Colabore para que Letras - Uruguay continúe siendo independiente

Descartados tiempos
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"
Maximiliano García

“Reciclo cada elemento descartado socavando desbastados tiempos pidiendo piedad y el telón sulfúrico de idilios cae sobre la ciudad. Noche, tu presencia oculta indiferencia.”

 

Escucho respiros agitados llorar cerca de mí andar taciturno. A mitad de cuadra por la vereda paralela la silueta de una niña lagrimea delatada por un foco de luz. Su humanidad decorosa bajo la garuaba esconde un rostro agotado entre húmedos cabellos. El holgado de su jean y buzo jogging acusan delgadez. Trae a mí la visión de La Piedad de Miguel Ángel. Cuestiono. ¿Las acciones del destino congeniando con voluntades solidarias? Es decir, el destino desencadena mi intervención o yo era un factor transcurriendo su necedad. Igual nada tenía que hacer esa noche más de recorrer caminos a ningún lado. Tomé un caramelo del bolsillo de mi vieja campera jean y me recosté al cuidado de un techo.

Dos mendigos envueltos en apolillados sacos de paño transitan acercándose a la niña, cual sobre su hombro izquierdo los ve con cautela en ahíto acto desconfiado. Los hombres pasaron arrastrando pasos y balbuceos haciendo omiso interés por la pequeña. Se dispusieron rápidamente a revolver la basura de la esquina tras alejar un par de perros. La prostituta despidió al cliente y el contorno de su cuerpo vislumbra oferta en la entrada del callejón por la siguiente calle. Directamente el pensamiento declinó al paisaje arengando por mis adentros una encrucijada convencida magullando paciente calma en vacíos indecisos. Allí caí al recuerdo de una noche de ron junto la playa. Bordeando alegría un kiosco galantea antorchas sintiendo “Buena Vista Social Club”. Despreocupado verano acercó etílico ardor por los cuatros costados de aquel cuadrado. Su estimado narrador baila entre ridículo y ácrata sobre los grandes toneles de vino que se albergaban como mesas. Desposeído de toda opresión banal undula la gracia de Dionisio. Al tiempo Sixto y Andreas carcajean con Camilo y el Nico quienes son dueños del bar.  Más allá en otros lados del cuadrilátero dos hombres cancherean a las únicas tres minas que toman una cerveza. Una barra de cinco guachos echa humo sentados en la playa; reían luego de haber fumado mariguana o se reían de mí; no lo sé. Las otras personas ni cuenta me di que estaban. La calma costa paseaba sensaciones a nuestros estímulos enmarcando libre albedrío. Sin querer la acumulada testosterona se convirtió en imán. Desprejuiciada, casi como el flash del relámpago me sorprendió un liberal cuerpo femenino bailando descalza con mi febril persona. Nunca la había visto, no sabía quien era. No tenía porque saberlo. ¿Era el descontento con los idilios cual llamó esta puerta? Nada de esto pensé. Sino, solo baile disfrutando una lejana Cuba aparejando la intensidad de la sonrisa con que mira el entusiasmo, la gozadera y satisfacción.

La reacción a un grito escuché.

- ¡Vamos Lucíaaa!    

Un niño pasó corriendo llevando algo atrapado en su brazo derecho y descubrió así el nombre de mi chamuscada princesita. Al pasar junto a ella la tomó del brazo arrebatándole esa aturdida postura que había consentido invitarme a su cuidado. Ella trastabilló al brusco frenesí pero recuperó estabilidad en la carrera. La desesperación entre arrebato y confusión vibró al vértigo de ciudad. Un mozo ya exhausto gritó dos veces “¡Alto!” antes de descasar con las manos en sus rodillas agotadas; resignando la posibilidad de atrapar aquel cachorro convertido en ladronzuelo.

Los vagos se retiraron un minuto de sus amados desperdicios para aprovechar esta oportunidad de mendigar. El trabajador con pocos meritos de atleta se vio acosado empujándolos de mala gana, albergando menosprecio, evacuando ira, desasiéndose de los débiles hombres desconfiados de los sueños.

Yo seguí atento en la corrida salvaje, displicente que atravesó el bulevar internándose en la trasversal subsiguiente. Lleno, interrogante, psicológicamente obsesionado caminé rápido hasta un motivo, un incentivo de curiosidad cual cogió una curva, una esquina, un albergue de esos pequeños prófugos escapados del romanticismo. De aventuras tan miserablemente profundas. El pasaje se adentro por la ventana de mi mente armando la remembranza interrumpida en la oscilación de aquella joven carismática que en una luna blanca convenció espacios convenidos en su salsa libertina. La despedí tras agradecer su gracia. Decepcionada quedó allí en la arena. Arrogante egocentrismo conjugó al magnético caballero creído en mi yo. Seguí andando mi tiempo. Luego de la candela que torno eróticas las ardidas sonrisas me convertí en ingrato. Solo pedí otra copa. La dama no postergó su mueca a mis espaldas. Tomé mi vaso dándome vuelta al río, y la disfruté esperando.

Llegué pasando paciencia a esa esquina con el apetito de encontrar nada. Los jóvenes se esfumaron, desaparecieron complaciendo más mi ímpetu convencido, porfiado. Desmembrado por alguna novela de suspenso arremetí despreocupado rastreando su última pista. Estaba poco convencido en no dar con ellos, y escasamente controvertido con la desgracia mundana cual desprejuiciada convive adecuando esta creación. Cinco perros, pura raza fiel callejera cuidan placientes el cuerpo entreverado en cartones y mantas de su amigo. Amo caballero de esta jauría un señor duerme afablemente recostado a una cortina de metal antípoda de sus huéspedes. Sobre ellos un cartel; “Joseph, compra y venta de oro y plata”. Un mediano perro mantiene guardia cubierto por hosco color pardo, grisáceo; tan pardo y grisáceo como la humedad y mugre que lo rodea. Erizado acompaña con sus pupilas mi transito job. Aires jocosos se suceden desde un apartamento. Dos mujeres producidas para sus hombres aparecen por un zaguán. Labios carnosos color púrpura, ojos enteramente intimidatorios avivan frívolas búsquedas de bobos en los toc-toc despilfarrados por sus tacos. Placeres convencidos en el trajinar de su sexo marcan provocaciones pronunciadas de sus cuerpos. El pitúco lleva su mercancía hacia otro lugar en un mitshubishi polarizado. Zapatos de charol y la gomina entumecida no le dejan ver su alrededor.

Pasando ya la siguiente calle, diviso la dupla conjetura al mundo en pena. Sentados en la arcada de una casa de fotos comen con desesperación la hurtada pechuga aun tibia. El pibe percibió los pasos lentos de mi figura. Entre abiertos sus ojos especulan cierta desconfianza.

 Tranquilos, tranquilos. – Sus actitudes eran tensas, enigmáticas. Depuestas al escape. Al fastuoso arrebato que emblema las ardillas en un bosque  – Oigan no les voy hacer nada. Quiero que hoy salgan de la húmeda calle.

 

- Pero si aquí estamos bien – respondió el muchacho.

 

- Observé tu intrépida corrida. Y esa pechuga no la compraste muchacho. – Se quedaron entre asecho y defensa. Entre defensa y asecho – Vamos. Vamos a un café cerca de aquí, son unas seis cuadras.

 

- Oye Rubiño este señor estaba frente a mi, si nos quisiera joder ya lo hubiera hecho.

 

- Pero Lucía. – Trastabilló en sus palabras – Una comida y después qué?

 

- Después nada. Os lo prometo y doy mi palabra en este mundo asqueado. Solo quiero que coman algo caliente. Que no se mojen.

      

Suspiraron, se preguntaron que creían y el niño no muy convencido con un movimiento de hombros casi de desprecio concluyó – Bueno, antes que nada que más da.

“Otro andar entre olas requiriendo augurios deja opciones a la necesidad. Blasfemas palabras noble narrador. ¿Por qué explicar?”

 – Señor. ¿Quiere un pedazo de pollo?

No pequeña. Gracias.

– No, este no come. Es medio gringo; no quiere ensuciarse las manos.

La niña lo codeo cuando omití esas palabras. Aquel niño estaba marcado por el carácter encrespado, desconfiado y urbanamente natural. Las tres siguientes cuadras caminaron sin diálogo dedicados a saborear el manjar sobre la incapacidad social del eterno caos.

Y la memoria se posó otra vez cabalgando sobre mis hombros.

Cuando Andreas descubrió que la bailarina caminaba una cuadra tras nosotros con sus amigas; la necesidad de sobrevenir al terremoto placer de su contacto nos detuvo. Bebíamos dos petacas de vodka viendo aproximar sus enigmas. Sixto hizo una reverencia y capituló – Magnas mujeres esmerando el vasto universo. Decid que mi ocaso está cerca o acaso estoy en el limbo. – Ellas rieron. Sixto adoptó un desprólijo personaje gay llamado Orquídea – Sí yo pudiera tener un poco del encanto que corre por estas damas – Sus manos rogaban al cielo – ¿Podría tener clemencia en mis amores no correspondidos?

Lentamente quedé unos pasos atrás del grupo sintiendo la madrugada, admirando como fluía aquella obra. Aquella comedia bufonesca. Me divertía lo que hacia y ya a esta altura sabía que no tendría más vuelta que ser un espectador de aquel acto.  

II 

La lluvia se intensificó en nuestro trayecto al café Tucuta. Así que nos reparamos al cuidado de un balcón. Lucía terminó de comer el ala del pollo cual era la última presa. Miró a Rubiño riendo de esa cara que había comido hasta por la nariz.

- ¿De que te ríes niña?

 

- Comes por la nariz.

 

- ¿Por qué no te miras al espejo?

En un instante se acordaron de mí. Me observaron en silencio. La lluvia se volvió garúa – ¿Seguimos el viaje?  – Pregunté

- ¿Oye como te llamas? – Rubiño

 

- Fausto. Fausto es mi nombre – Mi nombre me sonaba a debacle, a fallos imperfectos, a desconfianza, a intriga.

 

- ¿Fausto? Que nombre raro. – Lucía

 

- Puede que sí.

En las cuatro cuadras que caminamos al Tucuta podría decirse que avivamos a deformar el camino de ese muro que aun nos separaba de desconocido a desconocido. Es más, a la entrada recuerdo sus risas entre cortadas cachorreando, avivando, despertando hemorragias de sincera dulce magia. Le pedí a Alberto un poco de jabón líquido y unos repasadores para sacarles la grasa. Pasaron al único baño entretenidos en su recreo. Podría hasta decir que su amor florecía en la inocencia que posan los actos bárbaros de la ternura. Pedí un whisky y me senté en una mesa al paralelismo.

Caminaba con la petaca haciendo de bastón mirando como sucedía el esquech sostenido por un público tan dispuesto. La joven morocha se dio vuelta cuando la bailarina estaba distraída. Sonrió, tomé otro trago y supuse que sería mi día de suerte. Pero quien comandaba las acciones no era yo, si no Sixto. Hablaba y hablaba al frente de la caravana espaldas al auditorio – Ingratas. ¿Saben por qué me volví gay?

- Noo… ( Respondieron las jóvenes)

 

- Por que lo que brillaba en mí siendo oro arraigado entre los sentidos, cayó ante las musas en umbrales opacos de sus desprecios.

La dama de lacio pelo negro azulado lució un andar lento, sagaz y oscuro – Ven pequeña flor marchita.

Sixto al sentir su voz giró la cabeza sobre su derecha. Sus parpados extasiados vieron unos labios enmarcados de visibles pómulos llegar a su boca y expiró – Esta dama me a salvado – Volvió a besarla y los espectadores aplaudieron – ¡Todos bebamos! – se apoyo en sus pechos.

La forma que había tomado su carácter lo hacia ver como anfitrión de un precioso banquete. Estaba rebalsado de figuras épicas remontado en la cresta de su ola. Así de distendidos nos fuimos a la casa de Andreas.

Andreas era nacido en Francia, de padre uruguayo y madre francesa. Alquilaba un apartamento para no estar en casa de sus tías quienes como su padre eran oriundas de esta ciudad.

Sixto con la delgada mujer de ojos negros pasó al cuarto del fondo dislocando sonrisas y franelas. Andreas trajo un poco de vodka y marihuana. Yo serví los vasos. La morocha comenzó a morrugas. La bailarina miraba una foto de Josefine Báker desnuda frente a la cámara. Las rodillas arrolladas sostenían sus largos brazos, un collar de perlas enmarcaban el peinado a la garçon dando la esencia de una postal exquisita en la princesa ébano. Las aprecie un minuto antes de preguntar si la conocía.  

III

Rubiño devolvió los objetos de limpieza y la niña se sentó junto a mí – Hey Fausto.

- ¿Sí?

 

- ¿Ese que está entre las botellas? Allá – Señaló con su dedo la foto en el espejo tras la barra – ¿No es Zitarrosa?

 

- Sí lo es. – Por dentro sentí al orgullo como remediando la excusa de cuidarla.

 

- Viste Rubiño te dije – Rubiño llegaba con una gaseosa y dos vasos.

 

- ¿Y eso?

 

- Me lo regaló el señor. Alberto. Tu amigo – Rubiño

Agradecí a Alberto y volví sobre la interesante conversación que tenía – Oye Lucía. ¿De donde lo conoces?

- ¿A Rubiño?

 

- No. A Zitarrosa.

 

- Mi abuelo siempre lo escuchaba. Mi abuelo tocaba la guitarra y cantaba sus canciones con mi madre. Siempre decía que Zitarrosa era algo así como la identidad uruguaya.

 

- ¿Qué canción te gustaba escuchar? – Luego que hice la pregunta pensé que podría incomodarle. Que podría herirla. Pero su discurso fue rápido, seguro.

 

- No me acuerdo… había una que hablaba de una doña llamada Soledad, otra Stefanía y otra de milicos.

 

- ¿Y tu abuelo donde está?

 

- Murió hace un año y medio.

Rubiño le alcanzó su vaso. Bebió un trago de coca. – Gracias Rubiño – con postura de dama y ternura siguió nuestro diálogo – Oye Fausto. ¿Tu que haces? ¿De que trabajas?

– Tengo un pequeño alquiler de videos.

Rubiño transfiguró su pasible postura satirizando – Dicen que esa gente suele ser bastante degenerada.

- No es mi caso – Ambos se miraron en silencio.

 

- Lluvia de mierda. – El pelado Francisco pasó junto la mesa con su molesta voz…

– ¿Qué tal Fausto? ¿Estás de niñero? Je, je, je.

Este personaje salido de algún duende irlandés no media más de un metro sesenta. Era ágil, rápido y lleno de nervios como una mano de sapo. Tenía un don. Conseguía lo que quisieras como rata de ciudad. Su risa rasposa e irónica parece la del Pingüino de Batman y es igual de molesta. Hice omisión a sus preguntas y proseguí con los niños quienes aun lo observaban – Oigan. ¿Tienen donde dormir? – Ambos respondieron. Rubiño que sí y Lucía que no. – ¿Supongo no dormirán en el mismo lugar, o alguno miente?

 Hay una casa vacía que pudimos entrar. Allí pasamos las últimas tres noches.

Mientras la niña hacia su relato Rubiño tomaba con la palma de la mano su frente y apoyaba el codo en la mesa.

 Bueno. Les propongo algo. Son las nueve y cuarenta. Debo ir al video. Si ustedes quieren me acompañan. Yo vivo atrás del local, se pueden dar un baño y después ven que hacen.

 

- No sé. ¿Tu que dices Rubiño?

El chico levantó las cejas sin dejar de ver hacia abajo – No hay mucho que perder. ¿No? Estamos en el baile – Me miró en la búsqueda de la confianza. – Seguiremos bailando.

- Bueno, vamos entonces.

Pagué el café y el petiso boquilló – Tene cuidado con los nenes.

- No seas pelotudo Francisco – Alberto lo frenó con un tono seco, recio.

 

- Nos vemos Alberto. Está todo bien.

Los pibes me esperaban afuera. Rubiño había desplegado una mirada fría directa al petiso – Ese enano es un nabo. Le rompería la cabeza.

Paré un taxi.

 – Que bueno vamos en tacho – Lucía.

- Tachos son los que revolvemos – Rubiño

Se sentaron en el asiento de atrás y yo junto al conductor – ¿A dónde jefe?

- Pablo de Maria y Rodó.  

IV

- ¿Conoces a esa dama?

 

- Josefine es algo así como la perla más enigmática, jovial, salvaje y desfachatada. Para quién sabe de ella, sea hombre o mujer debe ser una luz. Un ángel desprejuiciado. Su brillo encandiló a la ciudad luz. La excentricidad que la consolidaba llevó a que París cayera a sus pies. Es la emancipación, el arte de la magna mujer en los años locos. Es ella y sólo ella recorriendo un carisma excepcional por un mundo feudal que no la afectara. Pero el precio de la fama siempre se llena de desconcierto. Dejémosla en un icono pródigo y femenino.

La morocha y Andreas fueron a la cocina dejando la morruga en la mesa. Yo tenía las hojillas y comencé armar. La catarsis entusiasmaba su mirada introducida en un mundo empachado por el misticismo de aquel símbolo tan basto para ella. Se dio la vuelta y caminó satisfecha, liviana, excéntrica y sensual. Le alcance el porro. Me hizo una reverencia mientras dejaba que la apreciara. Me pidió fuego. Volvió a mirar la foto prendiendo aquel vinillo. Aspiró. Contuvo el humo y luego lentamente deslizó la niebla por el espacio sísmico de sus íntimos pensamientos. Pareció desmedida en un instante de reacción medida como el reflejo de un gato.

 Toma – me alcanzó el cigarrete y se dirigió al equipo de música. Miraba su buen trasero cuando revolvía los discos.

 Oye pequeña. ¿Cómo te llamas?

Se dio la vuelta con sus grandes ojos negros achinadamente iluminados. Caminó hacia el sillón con el andar elegante que marcan los pasos de un tango. Agarró un cigarrillo del paquete que había dejado su amiga. Lo prendió – ¿Crees que lo único que veo son fantasías?

Volví a repetir – ¿Cómo te llamas? – Sorda a mis preguntas se dirigió a la caja de discos.  

V

Cuando entramos en el local de videos el gordo Ariel reía impúdicamente mirando los deliciosos senos que Silvia blandía bajo una remera rayada escote en V.

 Hola Ariel.

Se sorprendió e intentó disimular la lasciva expresión que acompaña a este gordo lampiño, pálido, que con sus grandes ojos celestes y prominentes dientes reclama siempre su dosis de pornografía – Hola Fausto.

- ¿Qué llevamos hoy? – ya tenía en una bolsa blanca el video.

 

- Lo de siempre. Chau. Chau bonita. – Saludó a Silvia.

Silvia comentó que el gordo a veces le rompe bastante las pelotas. Silvia debe medir un metro sesenta y cinco y con sus diecinueve años tiene los bustos maduros, firmes, ociosos acompañados de un tentador trasero cual nuestro cliente no deja de ver. – Este gordo enfermo creo a veces que puede llegar a romperme las pelotas en serio. Hay veces que me asusta – Los pibes jugaban entre las góndolas – Oye Fausto no te ibas unos días. ¿Y estos dos hermosos niños? ¿No me digas que son tuyos?

 No, son unos amigos. Son Lucía y Rubiño. Oigan niños vengan. – Me miraron serios como si se hubieran enojado por lo de niños o por recibir una orden. La verdad, la innata rebeldía con eterna desconfianza nunca parecía dejarlos ser verdaderamente niños. Les presenté a Silvia; Rubiño tras un displicente saludo preguntó donde era el baño y Lucía congenió rápidamente a través del atrayente aro que Silvia tenía en su nariz. Llevé a Rubiño al baño.

 ¡Uu!  Que bueno, un póster de los tres chiflados.

 

- ¿Te gustan los tres chiflados?

 

- Síi… más firme

 

- Por acá – Le señalé la puerta del baño al fondo.

Entonces recordé que en algún lugar debía tener una foto más pequeña de los tres personajes. Buscaba y buscaba. Parecía uno de esos botija sin amigos que desesperado dan todo sus juguetes con razón de que alguien los recuerde y comparta su tiempo. Es que en el pibe había aparecido la actitud, la expresión invocada al carácter del niño Rubiño. La encontré. No estaba en optimas condiciones y en su dorso una circunferencia de café marcaba cierto abandono. Era una foto donde aparecían las tres caras en línea vertical con el fondo negro. Rubiño salió del baño.

– Toma chifladito.

- ¿Para mí? ¿Me la reglas?

 

- Sí, claro que sí.

 

- Uy, gracias loco. El gordo Curli es un genio.

 

- Bueno genio. Toma. – Le alcancé una toalla.

 

- Uy, que bajón hermano. 

 

- Vamos dale. Pégate un baño.

 

- Bueno hermano pareces mi viejo. Y eso que nunca lo tuve.

El espacio de aquel despreocupado comentario lo cubrió una pausa descalzando sus pies – Una ducha no va a venir mal. Gracias loco. – con picardía acentuó su cabeza y cerró la puerta. La desolación en una noche empachada de fantasmas podría ser la inundación que me dejó parado inmóvil. La pregunta nuevamente en mi cabeza. ¿Las acciones del destino congeniando con voluntades solidarias?  

VI

Puso un disco del diario El País. Esos que sacaron cuando los cien años del cine. Comenzó a sonar “Nobody does it better” de la película “La espía que me amó”. Según la niña la traducción del inglés dice “Nadie puede hacerlo mejor” a lo que ella agregó.

 Que yo.

Andreas y su morocha seguían en la cocina. Volvió a la caja de discos y puso una recopilación del Kinto donde sonó “Mejor me voy”. Rodeó el sofá. Se sentó en la otra esquina impostada en una actitud pícara, fresca, definitivamente sensual. Detrás de ella Andreas y la  flaca se acercaban fumando muy colgados.

 Cuéntame un cuento interesante criatura – tomé un trago de vodka y esperé su conducta. Se paró, agarró el vinillo de la mesa y fue nuevamente hacia la foto. Yo me recosté y abrí mis piernas cruzadas. Allí dejó escapar el relato enmarañada en su nube excéntrica.

 Hace algunos años una niña de doce años saltó de un balcón para escapar con un artesano. Estaba harta la muy terca. Su familia era un desván de locura. Padres separados. El uno analfabeto y la otra hipertensa. No digo que no la querían sino que sin querer la habían aturdido – se dio medio giro y caminó lento a la pared derecha, donde en otro cuadro un mono tapaba sus oídos – Tal vez dentro de ese alboroto esta foto la comprendiera… desinteresada en sentirse sola se aferró en chocar al mundo cual ella creía debería ser otra cosa definida a los sentimientos de alegría y satisfacción – me miró y meneo su cabeza – Ya no quería estar muerta – volvió a caminar – En una comunidad le dieron el nombre de Luna y se aferró a su brillo. Solo dos semanas estuvo desaparecida fuera de su casa. Solo dos semanas de naturaleza bastaron para perderse en la brisa que entrega el mundo – nuevamente paró y con un tenue gesto paseo sus ojos donde estaba sentada y prosiguió – Sabes eso la perturbó al seguir la mierda del mundo. – Se acercó rápidamente a mí.  Me pasó la tuca. Yo ahora estaba con los codos en las rodillas y la petaca entre las manos. Tomó un trago y siguió unos pasos – A los diecisiete años se encontró con un soñador que quería llegar a París y vibró durante unos años en ese otro mundo que crearon. Luego no lo sé. Alguien dijo que cantaba en un cabaret, que se torno adicta o prostituta, artesana, actriz pero de una u otra forma se fue por ahí. Yo creo que aún debe soñar entre la independencia embelezada con la deliciosa paz.

 

- Tienes un espíritu muy esperanzador…

Levantó sus cejas y dispuso una actitud campechana estirando el mentón – ¿Por qué no? Sin la gloria se puede vivir pero la esperanza de solitarios austeros como tú a veces la reniega, aunque atada lleven la carga del perdedor.

La dama volaba con una personalidad esbozada e intuitiva. Arrogante y sensual. Provocativa. Tanto que mi cómodo letargo expiró – Sí, sí, sí… soledades, locos y percnotos abusando su condición de perdedores para estimular al súper hombre eminente virus del flagelo humano.

Me paré del sillón caminando unos pasos opuesto a ella en medio del asombro de Andreas y la flaca. Al levantar la cabeza la bailarina tomaba un trago y esbozaba una madura sonrisa – Tu eximia causa de palabras prepotentes sitúa a la gloria en un lugar escaso que te hace bailar alrededor del fuego jugando en los perímetros de esa frontera.

Aun seguía allí esa sonrisa burlona. – Vo loca. ¿Por qué no te vas a cagar?

- Que jodido chabón que sos…

Andres y su pareja se miraron y volvieron a la cocina. Esta vez cerraron la puerta llevando un colchón. Volví al sillón y allí quedamos. Ella se sentó sobre mi cuando la tomé de su firme trasero. Nos revolcamos en una pelea grata con los movimientos torpes de nuestra borrachera. Las ropas se abatían con el frenesí expuesto a esa calentura al instante que copuló en la furia de un largo orgasmo. En una batalla deseosa irrigada por nuestra sangre, por nuestra caliente sangre gozando la película de fricción.

Se llamaba Sasha. Tras esa noche cuando todos dormían volví a la ciudad. Pero como un cazador cazado retorné a los quince días. Silvia haría unas horas extras el fin de semana. La hechicera bailarina se había esfumado en las expectativas de otra ilusión. Nadie sabía de quien hablaba y a mis amigos no los podía encontrar. ¿Estaba tan loco? ¿Que tendría que esperar? ¿El  efecto de la causa? Estaba tan desesperado de buenas historias, tan hambriento de esa mujer. Supuse que no era para mí con el amargo gusto de una derrota, del engaño. Caminé en una opacidad desmedida. Tomé un ómnibus de vuelta a la ciudad con el sabor envuelto en la realidad sentida por esa bailarina invisible. Era un día gris. No podía ir a casa, necesitaba algo más, otra cosa. Pasé por un quiosco; compre unos caramelos. Y al doblar una esquina escucho respiros agitados llorar cerca de mí andar taciturno.

Maximiliano García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos, Urbanos"

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de  García, Maximiliano

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio