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Dencuentro |
El
cuarto repone incentivos vagando a oscuras cuando cada cuento escurre su
almohada. Observa un techo que ve entre plumas desveladas. Lúcidos días
corren mientras los grillos del patio hacen aura al levito suceder de sus
deseos e inconformes pareceres. Desnudo, y con esfuerzo, se sienta sobre
la derecha de su cama. Apoya los pies en una tela andina, traga una flema
meditativa. Los brazos reposan al costado de sus nalgas. Prende la lámpara.
Mira la piel por su cuerpo apático caer arrugada, liviana. Busca espacios
en el cielo raso de madera que patinó un niño al ser piso. Una valija
duerme llena de libros en el rincón horizontal derecho. Un viejo ropero
tapa la puerta al dormitorio contiguo. Una enana mesa a sus pies llena por
hojas garabateadas casi poéticas. Dos mesas de luz resguardando dos camas
unidas por su calchón. La sonrisa comienza a despertar complicidad al
insomnio dando una ternura casi sicótico. Poco demoró en cruzar del
cuarto al baño. Orinó, y cuando enjuagaba sus manos vio los oscuros ojos
en el espejo acordándose de él. Del transcurso cursado, de no saber si
el fin pasó frente a su postal. Decidió caminar las calles. Fue al
ropero, sacó un pinzado pantalón gris ceniza, una remera negra, medias
de hilo negras y zapatillas tenis blancas casi grises. La hora cero
cuarenta y ocho. Volvió al baño. Mojó un peine y estiró sus canas
hacia atrás. Su cuerpo tenía la alta temperatura que embauca al ansia
contenida por la paciencia expediente. Las manos fueron al espejo tocando
duros rasgos en delgada cara. Rió. Tomó la dentadura postiza con un pañuelo
que guardó en una bolsa de gamuza atada a su muñeca. Pasó nuevamente al
cuarto arrebatando del sillón un largo saco negro tejido en lana. Agarró
una petaca de vidrio vacía sobre su mesa de luz. Juntó la rama de
ciruelo que su nieto lijó hasta ser palillo cual querubín los domingos
en lonjas desliza bucólicos candombes por la rambla. Sacó del ropero la
frazada donde guarda la botella de ron. Llenó la petaca, y vació lo poco
que quedaba bendiciendo papeles por aquella compañera cubana que bailó
sonrisa al calor del rumbero. Cuando
transita mansamente habla, prácticamente recita al ambiente… –
Agasajadores muebles hitos del despojo que esta vida me ha cometido. Os
dejo al cuidao de este lúgubre lugar donde mis palabras se divierten en
mi ausencia como ufano espíritu. Al
trabar el zaguán algo pasó en su rastro. Nuevamente entró. Fue al
requecho de equipo con aquellos viejos parlantes philips de madera que aún
bien suenan. Prendió la radio donde ancla su dial. Dizzy Gillespie
aventuraba exquisitos vuelos acompañado de piano, batería y contrabajo.
Gozó con su mueca oscura esa big band en plena función. Inclinó su
cuerpo regocijando gracia a ese acid jazz y encerró un mundo. Caminó
las dos cuadras de calles adoquinadas que lo separan del puerto. Sentado
en la esquina escalonada vértice del puerto y el barrio da espalda al
clausurado bar “El Paso”.
Mira los caudales del arroyo acodar su geografía entre flotas olvidadas
de leprosos oxidados marinos barcos pesqueros esperando ayuda; un par de
remolcadores desocupados, una chata sin nada que cargar. Un carguero
retenido por ley recuesta sus setenta metros de eslora como paseo,
juguete, mirador, pared de graffiti, lugar para amantes y trampolín de múltiples
alturas. Todo parece paisaje a deriva pero mas quien sucede misterios
anclando en esa paz. A lo lejos cerca del mini market se ve otro
movimiento. Se ve el hervor de sangre mas joven engolosinar la magia del
puerto. Isidro degustó un primer trago como aire que respira. Estiró el
brazo observando en la petaca sus ojos fascinados al calmo fresco que
cuida la nítida figura de Escorpio en el cielo y habla – Gracias a ti
el cazador nos a dejado libre. Gracias a ti Orión no caza bohemios pero
nos podemos hundir en tu veneno. Salud. – bebió. Del
portal recostado al bar, donde se esconde un conventillo salió la silueta
femenina de anchas caderas. Arregla una minifalda de cuero pronta a
reventar. Había sido debut con apogeo en las calles portuarias hacia ya
como veinticinco años. Cortas morrudas piernas engañadas por taconadas
botas, una mediana boquilla reluce cada campechana pitada mitificando
noches y un viejo compañero de buenas charlas le asombra encontrarla –
Cachimba. Encanto del paseo portuario ven. Acompaña la joven alma que
recrea a este ser. -
¿Pero
quién es el que pulula palabras al cielo y a mi presente estampa?
-
Deja
de dar vueltas que te perderás. Isidro es quien pide, ruega tu compañía.
-
Maldita
seas noche. Sigues arrastrando benefactores príncipes vagos en este
oscuro laberinto.
-
Vamos
siéntate a mi lado adoleciendo tus dotes de reina. Cachimba
caminó hacia Isidro meneando las caderas, exponiendo elegantes melones
pechos cuales blandieron livor en pretendientes consternados por la figura
pebeta de sus tiempos mozos. Desinfló su personaje – Ya Isidro deja las
alabanzas, haces que crea cualquier cosa. Cachimba
suspiró. Dio otra pitada, miró al río y apoyándose en el hombro de su
compañero tomó asiento. El divino Silencio pasó abrazado con Percepción.
Diluyeron diálogos en un cosmos apoteótico y apetecible a dos sombras atónitas.
Misterios parecieron cuchichear tímidos finales abiertos. Cachimba tragó
saliva y quebró Silencio – ¿Sabes Isidro? -
No la
verdad que no debo saber nada.
-
Déjate
de joder payaso inescrupuloso que me pasan temblores por el alma apática
de buenas compañías y tú pareces un pendejo boludo. Isidro
quedó sorprendido inclinando su cabeza con el signo de pregunta
impregnado en altas cejas. Se sintió un poco atropellado pero su calma
estaba inundada por ese puerto. Ella contó tiempos que soñaba tener un
lugar alejado, cerca del río, lleno de meretrices agradando a perdedores
bohemios corazón errante con poesías, y canciones centellando bocados
libres enredados de placeres cuando Isidro la corta. –
¿Sabes una cosa? Por momentos dilucidé jóvenes sonrisas endulzar solas
reflexiones en un salón encerado, lloviendo blues y candombes, batiendo
voces damas y caballeros. -
Por
supuesto que cualquier insinuación de amor, o incipiente relación in
entendible de relaciones imantadas tendría plena aceptación de la Madama.
O sea yo. Cachimba
sin cerrar las hojas del sueño condujo un mustang año setenta y tres
escuchando “Nacido para ser salvaje” supuso
Isidro intentando prender su tabaco cuando la conductora cantó –
“decí por dios que me as dao que estoy tan cambiao no sé mas quien
soy.” El
barón repuso el habla torciendo su boca con aires piltraferamente
cancheros… – Déjate de cosas muñeca y remuéveme un rock and roll. -
Achica
tu mambo viejo. Si no te gusta “Malevaje”te
bajas acá. Piantadito. Y a ver si te me pones los dientes así pareces más
gurí. Isidro
se puso la dentadura. Todo se quebró en idóneas carcajadas que al
instante vació Silencio paseando la vieja Nostalgia por sueños
inconclusos. Murmullos
sin fin migraron hacia ellos desde la calle que desemboca en la esquina
del bar. Silencio y Nostalgia se desvanecieron dentro del zaguán espaldas
al espectáculo que descubrían Cachimba e Isidro. Una llama atravesó el
espacio. Quemó al tiempo y extinta ya descubrió la sonrisa de un
saltimbanqui. Uno tras otro aparecen personajes de ropas multicolores
jugando en los adoquines con el fuego alegórico de sus equilibrios. Once
en total deambulaban aquel circo; dos jóvenes con torsos descubiertos
reviven a escupitajos el fuego, una delgada dama mueve cadenas encendidas
haciendo zumbar el aire. Dos amalgamados payasos juegan con clavas
encendidas. Giro tras giro el palo del diabolo es controlado. En lo alto
de los zancos una dona malabarea pelotitas y cuatro personas son el
sequito llevando vongó, mochilas, vino y queroseno. -
Felicidad
efímera – Sugirió Isidro viéndolos formar un imperfecto círculo en
la ancha calle portuaria. Y prosiguió – Aislados parecemos aburridos
camellos babilónicos asqueados mascando secos pastos.
-
Vamos
desgastao hombre, que es una dicha lo de estos payasos equilibristas
avivando el escenario. Y en cuanto los camellos son demasiado feos para
ser como esta hermosa dama. Sean de la ciudad que sean.
-
Perdón
noble dama no quise herir sus sentimientos de autoestima.
-
Si al
vender mi cuerpo no pusiera algo de autoestima caería arrodillada,
degradada ante cualquiera que busque sofocar mi persona por el solo hecho
de penetrarme. Además los años pasan, y la experiencia lleva sus regalías
en busca de sorpresas más difíciles de encontrar. Apareció
una figura frenética. Vestía calzas negras, remera justa de rombos
rojos, blancos y negros acompañando maquillaje de base blanca y una boca
remarcada color púrpura escudada por delineados ojos negros. En su cabeza
usaba un bombín negro. Sus movimientos ostentaban percepción de reptil.
Ubicó a la dupla de espectadores y caminó hacia ellos. Cachimba al ver
que se acerca comenta. –
Alguien atormentará nuestra pasible noche. El
arlequín llegó tan cerca que pareció querer olerlos antes de comenzar
su expresivo discurso – Desvirtuada vida, frenética decisión e
iracunda realidad. -
¡Cállate
bufón! Aléjate.
-
Cachimba.
Deja hablar a este arlequín, más no tenemos nada que perder. Prosigue
muchacho. (Isidro amansó la fiera)
-
Solidaria
compañía encontramos en este puerto. Juntos, reflexión y lisonjería.
Anonimato. Beatitud a este universo construido para sucumbir con la misma
incógnita que se creó. Región, lugar, simple tiempo. Maduras personas
– el arlequín se sacó el bombín, abrió sus brazos, dio un paso atrás
e inclinó su cuerpo. Volvió a verlos – Que mi gracia sea absurda
sonrisa en aquellos que no quieran reír. Más me agradaría vuestra
presencia acompañando unas cuadras nuestro humilde séquito epicúreo. Terminada
la invitación su sonrisa quedó expectante y Cachimba atónita. -
Isidro.
Explícame de que trata la fiesta. ¿Qué quiso decir este muchacho?
-
Algo
así que son seguidores de Epicúreo. Un antiquísimo filósofo griego que
argumentaba la felicidad como principio filosófico, ético, de vida. Decía
algo como que la felicidad; según Epicuro consiste en la serenidad que
resulta del miedo. Creo dijo algo así – rasco su mentón con los dedos
índice y pulgar de la mano derecha mirando el cielo – “cuando
somos, la muerte no es, y cuando estamos muertos, no somos” El
arlequín gesticuló más su sonrisa sincronizada con un movimiento del
cuello en dirección a Isidro – Instruido señor. ¿Tendría la
amabilidad de contestar la invitación? Cachimba
interpuso – Somos una pareja bohemia y ustedes deben ser artistas
itinerantes. Así que debemos ser familiares. ¡Pues caminemos juntos
pariente! Los
tres rieron. Isidro convidó ron al arlequín cuando Cachimba mira el
cielo y repite. – ¡Maldita noche! ¡Maldita noche! Pausa.
El fresco aire imperante penetró deliciosa brisa en el suspiro renovado
de una ajetreada mujer. Isidro y Arlequín contemplan desde los adoquines
el instante jactancioso, íntimo. La alta vereda su pedestal, su
escenario. –
Imaginación fehaciente al sueño – Comentó Isidro. Los
brazos de Cachimba se extendieron acariciando un ruego. Su boca y ojos
cerrados exaltaron el néctar del universo penetrando sus fosas nasales. –
Bella inspiración bizarra bohemia – Sentenció arlequín. Cachimba
concretó su acto y dejó caer los brazos. La cartera colgaba de su muñeca
izquierda, la boquilla calló de su mano derecha. Los párpados
descubrieron al abrirse una mirada simpática casi de niña como que en
este pasaje el espíritu marginó al cuerpo llamando la inocencia. Pero
todo lo que sube tiene que bajar o perderse en la inmensidad. El trance
terminó. Comenzó a buscar impaciente dentro su cartera al tiempo que
pregunta al muchacho si tiene fuego. Isidro le alcanzó un encendedor bic.
Ella encontró un doblado cigarro entre los preservativos, caramelos,
papeles, calmantes y maquillaje. Levantó la boquilla, colocó el cigarro
en forma de pipa y encendió su tan amado vicio. Un largo beso desprendió
placer en ardiente brasa. Bajó los escalones con desapego envuelto en
cierta aristócrata presencia… –
¿Caminamos señores? Ahora ya me siento bien. Se
dirigieron hacia los saltimbanquis que estaban a cien metros quemando
espacios y reflejando vida por un puerto monótono. Cuando recorrían la
mitad del camino se escuchó a Cachimba – La vitalidad en estos
muchachos me cala hondo. Para
arlequín fue el llamado de la selva. Les tiró el bombín que atrapó
Isidro. Salió corriendo despedido como por un resorte, hizo una rueda de
carro, un fit- flat, una mortal y cayó al centro del círculo circense.
Nuevamente adoptó posición reptiloide, expectante, secundada por
gesticulaciones picarescas. Parecía buscar una víctima entre las quince
personas que se habían acercado al espectáculo en su personaje locamente
pasionario. Parecía un cazador de apatías. Y allí dijo, repitió las
palabras de Epicuro – “Cuando somos, la
muerte no es, y cuando estamos muertos, no somos” Padecía un interactivo deseo con la sonrisa y la incógnita cada vez más grande. Isidro se puso el gorro, y con Cachimba se acercaron apostados en figuras casi monárquicas, londinenses, de principio del siglo veinte, dos figuras parafernalias a sus anchas en su territorio. Parados a unos cinco metros del perímetro de acción internaron a los espectadores en su propio teatro. |
Maximiliano
García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos,
Urbanos"
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