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Sabrina y Danilo
(Caída la madrugada de un vacío)
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"
Maximiliano García

Sabrina camina sola la madrugada de un loft vacío. Su cabeza iba y venía preguntando dónde estaría su bendito compañero. De repente sonó la chapa de su puerta. La sorprende. Paró su caminar y miró la puerta. Volvieron a golpear.

¡Ya va!

Tomó la cuchilla de la mesada. – ¿Quién es?

Antonio.

Antonio llegó buscando a Danilo con una botella de vino. Quería apaciguar ansiedad con un amigo que salió a la ruta hacía diecisiete días sin saber a donde. Sabrina le habla cuestionando desconfianzas de aquel hombre despreocupado ajetreado peleador de vomitadas palabras cual dejó un fantasmal espíritu vagabundeando en su memoria. Tras contar la historia del escape de Danilo puso un disco. Antonio fue por el saca corchos. Merodea el ambiente la Veltbet Undergraun y Nico glamoriando excéntrico pasar. Antonio y Sabrina se encuentran frenéticamente solos. Antonio entonado por unas copas buscó la idea de jalar unos gramos. El plan era fácil. Llegarían al bar donde pegaban la merca; ella seducía al dueño y podrían tomar toda la noche agotando sus condenas. Había que producirse y el gato salió de su escondite. Ella vistió medias negras acompañadas por unas botas caña alta del mismo color con la salvaje pollera de llefón acariciando sus rodillas. Peinó su rubia cabellera enmarcando mielados ojos. Los labios pintados de bordo, el saco de cuero ocultaba un contenido desbordado por fantasías cayendo livianas en su propia trampa. Si algo sabía esta tía era producirse, confraternizar con el erotismo; más ahora que le inducía algo de venganza.

– Ahora sí estoy lista para jugar. Para divertirme. Pa olvidar.

Antonio se deslumbró y ella probó su porte viendo como cambiaba la expresión del amigo del poeta. Antonio mientras camina las cuadras que separan al destino cuestiona un par de veces aquella idea suya. Llegaron; y fueron objetivos imposibles de no ser advertidos. Eran el centro, la incógnita des aventurada mezclada en la miseria que embauca a los perdedores comensales del lugar. Sentados frente la única ventana del bar esperan excitados. Ella quería protagonizar esta historia. Antonio pasea compulsivo al tiempo. Juanico, ese pez que debería picar se acercó a la mesa. Antonio le presentó la carnada blanca al personaje de unos cuarenta años y rasgos austeros. Seducción sin zozobras rescata el deseo por su rumbeado sexo posesivo en todos los hombres allí presentes. Era la única mujer del bar, ya a la cantinera le habían comprado la noche. Tras ir los tres al baño para tomar unos saques en la mesa esperan los whiskys. Casi no hablan más que de la droga. De pocas palabras pasan los minutos. Sabrina se levantó al único baño. Juanico salió tras ella. Tomaron, y en un arrebato el hombre marcó su cuello postulando presencia. Metió sus manos por el vacío de sus piernas mientras ella fondea su vaso. La mano siguió. Bajó las medias, corrió la diminuta ropa interior y allí masturbó salado encanto mientras frenesí olvidaba. Antonio revolvía desprotección. Soledades impacientes sentadas junto a él controvertían las miradas que lo perseguían. Una fantástica figura mal venida, gorda y barbuda volcando su vaso de cerveza le dijo que su amiga esta gozando en el baño. Fue a ver que pasaba con la mujer que demoraba. Quedó pávido al espectáculo. Junico lo ve, sonríe. Para de masturbarla y toman los tres otro par de saques. Antonio pensó… vio una mujer ensordecida caída estúpidamente en su propuesta desesperada. La intenta sacar al instante que Juanico se fue en busca de whiskey.

Vo loca ponete las pilas, vamos nos de acá. Rescatate.

Ni a palos, estoy disfrutando la vida, la noche.

 

Estás loca piba. Yo me voy, esto me hastió.

 

Mañana recuerda que fue idea tuya idiota.

 

Te fuiste al carajo, especula mejor cuando caigas sintiéndote una desgracia.

Quedó parada en el reducido pasillo, pensativa, con los ojos perdidos en una enajenación decepcionada escabullendo egos endiosados. Un posesivo zombi con su cara deformadamente consumida encontró su degradada postal. – Mujer, sé artífice del aquelarre para estos pobres vampiros, haznos gozar.

Sabrina sonríe antes de con sus botas patear los testículos del individuo. Juanico apareció con los vasos llenos y de inmediato la sacó del bar “La fullería”.

Ya en su casa comenta bastante de su actividad, de sus tranzas y cortes para alargar la pequeña mentira en un producto mediocre casi consolidado como sal de anfetas – Este producto hace que consuman más en menos tiempo provocando alteraciones nerviosas mayores a la cocaína en buen estado, desgasta el sistema nervioso en meras contracciones insostenibles sin su dosis. A demás hay demasiados fisurados que ya no se dan cuenta ni de lo que toman. Son todos unos idiotas. Cuando me protestan, si tengo, le doy de la rica, se convencen y luego les hago el mismo juego.

Tomaron un saque del buen producto que el tenía. Sabrina esta afrodisíacamente posesiva queriendo más y más. Por allá queda perdida en pensamientos de sueños sin nada con el whiskey en la mano. A la representación de unos minutos de paz la complacencia intenta la consumación carnal. Intento que terminara en una cama inmune al sexo lleno de esfuerzos con retazos de penas. Uno y otro se desploman en conversaciones de meras pérdidas. De soledades ya contadas. A las seis cuarenta y cinco la divagación se acuerda del tiempo confundiendo un cerebro macerado que da vueltas alrededor de una mesa de vidrio. El impotente hombre desesperado sigue ritmo fijo a su nunca parar peinando una y otra vez convenciendo el accidente enfermo incapaz de no poder conciliar satisfacción en su sexo. Sabrina toma las dos últimas rayas bien servidas. Lo mira con ojos posesionados como queriendo atravesar la sensación de la muerte, como sugiriendo una descontrolada anarquía pronta a estallar.

Sale despedida corriendo las calles ante el pávido desconcertado personaje, que inerte, con ojos como dos huevos fritos queda leal a su vicio. Por la calle apenas despierta Sabrina para un solitario taxi. Al llegar a su casa queda sometida al desprecio de su propia vergüenza. Se toma medio litro de leche y busca en todo ese desorden dos bromasepan para evitar el bajón. Los encuentra.

Cuando despierta nuevamente se encuentra perdida. Abrió una estera sorprendiéndose con el sol de que día? Había dormido un día y medio. Tras ducharse y comer pan con queso recrea en la memoria las escenas adrenalínicas hechizadas por la necesaria comprobación de sentirse viva en este vasto compromiso de engaños. Se puso un jean, la remera, las zapatillas y una liviana campera de pana. Agarró unos lentes de armazón plateado y cristales azules. Levantó una hoja pisoteada del suelo escrita por Danilo.

“Conciliación en tu fruto.

Germinación.

Amante luz que bienes

enferma conspirando

contra mi deseo

mientras el placer

de tu sexo me es negado

y manoseado

contrariando la ética

de lo que alguna vez llamaste amor.

Se revuelcan penas inapetentes

castigadas por mi más fiel creación

quien invirtió su rol

al creador cínico amante

que ostenta ahora

la cruel parte del amor

ante la risa digna de la emancipación.”

Se sentó sobre un almohadón con el papel casi cayendo de su mano, torció la boca hacia la derecha pensando – Si tan solo me hubieras cuidado más bribón. Sería feliz contigo austero ruin vagamundos de poetas. Ahora tus espacios corroen mi presente degradado.

Harta de flagelarse transita calles buscando respuestas. Dibujó personalidades a su gusto sin convencerle nada. Los músicos callejeros creando auras en sonidos interminables de la ciudad inconforme. Transeúntes sin alegrías en una avenida llena de protestas y eufemismos. Personas en las calles requecheando camas de cartón. Visiones perdidas reales anagramas de una realidad difusa. Cabezas pesadas anudadas al pesimismo. Luchas y luchas. Sindicatos, estudiantes, entes públicos  y  privados. Derechos. País en venta entre impúdicos oligárquicos ajenos a palpar dignidad de un pueblo. Atmósfera pesada para un país que se desgrana y una persona que no da la salida. Los vendedores marketineros enfermos sin nada que vender, sin nadie a quien engañar, sin nadie a quien exprimir con fantoches productos consumidos por el tonto consumo. Panfletos, marchas, charlas. Deudas impagables con el tío rico del imperio. Hambre. Escapó la damisela de una avenida vituperada.  Salió de dieciocho de julio bajando hacia la rambla sur. Dentro, al otro mundo resistente. Candombe, raíces, mate, vino. Conversaciones de las esquinas. Calle. Los juegos de un tambor jocoso tocado por un niño que explaya su don bajo el cuidado de su padre. Los balcones de viejos edificios en extinción remontando vestiduras como barriletes. Bares, almacenes, el deteriorado tanque de gas. Años del arrabal consumando alegrías de la pena. Arte. La humildad agraciada por un viejo barrio. “Cordialidad gracia a no tener nada bullicio de mostrador” se lee en la negra pintura del graffiti peloteada en un picado.

– Alto el juego que va a pasar la damisela.

Reflejó su gracias a la simple actitud delicada, caballeresca que le tocó en agasajó de aquel moreno gurí.

Siguió su trajinar cada vez más distante persuadiendo culpas escusadas de sus reflexiones hasta perderlas en la inmensidad del mar dulce que la rambla conmovió en su reparo. Se sentó frente la extensión del río inhalando y exhalando por su tapiada nariz. Lagrimas corren por las mucosas dilatadas. Suscita los recónditos escondidos entre la brisa olvidando su sandez. Deja a la naturaleza escalofriar sus sensaciones por ese acercamiento interino sin respuestas llamado creación. El  lapso orientado por el simple traslado del sol se hace cómplice artífice de que lo hecho es verdad como su ahora en esta vida y nada más. Marcada espera en las claras incógnitas del horizonte interpretan sus apesadumbrados reflejos crepusculares. Sola, como se había consentido comienza a retirarse de tal distante espectáculo. Ahora otro caos interna los ruidos que estaban perdidos. Apreció la ciudad, y escondida en la tenue tarde decide costear el malecón Montevideano de rambla sur en dirección al Parque. Cabeza entre sus hombros agazapada en un aspecto de alerta y amparo. De ángel pulseando su orgullo al recelo. Busca paz degustando dimensiones del paisaje urbano. Pescadores, gente tomando mate, corredores. Piropos entre cervezas y quienes se deleitan colgados en sus deseos. Ciclistas, autos, motos, olores y el sonido de olas agraciando bastos confines. Allí va deslizando sus juguetes perdidos esfumando un pequeño escalofrío que le corre. Subió por calle Minas hasta San Salvador. En el almacén saludó al gordo Mario y pidió tres bananas y un bracarfé – Te los pago mañana.

El gordo torno su seño – No te olvides – antes de salir le preguntó si quería un alikal.

Sabrina sonrió – No, todavía tengo. Gracias.

En el loft se desparramó por los almohadones del sillón un minuto. Fue al minicomponente y sonó el quinteto de Astor Piazzolla tocando con el “Polaco” Goyeneche “Balada para un loco”. Aquel tango comenzó a expandirse por el humo del último cigarro. Se tiró nuevamente en el sillón. Frente a ella la mesa ratona rebalsada de necesidad. Lapicera, hojas, mate, unas gotas de grapa miel, porro, hilo, perifar, encendedor, termo, tucas, llaves. Carpetas invocadoras del hastío sicótico en sus travesuras, cenicero. Espera que alguien llame a su puerta. Esa puerta desesperada que tantas veces patea, tira, rompe y vuelve a construir su argumento. El televisor apagado, roto desde aquella explosión disentida con la comunicación dispuso una patada al desapego cuando Danilo tomaba ginebra, escuchaba un disco de Ann Robson y escribía.

“El espacio lo cubre

Ann Robson Mama.

Sonando como nunca

padezco sus sentidos.

Somos nada sobreviviendo

cual quien ama.

Voz y ser

amor libertad

locura del hombre

sueños figuras

lealtad belleza

loca soledad.”

II

Callan arquitecturas griegas pasmadas a los pies ardidos de marchitas flores tristes. Recintos payasos camuflan incisivos juegos de un mazo incierto. Preguntas salvajemente magulladas. Falacias, miedos desbancando decisiones opacas. Auras cansadas entre la risa del ángel caído lagrimean atadas. La dona cae rodillas al suelo del perdón olvidando su más grande emoción y el amurallado frío seco cobertor de su alma humedece las fisuras corroídas. Memorias de otros tiempos inmensos e inmersos. Faroles brillantes al ventoso canto murguero. Ojos levantan luces escapando miel del infinito trago amargo. Cálida sensación. Efecto. Virtud de aquellos cabrones que animan amar. Dolor, pasado roto percha su inoculación. Placer, haber estado así alguna vez. Dolor, no poder verse y entender. Esperanza, haber podido ser y amanecer.

Vinos latiendo a un hombre callejero conductor de vinilos rocanroleando decisiones autómatas, adversas para sabios perdedores.

En la vidriera siete televisores de pantalla plana pasan escenas de “Tiempos Violentos”. Uma Thurman deliberada espera a Travolta ablandada en la progresión de música, drogas y alcohol. Pasa su liturgia más allá. Producto de su éxtasis tiembla en el filo hilo de una tela araña agonizante. A Danilo es la parte que más le gusta de la película. Sigue cada acción imaginando los sonidos. El es una figura espaldas al mundo. Su imagen en un vidrio. Sus ojos internados en la pantalla. Esta superpuesto al andar de la avenida. Los televisores muestran a la mujer dada vuelta tras haber confundido una dosis de heroína por cocaína ante la marea fantasmal de peatones. Danilo observa su humanidad internada por esa tarde primaveral y ventosa descrita por aquel primer plano de vidriera. Remera negra, jean notablemente gastados, lentes marrones de cristales verdes opacos. La compañera mochila de cuero sobre su espalda llena de garabatos, grabaciones, imágenes e imaginaciones sosteniendo un saco de lana verde musgo. En la mano derecha una botella de medio litro con vino tinto. Está en su cosmos, en su vida intentando beber las aguas de Leteo. En su interna incierta, loca para algunos, geniales para otros. Insoportable para demasiados. Y Danilo va, el hombre, la vida, la decisión. Toma un trago. Sonríe y sigue desapercibido por los pasos de la ciudad.

Se detiene en la plaza de los bomberos a escuchar unos peruanos con sus quenas y zampoñas tocar “Los Sonidos del Silencio”. Se sienta al borde del cantero mirando las espaldas de los músicos.

Arrastrando su pierna izquierda un veterano harapiento con holgados pantalones atados por una soga masca la colilla de tabaco mientras se acerca a paso lento. Su barba es espesa, blanca como la de un gran capitán de marina en la segunda mitad del siglo diecinueve. En su cabeza algunos pelos se ventilan en una manchada pelada. Danilo no lo ve llegar. Pero a su izquierda siente un respiro áspero, quejoso y rezongón. El hombre comienza a rascar la costra de la oreja derecha ante la vista de Danilo que escucha interrogante sus palabras – Estos indios no tienen nada que hacer en su país. Vienen para acá y traen cierta tranquilidad. ¿No? – Con la uña del dedo meñique escarba satisfacción en su oreja. Danilo se sonríe. – Ahí. – Saca el dedo. Una dura porción de cera casi negra agració la sonrisa niña sin premolares – Esto es excitante, satisfactorio. Ahora podré escuchar mejor la música. Si tuviera un vino brindaría. ¿No muchacho?

- Tome capitán. – Danilo le acerca el vino.

 

- A la salud muchacho.

Sus bigotes gotearon el beso de su sed en los rasgos de una cara curtida casi sin dientes  – Gracias hijo.

- ¡Adiós comisario! – Un joven en bicicleta con un par de clavas en una mochila lo saluda.

 

- Ola muchacho.

Danilo le pregunta si era policía.

- Antes de amar la calle fui policía en la ciudad de Rosario – Sus ojos miran fijos como buscando asombro en Danilo que escucha fríamente aquella voz lenta – Tengo cuatro hijos y una pensión por la pierna podrida. Tuve esposa. ¡Que Dios la tenga en la gloria! – Levanta los brazos al cielo – Pobre, murió. Siempre me traía café en las noches frías, y a veces almorzaba con migo en la cuadra que cuido coches.

 

- ¿Y hoy no trabaja?

 

- No, lo dejé a Lolito. Un amigo, un hermano, un hijo que encontré mendigando.

 

Hizo una pausa perdida en los peatones – ¿Y tu a que te dedicas?

 

- Se puede decir que soy uno del tanto por ciento. Un desempleado. Pero me las rebusco.

 

- ¿Cómo?

 

- Ve a ese muchacho que está allá – Danilo señala con el dedo la mitad de la cuadra.

 

- ¿El que reparte volantes?

 

- Sí eso. Y tomé. Le regalo un pequeño librillo.

 

- Síi… eso haces. – Se toca su mentón – Entonces sos medio artista. Pero… yo casi no leo.

 

- Bueno regálelo. Véndalo. – Danilo sacó la revista Factor S – ¿No conoces esta revista? La revista de los sin techo. Esto también vendo.

 

- Mira vos. Pero ahora no te veo haciendo nada. Y son las cinco y media de la tarde.

 

- Lo que pasa que hoy. Como usted. Me tomé el día libre.

- Je, je dame otro trago.

Así pactan trago a trago una conversación distraída abrazando la historia anónima que desnuda el alma en posibles verdades. Son dos perros renegados al optimismo de un compañero. Dos animales en la selva de hormigón asumiendo cada estoque directo, cada equilibrio descompuesto y relevancia que brilla en la peregrinación de días, de caos y visualidad. De migrañas y resurrección. Vida el nombre de una experiencia que marca cada minuto en momentos sin tiempo. El vino espiró y Danilo concibió su trajinar al reducto.

El reducto era un apartamento en el barrio Sur donde supo vivir cuando llegó a Montevideo hace unos ocho años. Allí con tres amigos estuvo unos años. El, en ese tiempo trabajaba seis horas en el ministerio de salud pública y luego experimentaba la nueva ciudad. Por lo que contaba el apartamento de dos dormitorios, pasillo, cocina, recibidor y living fue un gran aguantadero donde emergieron historias, camaradería, blasfemias, amistades, emancipación, aislamientos y grandes escapes donde las fisonomías dormidas revertían la careteada del día. Era la casa del gran insomnio. Un lugar con muebles por lo general encontrados en la calle. Un lugar donde pocas veces se limpiaba. Un lugar donde aparecían caras instantáneas que nunca más verías y se inmolaban personalidades buscando un lugar donde estar tranquilos, lejos del mundo. Donde la música no paraba y el tiempo se descartaba hasta que de un momento a otro a veces ahorcaba chocando con la realidad e incidiendo a golpear las puertas del tormento y sacrificio. Había que comer, hacer la moneda cargando el anhelo de escapar al debate existencial. Es decir solo vivir. Así el reducto pareció ser el hogar de los cuatro jinetes del Apocalipsis creados en la bohemia historia del rock and roll. El cuadro The Sex Pistols arriba del único sillón. La foto de Luca con una petaca en su cabeza. Los cuadritos de los Beatles donde se escondía algunas tucas para la fisura y ese cuarto como nido de rata que compartía con el Negro. La boca del Menchaca tentando golpear la ventana y allí el trueque de la blanca adicción. Danilo por aquel entonces sostenía las cabezas de varios colgados. Sus viajes existencialistas abogando lo que daba en llamar la verdad de la locura. Algo así como afirmar todo lo que uno puede creer si está seguro de lo que siente. “Cuando encuentre dos días en la vida seré feliz” la frase del graffiti en la esquina escrito por Mercutio. Los dos habitantes actuales del reducto eran el Carlos y Miñoqui. Asiduos cadetes que visitaban aquel mundo ya agotado. El apartamento ahora tenía otra cara. Cuando ellos lo dejaron de los ocho apartamentos solo quedaban habitados dos. Luego pintaron y arreglaron por completo el edificio. En los pibes por el viejo hueso siempre persistía aprecio, aunque ya ellos no tenían aquel ritmo de vida para él un achique siempre existía por un par de noches, y el bien lo sabía.

Caminó con la tormenta espiando por sus hombros. Y esperó en la entrada junto la escalera que llegara Carlos a eso de las ocho. Allí su lapicera negra escribe una postal…

                   “Anónimos"

 

Desde un cuarto ven mil y un tendederos.

Ropa colgada al viento

como espíritus de cientos.

Tercer piso prestando

ritmos de ciudad.

Fantasías abarrotadas

con el agua al cuello

y un teléfono sin

números pide más.

Habitación oculto día de sol.

Ellos olvidan el mundo,

una cama para dos.

Afuera niños juegan

robando carteras

atando al amor

secuestrando al dolor.

Sabían que ya nadie esperaba más.

Sabían que algo iba cambiar,

y allí está la tentación mirándolos.

Desde un cuarto ven mil y un tendederos.

Fantasías abarrotadas

con el agua al cuello

y un teléfono sin

números pide más.”

III

Sentada encima del almohadón de lana que ella misma forró con la sobra de la pollera de chifón destapó la cerveza Patricia, prendió el porro y avistó la mañana que entró con sus viejas calzas cosidas siete veces al final de aquel sucio pasillo en casa de Arnol Pérez La derruida figura de Danilo en short lavaba sus calzoncillos en la palangana del baño luego que ofendido se fue un par de días. Sola se reía repitiendo… – ¡Idiota! ¡Mil veces idiota!

Comenzó hacer tribales en una hoja. Formas de ojos, espinas, flores, lágrimas, soles, lunas, cuerpos y un duende agazapado mirando desde el rincón derecho ocuparon sus próximas dos horas y media. Lo miró terminando la segunda birra y se tiró a dormir en la alfombra persa cual siempre se niega a vender. Todo lo que le asusta espiró entre los azules sueños del duende expectante. Una mueca feliz acaricia los vientos solitarios entre sus libres cabellos y la mano derecha sobre su obra adquiere carácter de símbolo y seguridad. De expresión innata. Yace como cadáver que no olvida la última postal abrazando el mundo que da fuego a los ocasos y atrae un nuevo amanecer.    

Oscuras nubes avanzan con el estruendo salvaje de una caballería bárbara entre un fogoneo incesante de artillería. Imperiosos flashes tienden una lluvia vertiginosa, hostil y constante que avanza sobre la mansa tarde.

Sabrina despierta al tiempo que un fóbico trueno exalta su presencia como el gran Thor. Altera su aspecto gregario casi como un animal, sale de esas calles alborotadas de gente descontrolada en un delirio trans aquelarre, sumergidas a un festejo jovial y aceleradamente linfático. La persiguen en un alegórico caos de año nuevo. Se despierta del sueño y suena un treno. El sueño al cual había estado sometida no envidia nada el diluvio real con que la naturaleza hostiga la ciudad esta noche. Sus ojos parpadearon y lentamente el ritmo cardiaco bajó la sorpresa. Los truenos y relámpagos ahora se suceden como actores secundarios de la monótona e implacable lluvia. Sabrina paulatinamente distante se descontornea a disfrutar lo que considera una maravilla. Apronta una tasa de café y vestida con un largo suéter azul ve su reflejo en la ventana internarse dentro del magno espectáculo. Se siente acompañada, fuerte y armónica. Paradójica fascinación alberga paz por la tenaz tormenta con que la mujer osa compartir su silencio. Esos ejércitos inciertos ahogados en el cosmos de su vacío hicieron emanar su voz – Entre los aires se recrean las palabras ciegas, ambiguas profecías de reflexiones calmas a un capítulo del ayer. Dime ser todo poderoso. Si es verdad que excites que más queda que escuchar los eventuales retos del cielo…

En eso recuerda el dibujo. Lo había dejado arrugado junto la alfombra. Lo plancha con su mano. Se vuelve a sentar. Toma un trago de café e inmutable queda silenciosa.    

Maximiliano García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"

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