y Danilo concibió su trajinar al
reducto. El
reducto era un apartamento en el barrio Sur donde supo vivir cuando llegó
a Montevideo hace unos ocho años. Allí con tres amigos estuvo unos años.
El, en ese tiempo trabajaba seis horas en el ministerio de salud pública
y luego experimentaba la nueva ciudad. Por lo que contaba el apartamento
de dos dormitorios, pasillo, cocina, recibidor y living fue un gran
aguantadero donde emergieron historias, camaradería, blasfemias,
amistades, emancipación, aislamientos y grandes escapes donde las fisonomías
dormidas revertían la careteada del día. Era la casa del gran insomnio.
Un lugar con muebles por lo general encontrados en la calle. Un lugar
donde pocas veces se limpiaba. Un lugar donde aparecían caras instantáneas
que nunca más verías y se inmolaban personalidades buscando un lugar
donde estar tranquilos, lejos del mundo. Donde la música no paraba y el
tiempo se descartaba hasta que de un momento a otro a veces ahorcaba
chocando con la realidad e incidiendo a golpear las puertas del tormento y
sacrificio. Había que comer, hacer la moneda cargando el anhelo de
escapar al debate existencial. Es decir solo vivir. Así el reducto pareció
ser el hogar de los cuatro jinetes del Apocalipsis creados en la bohemia
historia del rock and roll. El cuadro The Sex Pistols arriba del único
sillón. La foto de Luca con una petaca en su cabeza. Los cuadritos de los
Beatles donde se escondía algunas tucas para la fisura y ese cuarto como
nido de rata que compartía con el Negro. La boca del Menchaca tentando
golpear la ventana y allí el trueque de la blanca adicción. Danilo por
aquel entonces sostenía las cabezas de varios colgados. Sus viajes
existencialistas abogando lo que daba en llamar la verdad de la locura.
Algo así como afirmar todo lo que uno puede creer si está seguro de lo
que siente. “Cuando encuentre dos días en la vida seré feliz”
la frase del graffiti en la esquina escrito por Mercutio. Los dos
habitantes actuales del reducto eran el Carlos y Miñoqui. Asiduos cadetes
que visitaban aquel mundo ya agotado. El apartamento ahora tenía otra
cara. Cuando ellos lo dejaron de los ocho apartamentos solo quedaban
habitados dos. Luego pintaron y arreglaron por completo el edificio. En
los pibes por el viejo hueso siempre persistía aprecio, aunque ya ellos
no tenían aquel ritmo de vida para él un achique siempre existía por un
par de noches, y el bien lo sabía. Caminó con la tormenta espiando por sus hombros. Y esperó en la entrada junto la escalera que llegara Carlos a eso de las ocho. Allí su lapicera negra escribe una postal… |
“Anónimos"
Desde
un cuarto ven mil y un tendederos. Ropa
colgada al viento como
espíritus de cientos. Tercer
piso prestando ritmos
de ciudad. Fantasías
abarrotadas con
el agua al cuello y
un teléfono sin números
pide más. Habitación
oculto día de sol. Ellos
olvidan el mundo, una
cama para dos. Afuera
niños juegan robando
carteras atando
al amor secuestrando
al dolor. Sabían
que ya nadie esperaba más. Sabían
que algo iba cambiar, y
allí está la tentación mirándolos. Desde
un cuarto ven mil y un tendederos. Fantasías
abarrotadas con
el agua al cuello y
un teléfono sin números pide más.” |
III Sentada
encima del almohadón de lana que ella misma forró con la sobra de la
pollera de chifón destapó la cerveza Patricia, prendió el porro y avistó
la mañana que entró con sus viejas calzas cosidas siete veces al final
de aquel sucio pasillo en casa de Arnol Pérez La derruida figura de
Danilo en short lavaba sus calzoncillos en la palangana del baño luego
que ofendido se fue un par de días. Sola se reía repitiendo… – ¡Idiota!
¡Mil veces idiota! Comenzó
hacer tribales en una hoja. Formas de ojos, espinas, flores, lágrimas,
soles, lunas, cuerpos y un duende agazapado mirando desde el rincón
derecho ocuparon sus próximas dos horas y media. Lo miró terminando la
segunda birra y se tiró a dormir en la alfombra persa cual siempre se
niega a vender. Todo lo que le asusta espiró entre los azules sueños del
duende expectante. Una mueca feliz acaricia los vientos solitarios entre
sus libres cabellos y la mano derecha sobre su obra adquiere carácter de
símbolo y seguridad. De expresión innata. Yace como cadáver que no
olvida la última postal abrazando el mundo que da fuego a los ocasos y
atrae un nuevo amanecer.
Oscuras
nubes avanzan con el estruendo salvaje de una caballería bárbara entre
un fogoneo incesante de artillería. Imperiosos flashes tienden una lluvia
vertiginosa, hostil y constante que avanza sobre la mansa tarde. Sabrina
despierta al tiempo que un fóbico trueno exalta su presencia como el gran
Thor. Altera su aspecto gregario casi como un animal, sale de esas calles
alborotadas de gente descontrolada en un delirio trans aquelarre,
sumergidas a un festejo jovial y aceleradamente linfático. La persiguen
en un alegórico caos de año nuevo. Se despierta del sueño y suena un
treno. El sueño al cual había estado sometida no envidia nada el diluvio
real con que la naturaleza hostiga la ciudad esta noche. Sus ojos
parpadearon y lentamente el ritmo cardiaco bajó la sorpresa. Los truenos
y relámpagos ahora se suceden como actores secundarios de la monótona e
implacable lluvia. Sabrina paulatinamente distante se descontornea a
disfrutar lo que considera una maravilla. Apronta una tasa de café y
vestida con un largo suéter azul ve su reflejo en la ventana internarse
dentro del magno espectáculo. Se siente acompañada, fuerte y armónica.
Paradójica fascinación alberga paz por la tenaz tormenta con que la
mujer osa compartir su silencio. Esos ejércitos inciertos ahogados en el
cosmos de su vacío hicieron emanar su voz – Entre los aires se recrean
las palabras ciegas, ambiguas profecías de reflexiones calmas a un capítulo
del ayer. Dime ser todo poderoso. Si es verdad que excites que más queda
que escuchar los eventuales retos del cielo… En eso recuerda el dibujo. Lo había dejado arrugado junto la alfombra. Lo plancha con su mano. Se vuelve a sentar. Toma un trago de café e inmutable queda silenciosa. |
Maximiliano
García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos,
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